La raya oscura
Cuando se mir¨® en el espejo, una gota de consistencia viscosa y color vagamente viol¨¢ceo ya le hab¨ªa hecho un palote en una esquina de la frente. Entonces se levant¨®, mir¨® a su alrededor, despavorida, una toalla, pens¨®, y enseguida volvi¨® a pensar, no, una toalla no, ?y entonces, qu¨¦?, papel higi¨¦nico, no, que se extiende y luego es peor, pues lo mojo, que no, que eso es lo peor de todo, ?y entonces??
Cogi¨® una toalla, blanca, naturalmente, porque en ese momento no hab¨ªa otra a mano, moj¨® el pico en agua del grifo, se limpi¨® la mancha y, como era de esperar, lo dej¨® todo perdido, su frente, el lavabo, y no digamos ya la toalla. Entonces fue cuando se mir¨® en el espejo, y se qued¨® tan absorta en lo que estaba viendo que ni siquiera se acord¨® de comprobar en qu¨¦ minuto viv¨ªa, para sumar veinticinco a la acci¨®n del tinte que, aparte de la piel, deber¨ªa de estar ya ti?¨¦ndole las canas.
"Al final, le toc¨® correr, se quit¨® los rulos, sali¨® a la puerta de la cocina, y grit¨®: '?A cenar!"
-Pero, bueno? -empez¨® a decirle a la mujer que la miraba desde el otro lado-. ?Qu¨¦ necesidad tengo yo de hacer esto, me lo quieres decir? A ver, ?por qu¨¦ estoy haciendo esto? ?Por qu¨¦ no puedo ir a la peluquer¨ªa, como todas mis amigas, en vez de hacerme esta chapuza, que cada vez me dura menos y me sale peor? ?Es que yo no trabajo? ?Es que no gano un buen sueldo? Pues aqu¨ª estoy, ?y por qu¨¦?? Pues te lo voy a decir, porque tengo tres hijos. Tres hijos, s¨ª, ya ves, uno, dos y tres, ?y qu¨¦ necesidad ten¨ªa yo de tener tantos? En el pa¨ªs con la tasa de natalidad m¨¢s baja del mundo, que por no llegar, las de mi edad no llegan ni a un hijo de media, y yo, ?hala!, derrochando? ?Qu¨¦ lista! Ahora, que yo, alg¨²n d¨ªa, hago algo. Que s¨ª, que hago algo, que esto no se va a quedar as¨ª, ni hablar, qu¨¦ va? Porque en esta casa, todo el mundo tiene derecho a todo, menos yo, todo el mundo dispone de su tiempo y, adem¨¢s, del m¨ªo, y como se me ocurra tener algo que hacer? ?Las rebajas, las rebajas, qu¨¦ maruja eres, mam¨¢! Claro, como ellos no pagan nada? A ellos s¨ª que les dan lo mismo las rebajas, y eso por no hablar de los deberes, porque? ?Es que hay derecho a que, a mi edad, tenga yo que estar haciendo deberes? Y con el mayor en la universidad, pero da igual, porque ¨¦se es lo mismo que su padre, clavado, vamos, hay que fastidiarse con el sexo superior, que no saben hacer la o con un canuto, ninguno de los dos? ?Y de qu¨¦, si ya estoy yo aqu¨ª para entender los formularios de la matr¨ªcula, y para ir a las reuniones de la comunidad de vecinos, y a las de la APA, y a hablar con los tutores, y arreglar la conexi¨®n a Internet, y llamar al t¨¦cnico cuando se estropea un electrodom¨¦stico? Pero esto no va a seguir as¨ª, que no?
Mir¨® el reloj y comprob¨® que ya llevaba un cuarto de hora. Dej¨® pasar diez minutos m¨¢s hablando con el espejo, y volvi¨® a repasar su plan de fuga. Lo ten¨ªa todo pensado. Un mi¨¦rcoles, cuando su marido estuviera con sus amigos y sus hijos repartidos por diversas clases extraescolares. Un mi¨¦rcoles, iba a ser, desde por la ma?ana, cuando se levantara y, en vez de al trabajo, se fuera derecha al banco. ?No se ocupaba ella tambi¨¦n de eso? Y a partir de ah¨ª, que la echaran un galgo, o dos, a ver si la pillaban?
El tinte le qued¨® bien, mejor que de costumbre. Se sec¨® el pelo con cuidado, se riz¨® las puntas con la plancha de su hija, porque ella, por descontado, no ten¨ªa, y se cogi¨® un par de rulos por delante, para marcarse el flequillo. Cuando termin¨®, eran las ocho y media. ?Uy! Al final, le toc¨® correr, pero una hora despu¨¦s, ni un minuto m¨¢s, ni un minuto menos, se quit¨® los rulos, los guard¨® en el bolsillo del delantal, se ahuec¨® el pelo con las manos, mir¨® el efecto en el cristal del microondas, sali¨® a la puerta de la cocina, y grit¨®:
-?A cenar!
-?Qu¨¦ hay? -uno-. ?Qu¨¦ hay? -dos-. ?Qu¨¦ hay? -tres.
-Pur¨¦ de verduras -ataj¨® a tiempo la primera queja-, para ti no, para ti una ensalada de espinacas con champi?ones, y de segundo, tortilla de patatas -y tambi¨¦n lleg¨® a tiempo a atajar la segunda-, dos, una con cebolla y otra sin cebolla. ?Y vuestro padre? No me importa, que vaya alguno a buscarle?
Cuando calcul¨® que los pasos que resonaban por el pasillo hab¨ªan tra¨ªdo al hombre de su vida a su presencia, se volvi¨®.
-A ti te he hecho una sopa de fideos, que ya s¨¦ que el pur¨¦ no te gusta.
-?Qu¨¦ guapa est¨¢s! -y se volvi¨® hacia sus hijos-. ?A que mam¨¢ est¨¢ muy guapa?
-?Qu¨¦ me vas a pedir? -¨¦l sonri¨®-. ?Ad¨®nde hay que ir, a qui¨¦n hay que llamar, qu¨¦ se te ha olvidado?
-Nada -y ser¨ªa capaz de estar diciendo la verdad-. Te juro que nada. Ahora, por lo menos no, dentro de un rato? Igual se me ocurre algo.
Se sirvi¨® una copa de vino, los fue mirando, uno por uno, y acab¨® sonriendo ella tambi¨¦n. Todo era culpa suya. Ella era la gran culpable de todo aquello, pero? ?Y qu¨¦ iba a hacer, viviendo sola en una casa encalada, en lo alto de un cerro, mirando al mar, y toda vestida de blanco??
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