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Entrevista:EN PORTADA / Entrevista

Ficci¨®n de la realidad

Esa tarde de Lisboa estaba escrita. Y no hubo manera de reescribirla. Termin¨® pasadas las cinco de la tarde con el mismo cielo p¨¢lido y el mismo tema que hab¨ªa empezado, aunque con una ligera variaci¨®n en la despedida de H¨¦ctor Abad Faciolince, autorretratado y resumido en las 17 palabras de su adi¨®s: "Soy un exiliado espa?ol. La pr¨®xima vez nos veremos en la frontera o all¨ª donde muri¨® Machado, en Collioure".

Lo dice saliendo de una inmensa nube de humo de casta?as asadas que envuelve la esquina de las r¨²as de Garrett con Ant¨®nio Maria Cardoso. El periodista y escritor colombiano est¨¢ vestido de negro y gris, potenciando su aspecto de profesor de f¨ªsica con gafas y pelo blanco acaracolado, aunque en este instante parece un cient¨ªfico loco con el cabello revuelto. Desde que public¨® hace cuatro a?os El olvido que seremos (Seix Barral), su nombre asciende lento en una espiral. Una novela-cr¨®nica en la cual reconstruye la impunidad sobre el asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, que deriva en una de las m¨¢s hermosas manifestaciones de amor de un hijo por su pap¨¢; al tiempo que desanda los caminos que recorri¨® su familia hasta ese momento, que los llev¨® a toparse con el cad¨¢ver del doctor H¨¦ctor Abad G¨®mez 99 d¨ªas antes de que cumpliera 66 a?os, en la calle de Argentina, de Medell¨ªn, donde el hijo encontr¨® en un bolsillo un poema premonitorio y desconocido de Jorge Luis Borges.

"El escritor tiene que tener una personalidad disociada. Los escritores podemos definirnos como detectores de mentiras"
"Cada vez me interesa m¨¢s la realidad y menos la ficci¨®n, pero cada vez me parece que todo es ficci¨®n"
M¨¢s informaci¨®n
La amistad y los libros
Autopsias paternas
Lea las primeras p¨¢ginas de 'Traiciones de la memoria'

Ahora, el nombre de H¨¦ctor Abad Faciolince (Medell¨ªn, 1958) estar¨¢ m¨¢s en boca de todos por sus dos nuevos libros: Traiciones de la memoria (Alfaguara) y El amanecer de un marido (Seix Barral). El primero re¨²ne tres relatos, del cual destaca el primero, donde la realidad parece predestinada a la ficci¨®n al rastrear policiaca y literariamente el origen y la autor¨ªa del poema que llevaba su padre el d¨ªa de su asesinato y que termina revelando la noticia de que cinco poemas de Borges considerados ap¨®crifos son aut¨¦nticos. "Una prueba de que si se investiga se puede llegar a la verdad". Mientras que en El amanecer de un marido sus cuentos se asoman en los vericuetos del desamor y el desencuentro. El pen¨²ltimo en elogiar al autor colombiano ha sido Mario Vargas Llosa en su art¨ªculo del 7 de febrero pasado publicado en EL PA?S y reproducido en medios de medio mundo.

La de H¨¦ctor Abad es una vida personal, period¨ªstica y literaria de apurados trazos dram¨¢ticos y borgeanos donde la realidad parece ficci¨®n y la ficci¨®n suplanta a la realidad. Un territorio fronterizo cuyas claves revelar¨¢ m¨¢s tarde: "Cada vez me interesa m¨¢s la realidad y menos la ficci¨®n, pero cada vez me parece m¨¢s que todo, todo, es ficci¨®n". Una idea de la que no escapa la identidad, "es una ficci¨®n, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero". Lo dice un hombre que considera que "el escritor tiene que tener una personalidad disociada, ser capaz de salirse de s¨ª mismo". Y as¨ª transcurrir¨¢ una tarde sobre b¨²squedas de la verdad, de falsificaciones, de azares, de determinismos, de ex futuros, de bifurcaciones y con, como si estuviera escrito, un fot¨®grafo de apellido Soc¨ªas, que lo retratar¨¢.

