Un elogio de la socialdemocracia
Tony Judt probablemente no volver¨¢ a tomar nunca un tren pero escribe apasionadamente sobre ellos. Para ser exactos, no escribe, dicta. Tony Judt, que ha escrito algunos de los mejores libros de historia y de pensamiento pol¨ªtico de los ¨²ltimos a?os, padece la enfermedad de Lou Gehring, que va degradando poco a poco su sistema nervioso, y aunque todav¨ªa puede hablar y mantiene intactas sus facultades intelectuales s¨®lo mueve d¨¦bilmente los dedos de una mano. Dentro de poco tambi¨¦n habr¨¢ perdido esa capacidad. En una confesi¨®n que apareci¨® primero en la New York Review of Books y tradujo este peri¨®dico Tony Judt cuenta el proceso gradual de su enfermedad y la sensaci¨®n de haberse convertido en una conciencia l¨²cida e insomne aprisionada en un cuerpo inerte. Pero en lugar de rendirse a la fatalidad se ha vuelto m¨¢s ansioso de aprovechar el tiempo que le queda. Contin¨²a dictando episodios fragmentarios de unas memorias que tienen un tono de impudor confesional matizado por la iron¨ªa, y acaba de publicar un libro que es un valeroso manifiesto: una declaraci¨®n de principios progresistas, una vindicaci¨®n de la legitimidad de lo p¨²blico y de lo universal como valores de la izquierda en una ¨¦poca en la que s¨®lo lo privado y lo particular parece respetable, o peor a¨²n, eficiente y moderno. Tony Judt defiende lo que hasta hace nada se hab¨ªa vuelto indefendible: los espacios p¨²blicos, los servicios p¨²blicos, las causas comunes, todo lo que los expertos en econom¨ªa de la derecha y los expertos en identidades irreductibles de la presunta izquierda llevan proscribiendo m¨¢s de treinta a?os.
A Tony Judt, que no volver¨¢ a disfrutar de ellos, los trenes le parecen el s¨ªmbolo m¨¢s hermoso de lo que s¨®lo puede existir gracias al esfuerzo de todos y est¨¢ al servicio de cada uno; la clase de servicio que s¨®lo puede ofrecer el Estado, y que cuando se privatiza cae en la ruina y en la ineficacia; lo que se ha mantenido prometedor y moderno durante casi dos siglos, gracias a la acumulaci¨®n de esfuerzo y experiencia de generaciones sucesivas. Qui¨¦n no ha disfrutado y disfruta todav¨ªa el romanticismo urgente de las grandes estaciones de ferrocarril, las que albergaron las locomotoras de vapor que incitaban la imaginaci¨®n visual de Turner y Monet y ahora acogen los trenes de alta velocidad. Qui¨¦n, en Europa, en Am¨¦rica del Norte, no ha visto mejorada su vida gracias a ese otro empe?o colectivo que s¨®lo una armadura p¨²blica puede sostener, el Estado de Bienestar.
El libro se titula Ill Fares the Land y tiene poco m¨¢s de doscientas p¨¢ginas. Es el arrebato de un hombre al que no le queda mucho tiempo. Tony Judt, historiador de la Europa que surgi¨® de las ruinas de 1945 y dur¨® dividida hasta 1989, examina el panorama del mundo despu¨¦s de casi treinta a?os de desprestigio de lo p¨²blico y obscena rendici¨®n a los poderes del dinero. Desde los tiempos del New Deal en Estados Unidos y de la llegada al Gobierno de las socialdemocracias europeas, y en especial despu¨¦s de 1945, las m¨¢s graves diferencias sociales hab¨ªan empezado a mitigarse, y el control del Estado hizo imposible que se repitiera una cat¨¢strofe como la de 1929. Si uno deja a un lado los vapores de las ideolog¨ªas, se impone una constataci¨®n pr¨¢ctica: "En muchos aspectos, el consenso socialdem¨®crata significa el progreso m¨¢s grande que se ha visto hasta ahora en la Historia. Nunca antes tuvo tanta gente tantas oportunidades en la vida".
