La ciudad de las viudas
Todav¨ªa no amanece. Pero la sombra que estaba tirada en el polvoroso suelo empieza a desperezarse. Lentamente se levanta y anda por las fr¨ªas y retorcidas callejuelas. Cojea. Su caminar transmite pesar. Como si con cada paso pidiera perd¨®n por su existencia. De la oscuridad van surgiendo otros espectros similares que le acompa?an en la misma direcci¨®n. Cada vez se unen m¨¢s hasta formar un silencioso desfile del que s¨®lo son testigos los perros callejeros. Esta peregrinaci¨®n llega a una estrecha calle que desemboca en una peque?a puerta con s¨ªmbolos hinduistas. Detr¨¢s de ella hay un patio interno ocupado ya por cientos de las siluetas sentadas en posici¨®n de flor de loto.
Comienza un dolido cantar que sobrecoge. M¨¢s que humano, el murmullo continuo y mon¨®tono parece venir de otro mundo. En este trance casi hipn¨®tico empieza a clarear. Los primeros rayos rojizos y h¨²medos de luz van descubriendo a las mujeres que se esconden bajo las sombras. Algunas son viejecitas a las que el tiempo les ha menguado los huesos, les ha llenado los ojos con cataratas o les ha arrancado los dientes. Tambi¨¦n hay j¨®venes, algunas, incluso, menores de edad. Todas comparten la misma desgracia: ser viudas en India. Y tambi¨¦n que con sus maridos perdieron todo lugar en la sociedad. Han quedado despose¨ªdas y marginadas.
"Cuando muri¨® mi esposo, su familia me ech¨® de la casa. para ellos, mi vida no val¨ªa nada"
"Aqu¨ª me alimento cada d¨ªa de limosnas. cada noche rezo por no despertar al d¨ªa siguiente"
As¨ª, arrastradas por la pobreza o repudiadas por su familia, miles de mujeres han llegado aqu¨ª, a Vrindavan, tambi¨¦n llamada ciudad de las viudas. Est¨¢ a s¨®lo 150 kil¨®metros de Nueva Delhi, la capital de la emergente India, y a s¨®lo 70 kil¨®metros de su perla tur¨ªstica: Agra, con el Taj Mahal, que ir¨®nicamente fue construido por amor a una mujer. Vrindavan, un lugar que parece olvidado por el tiempo, es, en cambio, el lugar adonde van a parar las mujeres a quienes nadie quiere ya. Seg¨²n el hinduismo, el juguet¨®n dios Krishna pas¨® aqu¨ª su infancia, por eso para muchas ramas de esta religi¨®n, entre ellas los Hare Krishna, es un lugar sagrado. Cientos de templos de todos los tama?os y formas sobresalen en sus medievales calles laber¨ªnticas, por las que corre el desag¨¹e al aire libre.
Se cree que quienes mueren en Vrindavan se liberan del eterno ciclo de reencarnaci¨®n, por lo que es un centro de peregrinaci¨®n para creyentes y santones. Las viudas tambi¨¦n se encomiendan al dios de piel azul, al que consideran su "esposo espiritual", as¨ª que mendigan en esta ciudad un poco de comida mientras esperan su muerte. Algunos cientos de ellas se re¨²nen en diferentes ashrams, o centros religiosos, donde se ganan algunas rupias por sus cantos y algunos indios de clase media y alta reparten comida o algunas monedas para contentar al dios.
"Cuando muri¨® mi esposo, su familia me ech¨® de la casa diciendo que mi vida no val¨ªa nada. Yo no tengo dinero ni forma de trabajar. Por eso vine a Vrindavan: cada d¨ªa me alimento de limosnas y cada noche rezo por no despertar al d¨ªa siguiente", cuenta Radha Devi. Esta septuagenaria deambula descalza y apoya su fragilidad en un bast¨®n. Como la mayor¨ªa de las viudas en la ciudad, Radha lleva la cabeza rapada y viste de blanco.
Radha es s¨®lo una de los miles y miles de mujeres que al quedarse sin marido no ten¨ªan otro lugar ad¨®nde ir y emigraron a Vrindavan. Nadie sabe ciertamente cu¨¢ntas hay en la ciudad, de 57.000 habitantes, pero podr¨ªan ser unas 15.000, seg¨²n un estudio del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem). A orillas del r¨ªo Yamuna, Vrindavan es la ciudad de viudas por excelencia, pero tambi¨¦n hay una gran concentraci¨®n de estas mujeres en Varanasi, otra ciudad sagrada a la orilla del Ganges.
