Sat¨¢nicos y de Carabanchel
Andaba yo viendo la gala de los Goya y fogueando el desasosiego que me hab¨ªan producido las l¨²gubres profec¨ªas del catedr¨¢tico Ni?o Becerra en su reciente tribuna de EL PA?S -2010, el a?o del 'crash'- cuando la felicidad de un muy delgado ?lex de la Iglesia y Santiago Segura me recordaron la pel¨ªcula de El D¨ªa de la Bestia. Los cin¨¦filos recordar¨¢n que se contaba c¨®mo ?ngel Berriart¨²a, catedr¨¢tico de Teolog¨ªa en la Universidad de Deusto y durante m¨¢s de un cuarto de siglo dedicado al estudio del Apocalipsis de San Juan, consegu¨ªa prevenir a la sociedad del inminente nacimiento del anticristo en el mism¨ªsimo Madrid de las Torres KIO.
Para mi sorpresa, y con todo el respeto para el autor, la tribuna de marras ten¨ªa obvios paralelismos. De nuevo, un catedr¨¢tico, esta vez del Instituto Qu¨ªmico de Sarri¨¢, nos anunciaba el fin de la civilizaci¨®n para mediados del 2010 como consecuencia de un crash cuyo epicentro se intu¨ªa estaba en Espa?a -?en la misma Puerta de Europa?-, una econom¨ªa en la que el PIB caer¨ªa "entre el 4,4 y el 4,2%" y el desempleo se situar¨ªa por encima del 22%. Y esto s¨®lo era el principio.
La gente no necesita catastrofismo sino saber si hay soluci¨®n a la crisis. Y la hay. Incluso para Espa?a
Estamos sobrados de an¨¢lisis hiperb¨®licos y de ocurrencias
Lo dicho: sat¨¢nicos y de Carabanchel.
Ante estos augurios, lo primero que hay que hacer es asombrarse: no es ¨¦sta el tipo de columnas que se pueden encontrar en el Financial Times. Una vez recuperados de la impresi¨®n, hay que mantener el sentido com¨²n. Los escritores rusos nos ense?aron que nada es imposible. Si existen suicidios por felicidad y separaciones por amor, ?c¨®mo no van a existir catedr¨¢ticos que abrumados por el ¨¦xito de sus profec¨ªas se ven condenados a repetirlas una y otra vez? ?C¨®mo, despu¨¦s de seis trimestres de contracci¨®n del PIB y de 1,7 millones de empleos perdidos, no vamos a escuchar a alguien que proclama que hace falta un "gran cambio"?
Pero descubramos las cartas. Aunque sea una necedad negar que la econom¨ªa mundial no puede tropezar de nuevo o que no hay potencial de empeoramiento en la econom¨ªa espa?ola, lo m¨¢s probable es que nada de eso ocurra. Lo que nos est¨¢n diciendo los datos es que la econom¨ªa mundial est¨¢ ya creciendo, se ha parado la destrucci¨®n del empleo, los bancos se han recapitalizado, los Gobiernos y los bancos centrales est¨¢n reajustando sus estrategias para retornar a la "normalidad" y el comercio mundial vuelve a aumentar. Y lo que nos dice el ¨¢lgebra es que para que este a?o el PIB de Espa?a caiga un 4,4% ser¨ªa necesario que en los cuatro pr¨®ximos trimestres la actividad se contrajera, en todos y cada uno de ellos, a una tasa un 30% superior a la registrada en el peor trimestre de los ¨²ltimosseis. Ser¨ªa una gran sorpresa.
Reconocer lo anterior no equivale a rechazar la existencia de riesgos asociados al sistema financiero, al proceso de desendeudamiento p¨²blico y privado, o a la ejecuci¨®n de los planes de salida de los programas de est¨ªmulos. Pero eso lo ¨²nico que prueba es que no es f¨¢cil remontar una recesi¨®n que ha creado 14 millones de nuevos desempleados en la OCDE o que ya ha licuado 1.000 d¨®lares de renta per c¨¢pita a cada uno de los 1.200 millones de ciudadanos del mundo desarrollado.
Lo que los ciudadanos queremos saber no es si es dif¨ªcil, sino si la salida es posible. Si hay esperanza o s¨®lo cabe la resignaci¨®n.
