El arte, las corridas y mi acorde¨®n
En China hab¨ªan pensado construir una plaza de toros en Huairou, cerca de Pek¨ªn, en un parque dedicado a Espa?a, pero acaban de renunciar a ello. Estaban previstas 16 corridas, que inclu¨ªan la muerte del toro, pero parece ser que, pens¨¢ndolo bien, los chinos han preferido gastar su dinero de manera m¨¢s inteligente y han decidido no autorizar las corridas en el conjunto de su territorio.
?Ser¨¢ por un exceso de sensibler¨ªa o porque los chinos no han llegado a ver el valor art¨ªstico de las corridas de toros? En cualquier caso, para el Comit¨¦ Radicalement Anti-Corrida Europe (CRAC), esta decisi¨®n china perjudica a poderosos intereses econ¨®micos que "al constatar un descenso nada despreciable de la afluencia a las plazas de toros -de un 30% en 2009- se han puesto en busca de nuevos mercados".
?Puede calificarse de arte el espect¨¢culo de la muerte en directo en las corridas de toros?
La lidia implica un sacrificio, es un ritual violento convertido en comercio
Es f¨¢cil encontrar en cada lengua unos cuantos miles, o m¨¢s, de definiciones de arte, y, sin embargo, el misterio persiste.
A pesar de todo, podr¨ªamos partir de una reflexi¨®n bien simple: el arte no es la realidad. Es la mirada posada sobre la realidad. El resultado, ya sea el cuadro, el escrito o la pieza musical, es la representaci¨®n de la realidad filtrada por la sensibilidad del artista.
La corrida es la realidad. Ese espect¨¢culo no es la representaci¨®n de la muerte, es la misma muerte. "Ahora bien, todos evitan esta cuesti¨®n cardinal: ?qu¨¦ significa disfrutar del espect¨¢culo de la muerte?", propone Michel Onfray. Los parisinos que se precipitaban a la Plaza de la Concordia para ver a los ahorcados, y m¨¢s adelante a los guillotinados, probablemente disfrutaban del espect¨¢culo sin que haya necesidad de hablar de arte trat¨¢ndose de ejecuciones.
La representaci¨®n de la muerte nos la encontramos en los cuadros donde se representa la corrida, los de Goya o los de Picasso, por ejemplo. Son el resultado de la mirada del artista, de una distancia, y por este hecho no plantean ning¨²n problema de tipo moral. Como tampoco lo hacen los millares de p¨¢ginas de excelentes autores que tratan sobre la tauromaquia. No implican el disfrute de la muerte, no suscitan ninguna participaci¨®n del espectador. No se participa en absoluto en el mismo orden de cosas cuando se lee un texto de un autor, o se contempla el cuadro de un maestro, que cuando se asiste a la muerte, que no puede ser m¨¢s real, de un animal. El arte opera un desplazamiento.
No se puede confundir la realidad -que se impone- con el discurso sobre la realidad -que es libre de interpretarse como se quiera-. "Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo sea gastronom¨ªa", escribe Manuel Vicent.
El ritual de esa muerte tampoco es indiferente, ya que en la secuencia de las diferentes fases de la corrida se pueden ver f¨¢cilmente escenas de penosa tortura, que implican una hemorragia considerable, y que destruyen poco a poco, desde la primera incisi¨®n, ¨®rganos vitales del animal. Las banderillas y otros hierros no son un juego de ni?os. Un espect¨¢culo, por tanto, que no solamente pone en juego la natural interrogaci¨®n del hombre sobre la muerte, sino que es un puro y simple espect¨¢culo de tortura y muerte.
El torero ha elegido poner su cuerpo en peligro al servicio de ese espect¨¢culo. Banal es decir que el toro no. "Se puede juzgar el coraz¨®n de un hombre por su trato a los animales", se?alaba Immanuel Kant.
Pero aqu¨ª el asunto no es la moral sino el de saber si se puede hablar de arte en relaci¨®n con la corrida. Se puede admirar la t¨¦cnica del hombre describiendo arabescos frente a la bestia poderosa, pero el paso a la acci¨®n ya no pertenece al terreno del arte. Se puede hablar o escribir sobre el crimen, exaltar la belleza de la muerte, pero matar es otra cosa. "El arte es una abstracci¨®n", escribi¨® Paul Gauguin.
Si no se trata de arte, se podr¨ªa hablar de la corrida como de un ritual que responde o que busca responder a la interrogaci¨®n del hombre sobre la muerte. El hombre, la mujer, se interrogan sobre la muerte desde el d¨ªa de su nacimiento. Incluso los ni?os descubren muy pronto su abismo.
Pero, ?puede decirse que la corrida responde a esa pregunta mediante el espect¨¢culo de la muerte del otro? ?Y m¨¢xime cuando esa muerte es la culminaci¨®n de verdaderas torturas por arma blanca, infligidas a sabiendas y casi cient¨ªficamente para prolongar el espect¨¢culo?
Podemos felicitarnos de que los grandes fil¨®sofos y escritores no hayan tenido necesidad de tanto para tratar el tema. "El arte recela siempre de las evocaciones de la condici¨®n mortal", escribe el pintor Mark Rothko. Pero no necesita del espect¨¢culo de la muerte para hacerse una idea de ello.
De hecho, la corrida se asemeja m¨¢s bien al sacrificio. Sacrificio de un animal siempre, de un hombre a veces. Como con los sacrificios antiguos, el p¨²blico de las plazas, los aficionados, forman una comunidad unida por ese ritual de violencia.
Pero mientras que los sacrificios a los dioses sol¨ªan hacerse a cambio de alguna protecci¨®n, la corrida es un comercio, un asunto econ¨®mico. Alrededor del espect¨¢culo, ganaderos, toreros y p¨²blico ponen en circulaci¨®n una cantidad muy importante de dinero, que alcanza incluso hasta la venta de carne. Y por esa raz¨®n es m¨¢s dif¨ªcil de desarraigar.
Y si se trata de hablar de moral, Milan Kundera puede servir de referencia: "El aut¨¦ntico test moral de la humanidad (el m¨¢s radical, el que se sit¨²a a un nivel tan profundo que escapa a nuestra mirada) son sus relaciones con aquellos que est¨¢n a su merced: los animales. Y es aqu¨ª donde se produce el fallo fundamental del hombre, tan fundamental que todos los dem¨¢s derivan de ese".
Como dir¨ªa Mark Twain: de mi acorde¨®n hablar¨¦ la pr¨®xima vez.
Nicole Muchnik es periodista y pintora. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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