"Vivo limpio de heridas, no de cicatrices"
Es dif¨ªcil colocar junto al nombre de Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lys, madrile?o de 1942, una profesi¨®n, un oficio, una dedicaci¨®n principal. Se dedica a todo, aunque es abogado, o a lo mejor se dedica a todo porque no s¨®lo es abogado sino que es, sobre todo, abogado de los imposibles. Eso es: Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lys, abogado de los imposibles. Ha estado en las quinielas de todo, desde que la democracia tiene uso de raz¨®n en Espa?a, porque se lleva bien con todo el mundo y tiende puentes como si fuera un ingeniero. Es, sobre todo, tambi¨¦n, un consejero, y de hecho forma parte de un n¨²mero muy alto de consejos de Administraci¨®n. Adem¨¢s, es presidente del Patronato del Teatro Real y vicepresidente de las fundaciones que prolongan la obra de Ortega y Gasset y de su abuelo, Gregorio Mara?¨®n, el m¨¦dico ilustrado con el que pas¨® muchas horas de su adolescencia y al que ahora se dedica, al cumplirse 50 a?os de su fallecimiento, una gran exposici¨®n en la Biblioteca Nacional, que ser¨¢ inaugurada por los Reyes el pr¨®ximo d¨ªa 22. Felipe Gonz¨¢lez, que es amigo suyo, al que le ayud¨® a tener en los aleda?os de su Gobierno a los magistrados Baltasar Garz¨®n y a Ventura P¨¦rez Mari?o, invent¨® para Espa?a la expresi¨®n "tod¨®logo", que importa de Colombia. Pues eso es Gregorio Mara?¨®n, un tod¨®logo que, adem¨¢s, es un ¨¢guila para las cuestiones de la sensibilidad. Delicado y sutil, pasear¨ªa con comodidad por esta corte (con el Rey tiene muy buena relaci¨®n, por cierto) o por la corte brit¨¢nica. De hecho, las dos veces que estuve en ese despacho silencioso en el que trabaja en medio de susurros y vasos de agua sent¨ª que estaba entrevistando a un lord ingl¨¦s. En su biograf¨ªa ¨¦l subraya aspectos tambi¨¦n m¨¢s personales: padre de cinco hijos, en el a?o 2000 contrajo matrimonio con Pilar Sol¨ªs Mart¨ªnez-Campos, madre a su vez de tres hijos. Estudi¨® Derecho, en la Complutense, ampli¨® estudios en EE UU, y fue compa?ero de viaje (democr¨¢tico) de los que fundar¨ªan, por ejemplo, Cuadernos para el Di¨¢logo. En su casa, desde antes de la Transici¨®n, se reun¨ªa el grupo T¨¢cito, al que perteneci¨®, y all¨ª se decidi¨® la incorporaci¨®n de los sectores dem¨®crata-cristiano y socialdem¨®crata a la UCD orquestada en torno a Adolfo Su¨¢rez. Suyo es el famoso Cigarral de Menores de Toledo en el que don Gregorio, el abuelo, escribi¨® algunos de sus principales libros.
"El eje de la vida de mi abuelo fue su relaci¨®n amorosa con mi abuela"
"He heredado la capacidad de empatizar con quien piensa distinto"
Su curr¨ªculo es inmenso. No s¨¦ c¨®mo le da tiempo a hacer todo lo que pone en el papel. ?C¨®mo dice: esto es lo prioritario, esto me lo salto?
Cuantas m¨¢s cosas haces, m¨¢s tiempo tienes. Curiosamente, la actividad estira la disponibilidad del tiempo. No me organizo bien, porque soy desordenado. Lo compenso trabajando m¨¢s. Al terminar el d¨ªa, las cosas que he puesto en marcha en los dos mundos en los que me desenvuelvo, el profesional y el de la cultura y la solidaridad, resultan coherentes, y se encajan bien. Pero esto no se debe a una programaci¨®n previa. Mi entusiasmo y mi car¨¢cter impulsivo constituyen un piloto intuitivo que me permite anticipar lo prioritario.
Usted conoce la expresi¨®n de un espa?ol ilustre que dec¨ªa que era un "trapero del tiempo".
