Elogio de la prensa impresa
Un peri¨®dico es el relato polif¨®nico de un pueblo entero, y un pueblo que se atreve a hablar de lo que le pasa est¨¢ a salvo de la intolerancia y la locura. El peri¨®dico es uno de esos dones de que hablaba Borges
No son buenos tiempos para la prensa impresa. La crisis de la publicidad y el auge de los soportes digitales han restado protagonismo a esos peri¨®dicos en papel que solemos leer a la hora del desayuno y cuyas ventas disminuyen cada d¨ªa.
Luis Mateo D¨ªez escribi¨® un relato sobre uno de sus maestros de infancia. Era un hombre afable y generoso que un d¨ªa se fue del pueblo sin explicar la raz¨®n. Al acudir temprano a la escuela, los ni?os se encontraron un regalo de despedida. El maestro se hab¨ªa pasado la noche dibujando para ellos, con tizas de colores, el pueblo en que viv¨ªan. Y as¨ª pudieron ver los campos, las monta?as, el r¨ªo, las casas y la iglesia, es decir, todos los lugares que conoc¨ªan y amaban, a una luz nueva, la luz que nac¨ªa del milagro de la representaci¨®n.
Los buenos periodistas ayudan a entender el mundo y a mirarlo de modo atento y cr¨ªtico
Un diario es antes que nada un espacio moral, un espacio de responsabilidad y compromiso
Los buenos periodistas son como ese maestro. Se pasan la noche encerrados en sus redacciones, para que podamos ver al levantarnos la imagen del lugar en que vivimos. Y as¨ª nos ayudan a comprenderlo y a tener una mirada atenta y cr¨ªtica sobre ¨¦l. Es decir, transforman nuestro mundo en palabras, lo que es lo mismo que decir en una figura de nuestras cavilaciones.
Los peri¨®dicos no han dejado de empe?arse en esta labor desde su fundaci¨®n. As¨ª, sobre el mundo real, en el que estamos, han ido levantando ese otro mundo verbal que es el territorio de nuestros pensamientos y de nuestra memoria. Detr¨¢s de tal esfuerzo hay incontables noches en vela.
Cuesta imaginar c¨®mo ser¨ªa nuestra vida sin peri¨®dicos; c¨®mo habr¨ªan sido, por ejemplo, las ¨¦pocas oscuras de nuestra historia reciente sin su ayuda. Sin la ayuda, sobre todo, de los que supieron mantener su fe en la raz¨®n, en la libertad personal y en los valores democr¨¢ticos. Pues eso deben ser los peri¨®dicos: compa?eros leales, discretos y sensatos a los que acudir cada ma?ana no tanto para encontrar justificaci¨®n a nuestras ideas o alimentar nuestros rencores, sino para relativizar nuestra verdad. Pues un peri¨®dico es, por encima de todo, un espacio de racionalidad y entendimiento, un espacio de encuentro con los dem¨¢s.
El pintor belga Van Velde dijo que la misi¨®n de la pintura es dar rostro a lo que no lo tiene. Es lo que hacen los ni?os cuando dibujan. Ponen ojos y boca al sol, a las copas de los ¨¢rboles y a las casas.
Dar rostro a las cosas es sentir que tienen que ver con nosotros. Los buenos periodistas hacen lo mismo. Nos ense?an a mirar el mundo, pero tambi¨¦n a sentirnos mirados por ¨¦l. Nos bastar¨¢ as¨ª, por ejemplo, con leer uno de sus reportajes sobre esos cayucos que surcan el oc¨¦ano, para ver los rostros de los senegaleses que los ocupan. Y ver esos rostros, y sentir sus miradas, es tener que preguntarnos qui¨¦nes son, y por qu¨¦ se ven obligados a emprender unos viajes en los que muchos llegan a morir. Es preguntarnos por ellos, pero tambi¨¦n por lo que podemos hacer nosotros para que algo as¨ª no siga sucediendo. Pues un peri¨®dico es antes que nada un espacio moral, un espacio de responsabilidad y compromiso. Y, para lograrlo, el periodista se sirve del m¨¢s delicado de los instrumentos, las palabras; que no deja de ser curioso que el que acaba de ver un partido de f¨²tbol necesite, a la ma?ana siguiente, acudir al peri¨®dico para ver lo que se dice de ¨¦l, como si no hubiera estado all¨ª o como si dudara de lo que ha visto. Una duda muy saludable que le lleva a contrastar su opini¨®n con la de sus vecinos, aceptando que no hay verdad absoluta sino verdades parciales, y que es de ese di¨¢logo entre todas ellas de donde habr¨¢ de salir una verdad nueva capaz de acogernos a todos.
