?Hay salida para el imperio norteamericano?
Gracias a los bi¨®grafos y a los historiadores (y a los novelistas) sabemos c¨®mo construy¨® Estados Unidos su imperio moderno. Sin embargo, ahora que sus costes son tan altos, y que la naci¨®n vuelve a estar cada vez m¨¢s dividida sobre c¨®mo relacionarse con el resto del mundo, los norteamericanos no sabemos ni c¨®mo mantenerlo ni c¨®mo retirarnos de ¨¦l.
Despu¨¦s de la conquista continental y de continuas guerras, nuestra moderna ¨¦poca imperial comenz¨® en 1898, en perjuicio de Espa?a. La participaci¨®n de Estados Unidos en la guerra de 1914-1918 (y antes la guerra con Espa?a) dio lugar a una oposici¨®n nacional. Inmigrantes alemanes e irlandeses, de un modo instintivo, tuvieron sus dudas; populistas agrarios y socialistas urbanos, de un modo ideol¨®gico, lo mismo. Aun as¨ª, la guerra intensific¨® la asimilaci¨®n de millones de europeos que hab¨ªan llegado antes y despu¨¦s del cambio de siglo. Wilson, hijo de un pastor calvinista, describi¨® a Estados Unidos como un nuevo Israel, elegido para escribir la historia de nuevo, y la mayor¨ªa de los norteamericanos asinti¨®.
La industria de las armas, la diplomacia y el Pent¨¢gono constituyen un lobby imperial permanente
Los republicanos preparan un programa belicoso para ganar en 2012
Estados Unidos sali¨® de la Primera Guerra Mundial como primer banquero y productor industrial mundial. La naci¨®n se zambull¨® en el capitalismo de consumo, y Armstrong, Chaplin y Hemingway llevaron su cultura a casi todas partes.
Los aislacionistas de entreguerras no fueron un bloque coherente. Algunos estaban motivados por el resentimiento ¨¦tnico hacia la ¨¦lite anglosajona, otros por la desconfianza pol¨ªtica hacia la clase gobernante, otros eran los antepasados de los unilateralistas que vendr¨ªan despu¨¦s.
Sin demasiados obst¨¢culos por parte de la opini¨®n p¨²blica, tres secretarios de Estado claramente internacionalistas de la vieja ¨¦lite, Hughes, Kellog y Stimson, extendieron el poder norteamericano reclutando para esa tarea a las finanzas y a la industria. Los militares se prepararon aplicadamente para la siguiente gran guerra. En 1933, Franklin Roosevelt comenz¨® su presidencia como un cauto internacionalista. Cuando en 1941 consigui¨® llevar a la naci¨®n a participar en la guerra, se sirvi¨® de bancos, bufetes de abogados y universidades para comandar la nueva situaci¨®n b¨¦lica. La gente, alejada de la gesti¨®n de la pol¨ªtica exterior, estuvo de acuerdo en que la guerra era necesaria para defender la esencia econ¨®mica y social de la naci¨®n.
La divisi¨®n nacional del trabajo que hizo posible la Guerra Fr¨ªa se forj¨® antes y no despu¨¦s de 1945. Los ciudadanos corrientes dieron, sobre todo, su consentimiento, pero tambi¨¦n sus impuestos para atender al gasto militar.
Sobre todo despu¨¦s de la resistencia al alistamiento para
los servicios armados en Vietnam, se suprimi¨® el servicio militar obligatorio. Pero las apreturas econ¨®micas aseguraron un suministro suficiente de reclutas.
Aunque la Guerra Fr¨ªa termin¨®, a la primera guerra de Irak y a la intervenci¨®n en los Balcanes les siguieron Afganist¨¢n y de nuevo Irak. La siguiente podr¨ªa ser en Ir¨¢n. Islamistas, terroristas, Estados "d¨ªscolos", una renaciente Rusia y una obstinada China (por no mencionar a los ya familiares comunistas cubanos y a nuevos antagonistas como Ch¨¢vez) sirven de pretexto a los enormes recursos invertidos en nuestra fuerza militar. (Se est¨¢n construyendo portaaviones por valor de 15.000 millones de d¨®lares, a pesar de que nuestros propios hombres rana treparon a uno de ellos y pudieron da?arlo, cuando no hundirlo).
Los ciudadanos corrientes de Estados Unidos son cr¨ªticos con las guerras en concreto, no con nuestra trayectoria imperial. La industria armamentista, las burocracias p¨²blicas y privadas del aparato pol¨ªtico exterior y militar son un lobby imperial permanente. Todo un espectro de grupos de opini¨®n (desde el lobby pro-Israel hasta los defensores de un cristianismo militante) discuten sobre prioridades, pero est¨¢n de acuerdo sobre la primac¨ªa mundial norteamericana.