S¨ª, era mi abuelo. Tambi¨¦n dec¨ªa, para explicar c¨®mo agotaba la utilizaci¨®n del tiempo en la jornada: "Es como si al final del d¨ªa tuviera que irme de viaje". Cuando uno va de viaje aprovecha hasta el ¨²ltimo minuto del d¨ªa. Esta imagen me parece m¨¢s cercana, me dice m¨¢s.
?Qu¨¦ queda en usted despu¨¦s de una vida llena de tanto acontecimiento?
Queda so?ar con lo que nos espera. Suelo vivir proyectando permanentemente aquello en lo que estoy involucrado. Mi tiempo es el futuro. Por tanto, al final del d¨ªa, m¨¢s que abrir un espacio de reflexi¨®n sobre lo que el d¨ªa me ha dejado pienso en lo que me aguarda al d¨ªa siguiente.
?Y las frustraciones?
No siento vac¨ªo ante lo que no he logrado. Soy bastante combativo en lo que creo, no acepto que el obst¨¢culo sea un impedimento y lucho por superarlo. Ahora bien, si llego a la conclusi¨®n de que es infranqueable, doy un rodeo y no le dedico ni un minuto a recrearme con melancol¨ªa en lo que no ha podido ser. Soy optimista, y no he conocido en m¨ª la experiencia de la depresi¨®n, aunque s¨ª en personas cercanas. He sentido angustia, que es distinto, y a veces desesperanza, pero no suelo mirar hacia atr¨¢s sino desde el entusiasmo y la voluntad, que son, con el esfuerzo, los motores de mi vida. Tanto en los fracasos como en los ¨¦xitos, paso p¨¢gina r¨¢pidamente. Vivo la melancol¨ªa o la nostalgia de una manera m¨¢s literaria o sentimental.
?Es usted capaz de olvidar el dolor de inmediato?
De inmediato es una palabra demasiado fuerte. S¨ª soy capaz de superar lo adverso con relativa facilidad. Lo que no quiere decir que las heridas no sean a veces hondas y que no reconozca, por ejemplo en la vida personal, fracasos o equivocaciones importantes.
?Cu¨¢l es la receta?
El entusiasmo, ese entusiasmo que te permite seguir ilusionadamente sin mirar atr¨¢s. Dicho esto, soy muy sentimental, puedo conmoverme muy f¨¢cilmente. La emoci¨®n, ll¨¢mala pasi¨®n, gozo, alegr¨ªa, tristeza, piedad, s¨®lo deja de acompa?arte cuando est¨¢s muerto. Pero tengo que reconocer que habiendo tenido fracasos importantes la persona que no los ha tenido es que no ha vivido- no me han anclado.
?Y si tuviera que marcar con muescas las heridas que s¨ª recuerda?
Vivo muy limpio de heridas, lo que no quiere decir que no tenga cicatrices. Heridas abiertas, afortunadamente, no me quedan. Por ejemplo, a los 20 a?os ten¨ªa la enso?aci¨®n de constituir una pareja que fuera para toda la vida. Ha sido imposible. En todas las parejas que se rompen fracasan los dos. Pero la vida, que ha continuado gozosamente, ha apagado los malos recuerdos. Desde hace m¨¢s de una d¨¦cada estoy viviendo el periodo de mayor plenitud amorosa que he conocido nunca, con tal fuerza de arrastre que hay un momento en el que te parece que lo de hoy ha sido toda tu vida. La experiencia m¨¢s dura fue la muerte s¨²bita de un nieto de dos a?os. Te produce una no-comprensi¨®n. Sucede con la muerte de todos los j¨®venes, que suscitan un sentimiento de rebeld¨ªa.
Habla usted de cicatrices y enseguida habla del amor, un asunto tan tratado por su abuelo. ?Qu¨¦ aprendi¨® de ¨¦l?
