Salt, una olla a presi¨®n
Inmigraci¨®n masiva, xenofobia y paro caracterizan el estallido social en un pueblo de Girona y alertan de lo que se est¨¢ gestando ahora mismo en otros puntos de Espa?a
La ventanilla de un coche revienta ("crash") y cuando el due?o del veh¨ªculo sale de la peluquer¨ªa con la cabellera a medio cortar, el ladr¨®n ya se escapa a lo lejos por las calles del centro de Salt, un pueblo de Girona. El tipo, un gambiano con chaqueta de pana, llama al 091 y jura mientras tanto que los culpables son un grupo de marroqu¨ªes sentados en la acerca de enfrente que no paran de re¨ªr. Siempre son ellos, asegura. "Nosotros no hemos visto nada, negro", le contesta con chuler¨ªa Kamal, un adolescente que pasa el d¨ªa con sus amigos fumando hach¨ªs y trapicheando con drogas en el barrio. Es mi¨¦rcoles, tres de la tarde. A plena luz del d¨ªa.
La convivencia en Salt, donde el 43% de sus 31.000 ciudadanos son inmigrantes, se ha resquebrajado estos d¨ªas. Dos centenares de vecinos, hartos de la inseguridad en el pueblo, irrumpieron hace una semana de mala manera en el pleno del Ayuntamiento. Dos d¨ªas despu¨¦s, en la calle se enzarzaron con unos magreb¨ªes. La mayor¨ªa eran padres de familia que no quieren que se criminalice a sus hijos, pero tambi¨¦n andaba por ah¨ª Morad el Hassani, un ex presidiario cansado de que la polic¨ªa le registre cada d¨ªa. Un exaltado, rodeado de extranjeros, le gritaba: "Dejad de robar. Volved a casa". Los Mossos d'Esquadra tuvieron que intervenir para que las cosas no llegasen a m¨¢s. Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual en Salt.
La alcaldesa propone derribar pisos para subir la calidad de vida e impedir que los aut¨®ctonos se marchen
La situaci¨®n ha creado el caldo de cultivo ideal para que aparezcan de repente partidos con connotaciones racistas
La tensi¨®n que se ha vivido aqu¨ª recuerda al germen que dio paso a las revueltas que se produjeron en los suburbios de Par¨ªs en junio del a?o pasado, protagonizadas por j¨®venes inmigrantes descontentos con el sistema. O a las de principios de a?o en la localidad italiana de Rosarno. La propia alcaldesa del municipio ha pedido a la Generalitat y al Estado m¨¢s dinero y polic¨ªa para impedir que los enfrentamientos vayan en aumento. "Salt es un laboratorio de toda Espa?a. Lo que pase aqu¨ª se repetir¨¢ con los a?os en otros lugares", repite con frecuencia la regidora, Iolanda Pineda (PSC). Est¨¢ por ver, pero en Espa?a crece un sentimiento en contra de la inmigraci¨®n. Una advertencia: el 77% de los espa?oles considera "excesivo" o "elevado" el n¨²mero de extranjeros en el pa¨ªs, seg¨²n el informe Racismo y Xenofobia 2009, editado por el Ministerio de Trabajo e Inmigraci¨®n.
La historia de Salt explica mejor que nadie c¨®mo se ha llegado a esta situaci¨®n. En 1974, Salt era un barrio de Girona (posteriormente independizado como municipio) en el que se construyeron cientos de pisos de protecci¨®n oficial, sin parques ni zonas verdes. Buena parte de la inmigraci¨®n andaluza y extreme?a se instal¨® aqu¨ª. Costaban unas 7.000 pesetas. Estas familias prosperaron y la mayor¨ªa acabaron y¨¦ndose a los municipios de alrededor, con mejor calidad de vida. Los pisos de Salt, que segu¨ªan siendo baratos, los fueron ocupando inmigrantes extranjeros, empleados en la construcci¨®n la mayor¨ªa de ellos. En 10 a?os, la poblaci¨®n inmigrante pas¨® de un 10% a un 43%. Barriadas como el Grup Sant Jaume, por donde Dolors Boada camina hoy con las bolsas de la compra, han cambiado por completo.
