Salvar a Guillermo Fari?as
La muerte de Orlando Zapata en Cuba ha dado lugar, en Espa?a, a una ins¨®lita pol¨¦mica. Ins¨®lita porque ha permitido corroborar que la revoluci¨®n castrista sigue contando con fieles dispuestos a sostener un mito que hace mucho yace por tierra. Pero ins¨®lita, adem¨¢s, porque ha exigido por momentos argumentar con el mismo ardor que en su d¨ªa reclamaron las revelaciones sobre los campos sovi¨¦ticos o los primeros s¨ªntomas del poder autoritario en Cuba. El caso Zapata se ha discutido como si, de pronto, hubiera resucitado el caso Padilla.
Existe, sin embargo, un matiz que hace innecesarios los tintes ¨¦picos con los que se ha revestido la actual pol¨¦mica, produciendo, al mismo tiempo que indignaci¨®n por la muerte de un preso, la misma verg¨¹enza ajena que se siente al contemplar un concurso de imitadores de Elvis: quienes hoy se?alan con toda raz¨®n la iniquidad de la dictadura cubana no est¨¢n defendiendo la heroica posici¨®n de una minor¨ªa, sino, por fortuna, la de la mayor¨ªa, y por tanto sus declaraciones sobre la muerte de Zapata no est¨¢n sacando al mundo de las tinieblas, sino recriminando las suyas a unos pocos que se empe?an en no ver pese a la claridad. Desde luego, no se trata de callar porque sean pocos, pero tampoco de convertirlos en portavoces de un sentimiento general para, de este modo, engrandecer la propia posici¨®n hasta presentarla como proeza moral. La proeza moral la realizaron en su d¨ªa quienes no se enfrentaron a la opini¨®n de unos pocos, sino a la de los m¨¢s, y recibieron por ello el estigma, no el aplauso.
No se puede contemplar pasivamente c¨®mo se deja morir a quien se levanta contra la tiran¨ªa
Los argumentos de los defensores del r¨¦gimen cubano tras la muerte de Zapata han repetido los de Ra¨²l Castro durante la visita a la isla de Lula da Silva, cuya comprensi¨®n hacia los carceleros ha colocado un injustificable borr¨®n en la frontera que separa a la izquierda institucional de la populista en Am¨¦rica Latina. En resumidas cuentas, se tratar¨ªa de insistir en que Zapata era un preso com¨²n para desvelar los turbios intereses que hay detr¨¢s de la protesta internacional, empe?ada en decir que era pol¨ªtico. Ni Castro ni los defensores del r¨¦gimen cubano que han adoptado estos argumentos parecen haber reparado en el monstruoso equ¨ªvoco que est¨¢n alimentando: contra los presos comunes, parecen decir, todo vale. Por otra parte, tanta insistencia en que Zapata era un preso com¨²n, ?no revela, en sentido contrario, la existencia de presos pol¨ªticos, sobre los que el r¨¦gimen cubano da la penosa impresi¨®n de estar ofreciendo garant¨ªas impl¨ªcitas de un trato correcto?
Desde la derecha, como suele ser costumbre, se han utilizado unas declaraciones minoritarias en defensa del r¨¦gimen cubano para seguir dando forma a la caricatura maniquea de la izquierda que desea tener como adversario, siempre dispuesta a afiliarse en las causas m¨¢s indefendibles. Es verdad que, en esta ocasi¨®n, el Gobierno le ha vuelto a poner f¨¢cil la confusi¨®n entre una parte de la izquierda y el todo, con la primera y cr¨ªptica reacci¨®n del presidente contra la muerte de Zapata en Ginebra y, despu¨¦s, con la perseverancia en la estrategia del llamado "di¨¢logo exigente" con Cuba, una expresi¨®n que, como las de la mejor escol¨¢stica, crea un sonoro concepto que no se corresponde con ninguna realidad. Pero convendr¨ªa no confundir: si el Gobierno se equivoc¨® primero y rectific¨® despu¨¦s no es porque sea un defensor vergonzante de la dictadura castrista, sino porque su pol¨ªtica exterior no es diferente de la mayor parte de las dem¨¢s.
Mientras en Espa?a se siguen librando en torno a Cuba viejas batallas morales que se decidieron hace ya tiempo, y que sentenciaron contra los carceleros de Zapata, no parece quedar tiempo ni ganas para prestar atenci¨®n a la que se est¨¢ desarrollando ante nuestros ojos: tras la muerte de Zapata, el opositor Guillermo Fari?as podr¨ªa correr la misma suerte. Si hay alg¨²n urgente conflicto moral que resolver es ¨¦ste, en el que no se puede negar el respaldo a quien se levanta contra una tiran¨ªa pero tampoco contemplar pasivamente c¨®mo se deja morir. Como todo conflicto moral, lo que se pone en juego son las convicciones ¨²ltimas. Habr¨¢ quien considere que la democracia en Cuba es una causa superior a la vida de Fari?as, y por tanto resolver¨¢ el conflicto por la v¨ªa de interpretarlo como un loable martirio. Pero habr¨¢ tambi¨¦n quien sostenga que nada hay por encima de la vida, y exigir¨¢ que se salve la vida de Fari?as y, tambi¨¦n, que se reclame libertad para Cuba. Obligados a tomar partido, este ¨²ltimo es el ¨²nico del que nunca habr¨¢ que avergonzarse.
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