"Aqu¨ª estoy mejor que en mi aldea. Hay otras mujeres como yo y creo que Krishna nos protege", dice al principio Radha. Pero despu¨¦s, entre una l¨¢grima que se le escapa sin querer, admite que le duele la indiferencia de sus hijos, que se siente sola y marginada por el resto de la gente. Sus ojos hablan de un largo sufrimiento. Ahora, su mayor temor es el cada vez m¨¢s cercano d¨ªa en que ya no podr¨¢ caminar: su espalda est¨¢ ya tan cruelmente curva que casi la parte por la mitad.
Una mujer que ha perdido a su marido debe permanecer en duelo el resto de su vida, seg¨²n las tradiciones hinduistas m¨¢s conservadoras. Debe olvidarse de sus coloridos saris, no llevar ning¨²n ornamento y cortarse todo el cabello para no producir deseo en otro hombre. Tambi¨¦n su comida debe ser ins¨ªpida, sin condimentos o carnes que pudiesen despertar su libido. No es bienvenida en las festividades porque su presencia es de mal ag¨¹ero. La gente les huye porque son tan peligrosas que hasta su sombra podr¨ªa traer desgracias: se les considera las culpables de la muerte de sus esposos.
"La idea de fondo es que una buena mujer debe ser modesta y casta. Siempre debe estar protegida por un hombre. Primero, su padre, y luego, su esposo. Cuando ¨¦ste muere, la mujer se convierte en una amenaza para el orden social. Y m¨¢s si es joven. Hay un estigma que lleva por ser una criatura anormal en la sociedad". As¨ª explica Martha Chen, profesora en Harvard y autora del libro Widows in India. Social neglect and public action (Viudas en India. Descuido social y acci¨®n p¨²blica).
El 'sati', o la antigua tradici¨®n hinduista en la que la viuda se suicidaba saltando a la pira funeraria de su difunto marido, se consideraba el m¨¢ximo acto de amor (aunque muchas veces lo era m¨¢s por presi¨®n social). Pero estas costumbres empezaron a erradicarse durante la colonia inglesa y est¨¢ prohibido en las leyes de India independiente desde 1987. Acabado el sati -con sus excepciones-, la mejor forma de honrar al esposo es ahora un luto bien llevado, en el que se repriman todos los deseos y necesidades.
Pero esta exclusi¨®n social tambi¨¦n tiene trasfondos econ¨®micos. La sociedad india es infinitamente diversa y es imposible generalizar, aunque en la gran mayor¨ªa de los casos la estructura patriarcal de la familia otorga todos los poderes econ¨®micos y sociales al hombre. Los matrimonios son arreglados y la mujer va a vivir a la casa de su nuevo esposo, siendo casi propiedad de ¨¦l y de su familia pol¨ªtica. Cuando las mujeres quedan viudas, las familias les echan porque no quieren hacerse cargo de ellas. "No en todos los casos se debe a que no tengan suficiente dinero, sino, simplemente, porque no quieren", dice la especialista en g¨¦nero y pobreza de Harvard.
A los parientes pol¨ªticos no les conviene que la viuda reclame la parte de sus derechos de propiedad, como la casa y la tierra que pertenec¨ªan al esposo y a los hermanos de ¨¦ste. Algunas veces "crean el rumor de que es un peligro para la sociedad, como que es una bruja o una mujer f¨¢cil, para que deje su casa y su aldea y, con ellas, sus propiedades. La gente com¨²n es simple y supersticiosa. No quieren a una bruja en la aldea, as¨ª que la excluyen", cuenta Ginny Shrivastava. Esta canadiense ha vivido muchos a?os en India y dirige en otra ciudad, Udaipur, la Asociaci¨®n de Mujeres Fuertes Solas (ASWA, por sus siglas en ingl¨¦s), que cuenta con casi 30.000 integrantes, el 75% de ellas viudas.
Chando Honhoga enviud¨® hace 15 a?os. Su cu?ado le ech¨® de casa sin miramientos con sus dos hijos, por lo que se vio obligada a improvisar una choza en su tierra de cultivo. A?os despu¨¦s, el cu?ado convenci¨® al hijo de Chando, ya mayor, de que acusara a su madre de hechicera y le quitara su tierra. Sin un lugar propio donde sentirse a salvo, la mujer se lamenta: "M¨¢s que no tener una casa me duele la traici¨®n de mi hijo, que me despoj¨®, cuando yo luch¨¦ sola para criarlo".
Las viudas en India tienen derecho a heredar seg¨²n la ley, pero en muchos casos, como en el de Chando, son los hijos y la familia pol¨ªtica los que abusivamente y mediante acoso o tortura se quedan con las propiedades. En otras ocasiones puede que den la tierra a la mujer, pero sin dejarle decidir: por ejemplo, no puede venderla, aunque necesite el dinero; o, si se trata de tierra de cultivo, no le permiten usar los pozos de agua cercanos.