Para m¨ª la respuesta es inequ¨ªvoca: hay soluci¨®n. Incluso para Espa?a.
Y mi optimismo se basa fundamentalmente en dos razones.
La primera, que los pa¨ªses ricos hemos dejado de ser el mundo. Seg¨²n los datos m¨¢s recientes del FMI, los BRIC y los otros emergentes van a explicar el 73% del crecimiento esperado en la econom¨ªa mundial entre 2009 y el 2024. Y nuestras empresas lo saben y ya se han posicionado.
La segunda, que ni los pol¨ªticos ni los ciudadanos est¨¢n dispuestos a permanecer impasibles mientras la crisis devora su riqueza, sus ahorros, sus empleos y su futuro. Exigen respuestas.
Contrariamente a lo que se sugiere en la citada tribuna, nuestro problema no es que carezcamos de instrumentos o de alternativas. M¨¢s bien, lo que pasa es que estamos sobrados de an¨¢lisis hiperb¨®licos y de ocurrencias medi¨¢ticas que surgen de supuestos y modelos que tienen m¨¢s que ver con la ideolog¨ªa, la ignorancia o incluso la astrolog¨ªa que con la econom¨ªa, la pol¨ªtica o el seny. Todo vale, pero tambi¨¦n todo cuesta. Y un coste mayor es que estemos creando falsos problemas y debates, y dejemos desatendidos los importantes.
Tan s¨®lo un ejemplo. El lector quiz¨¢s se haya sobresaltado por el comentario de que en el sistema financiero internacional habr¨ªa 600.000 millones de euros de activos cuyo precio "real" -?aristot¨¦licamente justo?- ser¨ªa cero. Uno lo lee y piensa: eso es mucho. Pero no: seg¨²n el BIS (Banco de Pagos Internacionales) esos activos truchos supondr¨ªan menos del 1% del balance mundial de los bancos. Nada que realmente ponga en peligro la tesis de superaci¨®n del riesgo bancario sist¨¦mico y, desde luego, nada que lleve a considerar inevitable el racionamiento indiscriminado del cr¨¦dito.
Nos gustar¨¢ o no, pero la acci¨®n coordinada de los Gobiernos y los ajustes del sector privado est¨¢n evitando el desplome del sistema de econom¨ªa de mercado. En el camino, el sistema se transforma porque se hacen -o se posponen- reformas, se acomodan transferencias de riqueza y de poder, y se dilucida qui¨¦nes son los ganadores y los perdedores. Y la grandeza de la democracia es que en las pr¨®ximas elecciones se nos pedir¨¢ que con nuestro voto decidamos si validamos o exigimos una rectificaci¨®n de la senda elegida.
En la vida real no hay saltos, sino evoluci¨®n. El fin del Estado de Bienestar, el nuevo modelo productivo, son buenos esl¨®ganes, pero no mucho m¨¢s. Los cambios masivos y permanentes de comportamiento -los otros, son mero oportunismo- s¨®lo se producen cuando los incentivos se redise?an y los ciudadanos se convencen de que hay instituciones sostenibles y con autoridad que garantizan que las nuevas reglas no sean reversibles.
Y ¨¦sa es la gran oportunidad que nos trae esta crisis: fijar el rumbo de medio plazo. Una crisis es un acontecimiento tan costoso y doloroso para tanta gente que no deber¨ªamos darnos el lujo de desperdiciar la oportunidad de afrontar los aut¨¦nticos retos que penden sobre nuestra prosperidad y la de nuestros hijos. El primero, las consecuencias del envejecimiento de nuestra poblaci¨®n: ?qui¨¦n y c¨®mo va a pagarlo?, ?con qu¨¦ presi¨®n fiscal? El segundo, con qu¨¦ mercados de factores nos vamos a dotar para competir y producir para una econom¨ªa global en la que el 85% de la poblaci¨®n y el 75% del consumo mundial se localizar¨¢n en los pa¨ªses emergentes, y ser¨¢n m¨¢s "pobres" que nosotros.
Tratar de vislumbrar los cambios que requieren esos desaf¨ªos es m¨¢s interesante que el catastrofismo de corto plazo. Y siempre es mucho mejor ir al cine que escuchar las tertulias.
Jos¨¦ Juan Ruiz G¨®mez es economista.
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