Los siete mundos de 'Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas'
El espejo
Por Clara S¨¢nchez
Hay un sal¨®n delante del espejo y otro detr¨¢s. En el de detr¨¢s todo funciona al rev¨¦s, la realidad se ha invertido y Alicia se siente extra?a, tiene que interpretar cada cosa por primera vez. ?Qui¨¦n no se siente como Alicia alguna vez al d¨ªa? ?Cu¨¢ntas veces caemos en el mundo al rev¨¦s sin darnos cuenta? Como el enorme y monstruoso Polifemo que se inclina sobre su espejo, el mar, en un d¨ªa en calma y se encuentra hermoso. Narciso va m¨¢s all¨¢ a¨²n y se enamora de s¨ª mismo hasta morir. No de s¨ª mismo, sino del que tiene enfrente que es y no es ¨¦l y que adem¨¢s est¨¢ en otro sitio: en el agua. Parece que hemos venido a este mundo con un espejo en el cerebro, que es la proyecci¨®n del yo en las cosas. En las aguas, en las piedras pulidas, en el metal brillante o en el cristal hemos buscado nuestro reflejo desesperadamente. Y a veces m¨¢s que mirarnos nos asomamos a sus reflejos para descubrir el futuro o para liberarnos de nuestra peque?a realidad.
Los libros de 'Alicia'
Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Ilustraciones de Peter Kuper. Traducci¨®n de Teresa Barba y Andr¨¦s Barba. Pr¨®logo de A. Barba. Sexto Piso. Madrid, 2010. 224 p¨¢ginas. 29 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Ilustraciones de Marta G¨®mez-Pintado. Traducci¨®n de Humpty Dumpty. N¨®rdica. Madrid, 2010. 175 p¨¢ginas. 18 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Ilustraciones del c¨®mic de Xavier Collette. Gl¨¦nat. Barcelona, 2010. 72 p¨¢ginas. 15 euros. Al¨ªcia al pa¨ªs de les meravelles. Ilustraciones de John Tenniel. Traducci¨®n de Salvador Oliva. Labutxaca. Barcelona, 2010. 144 p¨¢ginas. 7 euros. Aventuras de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Al otro lado del espejo y lo que Alicia encontr¨® all¨ª. Traducci¨®n, pr¨®logo y notas de Mauro Armi?o. Valdemar. Madrid, 2010. 397 p¨¢ginas. 24 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Alicia a trav¨¦s del espejo y lo que Alicia encontr¨® al otro lado. Ilustraciones de John Tenniel. Traducci¨®n y pr¨®logo de Jaime de Ojeda. Alianza. Madrid, 2010. Dos vol¨²menes. 224 y 304 p¨¢ginas. 24 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Ilustraciones de Zdenko Basic. Rotulaci¨®n de Harriet Castor. Traducci¨®n de Isabel Margel¨ª. Pirueta. Barcelona, 2010. 26 p¨¢ginas. 19,95 euros. Alicia en Sunderland. Bryan Talbot. Traducci¨®n de Ra¨²l Sastre. Mondadori. Barcelona, 2010. 336 p¨¢ginas. 24,90 euros. Alicia anotada. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. A trav¨¦s del espejo. Edici¨®n de Martin Gardner. Ilustraciones de John Tenniel. Traducci¨®n de Francisco Torres Oliver. Akal. Madrid, 2010. 328 p¨¢ginas. 55,60 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Traducci¨®n de Jaime de Ojeda. Punto de Lectura. Madrid, 2010. 149 p¨¢ginas. 8,95 euros. Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Alicia a trav¨¦s del espejo. La caza del snack. Debolsillo. Barcelona, 2010. 384 p¨¢ginas. 8,95 euros.
Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas, la pel¨ªcula realizada por Tim Burton, se estrena en Espa?a el pr¨®ximo viernes, 16 de abril.
La mitolog¨ªa est¨¢ llena de aguas m¨¢gicas que act¨²an como puertas a otras dimensiones desconocidas y lo mismo ocurre con los espejos m¨¢gicos, donde se pretende encontrar los lados ocultos del espacio y atravesar la frontera del tiempo. Desde los celtas, a los orientales, pasando por los griegos, todos han encontrado en el espejo la forma de viajar al otro lado de la realidad. Como Alicia, que cuando mete las manos en el espejo, ¨¦ste se deshace como el agua. Qu¨¦ audacia la de hacer que la ni?a atraviese el espejo f¨ªsicamente, aunque al final la mente l¨®gica y cient¨ªfica de Carroll lo convierta en sue?o. Hoy por hoy no existe mejor espejo que el sue?o para liberarnos del mundo al derecho. -
El Gato Chesire
Por Andr¨¦s Barba
La presentaci¨®n del gato Chesire, probablemente el personaje que m¨¢s miedo da y que mayores carcajadas arranca de toda la obra de Carroll (que las dos cosas coincidan en un solo personaje es el term¨®metro de su genialidad), no s¨®lo es una de las mejores pruebas de que Alicia es un libro disparatado precisamente porque es aplastantemente l¨®gico sino que es adem¨¢s uno de los mejores consejos que se le puede dar a alguien que comienza a vivir y se pregunta qu¨¦ camino debe seguir:
-"?Podr¨ªa decirme, por favor, qu¨¦ camino debo tomar?