Tres horas antes de aquella despedida entre la nube de humo olorosa a casta?as asadas, Abad Faciolince empieza a recapitular su vida en el suave y coqueto, e incluso embaucador, acento paisa, propio de su monta?oso departamento de Antioquia. La cita es en Lisboa aprovechando que ¨¦l participa en unas jornadas literarias, pero, sobre todo, porque cumple su palabra de no volver a Espa?a. Una promesa que hizo en 2001 cuando firm¨® una carta muy sonada de escritores y artistas colombianos en protesta por la exigencia de visado a sus compatriotas para entrar en este pa¨ªs. De ah¨ª su despedida de: "Soy un exiliado espa?ol".

Dos semanas antes de aquel martes 2 de marzo pasado, ¨¦l ya hab¨ªa dicho que quer¨ªa tener la entrevista en alguno de los caf¨¦s que frecuentaba Fernando Pessoa. Pero ahora, de repente, est¨¢ sentado al lado de un ventanal del restaurante Tapas Bar & Esplanada donde ve c¨®mo se descuelga Lisboa hasta la mansa y ancha desembocadura del r¨ªo Tajo en el Atl¨¢ntico. El fot¨®grafo le propone alterar los planes y cruzar en ferry el r¨ªo e ir hasta la otra orilla para tomarle fotos con la ciudad al fondo. El escritor duda un pesta?eo, pero accede cordial. Al final caer¨¢ un aguacero y la entrevista continuar¨¢ en A Brasileira, uno de los caf¨¦s preferidos del poeta portugu¨¦s.

Una vez dentro, el rumor de la lluvia es reemplazado por el del rugido de la m¨¢quina de caf¨¦ y el barullo de la gente. Es una especie de zagu¨¢n muy ancho y largo con la barra a la derecha y las mesas a la izquierda junto a una pared cubierta de espejos. Al fondo, en el rinc¨®n, hay una mesa disponible. H¨¦ctor Abad se sienta y todo el bar queda delante de ¨¦l y a su espalda, tambi¨¦n, gracias a los espejos. En la l¨ªnea entre la realidad y su reflejo.

Pide un oporto. Saca del bolsillo de la chaqueta un cuaderno de cubiertas negras y hojas amarillas y un bol¨ªgrafo. La grabadora se enciende. La mira, y confiesa entre risas y casi disculp¨¢ndose: "No soy capaz de pensar hablando. Por eso tengo este cuaderno para contestarte por escrito. Porque con otras entrevistas cuando las le¨ªa me ve¨ªa muy mal, me parec¨ªa que yo no hab¨ªa dicho lo que me pon¨ªan a decir, aunque no pod¨ªa demostrarlo. Entonces opt¨¦ por nunca m¨¢s leerlas para no enfadarme".

Tras este pr¨®logo improvisado sobre su experimento, piensa un segundo una pregunta sobre si acaso lo que acaba de decir no es m¨¢s que su alto grado de autoconciencia sobre lo que quiere proyectar. Levanta la mirada que parece irse hasta la entrada del caf¨¦, agacha la cabeza y empieza a escribir muy juicioso en su cuaderno con su bol¨ªgrafo azul.

El silencio del rinc¨®n lo rellena el rumor de las siete mesas del caf¨¦ y la larga barra, esparcido por el tintineo de las cucharillas que remueven los vasos. Unos minutos despu¨¦s empieza a leer como en el colegio: "Cuando yo hablo me distraigo mucho. Me distrae la cara de la otra persona, la mirada. Hay demasiadas variables que tengo que controlar: mi voz, lo que pasa a mi alrededor, mientras que cuando escribo por encanto el mundo desaparece y lo ¨²nico que hay es tres dedos apretando un bol¨ªgrafo que escribe sobre un papel, o una pantalla del computador. Porque en los cuadernos tomo nota, pero siempre he pensado, y las personas que me conocen lo saben, que tengo una personalidad por escrito y una personalidad hablada; y hablado tiendo a ser muy condescendiente, a darle la raz¨®n a la otra persona".

Al terminar la frase bromea sorprendido al descubrir que es la primera vez que ve a dos personas hablando a la vez que escriben. Luego aclara que la costumbre de dar la raz¨®n al otro est¨¢ enraizada en su educaci¨®n. "Fuimos educados en el Manual de urbanidad y buenas costumbres de Carre?o. Y ah¨ª dice que contradecir es parte de mala educaci¨®n. Aunque eso hace que uno se vuelva un interlocutor idiota porque siempre le da la raz¨®n al otro". Entonces improvisa: "?Que por qu¨¦ no lo remedio? Me viene lo m¨¢s ancestral, que es ser una persona cordial. Nosotros los latinoamericanos estamos llenos de cortes¨ªa, siempre envolvemos el pensamiento en buenas maneras".