Dolors, una viuda de 60 a?os que pasa el d¨ªa en el hogar del jubilado haciendo gimnasia, es la ¨²nica inquilina espa?ola que queda en su escalera. La mayor¨ªa de sus antiguos vecinos se han ido a pisos m¨¢s amplios. El barrio se ha acabado degradando. Se vende droga, han aumentado la delincuencia (un 23% en todo el municipio) y a ella han dejado de visitarla sus nietos. "A mis hijos les da miedo que vengan, no quieren traerlos. Pero a m¨ª no me saca nadie de aqu¨ª. ?sta es mi casa y s¨®lo saldr¨¦ muerta", cuenta en ch¨¢ndal y zapatillas de casa. Dolors no tiende la ropa en la calle por miedo a que se la roben, y en su alf¨¦izar no hay ni una margarita que florezca. Se cans¨® de que se las destrozasen. Hace poco, cuando ven¨ªa del mercado, uno de Los Gemelos, dos hermanos muy conocidos en el pueblo por robar, le quit¨® la cartera. Ni as¨ª claudica: "Ni hablar. Mi sitio est¨¢ aqu¨ª".
Es raro encontrar a alguien como Dolors. La mayor¨ªa quiere irse del pueblo. Que le pregunten a Delf¨ªn P¨¦rez, el presidente de una comunidad de vecinos situada en Torres i Bages, una de las calles m¨¢s conflictivas del municipio. Vive en un tercero y asegura que en el resto del edificio se han instalado pisos patera, donde cobran tres euros a todo el que entre por un espacio en el suelo donde dormir. "Tengo unos terrenos en Caldes de Malavella y ahora que me han dado los permisos no me puedo ir porque nadie me compra el piso". De lo contrario no se lo pensar¨ªa dos veces. Entre ¨¦l y otras tres familias espa?olas pagan casi toda la comunidad.
Dos calles m¨¢s abajo, en una plaza llena de basura y con las fuentes destrozadas, se encuentra Jos¨¦ Mar¨ªa Cedacers, un hombre que se llena de furia cuando habla de su bloque de viviendas. La convivencia para ¨¦l se ha vuelto insoportable. "No soy racista", dice de primeras, "pero es que los extranjeros que est¨¢n aqu¨ª no quieren vivir en comunidad. Tiran la basura por la ventana, no mantienen limpio el portal... no puedo hacer m¨¢s". Cedacers dice que ¨¦l y otros cuatro vecinos cargan tambi¨¦n con todos los gastos del bloque.
Cosas como ¨¦sta han creado mucho malestar entre la gente. "Aqu¨ª necesitamos un Anglada", suelta de repente un carpintero en paro del pueblo. Sus deseos han sido escuchados. El l¨ªder del partido pol¨ªtico ultraderechista Plataforma per Catalunya (PxC), Josep Anglada, ha anunciado su desembarco en Salt. El actual concejal de Vic, un municipio cercano a Barcelona, va m¨¢s all¨¢ de querer impedir el empadronamiento de los inmigrantes sin papeles: pide directamente que cese la llegada de extranjeros. PxC pretende presentarse en las pr¨®ximas elecciones municipales de 2011. El nombre de su cabeza de lista es todav¨ªa una inc¨®gnita.
Sentado ante una cerveza en un bar del pueblo, Jaume Torramad¨¦ no teme por la competencia que pueda suponer Anglada. El hombre ha dirigido durante ocho a?os el rumbo de Salt bajo las siglas de CiU. Desde 2007, ¨¦l y sus siete concejales se sientan en la bancada de la oposici¨®n. S¨®lo 176 votos le separan de la actual alcaldesa, a la que acusa de populista: "Yo le habl¨¦ con claridad al pueblo. Le dije que era complicado convivir con todos los inmigrantes que hab¨ªan llegado de golpe y porrazo. Salt necesitaba tiempo. Iolanda dijo que lo iba a solucionar todo de un d¨ªa para otro. Pero se ha demostrado que no, que eso era una mentira. No se pod¨ªa hacer. El problema es profundo y muy serio".
La inmigraci¨®n lleg¨® a Salt en la etapa de Torramad¨¦, cuando los pisos levantados en los setenta pasaron de los inmigrantes nacionales a los extranjeros. "?Por qu¨¦ les dejaste venir?', me dice la gente. Pero yo no pod¨ªa hacer nada, no pod¨ªa meterme en una transacci¨®n econ¨®mica entre dos personas", se excusa.
