"Aquel b¨²falo nos puso en un grave aprieto"
"Nos salv¨® la vida un perrito: fue ¨¦l el que encontr¨® primero entre la espesura al b¨²falo herido y nos avis¨®. El otro cliente dispar¨® a mi lado y casi me vuela la cabeza, luego sali¨® corriendo. El white hunter [el cazador profesional] y yo disparamos a la vez. Los dos alcanzamos al b¨²falo en plena carga. No lo matamos pero se qued¨® parado. Yo me hab¨ªa quedado sin munici¨®n, as¨ª que el white hunter extrajo un rev¨®lver, un 38 especial, y me lo dio. Le tir¨¦ tipo puntilla y lo mat¨¦. Aquel b¨²falo nos puso en un grave aprieto en el monte Kenia". Eduardo Garrigues no ha dejado de poner aceite sobre sus tostaditas, pero uno se ha quedado con la taza de caf¨¦ a medio camino de la boca abierta. Hay que ver qu¨¦ historias cuenta este hombre distinguido e ilustrado, sosegado y circunspecto, en el que la buena educaci¨®n parece tan consustancial como una segunda naturaleza.
El diplom¨¢tico que devolvi¨® el negro de Banyoles guarda secretos. Y escribe
Es dif¨ªcil imaginarlo jalando de la pata de una cebra muerta para arrebat¨¢rsela a una manada de leones a fin de usarla como cebo (cosa que ha hecho), aunque es cierto que ahora acaba de dar cuenta con habilidad y discretamente de la ¨²ltima loncha en el platillo de jam¨®n que compartimos. Diplom¨¢tico y escritor, con varias novelas de ¨¦xito, Garrigues, en la actualidad secretario general de la Fundaci¨®n Consejo Espa?a-Estados Unidos, publica El mal de ?frica (Mart¨ªnez Roca), que re¨²ne seis relatos ambientados en el suroeste del continente.
Avestruces, cacer¨ªas, mambas, un siniestro fetiche y el Negro de Banyoles (!) protagonizan esos cuentos, llenos de aventura, misterio y una extra?a sensualidad. "Son diversos episodios de una misma historia, el narrador y el marco geogr¨¢fico son comunes a todos. ?Autobiogr¨¢ficos? El hecho de haber sido embajador en Namibia y Botsuana ha sido fundamental para escribirlos, pero a algunas de las vivencias propias les he dado una vuelta de tuerca". En el cuento sobre el guerrero disecado, al que Garrigues devolvi¨® a ?frica en nombre del Gobierno espa?ol -"una misi¨®n muy at¨ªpica, cierto"-, hay unos fogosos encuentros sexuales entre el embajador protagonista y una antrop¨®loga. "Algunas escenas debemos considerarlas imaginarias", dice sin inmutarse, pero subrayando mucho la palabra debemos.
Es de una discreci¨®n herm¨¦tica al preguntarle por sus safaris con el Rey o por la ¨¦poca en que, siendo embajador en Noruega, le toc¨® el asunto Sannum... ?frica, pues. "Aunque he tenido otros destinos, en el fondo nunca me he ido de ?frica. A eso remite el t¨ªtulo, la enfermedad de ?frica, el veneno de ?frica. Conrad lo formul¨®: la p¨¦rdida de la capacidad de seguir sometido a la racionalidad acompa?ada de la intensificaci¨®n sensorial. Eso a unos les apasiona, a otros les aterra. A m¨ª, ?frica me fascina". En los predios del C¨ªrculo Ecuestre, Garrigues se mueve con soltura. Pero uno lo imagina igual de c¨®modo acechando al kudu en el Kalahari. Dice que la experiencia y el instinto de cazador le ha ayudado a salir con bien de algunos lances diplom¨¢ticos.
Mientras apura el caf¨¦ explica la ocasi¨®n en que, cuando era consejero de la Embajada en Kenia, llev¨® a cazar el b¨²falo a Antonio Ord¨®?ez. El diestro cre¨ªa que ser¨ªa como enfrentarse a un toro de lidia y ol¨¦. En Masai Mara dieron con un ejemplar de inmensa testuz. "El bicho nos mir¨® con faz tan torva que Antonio se dio la vuelta y no quiso saber ya nunca nada m¨¢s de b¨²falos".
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