Afuera la gente sigue guareci¨¦ndose de la lluvia en los marcos de las dos puertas del A Brasileira. Ante las teor¨ªas antropol¨®gicas y sociol¨®gicas de que buena parte de esa cortes¨ªa hispanoamericana se debe a los rezagos del servilismo de la Conquista, la Colonia y la Independencia, H¨¦ctor Abad est¨¢ de acuerdo. Aprovecha para recordar que ¨¦l creci¨® en el voseo, en el "vos" como tratamiento entre iguales. Una caracter¨ªstica de su tierra y de otras regiones como el R¨ªo de la Plata, Chile o Costa Rica. "No sabemos d¨®nde est¨¢ el l¨ªmite entre la cortes¨ªa y el servilismo. Pero yo no soy servil. No me gusta ni mandar ni obedecer, pero s¨ª tenemos muy inculcadas normas de cortes¨ªa demasiado r¨ªgidas que son probablemente las que hacen que para m¨ª sea dif¨ªcil comunicarme verbalmente. Y eso tiene que ver tambi¨¦n con un problema audiopersonal, y es que viv¨ª rodeado de mujeres que hablaban mucho mejor. Ellas siempre hablan mejor que los hombres. M¨¢s r¨¢pido, con m¨¢s gracia, son m¨¢s ocurrentes".

Parece escucharse, entonces, el barullo de diez mujeres de todas las edades que van y vienen por esa casa de la infancia de Antioquia donde un ni?o se siente arrullado y apabullado por sus voces. Pero gracias a eso el ni?o habr¨¢ de refugiarse en la lectura y la escritura. Por eso le encanta cuando su padre lo lleva a la universidad. El doctor se va a dar clases y el ni?o, que a¨²n no va a la escuela, se queda en su despacho, sentado en una silla enorme frente a una m¨¢quina de escribir enorme, colocando hojas en blanco en el rodillo que aprende a girar r¨¢pido, ?Rrrrrrrrm! Luego empieza a jugar con las teclas, sacando con sus peque?os dedos ¨ªndices sonidos como en un piano de letras. Tac, tic, toc, tac, tac, toc... Una hoja llena de letras. ?Rrrrrrrrm! La saca y pone otra. Cuando el padre vuelve de clase el ni?o se las ense?a y recibe una gran felicitaci¨®n.

De all¨ª proceder¨¢ este experimento de contestar esta entrevista con su pu?o y letra y luego leer la respuesta. "Cuando escribo pienso mejor, no oigo mi voz, no vigilo mi voz, es la voz de otro, una voz no interior sino exterior que me dicta aunque no sea el Esp¨ªritu Santo, pero s¨ª creo que mi mano se comunica mucho mejor con mi cerebro que mi lengua. La escritura tambi¨¦n tiene su ritmo y se parece m¨¢s a mi pensamiento. Sabes, siempre he fingido que s¨¦ hablar", y su burla bordea la carcajada. Hasta que confiesa: "Yo pienso muy despacio". As¨ª es que se llega al acuerdo de que algunas preguntas tendr¨¢n una respuesta m¨¢s amplia o matizada a trav¨¦s del correo electr¨®nico para poder avanzar en la conversaci¨®n.

Vuelve a escribir. En silencio y sin tachaduras. Con la mano derecha, mientras la izquierda la pone extendida cuidadosamente sobre el pupitre, sobre la mesa.

Acaba. Inclina un poco el cuaderno y lee: "El escritor tiene que tener una personalidad disociada, algo esquizofr¨¦nica. Tiene que ser capaz de salirse de s¨ª mismo, de ponerse en el lugar de la otra persona. Siempre, cuando un periodista me pregunta algo, yo soy el periodista, no estoy pensando en su pregunta sino en lo que hay detr¨¢s de esa pregunta. Los escritores podemos definirnos as¨ª: somos detectores de mentiras, detectores biol¨®gicos de mentiras. Cuando t¨² me preguntas esto, yo pienso ?qu¨¦ es lo que me est¨¢ preguntando realmente? Entonces me desconcentro y no s¨¦ qu¨¦ contestar y digo: usted tiene raz¨®n, es una manera de ganar tiempo".