Las opciones para una mujer de mantenerse sin la ayuda de un hombre son muy limitadas. Pocas est¨¢n preparadas o tienen la posibilidad de obtener un empleo. El? Gobierno concede una pensi¨®n de viudedad de 400 rupias al mes (unos 6,30 euros), pero, adem¨¢s de ser muy poco, no llega a todas. En la ciudad donde creci¨® Krishna, por ejemplo, s¨®lo una cuarta parte de las viudas la recibe. "La burocracia hace muy dif¨ªcil para las mujeres, analfabetas en su mayor¨ªa, exigir la pensi¨®n. Muchas no saben siquiera que existe", cuenta Usha Rai, responsable del estudio para Unifem. El Gobierno y otras instituciones privadas s¨ª proveen algunos servicios y refugios en Vrindavan, pero s¨®lo cubren un peque?o porcentaje de las viudas.
En la ciudad de Krishna, como en toda India, hay muchas viudas j¨®venes. En parte se debe al gran n¨²mero de matrimonios de ni?as o j¨®venes con hombres mayores, porque ¨¦stos tienen dinero o porque se acostumbran a que la familia de la mujer conceda dote a la del hombre "por llevarse la carga de una mujer". As¨ª resulta mejor casar a las hijas a temprana edad: a mayor edad se debe pagar m¨¢s para que una mujer sea aceptada.
Pratima Sharma fue obligada por sus padres a casarse a los 17 a?os con un hombre que era 30 a?os mayor, porque "era un hombre de bien y ten¨ªa dinero". Pero tres a?os despu¨¦s el marido muri¨® de c¨¢ncer. Pratima se qued¨® con un hijo y sin dinero para mantenerlo. Aunque es muy joven, no piensa en volver a casarse: "Nadie me aceptar¨ªa con mi hijo", asegura. Un segundo matrimonio es casi imposible para las viudas, aun para las j¨®venes y sobre todo para las de las castas m¨¢s altas. Aunque tambi¨¦n aqu¨ª hay un giro machista; a los hombres viudos s¨ª se les alienta a encontrar una nueva esposa, no siendo importantes su edad o su casta.
A pesar de todo, Pratima se considera muy afortunada. Su hijo est¨¢ en la escuela y ella recibe entrenamiento para ser auxiliar de enfermer¨ªa. Viven en Vrindavan, en el ashram de la ONG The Guild of Service. Amar Bari, que significa 'nuestra casa', es el centro de acogida donde las viudas son tratadas con m¨¢s dignidad: se les ofrecen tres comidas al d¨ªa, un lugar limpio y digno, y a las que est¨¢n en condiciones se les entrena en alg¨²n trabajo. Se les alie?nta a vestirse de colores y a mejorar su autoestima.
"Tenemos que cambiar la mentalidad de la sociedad para que recuperen sus derechos, de los que han sido privadas hist¨®ricamente", argumenta la responsable de este ashram, la activista por las viudas m¨¢s reconocid?a ?en el pa¨ªs:? Mohini Giri. Esta mujer, tambi¨¦n viuda, restriega en la cara de la sociedad india las p¨¦simas condiciones en las que quedan las mujeres cuando pierden a sus maridos. Giri comenz¨® sus reivindicaciones cuando viaj¨® a Vrindavan como titular del departamento para la mujer. Qued¨® horrorizada al ver un cad¨¢ver devorado por perros que nadie se hab¨ªa preocupado de quitar de la calle, o de cremarlo, porque era el de una viuda.
El ashram de Giri acoge a unas 120 mujeres. "Creemos que cada gota forma el oc¨¦ano, y estamos haciendo todo lo que podemos, pero todav¨ªa falta un mundo por hacer. Hay miles de mujeres abandonadas en la calle", asegura con su aire de fortaleza. Los problemas normales de la edad y la pobreza se ven agravados por el ostracismo social. Estas mujeres sufren enfermedades en los ojos, en las v¨ªas respiratorias y en los huesos, o malnutrici¨®n e higiene personal y salud mental en absoluto descuido, seg¨²n encontr¨® un sondeo de su ONG.
La mortalidad entre las viudas es mucho m¨¢s alta que entre los viudos, seg¨²n descubri¨® por otra parte la especialista de Harvard. "Hay cosas que est¨¢n pasando. No es que las asesinen, pero s¨ª que hay mucha negligencia. En general, la salud de las mujeres no interesa, mucho menos si son viudas. Son la m¨¢s aguda expresi¨®n del abandono".