Dec¨ªa Roger Garaudy que una pareja que se quiere con plenitud y ese amor perdura resulta tan excepcional como la genialidad de un Beethoven. Mis abuelos tuvieron esa genialidad amorosa como no la he conocido en nadie. Se enamoraron cuando ten¨ªan 18 a?os, proyectaron apasionadamente su existencia juntos, y as¨ª vivieron siempre, comparti¨¦ndolo todo. No exagero si digo que el eje de la vida de Mara?¨®n fue su relaci¨®n de pareja... Acabamos de encontrar las cartas que mi abuelo escribi¨® a mi abuela desde el primer d¨ªa de su noviazgo hasta que se casaron. Su calidad literaria es incre¨ªble, y m¨¢s si pensamos que su autor s¨®lo ten¨ªa 20 a?os. Constituyen un emocionante y m¨¢s que apasionado diario sentimental, tambi¨¦n lleno de humor, en el que aparecen sus primeras inclinaciones pol¨ªticas, su inmensa afici¨®n musical y wagneriana, sus lecturas, sus sorprendentes ¨¦xitos iniciales como estudiante, investigador y joven m¨¦dico, sus amistades, sus maestros, etc¨¦tera. Desde luego, ya entonces ten¨ªa conciencia de lo que ¨¦l pod¨ªa llegar a ser, pero todo lo refer¨ªa a su relaci¨®n amorosa con mi abuela...
Sin fisuras...
Nunca.
Eso es lo que usted cree.
Es el testimonio que nos dieron a todos los que les conocimos, durante todos los d¨ªas del medio siglo que dur¨® su vida juntos. ?Hasta el peque?o tama?o de la cama que siempre compartieron reflejaba su relaci¨®n! No se separaban nunca; viv¨ªan el uno para el otro. Mi abuelo dec¨ªa que el secreto del amor radicaba en hacer de la costumbre una aventura; ciertamente lo lograron. Para m¨ª, en ese ¨¢mbito, son mi mejor ejemplo.
Dice Jos¨¦ Saramago que uno es el padre que tuvo. E incluso el abuelo. ?Qu¨¦ cosas de su abuelo forman parte de su herencia personal?
Mi abuelo es la persona que m¨¢s ha influido en mi vida, aunque tiendo a evitar referirme a ¨¦l, pues nunca he querido acogerme a su sombra ni por supuesto ejercer de nieto, por considerarlo un papel rid¨ªculo. Pero a¨²n hoy me encuentro frecuentemente, sin pretenderlo, con esa sombra suya tan ben¨¦fica en las situaciones m¨¢s sorprendentes. Recientemente, en el aeropuerto de Miami, cuando una hija nuestra tuvo un problema con su visado, el comisario jefe, al identificar mi nombre en el pasaporte, nos solucion¨® inmediatamente el problema. Se trataba de un inmigrante cubano, de origen asturiano, que conoc¨ªa bien la figura del doctor Mara?¨®n. ?Qu¨¦ cosas suyas reconozco, o quisiera reconocer, en m¨ª? Por un lado, su concepci¨®n de la relaci¨®n de pareja como el eje vertebrador de un proyecto de vida. Tambi¨¦n su progresismo, su compromiso social contra la injusticia. Un tercer elemento es su humanismo, su inter¨¦s por todo y su disponibilidad para todos. Igualmente, la seriedad con la que abord¨® su vida entera, siendo al mismo tiempo una persona llena de sentido del humor, alegre y divertida. Finalmente, hay otros dos rasgos de su car¨¢cter que comparto: su apasionamiento y lo que ¨¦l describi¨® como la ambivalencia liberal, la posibilidad no s¨®lo de respetar sino de empatizar, de inclinarse afectivamente con el que piensa de otro modo, sin que esta ambivalencia te impida tomar partido y conocer bien cu¨¢l es tu posici¨®n.
?A qu¨¦ le lleva esa ambivalencia?
Esta ambivalencia es lo que te permite ser una persona de consenso. Y yo creo haberlo sido muchas veces en mi vida, habiendo jugado un papel de puente, de moderaci¨®n, de facilitar entendimientos y solucionar desencuentros. Tanto en el campo profesional como en el p¨²blico, y por supuesto en el personal y amistoso.
?C¨®mo era su abuelo en la vida dom¨¦stica?