"?Este tiempo est¨¢ fuera de quicio!... ?Oh, suerte maldita, que haya nacido yo para ponerlo en orden!". El lamento de Hamlet cala entre quienes consideran que no somos due?os sino prisioneros de nuestro imperio. No podemos permit¨ªrnoslo, nuestros intentos de rectificar los males del mundo provocan escarnio y hostilidad. Supuestas amenazas se suceden unas a otras con indefectible regularidad, mientras las nuevas generaciones repiten sistem¨¢ticamente los errores de las anteriores. Los pol¨ªticos y publicistas dominantes, as¨ª como muchos votantes, consideran una debilidad ese escrutinio cr¨ªtico de nuestro papel en el mundo.
En ausencia de una protesta p¨²blica organizada -la ¨¦poca de Vietnam parece cosa de hace siglos-, ?podr¨ªa proporcionarnos la experiencia de los a?os 20 y 30 del siglo pasado un modelo pol¨ªtico? Entonces, un p¨²blico mayoritariamente indiferente conced¨ªa una considerable autonom¨ªa a la ¨¦lite de la pol¨ªtica exterior de las primeras d¨¦cadas del siglo.
Antes de ser presidente, Obama se alineaba claramente con el lado de los cr¨ªticos. Una vez en el cargo, hasta ahora, cualesquiera intenciones innovadoras que tuviera han sido bloqueadas por la inercia del aparato, la malevolencia manipuladora de sus oponentes y el resuelto sabotaje de muchos en su propio partido.
Una salida del imperio en secreto es imposible. ?Puede lograrse una retirada cauta y paso a paso? El plan presidencial de sanciones a Ir¨¢n podr¨ªa ser un pre¨¢mbulo de la guerra, pero podr¨ªa tambi¨¦n constituir una calculada, si bien no reconocida, construcci¨®n de un callej¨®n sin salida.
Existen los elementos para un esfuerzo sostenido de Estados Unidos por invertir ese rumbo. Un buen n¨²mero de diplom¨¢ticos, funcionarios de inteligencia y oficiales militares retirados dicen lo que piensan sus colegas en activo: el curso emprendido actualmente es, interna y externamente, insostenible. Sin embargo, las universidades no est¨¢n reducidas a la servidumbre intelectual. Incluso algunos de los centros de investigaci¨®n de Washington funcionan de vez en cuando como algo m¨¢s que factor¨ªas para la producci¨®n en serie de lugares comunes. Existe un periodismo independiente. Se puede contar con uno de cada cuatro miembros del Congreso. Antes de que nuestro imperio se derrumbe por su propio peso, podr¨ªa intentarse un proyecto inteligente que aligere la carga.
Aprender de la historia es dif¨ªcil. Los europeos han aprendido, colectiva y nacionalmente, que la existencia post-imperial es bastante soportable. Nuestra historia es diferente y emprenderemos una senda distinta. Desgraciadamente, derrotas mayores que las de Vietnam podr¨ªan ser necesarias antes de que el p¨²blico acepte una nueva definici¨®n de nuestro papel en el mundo.
Los republicanos se est¨¢n preparando para recuperar la presidencia en 2012 con un programa plenamente belicoso, que podr¨ªa multiplicar nuestros actuales desastres, pero tambi¨¦n aumentar los peligros para la propia democracia norteamericana. Lo que es seguro es que el mundo no se corresponde en absoluto con la imagen, simplificada de manera absurda, que a menudo se da de ¨¦l en buena parte de la televisi¨®n de EE UU (y c¨ªnicamente abastecida por quienes saben que no es as¨ª: el general Petraeus acaba de decir que la nueva ofensiva en Afganist¨¢n durar¨¢ de 12 a 18 meses, refutando impl¨ªcitamente la ficci¨®n de una poblaci¨®n afgana deseosa de ser liberada por la OTAN).
?sa es una ficci¨®n que ya no estimula al Gobierno holand¨¦s. El Partido Laborista de los Pa¨ªses Bajos, al insistir en la retirada de Afganist¨¢n, ha demostrado el realismo del viejo mundo, no siempre evidente en la Uni¨®n Europea. En Europa se oyen voces exigiendo que la Uni¨®n asuma una tarea hist¨®rica en el mundo. ?Qu¨¦ tal una contribuci¨®n de tipo holand¨¦s a la educaci¨®n tanto de la ¨¦lite como del p¨²blico norteamericanos?
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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