El carnaval de 'Urkullix'
Siempre he pensado que en muchos casos los disfraces carnavalescos revelan los pensamientos, las obsesiones y los fantasmas personales de quienes los han elegido. Por ello no me sorprende que en estos carnavales Sabin Etxea se haya convertido en una "irreductible aldea baska", con un jefe m¨¢ximo llamado Urkullix, rodeada por las "legiones espa?olas" que portan los virus de la fiebre hisp¨¢nica, de la pereza, de la vagancia, y en la que dos orondos y talludos dirigentes del PNV, disfrazados de Obelix, desgranan un conjuro de aroma sabiniano que se pretende gracioso y que, sin embargo, est¨¢ ba?ado en sal gorda, xenofobia y racismo. La bufonada no merecer¨ªa mayor atenci¨®n si no fuera porque revela que el nacionalismo vasco, lejos de evolucionar, sigue siendo un movimiento inventado, aldeano, que quiere justificarse por la necesidad inventada de defender su aldea, acosada por quienes buscan destruir su alma milenaria, su pureza ¨¦tnica y su identidad, desde dentro y desde fuera.
El nacionalismo ha sido eficaz a la hora de fracturar la sociedad
El nacionalismo vasco fue desde su origen un movimiento reaccionario. En efecto, hace m¨¢s de cien a?os en el Pa¨ªs Vasco, en el que, como dice Antonio Rivera, era pac¨ªfica y mayoritaria la "doble lealtad" al Pa¨ªs y a Espa?a, y en el que el r¨¦gimen foral y el incipiente Concierto Econ¨®mico se conceb¨ªan como factor de cohesi¨®n e integraci¨®n y no de ruptura, se iniciaba esa profunda transformaci¨®n econ¨®mica y social que supuso la llamada revoluci¨®n industrial, que cambiar¨ªa radicalmente la geograf¨ªa y la econom¨ªa del pa¨ªs, y provocar¨ªa la llegada de miles de personas, desde todos los lugares de Espa?a, en busca de una vida mejor y m¨¢s digna. Sabino Arana se alza frente a ese proceso, por entender que comportar¨¢ la p¨¦rdida de la pureza ¨¦tnica vasca, la desaparici¨®n del euskera, el abandono de las leyes viejas y la p¨¦rdida de las creencias religiosas. El PNV surge como reacci¨®n a una revoluci¨®n industrial que nos iba a sacar de la penuria y de la escasez, y llevarnos a un nivel de bienestar y de riqueza econ¨®mica que el nacionalismo hereda al recuperarse la democracia en Espa?a. El nacionalismo vasco no es el art¨ªfice del progreso de este pa¨ªs. Fue a la conjunci¨®n del esfuerzo de unos emprendedores ajenos en su casi totalidad al ideario de Sabino Arana, y de esos miles de inmigrantes que enriquecieron el tejido social y cultural hasta entonces existente, a la que debemos nuestro desarrollo. Si de Sabino Arana y de sus herederos hubiera dependido, en la "aldea baska" de sus enso?aciones no se dar¨ªa el nivel de prosperidad que hoy disfrutamos.
Donde s¨ª ha sido eficaz el nacionalismo es a la hora de fracturar la sociedad y de generar violencia. Es asombroso que todav¨ªa hoy algunos sigan considerando democr¨¢tico un movimiento que contrapone el sentimiento a la raz¨®n y la idea falsa de una supuesta identidad colectiva a la de ciudadan¨ªa; un movimiento para el que solo hay una forma de ser vasco y para el que "integrar" equivale a "asimilar"; un movimiento que no respeta el marco ni los procedimientos legales cuando se trata de imponer su proyecto, y que no duda en deslegitimar a las instituciones democr¨¢ticas, tanto en Carnaval como en Cuaresma; un movimiento que en un siglo no ha cambiado, aunque en ocasiones haya logrado enga?arnos sobre su verdadera naturaleza e intenci¨®n; un movimiento que ha intentado dinamitar un Estatuto de Autonom¨ªa, que es el mayor logro pol¨ªtico en la historia atormentada de nuestro pa¨ªs. Se echa en falta que en esta celebraci¨®n carnavalesca no haya aparecido alg¨²n burukide disfrazado de Saturno mientras devora a sus hijos, rodeado de una multitud de aldeanos con "ojos que no ven", t¨ªtulo feliz de la ¨²ltima y extraordinaria novela de J.A. Gonz¨¢lez Sainz.
En todo caso, tras el carnaval se confirma que hoy, en Euskadi, se enfrentan dos discursos: el desarrollado a partir del concepto de "ciudadan¨ªa" y el que ha pretendido imponer el nacionalismo en base a lo que llama la "identidad colectiva vasca". Y entre ambos discursos no cabe el t¨¦rmino medio o la transacci¨®n, porque entre el concepto esencialmente democr¨¢tico de "ciudadan¨ªa", que no quiere decir sino la existencia de una sociedad de personas iguales en derechos y obligaciones, y el concepto totalitario de una identidad supraindividual impuesta, no existe posibilidad alguna de conciliaci¨®n te¨®rica y mucho menos pr¨¢ctica. Es ya una evidencia que ese nacionalismo, que no ha evolucionado desde su origen, nunca va a aceptar que en el Pa¨ªs Vasco el centro y el fundamento de la acci¨®n pol¨ªtica sea el ciudadano y su dignidad, sea cual sea su identidad individual y su sentimiento de pertenencia.
Acabados los carnavales, en el desv¨¢n de Sabin Etxea se guardar¨¢n los decorados y disfraces utilizados en la fiesta. Pero en la mente de los nacionalistas permanecer¨¢ el delirio que inspir¨® la mascarada del otro d¨ªa. Por eso, hoy en Euskadi, para cualquier ciudadano realmente dem¨®crata y para cualquier partido realmente democr¨¢tico, la prioridad absoluta es desnacionalizar el pa¨ªs, acabar sin complejo alguno con una ideolog¨ªa (?) que nos ha enfermado moral y pol¨ªticamente. El cambio iniciado con una nueva mayor¨ªa parlamentaria y con el nuevo Gobierno vasco, no puede reducirse a una mera alternancia en el poder, a una mejora en la gesti¨®n, ni siquiera a la derrota definitiva de ETA. El cambio tiene que suponer una profunda regeneraci¨®n de la sociedad vasca, cerrando ese largo par¨¦ntesis de una hegemon¨ªa nacionalista, incapaz de asumir que es cada individuo el ¨²nico sujeto de derechos y de cualesquiera identidad, y que en un sistema verdaderamente democr¨¢tico, todas las identidades no solo pueden, sino que deben, coexistir en un plano de absoluta igualdad.
El cambio en Euskadi exige oponer la fuerza de la raz¨®n al imperio del sentimiento, el concepto de ciudadan¨ªa al del pueblo, la idea de la supremac¨ªa de la Ley democr¨¢tica a la invocaci¨®n de leyes viejas deformadas y mitificadas. El cambio pol¨ªtico supone impedir que los nacionalistas logren convertir la ciudad que ya somos, en esa aldea que tanto les emociona y desean. Al fin y al cabo, la superioridad de nuestro concepto de ciudad radica en que ¨¦sta no s¨®lo caben, como en su "aldea baska", el euskera, el txistu, la txalaparta y la txapela, sino tambi¨¦n el castellano, el clarinete, el piano, el sombrero, el i-Pod, y todo cuanto el hombre ha inventado y creado el mundo de la ciencia, de la cultura y del pensamiento.
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