Muy cari?oso y cercano, con un car¨¢cter maravilloso para la convivencia. Por ejemplo, en el Cigarral, donde pas¨¢bamos juntos casi todos los fines de semana y una gran parte de las vacaciones, nunca se nos dijo a los ni?os: "No grit¨¦is, no hag¨¢is ruido, no molest¨¦is, que vuestro abuelo est¨¢ reunido o trabajando", aunque correte¨¢ramos a su alrededor cuando escrib¨ªa en el jard¨ªn o estaba con sus amigos. Muri¨® cuando yo ten¨ªa 17 a?os y estudiaba primero de Derecho. Estaba interesad¨ªsimo en saber qu¨¦ opinaban los estudiantes, pues su esperanza de un cambio pol¨ªtico la ten¨ªa puesta, como escribi¨®, en el relevo generacional de quienes hicieron la guerra. En una de mis ¨²ltimas conversaciones con ¨¦l me dio una inolvidable lecci¨®n sobre la prevalencia de la bondad sobre la inteligencia. La ¨²ltima vez que le vi consciente, cuatro d¨ªas antes de su fallecimiento, sabiendo que yo iba esa tarde al estreno de La zapatera prodigiosa, que era la primera obra de Lorca que se representaba despu¨¦s de la guerra, me pidi¨® que le visitara al terminar la funci¨®n para contarle c¨®mo hab¨ªa estado el p¨²blico... y qu¨¦ me hab¨ªa parecido la obra. Se alegr¨® inmensamente con el ¨¦xito de un Federico recuperado.
?C¨®mo le explic¨® la guerra?
Le recuerdo criticando de manera vehemente las persecuciones pol¨ªticas y la dictadura. Pero nunca le o¨ª hablar ni de la guerra ni del exilio. He reconstruido por sus cartas y otros testimonios algunas de sus vivencias de entonces. Por ejemplo, hay tres cartas a Marcelino Domingo, ministro de Instrucci¨®n P¨²blica, en julio y agosto de 1936, que son claves para entender el proceso de mi abuelo. En la primera, como republicano que hab¨ªa combatido la dictadura anterior, denunciaba duramente el asesinato de Calvo Sotelo y el silencio del Gobierno al no condenarlo. En la segunda, fechada el 19 de julio, explicaba que ¨¦l hab¨ªa vuelto apresuradamente de Portugal, donde estaba visitando a un enfermo, al saber de la sublevaci¨®n militar, y dec¨ªa que era una hora en la que s¨®lo cab¨ªa decir vivan la Rep¨²blica y Espa?a. Relata tambi¨¦n c¨®mo "gentes de aluvi¨®n" le hab¨ªan obligado, por las armas, a firmar un manifiesto de apoyo a la Rep¨²blica, entiende que hay pueblo que va a sufrir en ambos lados, y pide que se evite la tragedia buscando la paz. Poco despu¨¦s, se horroriza ante los asesinatos masivos que se producen en Madrid. Entre las v¨ªctimas, personas muy cercanas a las que ¨¦l hab¨ªa aconsejado que no se fueran, por su confianza en que el Gobierno de la Rep¨²blica garantizara la legalidad. Tambi¨¦n asesinan a numerosos amigos suyos, como Melquiades ?lvarez, que hab¨ªa sido secretario de la Agrupaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica, y a Fernando Primo de Rivera, que trabajaba en su servicio m¨¦dico. A ¨¦l tambi¨¦n le hab¨ªan amenazado tach¨¢ndole de fascista en el peri¨®dico de Largo Caballero, lo que en aquellas circunstancias comportaba consecuencias grav¨ªsimas. Muy recientemente he sabido que cuando semanas m¨¢s tarde tuvo que ir a una checa le acompa?¨® su hija Mabel, que ten¨ªa 20 a?os. "Si no salgo en una hora, no me esperes y avisa a tu madre", le dijo al entrar. Mi abuelo apareci¨® en el ¨²ltimo minuto, con la cara desencajada, p¨¢lido y desarreglado. En el trayecto de vuelta, con la mirada perdida, no solt¨® un instante la mano de su hija, apret¨¢ndola intensamente, sin decir ni una palabra. Nunca he conocido el relato de su experiencia, pero creo que ¨¦se fue el instante en el que, con su dignidad c¨ªvica pisoteada, y con la impotencia de no contar con la protecci¨®n del Estado, algo muy importante se termin¨® de quebrar en su interior.
