Las habas de Londres
Londres nos sigue gustando tanto a todos que a veces, cuando pasas unos pocos d¨ªas en la capital inglesa, puedes llegar a creer que est¨¢s en el para¨ªso sin haber salido de casa. En las puertas del Museo Brit¨¢nico, en muchos de los restaurantes de Bayswater, en la cola formada en Leicester Square ante el quiosco que vende entradas teatrales del d¨ªa a precio reducido, las voces espa?olas predominan, incluso sobre las italianas, inconfundibles por el anima berlusconiana que uno cree detectar con frecuencia. Yo viv¨ª en Inglaterra una buena parte de mi vida, y siempre vuelvo al pa¨ªs como el viajero ¨¢vido de confirmar sus buenos recuerdos. Mi romanticismo londinense se fue atenuando sin embargo a lo largo de la estancia. Me hab¨ªan dicho mis amigos de all¨ª que ahora, con los avatares financieros del mundo y la fortaleza del euro, Londres era un lugar barato para nosotros, y no es as¨ª en absoluto. El metro sigue teniendo precios de taxi madrile?o, y del taxi londinense no puedo hablarles, porque est¨¢ fuera del alcance de mi bolsillo; el trayecto del aeropuerto al centro, lo pregunt¨¦ por curiosidad malsana al portero de mi hotel, no baja de los 120 euros, y eso en horas de poco tr¨¢fico. No me molest¨® gastar en el teatro, que puede costarte, si la obra tiene tir¨®n y est¨¢ por ello fuera del circuito de las ofertas, 50 euros la butaca de primer piso. Ian McKellen haciendo con otros tres grandes actores Esperando a Godot lo val¨ªa.
La ciudad le copia a Madrid su prurito destripador, que otros llaman obras p¨²blicas
Pero no es el dinero lo que me escandaliza o me entristece de Londres. La ciudad le est¨¢ copiando a Madrid su prurito destripador, que otros llaman obras p¨²blicas. De repente cruzabas Piccadilly Circus y te parec¨ªa estar en la gincana de la calle de Serrano, sorteando con peligro de muerte esos andadores met¨¢licos que hay en lugar de aceras. Y algo a¨²n peor, que no tiene remedio. El apetito inmobiliario est¨¢ trag¨¢ndose algunas de las zonas m¨¢s nobles del centro; por ejemplo, la conjunci¨®n de Shaftesbury Avenue y New Oxford Street, y su colmena de nuevas oficinas con sus ventanas pintadas como puertas. Otro ejemplo a¨²n m¨¢s sangrante: la construcci¨®n, a punto de finalizar, de un chirriante bloque de esquina en Leicester Square, una plaza que, sin tener belleza (s¨®lo la tiene la silueta d¨¦co en m¨¢rmol negro del Odeon Cinema) ni esp¨ªritu de ning¨²n tiempo preciso, ha conservado una armon¨ªa y una cosyness encantadoras. Algunos se quejan de la violaci¨®n del skyline del East End desde el punto de vista que mejor lo encuadra, el puente de Waterloo. Es cierto que cada vez hay m¨¢s rascacielos en liza con la c¨²pula y las torres de la catedral de San Pablo. Pero no son invasores, al menos desde la lejan¨ªa fluvial, y destaca entre ellos adem¨¢s el gerkhin de Foster, su pepinillo primordial, que, haciendo honor al dicho sobre esa planta cucurbit¨¢cea, sir Norman no deja de repetir por doquier.
Otra p¨¦rdida sentimental tiene que ver con la m¨²sica. Yo ten¨ªa a Londres como una de las tres ciudades mejor orquestadas del mundo, junto a Praga, donde ver por las calles a los instrumentistas cargando con sus fundas de viol¨ªn o clarinete camino del auditorio o el conservatorio es ya un espect¨¢culo, y Benar¨¦s, que llena las estrechas calles de la parte vieja con el sonido de tablas y sitares. Londres tambi¨¦n era as¨ª, en su gran dimensi¨®n, y a¨²n celebra numerosos conciertos y mantiene en permanente funcionamiento sus dos teatros de ¨®pera, Covent Garden y el Coliseum. Pero ni siquiera Londres, de la que los rom¨¢nticos esper¨¢bamos algo m¨¢s valeroso, ha resistido la crisis de la industria discogr¨¢fica, que conlleva la desaparici¨®n de las tiendas de discos. Pocos placeres hab¨ªa para m¨ª comparables a ir a un teatro del West End a las siete, tomar un supper chino a la salida y pasar una hora rebuscando grabaciones en la extensa y maravillosa secci¨®n de m¨²sica cl¨¢sica de Tower, abierta hasta las doce de la noche. Tower cerr¨® el a?o pasado, como han cerrado las excelentes tiendas del Music Discount Centre, y al buscador ambicioso s¨®lo le queda ahora el His Master?s Voice de Oxford Street, con su acogedora planta s¨®tano. ?Hasta cu¨¢ndo? Tampoco era muy prometedor pasearse por la inmensa y muy bien ordenada macro-librer¨ªa Waterstone?s, en Piccadilly, y verla desierta. Y no hablemos de las peque?as; seg¨²n le¨ª en The Times, cada semana cierran en Gran Breta?a tres librer¨ªas independientes. S¨®lo los anticuarios del libro y la segunda mano subsisten con aparente buena salud en torno a Charing Cross Road.
Acabo esta eleg¨ªa sobre los desaguisados que afectan a un lugar que cre¨ªamos inexpugnable con una nota de alivio. En la ciudad donde la especulaci¨®n y el nuevo fe¨ªsmo arquitect¨®nico nos ense?an el peor rostro del capitalismo, hay al menos una catarsis. La obra de mayor ¨¦xito en estos momentos es Enron, una comedia muy trepidante que, mezclando a Bertolt Brecht con Robert Lepage, retrata la fenomenal estafa de aquella gran empresa energ¨¦tica americana que acab¨® con su bancarrota y la de la firma de auditores Arthur Andersen. El p¨²blico r¨ªe y aplaude, se libera y se crece, y luego se va a casa a encender sus aparatos el¨¦ctricos y a seguir viviendo por encima de sus medios.
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