Ecos de anta?o
Dando todo de s¨ª en el baile personal, la pareja compuesta por Rojas y Rodr¨ªguez se ha empe?ado en una empresa compleja y dif¨ªcil, a pesar de su aparente alegr¨ªa. Esa mirada al pasado, esa est¨¦tica vintage y de cultura retro es en la danza espa?ola una deuda constante, por no decir, una parte agraviada por la sed de innovaci¨®n generacional que nos ocupa y es la moneda corriente de ahora. Mirar atr¨¢s es de justicia.
Los chicos han trabajado seriamente en la selecci¨®n de un repertorio que brilla en lo vern¨¢culo y la extracci¨®n popular, algo que ninguno de estos dos buenos artistas es, sino al contrario, bailarines de escuela en toda regla. Y all¨ª, en las artes de escuela, es donde est¨¢n sueltos y donde despliegan. En lo otro, pues no tanto.
CAMBIO DE TERCIO
Coreograf¨ªa: ?ngel Rojas y Carlos Rodr¨ªguez; m¨²sica: Daniel Jurado, Thomas Potir¨®n y otros; luces: David P¨¦rez; vestuario: Vicente Soler. Teatro Nuevo Apolo. Hasta el 10 de marzo.
Bailar, bailan todos mucho y bien. Rodr¨ªguez da un recital de virtuoso
La parte est¨¦tica es en Cambio de tercio la m¨¢s comprometida y la que da al p¨²blico, de entrada, situaci¨®n y prop¨®sito. Trajes, aderezos, zahones, iluminaci¨®n y gestualidad quieren llevar a otros tiempos al espectador, sea en aire campero, corralero o de sal¨®n. Pero eso no es nada sencillo. Hay contribuciones coreogr¨¢ficas de Rafael Campillo (Canti?a), Roc¨ªo Molina (Sevillana), Manuel Li?¨¢n (Tanguillos), que siendo correctas, carecen de poso -salvando a Campillo en su raigambre andaluza, m¨¢s a flor de piel- y se hacen sin tener en cuenta ciertos aspectos formales de anta?o (est¨¢ el cine para verificarlo).
No es bailar como antes, cosa imposible y descabellada, sino aquilatar en el estilo unas formas y unos acentos que son definitorios de esas danzas enmarcadas a su tiempo referencial. No habr¨ªa estado mal el concurso de viejos maestros (que los hay y muy dispuestos) dejando su saber a estos j¨®venes y valerosos puntales de hoy.
El vestuario adolece del mismo arrojo. Ha ido demasiado lejos en una estilizaci¨®n que no cuaja en estampa, que a veces consigue y otras resulta chirriante en el gusto. Lo camp del cine de los sesenta no es una buena referencia. Los muchachos se ven m¨¢s cercanos a Pedrito Rico que a Miguel de Molina y ellas, lo mismo.
Bailar, bailan todos mucho y bien. Rodr¨ªguez da un recital de virtuoso y Rojas se empe?a en su parte m¨¢s racial. Las cantaoras Davinia Ja¨¦n y Sandra Carrasco dan un ejemplo de buenas voces, gracejo y sus d¨²os y canciones soportan importante peso dentro de la obra. El violinista franc¨¦s Thomas Potir¨®n se luce con su instrumento (a pesar de la deficiente amplificaci¨®n) y hasta se articula en un baile m¨ªmico a d¨²o con una bailarina en traje-florilegio, y ¨¦l, con sombrero cordob¨¦s terciado, cumple con creces, y se entona a comp¨¢s.
Cambio de tercio es un espect¨¢culo que se deja ver, a¨²n necesitando alg¨²n recorte, hay planta suficiente y la idea es valiosa en s¨ª misma: se trata de dise?ar un puente pl¨¢stico entre el ayer y el ma?ana, que es el hoy de la danza espa?ola. Se siente la carencia de una escenograf¨ªa que recree la gesta, arrope al baile y que se acoten los m¨¢rgenes ya dichos del estilo. Por lo dem¨¢s, merecen ese aplauso largo que el p¨²blico de domingo les regal¨®. Podemos inferir que tambi¨¦n hay en Rojas y Rodr¨ªguez el prop¨®sito de, con la modestia que pide la profesi¨®n misma, establecer un parnaso de an¨®nimos antiguos a los que ponen aliento. El baile espa?ol se mueve desde siempre en tales retratos.
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