No pod¨ªa, pero lo intent¨®. Puso en marcha una gestora inmobiliaria para controlar la venta de pisos en el centro de la ciudad, donde el porcentaje de inmigrantes se eleva al 80%. La idea consist¨ªa en que el Ayuntamiento se arrogaba el derecho de comprar los pisos en los que hab¨ªa inmigrantes interesados. Y lo hac¨ªa por el mismo precio. La f¨®rmula, muy cuestionable, pero seg¨²n ¨¦l perfecta, nunca se puso en marcha porque acab¨® perdiendo las elecciones. ?Eso es racismo? "Lo ser¨ªa en cualquier otro lugar, pero no en Salt. Hay que valerse de la discriminaci¨®n, utilizarla, porque se est¨¢ poniendo en riesgo el modelo", finiquita Torramad¨¦.
La situaci¨®n ha creado el caldo de cultivo ideal para que aparezcan agrupaciones con connotaciones racistas. "Casi toda la delincuencia que tiene Salt viene de la inmigraci¨®n", se lee en la p¨¢gina web de Gent per Salt, una agrupaci¨®n de 25 personas que pusieron el proyecto en marcha en abril del a?o pasado. Desean "salvar al municipio" imponiendo mano dura. Su presidente, Antonio Rodr¨ªguez, un jienense que lleg¨® al pueblo hace 40 a?os, niega ser un racista, pero explica que lo que est¨¢ pasando es que "se van los buenos y vienen otros" con peores intenciones. "No podemos ser el cubo de la basura de Girona", declara ante un caf¨¦ en la escuela universitaria de fisioterapia. "Fallan los tres pilares: educaci¨®n, vivienda y trabajo. Lo ideal para convivir", dice con iron¨ªa. Y a?ade: "Me preocupa que se vaya gente con ra¨ªces en el pueblo y venga gente que no las tiene. Sin educaci¨®n".
La alcaldesa Pineda propone una f¨®rmula distinta de la de sus oponentes para solucionar el problema: derribar pisos, ensanchar la ciudad, subir la calidad y el nivel de vida y conseguir as¨ª que los aut¨®ctonos no se vayan. Pero eso cuesta dinero, y el Ayuntamiento, con un presupuesto de 28 millones y una deuda de 24, no est¨¢ precisamente boyante. "Les pedimos a todas las administraciones que nos tengan en cuenta. Es una situaci¨®n de emergencia. Necesitamos un compromiso firme por parte de todos", afirma.
Iolanda Pineda, 34 a?os, es abogada. Ella maneja uno de los municipios m¨¢s complicados de Catalu?a y no le da miedo admitirlo. "En 10 a?os hemos tenido un crecimiento brutal de la inmigraci¨®n. Eso no es f¨¢cil de digerir", explica siempre que alguien le pone un micr¨®fono. Los que conocen las tripas de la pol¨ªtica municipal aseguran que con ella los inmigrantes han dejado de ser invisibles, aunque sus cr¨ªticos piensen lo contrario. Se han creado mesas de di¨¢logo interreligioso con 46 entidades extranjeras representadas, programas para el cobro de deudores en las comunidades de vecinos, agentes c¨ªvicos, cursos de alfabetizaci¨®n catalana...
El d¨ªa a d¨ªa es una batalla, pero Pineda no la libra sola. All¨ª donde hay un foll¨®n estos d¨ªas aparece un hombre alto, delgado, con gafas redondas y el cabello blanco. A las diez de la ma?ana o de la noche, da igual. Se trata de Andreu Bover, el responsable de inmigraci¨®n del Consistorio. Bover ha apagado m¨¢s de un fuego entre inmigrantes y espa?oles, en los que siempre estaba envuelto Morad el Hassani.
Morad tiene 28 a?os y la cabeza llena de cicatrices. Quien lo busque le encontrar¨¢ sentado en el banco frente al Ayuntamiento. Lleva en el pueblo desde los 14, aunque tres a?os y medio los pas¨® en la c¨¢rcel por un delito de tr¨¢fico de drogas. Ahora afirma que est¨¢ limpio, que no quiere problemas. A los Mossos d'Esquadra les consta una docena detenciones por agresi¨®n sexual, tr¨¢fico de drogas, conducci¨®n temeraria, lesiones o atentado a la autoridad, seg¨²n cont¨® el diario El Punt.