-Eso depende de a d¨®nde quieras ir -respondi¨® el Gato.
-Lo cierto es que no me importa demasiado a d¨®nde... -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa demasiado en qu¨¦ direcci¨®n vayas -contest¨® el Gato.
-... siempre que llegue a alguna parte -a?adi¨® Alicia tratando de explicarse.
-Oh, te aseguro que llegar¨¢s a alguna parte -dijo el Gato- si caminas lo suficiente".
La socarroner¨ªa nihilista del gato Chesire est¨¢ s¨®lo a un paso milim¨¦trico de Groucho Marx, es l¨®gico s¨®lo porque los dem¨¢s no lo son, r¨ªe y se carcajea cuando los dem¨¢s se enfurecen, se burla, pero s¨®lo con sa?a cuando se trata de los personajes m¨¢s malvados (la Duquesa, la Reina), es el gran buf¨®n de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas y el gran buf¨®n (los sabios lo saben) ha de ser tomado muy seriamente.
Tal vez uno de los episodios m¨¢s memorables de Alicia sea el de la Reina intentando decapitar al Gato cuando se aparece en el cielo en forma de cabeza gigante.
?C¨®mo decapitar a alguien que es s¨®lo una cabeza? La imposibilidad de cortar la cabeza al gato Chesire es uno de los s¨ªmbolos m¨¢s logrados de Alicia, y m¨¢s contempor¨¢neo tambi¨¦n. La risa es la manifestaci¨®n suprema de la superioridad, pero no de un hombre sobre otro (como cree la Reina) sino del hombre sobre su propia naturaleza. -
El conejo blanco
Por Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n
Es imposible no echar a correr tras un conejo blanco que lleva un reloj al que consulta continuamente, es imposible aunque se est¨¦ tendido bajo la sombra, un d¨ªa de verano a la hora de la siesta. El Conejo Blanco siempre tiene prisa, es el representante de un tiempo veloz y desatinado. El Sombrerero y la Liebre de Marzo, en cambio, pertenecen a un mundo en que el tiempo no corre. Que el tiempo no funcione produce mucha m¨¢s intranquilidad que el que corra, pase, se pierda.
No s¨¦ en qu¨¦ ¨¦poca exacta de mi ni?ez le¨ª por primera vez Alicia, pero s¨ª que su comienzo me pareci¨® m¨¢s irremediable y atractivo que su final. Imposible el conejo, fatal su conejera, en la que transcurre todo el cuento, sin d¨ªas ni noches. Una madriguera de hongos alucin¨®genos y pasteles drogados. La ca¨ªda libre de Alicia en ese agujero sin fin nos lleva al cuento mismo, al interior de la historia. Pero el elegante Conejo Blanco no reaparece para tranquilizarnos, su cu¨¢ntica expresi¨®n temporal siempre le hace marcharse cuando queremos preguntarle algo.
Tuve esa sensaci¨®n desde ni?o, que el Conejo no daba respuestas. El cuento contado y luego escrito por Dodgson -tartamudo y zurdo, por cierto- tiene tal cantidad de significados que unos se montan sobre los otros, como fichas de estudio ca¨ªdas de pronto al suelo. Uno termina por remontar el sentido: los conejos blancos que llevan reloj en el chaleco son, en realidad, conejos blancos que llevan reloj en el chaleco. Es terrible. -
Alicia en el bosque
Por Ouka Leele
Alucinada, la ni?a llega a la ventana del mundo real, y all¨ª encuentra que la reina se mueve por los latidos del coraz¨®n y que el sombrerero corre al ritmo de un reloj intempestivo gracias al cual siempre llega tarde o, tal vez, demasiado pronto.
Tomar el t¨¦ es toda una ceremonia encantadora y comer galletas puede ser algo muy relativo. Pensando esto me fui quedando dormida... Ca¨ª en un estrecho t¨²nel y al final sal¨ª a un bosque infinito en cuyos claros habitaba un conejo blanco, las camas eran de helechos fresquitos, los toros me hac¨ªan correr monta?a abajo abandonando mi jerseicito rojo y un ciervo azul cristal me se?alaba la ruta al cielo.
Al despertar estaba ah¨ª Alicia, era diminuta y muy mona; parec¨ªa un tanto cansada de tanto ajetreo, el sombrerero la hab¨ªa dejado agotada y mira que era simp¨¢tico. Trep¨® por mis piernas diciendo: ?Dios m¨ªo, qu¨¦ alta eres! y enseguida subi¨® por mi brazo hasta sentarse en mi mano. Sus mofletitos eran muy, muy sonrosados, respiraba muy r¨¢pido y quer¨ªa contarme que la sonrisa de un gato le hab¨ªa dado sabios consejos y que ten¨ªa que ir con ella a conocer a unos gemelos de extra?os nombres, que parec¨ªan dos huevos. Y que venga, venga, que fuera corriendo con ella a verlos. Pero de pronto, se deshizo en un mar de l¨¢grimas a las que no pod¨ªa parar y se estaba empezando a formar un charco bajo nosotras bastante inc¨®modo, se me mojaban los zapatos. Dec¨ªa que estaba harta de correr, que por su tama?o, todo le quedaba muy lejos. Entonces sac¨® una galleta de su bolsillo y dio un mordisco ofreci¨¦ndome a m¨ª la del otro bolsillo, ella creci¨® y creci¨® y yo me volv¨ª diminuta, tanto, que me llev¨® entre sus dedos hasta all¨ª, hasta donde me hab¨ªa prometido.
