Que cada palo aguante su vela
Si no enra¨ªza la democracia, asume la pluralidad, termina con el victimismo, corrige las desigualdades sociales y deja atr¨¢s el militarismo, Am¨¦rica Latina puede aumentar su colecci¨®n de generaciones perdidas
Esta es mi ¨²ltima participaci¨®n en una cumbre internacional. No pretendo despedirme de Am¨¦rica Latina ni del Caribe. Los sue?os de esta regi¨®n los llevo atados al centro de mi vida. Pero s¨ª debo despedirme de ustedes, colegas, hermanos, compa?eros de viaje. Debo despedirme de este auditorio que resume, en un racimo de voces, las esperanzas de 600 millones de personas, casi una d¨¦cima parte de la humanidad. Es en nombre de esa estirpe latinoamericana que quiero compartir con ustedes algunas reflexiones. Es en nombre de la prosapia que habita m¨¢s all¨¢ de estas puertas, y que exige de nosotros la osad¨ªa de construir un lugar m¨¢s digno bajo el sol.
A pesar de los discursos y de los aplausos, lo cierto es que nuestra regi¨®n ha avanzado poco en las ¨²ltimas d¨¦cadas. En ciertas ¨¢reas, ha caminado resueltamente hacia atr¨¢s. Muchos quieren abordar un oxidado vag¨®n al pasado, a las trincheras ideol¨®gicas que dividieron al mundo durante la Guerra Fr¨ªa. Am¨¦rica Latina corre el riesgo de aumentar su ins¨®lita colecci¨®n de generaciones perdidas. Corre el riesgo de desperdiciar, una vez m¨¢s, su oportunidad sobre la Tierra. Nos corresponde a nosotros, y a quienes vengan despu¨¦s, evitar que eso suceda. Nos corresponde honrar la deuda con la democracia, con el desarrollo y con la paz de nuestros pueblos, una deuda cuyo plazo venci¨® hace siglos.
Ni Espa?a ni Estados Unidos tienen la culpa de que no cobremos impuestos a los ricos
El pueblo de Honduras, v¨ªctima del militarismo, no merece castigo, sino auxilio
Honrar la deuda con la democracia quiere decir mucho m¨¢s que promulgar Constituciones pol¨ªticas, firmar cartas democr¨¢ticas o celebrar elecciones peri¨®dicas. Quiere decir construir una institucionalidad confiable, m¨¢s all¨¢ de las an¨¦micas estructuras que actualmente sostienen nuestros aparatos estatales. Quiere decir garantizar la supremac¨ªa de la ley y la vigencia del Estado de derecho, que algunos insisten en saltar con garrocha.
Quiere decir fortalecer el sistema de pesos y contrapesos, profundamente amenazado por la presencia de gobiernos tentaculares, que han borrado las fronteras entre gobernante, partido y Estado. Quiere decir asegurar el disfrute de un n¨²cleo duro de derechos y garant¨ªas fundamentales, cr¨®nicamente vulnerados en buena parte de la regi¨®n latinoamericana. Y quiere decir, antes que nada, la utilizaci¨®n del poder pol¨ªtico para lograr un mayor desarrollo humano, el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros habitantes y la expansi¨®n de las libertades de nuestros ciudadanos.
No se debe confundir el origen democr¨¢tico de un r¨¦gimen con el funcionamiento democr¨¢tico del Estado. Hay en nuestra regi¨®n gobiernos que se valen de los resultados electorales para justificar su deseo de restringir libertades individuales y perseguir a sus adversarios. Se valen de un mecanismo democr¨¢tico, para subvertir las bases de la democracia. Un verdadero dem¨®crata, si no tiene oposici¨®n, debe crearla. Demuestra su ¨¦xito en los frutos de su trabajo, y no en el producto de sus represalias. Demuestra su poder abriendo hospitales, caminos y universidades, y no coartando la libertad de opini¨®n y expresi¨®n. Un verdadero dem¨®crata demuestra su energ¨ªa combatiendo la pobreza, la ignorancia y la inseguridad ciudadana y no imperios extranjeros, conspiraciones secretas e invasiones imaginarias. Esta regi¨®n, cansada de promesas huecas y palabras vac¨ªas, necesita una legi¨®n de estadistas cada vez m¨¢s tolerantes, y no una legi¨®n de gobernantes cada vez m¨¢s autoritarios. Es muy f¨¢cil defender los derechos de quienes piensan igual que nosotros. Defender los derechos de quienes piensan distinto, ¨¦se es el reto del verdadero dem¨®crata. Ojal¨¢ nuestros pueblos tengan la sabidur¨ªa para elegir gobernantes a quienes no les quede grande la camisa democr¨¢tica.
Y ojal¨¢ tambi¨¦n sepan resistir la tentaci¨®n de quienes les prometen vergeles detr¨¢s de la democracia participativa, que puede ser un arma peligrosa en manos del populismo y la demagogia. Los problemas de Latinoam¨¦rica no se solucionan con sustituir una democracia representativa disfuncional, por una democracia participativa ca¨®tica.