El d¨ªa de los enfrentamientos ante el Consistorio, Morad, por casualidad, acud¨ªa a pedir hora para empadronar a su hija Soraya, reci¨¦n nacida. En la puerta se encontr¨® a espa?oles e inmigrantes intercambiando gritos y todo tipo de acusaciones. Con su coronilla de fraile, los dientes picados y el l¨ªder que lleva dentro (en la c¨¢rcel era preso de confianza) se erigi¨® de inmediato en portavoz: "?No se puede identificar inmigraci¨®n con delincuencia! ?Nos est¨¢n usando CiU y PP para ganar las elecciones! ?S¨®lo nos cachean a nosotros porque somos marroqu¨ªes!". Su imagen sali¨® en todas las televisiones. En la mayor¨ªa de los peri¨®dicos. La alcaldesa, d¨ªas despu¨¦s, convoc¨® una reuni¨®n con las asociaciones de inmigrantes para poner calma en el municipio. Desde el Ayuntamiento aseguraban que ese chico problem¨¢tico, delincuente habitual, no iba a estar en la reuni¨®n; pero qui¨¦n sabe c¨®mo se las apa?¨® Morad, el padre primerizo, que acab¨® como un h¨¦roe accidental, como un mediador entre pueblos, y haci¨¦ndose la foto con la alcaldesa. Mano sobre mano.
No es raro ver a Morad dando vueltas sin mucho que hacer por Salt. Est¨¢ en paro y pasa aqu¨ª y all¨¢ todo el d¨ªa, aunque ahora tiene que buscar tiempo para su mujer y su nueva hija. "Yo puedo tener al pueblo tranquilo, calmado, sin problemas", cuenta en un banco, con una botella de agua entre las piernas que se ha tra¨ªdo de casa. Alrededor, unos quince compatriotas, todos parados, escuchan la conversaci¨®n. Est¨¢ harto de que le cacheen en mitad de la calle, delante de todo el mundo. "As¨ª nos miran y dicen que somos unos delincuentes. La polic¨ªa se pasa el d¨ªa humill¨¢ndonos", dice, y de un golpe de cabeza se?ala a un furg¨®n de los mossos que est¨¢ aparcado frente al parque.
?Y los que le acusan de no ser un interlocutor v¨¢lido de su comunidad por sus antecedentes? "?Tengo derecho a la reinserci¨®n!", le espeta a todo aquel que quiera escucharle. Por el momento le han vetado. No va a encabezar ning¨²n movimiento juvenil, como ¨¦l pensaba. La asociaci¨®n de chavales marroqu¨ªes, que est¨¢ en camino de constituirse, ya le ha buscado un sustituto: un joven de 20 a?os, mec¨¢nico y con un historial inmaculado.
Cualquier d¨ªa de la semana se encuentran las esquinas repletas de corrillos de gente. Igual que los bares. En las carnicer¨ªas de marroqu¨ªes no cabe un alma, pero la mayor¨ªa son familiares que est¨¢n tomando el t¨¦. En este pueblo donde sobran peluquer¨ªas, el 25% de los inmigrantes y el 13% de los aut¨®ctonos est¨¢n parados. Y eso ha afectado mucho a la convivencia.
"Yo soy prorracista", clama sin pudor una mujer de 59 a?os que se niega a dar su nombre. Le molesta que se escupa por la calle o que los inmigrantes hagan, seg¨²n ella, tanto ruido en la calle. "Por desgracia, he nacido aqu¨ª. No me puedo pagar otro piso, si no, ya me habr¨ªa ido", lanza un segundo antes de irse, calle abajo, y mirar con desprecio a dos mujeres que cruzan la calle con velo.
Dentro de la comunidad musulmana hay quien intenta calmar los ¨¢nimos. Es el caso de Mohammed Ataouil, a quien parece que lo hayan estirado como un chicle. Viste con t¨²nica, es alto y lleva barba. Ataouil se ha esforzado en mantener a raya a Morad y los suyos estos d¨ªas. No es un l¨ªder religioso, pero casi. Los marroqu¨ªes (la mitad de los inmigrantes en Salt) le escuchan. Ataouil posee una carnicer¨ªa y una fruter¨ªa y preside la asociaci¨®n cultural Al Hilal. "A m¨ª tambi¨¦n me han robado en mis negocios. La delincuencia no tiene nacionalidad".
Los j¨®venes, comandados por Morad, le han mirado con desconfianza. No se sienten representados por gente como Ataouil, hombres de barbas de chivo, porque ellos se consideran laicos. "En el tema de la convivencia hay que dejar el Cor¨¢n de lado", opinan.
Las dos parroquias de la ciudad han intentado tambi¨¦n calmar los ¨¢nimos. Durante la liturgia del domingo pasado, el cura ley¨® una plegaria en la que abogaba por el "respeto, el di¨¢logo y la buena convivencia". "La seguridad es un derecho, como es un derecho tener un trabajo digno y lo es poder poner cada d¨ªa un plato en la mesa", pudieron escuchar los fieles durante la misa. Am¨¦n, se escuch¨® al final.