Se fue al exilio. ?Esa experiencia le produjo tibieza respecto a la experiencia republicana?
Creo que le produjo un desapego absoluto, desde el m¨¢s absoluto dolor c¨ªvico como espa?ol, liberal y republicano, pues no olvidemos que se trataba de los suyos. Yo le comprendo, porque a m¨ª, que vine al mundo seis a?os m¨¢s tarde, esa Espa?a me hel¨® el coraz¨®n tanto como la otra... Evidentemente, sinti¨® una profund¨ªsima ira contra los principales responsables de aquella tragedia hist¨®rica, que achac¨® al comunismo estalinista y antidemocr¨¢tico. EL PA?S public¨® hace un a?o un documento estremecedor que probaba el pacto del partido comunista de entonces con alguna fuerza sindical para exterminar en Madrid a los que consideraban enemigos de clase, lo que parcialmente se llev¨® a cabo con absoluta impunidad. Huyendo del infierno en el que se hab¨ªa convertido su Rep¨²blica, tambi¨¦n vio claro el car¨¢cter antidemocr¨¢tico de la sublevaci¨®n militar, pero subestim¨® sus consecuencias igualmente tr¨¢gicas. No fue el ¨²nico que incurri¨® en esta apreciaci¨®n. En todo caso, como escribi¨® Fernando Valera, que fue el ¨²ltimo presidente del Gobierno republicano en el exilio, Mara?¨®n no se solidariz¨® ni con los hero¨ªsmos ni con las crueldades de los republicanos, pero s¨ª con sus desventuras, e hizo cuanto pudo para remediarlas.
?C¨®mo fue su relaci¨®n con el r¨¦gimen?
En general, le respetaron, aunque hab¨ªa sectores que nunca le perdonaron su pasado republicano ni su liberalismo. Es cierto que algunos dirigentes franquistas m¨¢s abiertos, o inteligentes, pensaron que el regreso de Ortega, de Baroja, de Azor¨ªn, de Mara?¨®n, de Men¨¦ndez Pidal, mejoraba la imagen de la dictadura, pero, por ejemplo, a mi abuelo hasta finales de 1942 no se le permiti¨® regresar, tard¨® a?os en recuperar su c¨¢tedra y su plaza en el hospital p¨²blico, y El Cigarral, la ¨²nica propiedad inmobiliaria que tuvo en su vida, estuvo embargada hasta 1947 por los Tribunales Militares para que respondiera de sus responsabilidades pol¨ªticas. Y sufri¨® siempre la censura, pero aprovech¨® los resquicios que el r¨¦gimen le permiti¨® para, como ha se?alado Miguel Artola, levantar la bandera del liberalismo, de la libertad, en ¨¦pocas donde pocos o ninguno pod¨ªan hacerlo.
?Entiende usted que la gente no tenga una imagen del doctor Mara?¨®n como antifranquista?
Quienes hemos vivido en la dictadura sabemos que Espa?a se divid¨ªa entonces en la Espa?a franquista, la Espa?a del exilio y la Espa?a silenciosa o silenciada. En esta ¨²ltima, fueron poqu¨ªsimos los que desde la clandestinidad empezaron a organizarse pol¨ªticamente para luchar por una Espa?a democr¨¢tica antes de 1960, que es cuando muere Mara?¨®n. Pero sin estar en esa clandestinidad, el liberalismo que mi abuelo representaba y defend¨ªa era inequ¨ªvocamente antifranquista. Algunos j¨®venes y brillantes escritores de ahora, a los que sin embargo no podemos considerar propiamente historiadores, han elaborado una visi¨®n pol¨ªticamente cr¨ªtica de la generaci¨®n de Ortega, que incluye a Mara?¨®n. Creo, sinceramente, que han sido injustos, y que no se deben enjuiciar sus trayectorias en la dictadura fuera de su contexto. El testimonio de ilustres republicanos y exiliados de entonces, como Indalecio Prieto, Araquist¨¢in o el propio Fernando Valera, me parece m¨¢s significativo. Este ¨²ltimo escribi¨® a la muerte de mi abuelo, y cito literalmente, que Mara?¨®n "aprovech¨® los resquicios de libertad para proclamar sus ideas liberales, protestar de las persecuciones arbitrarias y trabajar por la reconciliaci¨®n de los espa?oles, y nunca neg¨® a los exiliados la amistad y el respeto".