Y puede que sea esa la m¨¢s maravillosa funci¨®n que los buenos peri¨®dicos han cumplido hasta hoy, la de ser un lugar de entendimiento y de di¨¢logo. Un lugar donde los ciudadanos iban a encontrarse como en un inmenso caf¨¦, y en el que pod¨ªan expresar sus opiniones y escuchar las opiniones ajenas. Un lugar igualitario en el que los poderosos aparec¨ªan al lado de los mendigos, los jueces al lado de los ladrones, los ni?os de los adultos, los empresarios de los obreros, y los banqueros de las gentes del circo, y en el que aprend¨ªan que la historia del m¨¢s humilde de los hombres es la historia de todos. Un lugar en que el peri¨®dico de hoy suced¨ªa al de ayer, y era sustituido enseguida por el de ma?ana, advirti¨¦ndonos del paso veloz del tiempo y del fr¨¢gil discurrir de la vida. Pero en el que tambi¨¦n los peri¨®dicos viejos se resist¨ªan a morir y pasaban, una vez le¨ªdos, a cumplir con naturalidad funciones m¨¢s humildes. Y as¨ª sus p¨¢ginas se utilizaban para que manzanas y uvas maduraran, para que los zapatos no perdieran su forma, para encender las calefacciones, limpiar sartenes y cristales, hacer patrones de vestidos y, de forma especial, para ponerlas sobre los suelos reci¨¦n fregados de cocinas y pasillos.
Era un mundo lleno de palabras y letras, lo que no dejaba de ser curioso en un pa¨ªs como el nuestro donde nadie o casi nadie le¨ªa. Esas letras estaban sobre los objetos cotidianos como una siembra benigna y su compa?¨ªa nos hac¨ªa m¨¢s discretos y reflexivos, pues as¨ª somos los hombres: no nos basta con vivir sino que necesitamos hacer de nuestra vida una historia que merezca la pena contar. Y un peri¨®dico es el relato polif¨®nico de un pueblo entero, y un pueblo que se atreve a hablar de lo que le pasa est¨¢ a salvo de la intolerancia y la locura.
Miguel Delibes dijo que la misi¨®n del escritor era la convocatoria de la palabra, y es eso justamente lo que hacen los peri¨®dicos, convocar cada ma?ana las palabras que necesitamos para seguir adelante. Un cuento jud¨ªo cuenta la historia de un muchacho que acude al ba?o con su maestro. Hace tanto fr¨ªo que del techo penden car¨¢mbanos. El maestro se ensimisma en sus oraciones y el muchacho, muerto de fr¨ªo, le interrumpe para decirle que la l¨¢mpara acaba de apagarse. "Tonto", le contesta el anciano, "toma un car¨¢mbano del techo y enci¨¦ndelo. Aquel que le habl¨® al aceite e hizo brotar la llama le hablar¨¢ tambi¨¦n al car¨¢mbano y arder¨¢".
Eso nos dicen los peri¨®dicos: que debemos hablar a las cosas y las criaturas del mundo. Hablar a las v¨ªctimas de los desastres y las injusticias, hablar con los cient¨ªficos y los mercaderes, con los ni?os, los ancianos y los artistas. Hablar con las fuentes, los r¨ªos y los animales. Y as¨ª hacer brotar esas llamas que nos consuelen de nuestras penalidades, nos acompa?en y nos ayuden a vivir.
Jorge Luis Borges escribi¨® un poema para agradecer los dones que hab¨ªa recibido en su paso por este mundo. Daba las gracias por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises; por el ¨²ltimo d¨ªa de S¨®crates; por aquel sue?o del Islam que abarc¨® mil y una noches; por las rayas del tigre; por el lenguaje, que puede simular la sabidur¨ªa; por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad. Me atrevo a decir que ninguno de nosotros se olvidar¨ªa de incluir en esa lista el peri¨®dico que sigue llegando puntualmente a sus manos cada ma?ana.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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