Claro que hay un Salt donde no existen estos problemas, donde la gente va al teatro, paga la comunidad con regularidad y los j¨®venes acuden a la Universidad. Alrededor de las viviendas unifamiliares se ven preciosos jardines. Pero no es ah¨ª donde se concentra la mayor¨ªa de los extranjeros: el 80% de ellos vive en el centro, donde no crece precisamente el verde, un sitio en el que la gente pasa parte del d¨ªa a la puerta de su casa.
Los inmigrantes aseguran haber sufrido en primera persona la oleada de robos que afecta a la localidad. En el bar Fouta hay un ruidoso futbol¨ªn y una pantalla gigante donde se ve el f¨²tbol. Su due?o, Bari, de 40 a?os, es de la Rep¨²blica de Guinea. Hace 10 a?os que est¨¢ en Salt y asegura que nunca le han parado por la calle. ?l es s¨®lo una v¨ªctima m¨¢s de la delincuencia. Hace tres meses entraron en su bar, le robaron la cadena de m¨²sica, una televisi¨®n de plasma y "whisky del bueno". Se suma a los muchos vecinos que quieren irse. "No es racismo. Menos por mi parte, m¨ªrame la piel. Sencillamente, no se puede vivir. Yo no quiero que mis hijas crezcan aqu¨ª". A¨²n est¨¢ a tiempo: las ni?as tienen tres y cinco a?os.
Un bar tampoco es que sea una balsa de aceite. De noche se puede comprar un tel¨¦fono Nokia robado por cinco euros o conocer la historia de un hombre que dice llamarse Eduardo y que se ha pasado una temporada entre rejas por causar la muerte de dos ancianos en un accidente de tr¨¢fico cuando iba bebido. "Las he hecho de todos los colores, robos, drogas y caigo por esa tonter¨ªa del accidente", confiesa, lamentado su supuesta mala suerte. Es de noche, el alcohol empieza a hacer mella.
Tres calles m¨¢s arriba, los adolescentes marroqu¨ªes siguen fumando hach¨ªs a la puerta del restaurante chino. La mayor¨ªa han nacido en Catalu?a. Ni estudian ni trabajan. Juegan al billar, hablan de coches de gran cilindrada, del sue?o de tener una cartera llena de fajos de billetes. Pero la realidad es otra: "No somos nadie, invisibles. S¨®lo nos miran para echarnos la culpa de alg¨²n robo. Siempre que pasa algo en el pueblo aparece un coche de polic¨ªa por aqu¨ª". Aunque invisibles, han arruinado el negocio del restaurante, regentado por un matrimonio y su hijo. Los pocos clientes que hab¨ªa en el ¨²ltimo a?o han dejado definitivamente de venir. Como la mayor¨ªa de los que viven en el pueblo, Zhan Huan, de 42 a?os, se quiere ir. "Me han arruinado el negocio. S¨®lo quiero traspasarlo e irme lo m¨¢s lejos que pueda", cuenta el hombre, hastiado. Su mujer, mientras, va mesa por mesa intentando echar a los que fuman drogas. No le hacen caso y desiste pronto.
La mayor¨ªa de estos chicos han estudiado en La Farga. Cuando se le pregunta a la directora, Gemma Boix, qu¨¦ porcentaje de inmigrantes hay, contesta que un 95%, aunque es demasiado generosa con el n¨²mero de escolares nacionales. En realidad, de los 410 alumnos que tiene el colegio, s¨®lo cuatro pertenecen a familias espa?olas. El resto procede de otros pa¨ªses. "No s¨¦ si yo misma traer¨ªa a mis hijos", llega a decir Boix. La Farga es, pr¨¢cticamente en su totalidad, un colegio de escolares de padres inmigrantes.
Cuando empieza el curso no hay ning¨²n ni?o que entienda a la profesora. Al acabar ya saben hablar medianamente bien catal¨¢n y castellano. "A su nivel, claro, pero entienden el idioma", dice Boix, para quien es un orgullo y un ejemplo el trabajo que hacen. Hace ya unos 10 a?os que es la escuela con m¨¢s inmigrantes. Se debe a su tama?o: era el centro de ense?anza m¨¢s grande del pueblo y siempre sobraban plazas. Si llegaba un ni?o a la ciudad en mitad del curso, lo mandaban aqu¨ª.
