Los recuerdos de Canetti
No tiene nada que ver el l¨ªcito recuerdo de quienes quieren recuperar los cuerpos y la dignidad de sus muertos en la guerra con el abusivo intento de cambiar lo sucedido para que sirva a intereses nuevos
A diferencia de muchos, en particular de quienes han sucumbido a una psicolog¨ªa verbosa, yo no estoy convencido de que haya que torturar, dejar o extorsionar al recuerdo, ni tampoco exponerlo a la acci¨®n de alicientes bien calculados. Me inclino ante el recuerdo, ante el recuerdo de cada ser humano. Quiero dejarlo tan intacto como le pertenece al hombre que existe para bien de su libertad, y no oculto mi aversi¨®n por quienes se permiten someterlo a prolongadas intervenciones quir¨²rgicas hasta igualarlo al recuerdo de todos los dem¨¢s. Que operen a su antojo narices, labios, orejas, piel y cabellos, que trasplanten ojos de otro color si no hay m¨¢s remedio, o corazones ajenos que palpiten un a?ito m¨¢s, que ausculten, amputen, alisen o igualen, pero que dejen en paz al recuerdo".
?A qu¨¦ nos llevar¨ªa reventar el edificio de la Transici¨®n? A pelearnos de nuevo
Todos los grupos que se opon¨ªan a la UCD aceptaron las leyes de amnist¨ªa
El largo p¨¢rrafo no es m¨ªo, sino de un gran hombre, de El¨ªas Canetti, y est¨¢ incluido en su libro La antorcha al o¨ªdo. Un libro de memorias, de sus memorias.
Creo que no he le¨ªdo nada m¨¢s contundente al respecto. Ni he encontrado ocasi¨®n m¨¢s oportuna para traer a colaci¨®n esta sencilla forma de ver las cosas. Oportuna para el momento que vive nuestro pa¨ªs, para desbrozar las razones que a unos y a otros nos asisten para traer el pasado inmediato a la discusi¨®n pol¨ªtica.
Porque esto del recuerdo y la memoria est¨¢ sirviendo para poner en cuesti¨®n una etapa de la historia de Espa?a y, con ello, reventar la legitimidad del r¨¦gimen en que vivimos, de la democracia que hemos construido, de la ley que nos ampara.
Hace unos d¨ªas, Patxo Unzueta explicaba en este peri¨®dico el por qu¨¦ de una acci¨®n de la Casa Real a la vista de esa interpretaci¨®n del pasado. Hace unos meses, Santos Juli¨¢, tambi¨¦n en este peri¨®dico, recordaba c¨®mo se hab¨ªan producido las cosas durante los a?os de transici¨®n pol¨ªtica. Los dos autores han fijado, yo creo, con precisi¨®n, en qu¨¦ consisti¨® aquello de la Transici¨®n.
Pero esa interpretaci¨®n, pienso que absolutamente fiel, de lo sucedido, se topa ahora con otra muy distinta, que parte de dos principios esenciales.
En primer lugar, de la construcci¨®n de ese "recuerdo de todos los dem¨¢s" al que se refer¨ªa Canetti. El dichoso asunto de la memoria hist¨®rica, que ha llegado a calar tan profundamente en Espa?a que la gente ya no dice que tiene recuerdos sino que tiene semejante cosa. Es m¨¢s, lo del recuerdo, por su sentido evidente de subjetividad, carece de entidad suficiente para oponerse a lo otro.
En segundo lugar, una vez reforzada la memoria hist¨®rica, se puede proceder a aplicar el siguiente principio, que es el de la ilegitimidad de las bases del sistema. La memoria hist¨®rica nos dice, una vez fijada por sus mu?idores y propietarios, que el proceso de la Transici¨®n fue un proceso condicionado por el miedo, por la cobard¨ªa de algunos de los actores fundamentales, como los partidos de izquierda, por ejemplo. La generosidad, el deseo de dar fin a la guerra, como recordaba Unzueta, parecen no haber existido. Por mucho que algunos recordemos que s¨ª.
Muerto el perro, se puede acabar con la rabia. Muerto el recuerdo, se puede fijar como indiscutible que aquellos pactos de 1977 y 1978 no tienen validez porque no fueron democr¨¢ticos, al ser firmados bajo coacci¨®n. Y eso conduce a la posibilidad de ponerlo todo patas arriba, de cambiar la ley a gusto de quienes guardan el uniforme "recuerdo de todos los dem¨¢s".