Tiempo. En may¨²scula. ?sa es una de las presencias latentes en sus libros. Sobre todo en las tres cr¨®nicas o relatos de Traiciones de la memoria. Recuerdo, olvido, memoria, vida, vidas disociadas, sue?os, futuro, pasado, reinvenci¨®n; todo bajo el amparo del Tiempo. Como si apareciera el r¨ªo de Her¨¢clito citado a su vez por Borges. El ¨²ltimo de los textos es una pieza sobre los ex futuros. "Es una idea muy bonita de don Miguel de Unamuno. Los ex futuros son esos yoes que se quedaron en la vera del camino de la vida, lo que nunca llegaron a ser, lo que pudieron haber llegado a ser. Todo el mundo tiene despojos de yoes que se van quedando ante una encrucijada...".

Rrriiinnnggg... rrriiinnnggg...

Ante la sorpresa del m¨®vil, ¨¦l coge la grabadora con la mano derecha para acerc¨¢rsela a la cara mientras dice: "Tranquilo, yo le voy contestando a la m¨¢quina. Cuando uno llega a una encrucijada, a una disyuntiva y toma por un lado de la ye (Y), pues en Colombia decimos una ye, sea la parte izquierda o derecha eso hace que la vida se aleje del tronco; tome por un camino muy distinto. Todos tenemos de alguna manera una cierta nostalgia por el camino que no tomamos, una cierta curiosidad por saber qu¨¦ hubi¨¦ramos llegado a ser si nos hubi¨¦ramos ido por otro lado. Eso es de lo que trata el tercer relato de ese libro. Indago en eso que Unamuno dej¨® esbozado. Como te das cuenta, a m¨ª me gusta m¨¢s hablar solo o con una m¨¢quina o con un papel que con alguien", y sus palabras terminan entre risas que eclipsan el rugido de la m¨¢quina de A Brasileira.

Un tema perfecto en un caf¨¦ de Pessoa, porque ¨¦l cre¨® yoes absolutos con sus heter¨®nimos, a los que hizo incluso hor¨®scopos y dot¨® de una personalidad definida. "Una vez le¨ª esto: 'Los cuatro poetas portugueses del siglo XX son Fernando Pessoa'. Es verdad, y se llaman Ricardo Reis, ?lvaro de Campos, Alberto Caeiro y Fernando Pessoa".

Es el paso a la procesi¨®n de ex futuros de H¨¦ctor Abad Faciolince. "Pienso en ellos permanentemente. La vida de cada uno est¨¢ colgada de un hilito. La mayor¨ªa de mis ex futuros son muertos. Yo vivo en un mundo de pesadilla donde mis hijos se viven muriendo. Y yo s¨¦ que el hecho de que un hijo m¨ªo sufra una cat¨¢strofe transformar¨ªa mi cerebro en una mente loca y desesperada y destrozada".

Echa un vistazo atr¨¢s en su vida y ve que varios de sus ex futuros quedaron en la Italia de comienzos de los noventa. Lo esboza ahora, pero dos semanas despu¨¦s lo precisar¨¢ por Internet fundiendo este tiempo presente con el futuro: "Hubo un momento en que yo quise dejar de ser colombiano y volverme italiano. Dej¨¦ incluso de hablar en espa?ol. La nacionalidad tambi¨¦n es una ficci¨®n, un disfraz: algo que uno se pone, como la ropa. Tal vez la ¨²nica nacionalidad aut¨¦ntica es la lengua, como pensaba Canetti: uno es lo que habla. Y yo hablo una variedad del castellano que es el antioque?o: una especie de espa?ol antiguo que se habla en las monta?as centrales y aisladas de Colombia. Pero no soy un nacionalista; en realidad no soy nada, o no s¨¦ qu¨¦ soy. Uno tiene que inventarse cada a?o lo que quiere ser. La identidad -esa palabra tan antip¨¢tica- tambi¨¦n es una ficci¨®n, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero".