Parafraseando a Octavio Paz, me atrevo a decir que en nuestra regi¨®n la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar ra¨ªces. Antes de vender tiquetes al para¨ªso, preocup¨¦monos primero por consolidar nuestras endebles instituciones, por resguardar las garant¨ªas fundamentales, por asegurar la igualdad de oportunidades para nuestros ciudadanos, por aumentar la transparencia de nuestros gobiernos, y sobre todo, por mejorar la efectividad de nuestras burocracias. Mi experiencia como gobernante me ha comprobado que los nuestros son Estados escler¨®ticos e hipertrofiados, incapaces de satisfacer las necesidades de nuestros pueblos y de brindar los frutos que la democracia est¨¢ obligada a entregar.
Esto tiene serias consecuencias sobre nuestra capacidad de honrar la segunda deuda que he querido mencionarles, la deuda con el desarrollo. Una deuda que, repito, tenemos que honrar nosotros. Ni el colonialismo espa?ol, ni la falta de recursos naturales, ni la hegemon¨ªa de Estados Unidos, ni ninguna otra teor¨ªa producto de la victimizaci¨®n eterna de Am¨¦rica Latina, explican el hecho de que nos rehusemos a aumentar nuestro gasto en innovaci¨®n, a cobrarle impuestos a los ricos, a graduar profesionales en ingenier¨ªas y ciencias exactas, a promover la competencia, a construir infraestructura o a brindar seguridad jur¨ªdica a las empresas. Es hora de que cada palo aguante la vela de su propio progreso.
?Con qu¨¦ derecho se queja Am¨¦rica Latina de las desigualdades que dividen a sus pueblos, si cobra casi la mitad de sus tributos en impuestos indirectos, y la carga fiscal de algunas naciones en la regi¨®n apenas alcanza el 10% del PIB? ?Con qu¨¦ derecho se queja Am¨¦rica Latina de su subdesarrollo, si es ella la que demuestra una proverbial resistencia al cambio cada vez que se habla de innovaci¨®n y de adaptaci¨®n a nuevas circunstancias? ?Con qu¨¦ derecho se queja Am¨¦rica Latina de la falta de empleos de calidad, si es ella la que permite que la escolaridad promedio sea de alrededor de 8 a?os? Y sobre todo, ?con qu¨¦ derecho se queja Am¨¦rica Latina de su pobreza si gasta, al a?o, casi 60.000 millones de d¨®lares en armas y soldados?
La deuda con la paz es la m¨¢s vergonzosa, porque demuestra la amnesia de una regi¨®n que alimenta el retorno de una carrera armamentista, dirigida en muchos casos a combatir fantasmas y espejismos. Demuestra, adem¨¢s, la total incapacidad para establecer prioridades en Am¨¦rica Latina, una pr¨¢ctica que impide la concreci¨®n de una verdadera agenda para el desarrollo. Hay pa¨ªses que sufren conflictos internos, que pueden justificar un aumento en sus gastos de defensa nacional. Pero en la gran mayor¨ªa de nuestras naciones, un mayor gasto militar es inexcusable ante las necesidades de pueblos cuyos verdaderos enemigos son el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la desigualdad, la criminalidad y la degradaci¨®n del medio ambiente. Es lamentable que en esta Cumbre de la Unidad se re¨²nan pa¨ªses que se arman los unos contra los otros. Y es tambi¨¦n lamentable que en esta Cumbre de la Unidad se encuentre ausente el Gobierno de Honduras, cuyo pueblo es v¨ªctima del militarismo y no merece castigo, sino auxilio.
Si hace 20 a?os me hubieran dicho que en el 2010 estar¨ªa todav¨ªa condenando el aumento del gasto militar en Am¨¦rica Latina, probablemente me habr¨ªa sorprendido.
?C¨®mo, despu¨¦s de haber visto los cuerpos destrozados de j¨®venes y ni?os heridos en la guerra, pod¨ªa esta regi¨®n anhelar un retorno a las armas? ?C¨®mo habr¨ªa de permitir el dantesco desfile de cohetes, misiles y rifles que pasa frente a pupitres desvencijados, loncheras vac¨ªas y cl¨ªnicas sin medicinas? Algunos dir¨¢n que me equivoqu¨¦ al confiar en un futuro de paz. No lo creo. La esperanza nunca es un error, no importa cu¨¢ntas veces sea defraudada.
Yo a¨²n espero un nuevo d¨ªa para Am¨¦rica Latina y el Caribe. Espero un futuro de grandeza para nuestros pueblos. Llegar¨¢ el d¨ªa en que la democracia, el desarrollo y la paz llenar¨¢n las alforjas de la regi¨®n. Llegar¨¢ el d¨ªa en que cesar¨¢ el recuento de las generaciones perdidas. Puede ser ma?ana, si nos atrevemos a hacerlo. Puede ser el pr¨®ximo a?o, la pr¨®xima d¨¦cada o el pr¨®ximo siglo. Por mi parte, yo seguir¨¦ luchando. Sin importar las sombras, seguir¨¦ esperando la luz al final del arco iris. Seguir¨¦ luchando hasta el d¨ªa que llegue.
?scar Arias es presidente de Costa Rica. Este texto es el discurso que pronunci¨® el pasado 22 de febrero en la Cumbre de la Unidad de Am¨¦rica Latina y el Caribe, en Canc¨²n (M¨¦xico).
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