No tiene nada que ver, desde este punto de vista, el l¨ªcito recuerdo de quienes quieren recuperar los cuerpos y la dignidad de sus muertos en la guerra, con el -para m¨ª- abusivo intento de cambiar lo sucedido para que sirva a intereses nuevos.
Se trata de echar abajo todo el sistema sobre el que se basa la ley por la que nos regimos. Y, no hay que olvidarlo, la ley es el ¨²nico recurso serio para defender la libertad en una sociedad democr¨¢tica. Tan serio es el asunto como eso.
?A qu¨¦ nos llevar¨ªa reventar el edificio de la Transici¨®n? A pelearnos por un cambio constitucional en funci¨®n no de una mejora del sistema sino de nuevas propuestas que pondr¨ªan en riesgo muchas cosas. Por ejemplo, la conformaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas, para proponer en su lugar un sistema confederal, que tiene muchos adeptos en Catalu?a, Pa¨ªs Vasco y ahora, al parecer, en Castilla-La Mancha.
En unos casos, los intentos me parecen inoportunos por ser innecesarios cuando se tiene una democracia razonable; en otros, como en el asunto confederal, me parece que se trata de romper un consenso para abrir una buena bronca.
La llamada memoria hist¨®rica, que comenz¨® a actuar amparada en las m¨¢s que justas reclamaciones de perjudicados por el franquismo, se ha ido perfilando como una f¨¢brica de consignas que agrupa propuestas pol¨ªticas muy diferentes, pero coincidentes en el prop¨®sito de reventar el Estado. Por fortuna no cuaj¨® la idea de que la actual ley de compensaci¨®n de las v¨ªctimas del r¨¦gimen de Franco fuera bautizada con ese nombre.
Volvamos a Santos Juli¨¢ y Patxo Unzueta y a su reclamaci¨®n de estudiar la verdad de lo sucedido y rechazar as¨ª la verdad instituida por los partidarios y agitadores de la memoria hist¨®rica.
Eso es sencillo: se lee lo que escribieron los comunistas y socialistas para hacer los pactos de amnist¨ªa de finales de los a?os setenta, y se confirma con las interpretaciones de gente como Mario Onaind¨ªa. O se estudia la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica de Catalu?a por Lluis Companys, y la ilegalidad de un golpe de Estado que fue apoyado por un fascista llamado Denc¨¤s y desbaratado por un dem¨®crata que era general, Domingo Batet. Todo ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil de discutir.
Con eso, cumplimos con la historia.
Y luego, viene el recuerdo. Yo, por ejemplo, recuerdo perfectamente c¨®mo ped¨ªa en la calle, entre miles de personas, libertad y amnist¨ªa. Y recuerdo que hab¨ªa otras personas que a?ad¨ªan a eso la reclamaci¨®n del Estatut de Autonom¨ªa (para Catalu?a). Y tuve la sensaci¨®n entonces de que ganamos cuando estas tres cosas se plasmaron en la realidad de una ley que garantiz¨® la libertad, que acab¨® por otorgar una amnist¨ªa para todos, y que culmin¨® en un Estatut de mayor amplitud que el que hab¨ªan gozado los nacionalistas catalanes en toda la historia desde Pau Claris.
Tengo algunos recuerdos confusos, pero los puedo deshacer en la hemeroteca, aunque estoy seguro de que responden a lo que pas¨®.
Por ejemplo, recuerdo que todos los grupos pol¨ªticos de la oposici¨®n a la victoriosa UCD aceptaron las leyes de amnist¨ªa. Me parece recordar que s¨®lo la rechazaban importantes facciones del Ej¨¦rcito y la ultraderecha, que dejaron de tener significaci¨®n pol¨ªtica despu¨¦s del 23 de febrero de 1981.
Y tambi¨¦n, por ejemplo, recuerdo que las leyes de amnist¨ªa fueron rechazadas por una partida de gentes que se agrupaban bajo el nombre de ETA, que dejaron de tener significaci¨®n pol¨ªtica hace a?os, aunque sigan teniendo capacidad de matar.
Son recuerdos que nadie me puede discutir, y que me niego a permitir que me los igualen con el recuerdo de los dem¨¢s.
Como los que ten¨ªa Canetti cuando recordaba las matanzas de obreros en Viena en 1927.
Jorge Mart¨ªnez Reverte es periodista y escritor. Su ¨²ltimo libro es El arte de matar.
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