Pide otro oporto en medio de tintineos y el ruido de la m¨¢quina registradora por alguien que ha pedido la cuenta. Le llama la atenci¨®n que la entrevista haya derivado en el tema del relato de los ex futuros, "el que a menos personas le ha interesado". Pero cuya idea del tiempo y el espacio, y concepciones de realidad y ficci¨®n, se entrecruzan en las tres piezas de Traiciones de la memoria. Incluso la ¨²ltima frase del tercer relato conecta y complementa al segundo al desmontar de un plumazo la realidad contada hasta ese instante difuminando lo real con lo ficticio y lo imaginado. Mientras el primero es una gran cr¨®nica period¨ªstica y literaria que se convierte en s¨ª misma en un cuento policiaco donde el hijo quiere saber por qu¨¦ su padre llevaba el d¨ªa de su asesinato un poema de Borges que empieza diciendo: "Ya somos el olvido que seremos", y que todos cre¨ªan ap¨®crifo, pero que tras un largo periplo geogr¨¢fico y filol¨®gico encuentra su paternidad y lo confirma como aut¨¦ntico junto a otros cuatro en una historia sembrada de pistas, azares y persistencia y que al final parece m¨¢s un farol del determinismo. El libro alterna muchas im¨¢genes de las pruebas y pistas que Abad Faciolince va encontrando y que invitan a diversificar la lectura, sobre todo porque en Colombia hubo un gran debate sobre la autor¨ªa del poema de Borges, puesto como epitafio en la tumba del doctor H¨¦ctor Abad G¨®mez.

La pesquisa sirve para que el hijo plante cara a la justicia colombiana ante la impunidad del asesinato, al encontrar una verdad literaria.

El fot¨®grafo se acerca a la mesa. Es se?al de que fuera ha escampado. El escritor se levanta de la silla y a medida que avanza hacia la puerta su imagen se aleja en el espejo a su espalda. Sale con Jordi Soc¨ªas a la calle y hace todo lo que ¨¦l le dice para las fotos. Pasan delante de la estatua de Pessoa, suben por la r¨²a de Garrett y cruzan la Ant¨®nio Maria Cardoso, en cuya esquina acaba de instalarse un puesto de casta?as delante de un edificio donde el fot¨®grafo quiere hacerle unas pruebas. A los pocos minutos vuelven a bajar por la r¨²a de Garrett y el pelo acaracolado del escritor est¨¢ m¨¢s alborotado que nunca al haberle cabestreado a Soc¨ªas sus peticiones, cuyas im¨¢genes al final han ilustrado esta entrevista.

Su aspecto de cient¨ªfico loco es el de un buen momento. Ya era hora. Tras una adolescencia donde el dolor y la muerte se hizo presente con una hermana y empez¨® sin terminar varias carreras como medicina, filosof¨ªa y periodismo. Luego, en la universidad, un art¨ªculo contra el Papa hizo que lo expulsaran, y que al final terminara, precisamente, en Italia, donde se gradu¨® en Literaturas Modernas. Al regresar a Colombia en 1987, en agosto los paramilitares asesinaron a su padre, y el d¨ªa de Navidad estaba volando de nuevo a Italia por amenazas. Despu¨¦s llegar¨ªan su esposa e hijos, y un periodo de incertidumbre y penurias (narrado en parte en el segundo relato). A comienzos de los noventa empez¨® a escribir una columna dominical el diario bogotano El Espectador, y public¨® algunos libros hasta que en 2000 gan¨® en Espa?a, con Basura, el I Premio Casa Am¨¦rica de Narrativa Innovadora. Un a?o despu¨¦s firmar¨ªa aquella carta de protesta por la exigencia de visado a los colombianos con la promesa de no volver hasta que eso cambie. En 2006, casi 20 a?os despu¨¦s del asesinato de su padre, se sinti¨® con fuerzas para escribir sobre aquello, lo que le ha valido el reconocimiento de p¨²blico y cr¨ªtica. Ahora es miembro del consejo editorial de El Espectador, con una columna de opini¨®n muy le¨ªda.