?Y cu¨¢l fue su relaci¨®n con Franco?
Mi abuelo nunca tuvo ninguna relaci¨®n con Franco, ni siquiera como m¨¦dico. Mi padre, sin embargo, fue un hombre del r¨¦gimen, y ocup¨® cargos importantes. Esto explica la presencia en el entierro de mi abuelo de personajes como el general Mu?oz Grandes, con quien mi padre ten¨ªa una estrecha amistad. Pero es que, adem¨¢s, la muerte de mi abuelo concit¨® el respeto de esas tres Espa?as a las que yo me refer¨ªa antes, la oficial, la del exilio y la silenciada del interior; este fen¨®meno se reflej¨® en el entierro.
?C¨®mo llev¨® ¨¦l que su hijo fuera franquista?
Le sucedi¨® lo mismo que a Ortega, P¨¦rez de Ayala y otros ilustres exiliados, que sus hijos decidieron regresar a Espa?a para hacer la guerra. Mi padre dio ese paso con 22 a?os. Es f¨¢cil imaginar la angustia que sintieron los padres al tener a sus hijos en el frente. En el caso de mi abuelo, inicialmente tuvo la esperanza de que tras la victoria de Franco se restableciera la libertad y se permitir¨ªa con generosidad el regreso de los exiliados. Muy pronto se desenga?¨®. En todo caso, respet¨® siempre las distintas posiciones pol¨ªticas de mi padre, que ya antes de 1936 hab¨ªa evolucionado desde la Federaci¨®n Universitaria Escolar (FUE) hacia el falangismo joseantoniano. Creo, con todo, que es significativo que poco despu¨¦s de que mi abuelo regresase del exilio a finales de 1942, mi padre dimiti¨® del alto puesto pol¨ªtico que ten¨ªa en el r¨¦gimen y se puso a colaborar con la causa del conde de Barcelona.
Dice usted que no quiere ir de nieto, pero se llama Gregorio Mara?¨®n...
Tambi¨¦n mi padre se llama as¨ª, y mi hijo, y mi nieto. Espero que quienes me conocen sepan que nunca he dejado de ser yo mismo. Con todo, hoy d¨ªa, la mayor confusi¨®n que se produce cuando digo mi nombre es con el hospital que se llama como mi abuelo. M¨¢s de una vez me ha sucedido, al hacer una llamada, que me han preguntado con angustia si hab¨ªa sucedido algo.
?Qu¨¦ le hubiera gustado ser de lo que fue su abuelo?
Escritor, tener una prosa tan clara como la suya, y su capacidad de hacer compatible la escritura con la plena dedicaci¨®n a su profesi¨®n m¨¦dica y docente y a todos sus otros intereses.
Acad¨¦mico, consejero, mediador
Madrile?o de 1942.
Entre sus muchas dedicaciones, es abogado y consejero. Forma parte de un n¨²mero muy alto de consejos de Administraci¨®n (incluido el de PRISA, grupo que edita EL PA?S), y preside instituciones que coinciden con algunas de sus m¨²ltiples vocaciones. Es presidente de los patronatos del Teatro Real, la Real F¨¢brica de Tapices y el Teatro de la Abad¨ªa, y vicepresidente de las fundaciones que prolongan la obra de Ortega y Gasset y de su abuelo Gregorio Mara?¨®n.
Para completar ese arco casi infinito de dedicaciones que adem¨¢s son sus pasiones, es fundador y patrono vitalicio de la Real Fundaci¨®n de Toledo y miembro de su comisi¨®n de gerencia. Es tambi¨¦n acad¨¦mico de n¨²mero de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. (En la imagen, retrato de Gregorio Mara?¨®n realizado por Hern¨¢n Cort¨¦s Moreno en 2005).
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