En Vrindavan tienen una subsistencia absolutamente precaria. Unas mendigan, otras cantan en los ashrams seis horas al d¨ªa a cambio de tres o cuatro rupias (unos cinco c¨¦ntimos de euro). Incluso, los administradores de la fundaci¨®n reconocen que esto no alcanza para nada. "Hoy s¨®lo he comido una taza de arroz que me regalaron, a veces, ni eso", cuenta Rani Mandal. Casi todo el dinero que gana con sus cantos lo gasta en el alquiler de un cuartucho que comparte con otras cuatro mujeres. Todo lo que hay dentro son unos sacos que utilizan para no estar directamente en el piso. "No hay electricidad, ni ba?o, ni agua corriente, pero prefiero dormir aqu¨ª porque en la calle hace mucho fr¨ªo", explica Rani.
A pesar de lo pat¨¦ticas que pueden ser las condiciones en Vrindavan, podr¨ªan no ser las peores, aseguran las especialistas. En India hay unos 33 millones de viudas, muchas de las cuales viven en aldeas donde sufren crueles abusos y marginaci¨®n. Al menos en Vrindavan existen ciertas redes de apoyo y ellas comparten su soledad. La mayor¨ªa de las mujeres no volver¨ªan a sus aldeas, asegura la profesora de Harvard. "No tengo otro lugar ad¨®nde ir", es la respuesta de varias de ellas cuando se les pregunta qu¨¦ hacen en la ciudad de Krishna. La gran mayor¨ªa llegan -o han sido tra¨ªdas por sus familiares- del Estado de Bengala Occidental. Esto sucede porque all¨ª existe un gran culto a Krishna y porque all¨ª s¨ª se les otorga el derecho de propiedad, as¨ª que los hijos prefieren mandar a su madre "a que se salve espiritualmente".
En la India que aspira a ser potencia mundial las cosas van cambiando, aseguran las expertas, pero a paso muy lento. Y este cambio se produce sobre todo en las ciudades, donde s¨ª pueden encontrarse excepciones de viudas trabajadoras y que incluso podr¨ªan volver a casarse, porque los estigmas est¨¢n un poco menos presentes que en las ¨¢reas rurales, donde habita la mayor parte de la poblaci¨®n.
Pero poco han cambiado, por ejemplo, las condiciones que nos presenta Deepha Mehta en su pel¨ªcula sobre este asunto, Water (Agua), ambientada en 1938 y que, de hecho, tuvo que ser filmada fuera de India por las amenazas de extremistas hinduistas. "Ahora hay menos viudas ni?as, pero la situaci¨®n de marginaci¨®n y abandono que sufren todav¨ªa es parecido", asegura Chen. Tambi¨¦n han disminuido las mafias de prostituci¨®n, aseguran las expertas, pero todav¨ªa podr¨ªan estar explotando a las mujeres m¨¢s j¨®venes.
Muchas aseguran que sus motivos para estar en Vrindavan son religiosos. "Mi vida est¨¢ vac¨ªa: no tengo ni para comer, pero estoy llena porque tengo a Krishna", en palabras de Sarosati Banarjee. Pero ¨¦ste resulta tambi¨¦n un buen pretexto de la sociedad para exculparse. "Las viudas vienen por su gusto a dedicar sus ¨²ltimos a?os de vida a alabar al dios. El sacrificio es la base de la femineidad india", asegura sin ning¨²n tipo de duda un trabajador social.
Pero no todos piensan as¨ª sobre ellas. "Hemos fallado como sociedad. Me da mucha rabia ver c¨®mo viven. Me siento culpable de que los indios permitamos que sucedan estas atrocidades. No son diez, ni vente, sino miles de mujeres viviendo en estas terribles condiciones", dice Dilip Mehta, director del po¨¦tico documental titulado The forgotten women (Las mujeres olvidadas) y hermano de Deepa Metha.
A excepci¨®n de unas pocas que mendigan en la v¨ªa principal de Vrindavan, frente al templo de los Hare Krishnas, la mayor¨ªa optan por ser invisibles durante las horas de m¨¢s ajetreo en las calles. Aunque representan casi una cuarta parte de la poblaci¨®n de la ciudad, no parecer¨ªan tantas: normalmente se esconden del resto del mundo en los patios interiores de los ashrams. La monoton¨ªa de los cantos s¨®lo se rompe all¨ª espor¨¢dicamente cuando en una esquina aparece alguien ofreciendo algo de ayuda o llega un doctor dispuesto a atenderlas.
S¨®lo hacia el final del d¨ªa, cuando los negocios cierran al anochecer y los dem¨¢s habitantes regresan a sus casas dejando las calles de nuevo en calma, vuelven a escucharse los bastones repicando en el suelo. Las viudas se pierden de nuevo entre las sombras y arrancan otra vez el triste desfile. Ahora caminan de vuelta a sus h¨²medos cuartuchos, o en busca de un rinc¨®n discreto para dormir en la calle.
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