De vuelta en A Brasileira, la conversaci¨®n va hacia su vida entre la realidad real del periodismo y la ficci¨®n literaria. Es la pen¨²ltima pregunta. Se entusiasma e improvisa, pero luego la matizar¨¢ en un correo electr¨®nico: "Yo creo que vivo siempre en la realidad; y al mismo tiempo, como lo que percibe y filtra la realidad es mi cerebro, creo que vivo siempre en la ficci¨®n. Nunca s¨¦ muy bien si algo que viv¨ª lo viv¨ª realmente o si mi cerebro se est¨¢ inventando un recuerdo. Cuando uno se da cuenta de las deformaciones que hace permanentemente la memoria, cuando uno ve los sesgos con que la ideolog¨ªa nos hace percibir la realidad, a veces me da la impresi¨®n de que todos vivimos en un mundo ficticio. La ideolog¨ªa es como una lente de color rosa o de color negro y todo depende del cristal con que se mire. Dos periodistas asisten a una misma batalla y parece que nos hablaran de dos batallas distintas cuando la cuentan: un periodista cubano y un periodista espa?ol nos hablan de una huelga de hambre en La Habana, y parece que hablaran de dos cosas distintas. Yo como escritor trato de ponerme dentro de la cabeza del hombre que hace la huelga de hambre, y aparece otra historia m¨¢s, diferente. ?Cu¨¢l de las tres es la historia real? Y si la historia es contada por el mismo protagonista, y ¨¦l se ve a s¨ª mismo como un m¨¢rtir o un h¨¦roe, tambi¨¦n hace de su misma huelga una leyenda. Cada vez me interesa m¨¢s la realidad y menos la ficci¨®n, pero cada vez me parece m¨¢s que todo, todo, es ficci¨®n".

La m¨¢quina registradora suena ahora por la mesa del rinc¨®n. Un par de minutos despu¨¦s, el barullo y el olor a caf¨¦ de A Brasileira quedan atr¨¢s y son reemplazados por el ruido de la calle y el olor a casta?as asadas. Ya en la esquina de la humareda, antes del adi¨®s, el escritor colombiano le pregunta al fot¨®grafo si su apellido es con ese o con ce: "Con ce", responde. "Ya, pero viene de sosias, es decir, de algo doble o que se parece mucho, est¨¢ en el Anfitri¨®n, de Plauto, cuando Mercurio se hace pasar por Sosias el criado del general Anfitri¨®n". Son casi las cinco y media, y la tarde va a terminar como empez¨®, el mismo cielo p¨¢lido y el mismo tema de tres horas antes cuando H¨¦ctor Abad Faciolince se despida, saliendo del humo oloroso a recuerdos, contestando la ¨²ltima pregunta: ?Cu¨¢ndo vuelve a Espa?a? Y se autorretratar¨¢ y resumir¨¢ en 17 palabras: "Soy un exiliado espa?ol. La pr¨®xima vez nos veremos en la frontera o all¨ª donde muri¨® Machado, en Collioure...", para perderse andando por la r¨²a de Garrett arriba en busca de una de sus pasiones, librer¨ªas de viejo.

Traiciones de la memoria. H¨¦ctor Abad Faciolince. Alfaguara. Madrid, 2010. 272 p¨¢ginas. 19,50 euros. El amanecer de un marido. H¨¦ctor Abad Faciolince. Seix Barral. Barcelona, 2010. 232 p¨¢ginas. 18 euros.

El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica <i>Traiciones de la memoria</i> y <i>El amanecer de un marido, </i><b>durante su visita a Lisboa este mes.</b>
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica Traiciones de la memoria y El amanecer de un marido, durante su visita a Lisboa este mes.JORDI SOC?AS
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica <i>Traiciones de la memoria</i> y <i>El amanecer de un marido, </i><b>durante su visita a Lisboa este mes.</b>
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica Traiciones de la memoria y El amanecer de un marido, durante su visita a Lisboa este mes.JORDI SOC?AS
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica <i>Traiciones de la memoria</i> y <i>El amanecer de un marido, </i><b>durante su visita a Lisboa este mes.</b>
El escritor H¨¦ctor Abad Faciolince, que publica Traiciones de la memoria y El amanecer de un marido, durante su visita a Lisboa este mes.JORDI SOC?AS

Aqu¨ª. Hoy

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora

y que fue el rojo Ad¨¢n y que es ahora

todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas

del principio y el t¨¦rmino. La caja,

la obscena corrupci¨®n y la mortaja,

los ritos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra

al m¨¢gico sonido de su nombre.

Jorge Luis Borges

"Vivimos en una lucha desigual contra la mentira"

Colombia, violencia, verdad, Uribe, impunidad, verdad, justicia, dolor, amor. Colombia. Son temas que salpican la entrevista con H¨¦ctor Abad Faciolince y cuya respuesta definitiva llega a trav¨¦s del ciberespacio.