Primero llegaron andaluces y extreme?os. Ahora, la inmigraci¨®n marroqu¨ª, senegalesa, gambiana, paquistan¨ª, suramericana... Pero los problemas no son los mismos. Boix ha tenido que negociar con m¨¢s de un padre musulm¨¢n que no quiere llevar a su ni?a a la piscina. "Es uno o dos por curso, como mucho", dice, intentando quitar hierro al asunto. Por ahora siempre ha convencido a los progenitores. En caso contrario, los ni?os deber¨ªan cambiar de colegio. Boix es tambi¨¦n beligerante con el velo. "Son ni?as, tienen 12 a?os. Yo les digo que ya tendr¨¢n tiempo en el instituto de llevar el velo si quieren. Aqu¨ª prefiero que vayan destapadas".
?Cu¨¢l es el futuro de estos chavales inmigrantes, que han llegado a un pa¨ªs del que ni siquiera conocen la lengua? "No suelen ir a la universidad, acaban en m¨®dulos profesionales", cuenta Ferran Jambert, director de la escuela Veinat. Fuera de la oficina no para de llover. En 1992 hab¨ªa s¨®lo un inmigrante en el colegio, ahora est¨¢n ya en el 74%. Y subiendo. "A los tres a?os es cuando m¨¢s problemas tienen. No hablan ni espa?ol ni catal¨¢n. Eso produce un retraso que hay que paliar con aulas de refuerzo", lamenta el director. A la salida del colegio se ve a dos chicas, una negra y otra con un velo, compartir el paraguas. "Nos llevamos de maravilla", coinciden las dos. Creen que los problemas de convivencia, de inseguridad, son cosas de mayores. "No han crecido juntos, como nosotras", afirma F¨¢tima, muy dispuesta.
Tanto pol¨ªticos como los propios educadores piden una repartici¨®n. ?El ideal para que la integraci¨®n fuera efectiva? "Un 20% o un 30%" de alumnos de familias inmigrantes, asegura Torramad¨¦. Proponen que escuelas de otras ciudades de los alrededores asuman parte de esa inmigraci¨®n. Por ahora no se conocen voluntarios. "Alg¨²n d¨ªa llegar¨¢ una generaci¨®n adaptada y todo funcionar¨¢ bien. Estaremos como ?msterdam", desea Boix. Aunque no se atreve a predecir en cu¨¢nto tiempo podr¨ªa llegar ese d¨ªa so?ado.
La explosi¨®n de la inmigraci¨®n ha desbordado tambi¨¦n los centros sanitarios. La seguridad tambi¨¦n es la conversaci¨®n de moda en la sala de espera del centro de asistencia primaria.
-En Girona ciudad no me han robado ni una vez. Est¨¢ plagado de mossos.
-Pues aqu¨ª no los ves. Eso es lo que hace falta.
Dos ancianos y una anciana comentan la jugada. Varias sillas de pl¨¢stico m¨¢s all¨¢, cuatro mujeres marroqu¨ªes y dos hombres charlan tambi¨¦n. Quiz¨¢ se refieran al convulso ambiente de Salt. No lo sabemos. Hablan en su idioma.
"La situaci¨®n que nos encontramos en el ambulatorio se parece a la Espa?a de hace 50 o 100 a?os", cuenta Laura Tabern¨¦, m¨¦dico de familia en Salt. Cuenta que la poblaci¨®n de pediatras est¨¢ desbordada. "El modelo espa?ol est¨¢ pensado para un hijo, y ahora las familias inmigrantes tienen cinco". En su d¨ªa a d¨ªa b¨¢sicamente asiste a inmigrantes. Se encuentra con enfermedades tropicales, con hepatitis, incluso con tuberculosis. Aunque la batalla principal son las costumbres. "Hay hombres que no quieren que a sus mujeres las visite un m¨¦dico var¨®n". O personas que durante el Ramad¨¢n no quieren tomar la medicaci¨®n.
Y as¨ª sigue la vida en Salt, con los ¨¢nimos caldeados. Los chicos en la puerta del restaurante chino, Morad sentado en el banco poniendo orden entre los suyos. La alcaldesa, mientras, pidiendo dinero para solucionar los problemas, temiendo que esto se repita en el resto del pa¨ªs. Cualquier excusa es buena para iniciar un conflicto ahora, como la discusi¨®n en la que se enzarz¨® el jueves un africano que acab¨® destrozando con un gato hidr¨¢ulico los cristales del coche de un tipo que le hab¨ªa llamado "negro de mierda". La due?a de un bar que vio toda la escena se limit¨® a decir: "Gracias a Dios, hoy no ha pasado nada. Pero acabar¨¢ pasando".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.