Todos, sin excepci¨®n, en Europa y en Estados Unidos, somos beneficiarios en alg¨²n grado de la revoluci¨®n socialdem¨®crata, que supo favorecer la igualdad y la justicia fortaleciendo y no s¨®lo conservando las libertades individuales: cuando vamos al m¨¦dico, cuando asistimos a la escuela o mandamos a nuestros hijos a la universidad, cuando tomamos el tren o el metro, incluso cuando conducimos nuestro coche privado por una autopista que no habr¨ªa podido construirse sin enormes inversiones p¨²blicas. Y sin embargo, desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el descr¨¦dito de lo p¨²blico se ha extendido como una gangrena, en la derecha y tambi¨¦n en la izquierda, que cuando llega al poder muchas veces adopta un lenguaje entre tecnocr¨¢tico y c¨ªnico. Lo p¨²blico es ineficiente. Cualquier servicio lo puede prestar mucho mejor una empresa privada, que se rige por la racionalidad del beneficio y no por la rutina o la corrupci¨®n de la burocracia. Hay una manera de que las profec¨ªas se cumplan: a los servicios p¨²blicos se les quitan los medios y se descuida su gesti¨®n y as¨ª se demuestra que no funcionan y que necesitan ser privatizados. Y para atraer inversores se les tienta con subsidios, con precios tan bajos que son un saqueo de lo que pertenece a todos, y que contribuyen directamente al beneficio de los accionistas. Tony Judt, brit¨¢nico de origen, cuenta con ira el expolio de los ferrocarriles de su pa¨ªs, vendidos de saldo a compa?¨ªas que los han hecho mucho peores y adem¨¢s los han arruinado, de modo que el Estado ha tenido que intervenir para rescatarlos.
Los expertos en econom¨ªa aseguraban que una vez desmontados los controles p¨²blicos sobre el mercado, la riqueza se multiplicar¨ªa ilimitadamente en beneficio de todos. Cuanto m¨¢s ricos fueran los ricos y m¨¢s de ellos hubiera la catarata de su prosperidad contribuir¨ªa al bienestar de los pobres mucho m¨¢s eficazmente que las toscas pol¨ªticas sociales de los gobiernos. Tony Judt aporta algunos datos: en 1968, el director ejecutivo de General Motors ganaba sesenta y seis veces m¨¢s que la media de sus empleados. En 2005 la diferencia de ingresos entre un empleado medio de WalMart y su m¨¢ximo directivo estaba en una escala de uno a novecientos. Y la familia propietaria de WalMart posee una fortuna estimada en 90.000 millones de d¨®lares, que equivale a los ingresos conjuntos del 40% m¨¢s pobre de la poblaci¨®n americana: 120 millones de personas.
Mientras esto suced¨ªa, la izquierda ha estado entretenida en otras cosas, sobre todo en defender causas singulares que en muchos casos eran justas, pero que descuidaban lo m¨¢s valioso del patrimonio del pasado, el impulso de un proyecto universal de justicia. Las diferencias identitarias se volvieron m¨¢s importantes que las diferencias de clase. El narcisismo individualista de los a?os sesenta se ali¨® f¨¢cilmente con los halagos comerciales para imposibilitar cualquier empe?o de rebeld¨ªa pol¨ªtica colectiva. En nombre de diversidades reales o inventadas, justas o caprichosas, la izquierda se ha condenado a s¨ª misma a la par¨¢lisis justo en una ¨¦poca en la que hace m¨¢s falta que nunca restablecer la fortaleza de lo p¨²blico, que es la ¨²nica defensa de la inmensa mayor¨ªa contra los abusos de los saqueadores y de los corruptos. Los que llevaban treinta a?os denostando al Estado han tenido que recurrir a ¨¦l para que los salve de la ruina que ellos mismos provocaron con su codicia. Deber¨ªamos estar mucho m¨¢s furiosos, dice valerosamente Tony Judt desde su cama de inv¨¢lido; y deber¨ªamos reunir de una vez nuestras causas diversas en una gram¨¢tica com¨²n de la emancipaci¨®n.
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