PREGUNTA. La investigaci¨®n del origen del poema es una forma de plantar cara a la justicia colombiana y su impunidad ante el asesinato de su padre. Si ellos no fueron capaces de investigar, usted, desde la creaci¨®n, s¨ª hall¨® una verdad a pesar de los miles de obst¨¢culos narrados en

Traiciones de la memoria.

RESPUESTA. Los seres humanos vivimos en una lucha desigual contra la mentira, la ignorancia, la irrealidad. Los cient¨ªficos tratan de arrebatarle terreno a la oscuridad; los poetas tratan de entender; los detectives tratan de hallar indicios para saber qui¨¦n mat¨® o con qui¨¦n puso cuernos la esposa o el marido. La justicia deber¨ªa hallar y castigar a los asesinos. Los fil¨®logos intentan saber qui¨¦n fue el autor del Lazarillo de Tormes. Puede que en ¨²ltimas no importe saber qui¨¦n es el asesino o el cornudo, ni qui¨¦n es el autor de una novela o de un poema, o si una vacuna contra el sida sirve o no... Yo participo de ese prejuicio humano muy difundido: las ganas de averiguar y de saber: quiero saber con qui¨¦n me traicion¨® mi mujer; quiero saber qui¨¦n dio la orden para matar a mi padre; quiero saber si el que escribi¨® un soneto fue Borges o no. Si la justicia colombiana fue incapaz de encontrar y castigar a los asesinos, al menos yo creo haber hecho bien mi pesquisa filol¨®gica: yo s¨ª s¨¦ qui¨¦n escribi¨® ese poema que parec¨ªa an¨®nimo, o ap¨®crifo, o inventado, o par¨®dico. Creo haber demostrado su autenticidad. Puede que no sea importante, pero a los humanos, en general, esas cosas nos importan.

P. ?Hacia d¨®nde cree que va Colombia?

R. Hay algo fabuloso y al fin nuevo: no vamos hacia otro gobierno de ?lvaro Uribe. Hace ocho a?os vivimos como hipnotizados por su mismo discurso, que es otra ficci¨®n: un esp¨ªritu de guerra y de cruzada, en un pa¨ªs asediado por los malos, por los b¨¢rbaros, por los guerrilleros. En realidad, las FARC est¨¢n tan aisladas y desprestigiadas como ETA, pero Uribe nos meti¨® en la ficci¨®n de que est¨¢n a punto de conquistarnos, que son un drag¨®n cuya cabeza tenemos que cortar. Los caudillos necesitan siempre, para poder gastarse una buena tajada del presupuesto en armas, inventar la ficci¨®n de un drag¨®n que escupe fuego. Y los ciudadanos nos tragamos esa ficci¨®n como si fuera realidad. Si uno habla de cosas normales, como escuelas, agua potable, carreteras, nada parece serio ni real. Lo ¨²nico serio y real es el drag¨®n.

P. El amor y el desamor son temas que ha abordado en anteriores novelas, como

Fragmentos de amor furtivo, y ahora en El amanecer de un marido.

R. El tema ineludible de las novelas del siglo XIX y principios del siglo XX fue el adulterio. El adulterio era la amenaza m¨¢s grave a una instituci¨®n s¨®lida y en ese momento ineludible, el matrimonio. Ese gran tema del mundo de ayer no puede ser abordado de la misma manera en el mundo de hoy porque el matrimonio es una instituci¨®n mucho m¨¢s precaria e inestable. En el transcurso de una vida, lo m¨¢s frecuente ahora es que no tengamos una relaci¨®n, o un solo matrimonio, sino varios. Lo nuevo es la complejidad de los sentimientos cuando, por las libertades contempor¨¢neas, obedecemos con m¨¢s facilidad al deseo de cambiar. Esto crea nuevas tensiones, nuevos dolores, amaneceres tr¨¢gicos. ?sta es la temperatura tem¨¢tica de los distintos cuentos de El amanecer de un marido. Un hombre o una mujer descubren un d¨ªa, al acostarse o al levantarse, que ya no desean o que ya no aman a la persona con la que durmieron o con la que van a dormir. Sentir eso no es f¨¢cil; y sentir que el otro siente eso es incluso menos f¨¢cil.

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