El sombrerero
Por ?ngeles Mastretta
La primera vez que lo escuch¨¦, porque al sombrerero loco uno lo escucha, m¨¢s que verlo, sent¨ª miedo. Entonces yo no sab¨ªa que el tiempo puede asesinarse y menos a¨²n que hacerlo fuera correr el riesgo de perder la cabeza. Todo ese prodigioso elogio al sinsentido que es la fiesta del t¨¦ con el sombrero, la liebre de marzo y el lir¨®n, no lo imagin¨¦ entonces como un para¨ªso. A los nueve a?os las promesas estaban del lado de la raz¨®n. Ninguna majestad hab¨ªa querido condenarme a muerte por cantar. No conoc¨ªa ese riesgo. En cambio, acercarse a la sinraz¨®n parec¨ªa un retroceso y yo quer¨ªa crecer. Apenas estaba empezando a o¨ªr que hay tal cosa como un orden que se llama raz¨®n y cre¨ªa, como todos los ni?os que buscan un lugar en el prestigioso mundo de los adultos -como la propia Alicia-, que me importaba ser cuerda. Ahora lo que temo es ese orden. Temo las fechas, los cumplea?os y el tiempo acort¨¢ndose tanto que la hora del t¨¦ dura apenas minutos. Tomar el t¨¦ mientras se cae de la nada a la nada sin que eso nos angustie es un privilegio del sombrero loco y de todo aquel que quiera meterse bajo la copa de su encanto. Eternizar el tiempo. Detenerlo entre las cinco y las seis de la tarde. Eso quiero. Esa serenidad de la insensatez con la que habla el sombrerero, al que Lewis Carroll nunca llam¨® loco, es ahora lo que m¨¢s ambiciono. No temer que los otros desconf¨ªen de mi locura, ni siquiera considerarla tal, es lo que ahora me rinde al escuchar al sombrerero.
Penalidades del rey de corazones
Por Fernando Aramburu
Yo, se?or, nac¨ª en el interior de un libro ingl¨¦s el a?o 1865, pero ese no es mi problema. Considero improbable que mi actual melancol¨ªa provenga del hecho de haber sido obligado a intervenir en una historia absurda, so?ada por una ni?a burguesita y bastante repipi, la verdad sea dicha. Contra ella, cr¨¦ame, no abrigo aversi¨®n ninguna puesto que apenas llegu¨¦ a conocerla. La vi tan s¨®lo una vez. Ni siquiera juzgo preferible que mi destino se hubiera consumado dentro de posibilidades literarias afines a no s¨¦ qu¨¦ mundo real que dicen que hay por ah¨ª, en el cual, por cierto, nunca he estado, de donde me vienen con frecuencia dudas acerca de su existencia. Sepa usted que nac¨ª naipe y rey de la dinast¨ªa de los corazones. Tengo, por consiguiente, salud de papel. Quiz¨¢ le interese saber que soy remiso a que me doblen, pero ese tampoco es mi problema. Algo menos llevadera es mi naturaleza indecisa, no del todo valiente, aunque conciliadora. La achaco en parte a mi esposa, naipe tambi¨¦n de nacimiento. Es (y no porque lo diga yo) autoritaria y col¨¦rica, atributos de tradici¨®n varonil no infrecuentes en las mujeres, y por supuesto parlanchina, que es por donde barrunto que les viene la velocidad de su poder a muchas de ellas. Esto, s¨¦palo usted, se?or doctor, me abruma tanto como ser rid¨ªculo. Adondequiera que vaya he de ejercer contra mi voluntad de marido de la que manda cortar cabezas. Y hasta pienso que a muchos les extra?a que yo a¨²n conserve la m¨ªa. Me pintan bajo, aunque el sue?o de la repipi no especifica mi estatura. Se me conoce como aquel que ci?¨® la corona real encima de una peluca. ?Qu¨¦ bochorno! Ahora mismo a quien en realidad admiro es al rey extranjero ese, el de bastos, con su estaca gruesa y verde, s¨ªmbolo de la hombr¨ªa. ?Estar¨ªa usted dispuesto, aunque s¨®lo fuera por compasi¨®n, a tratarme a escondidas de mi se?ora?
La reina de corazones
Por Kirmen Uribe
C¨®mo me gustaba la escena del juego de croquet en Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Me gustaba que se utilizaran flamencos en vez de mazas, y erizos en vez de bolas. Pero, sobre todo, me re¨ªa cuando la reina gritaba "?que le corten la cabeza!" cuando aparec¨ªa por ah¨ª la cabeza del gato de Cheshire, sin el cuerpo, y el verdugo no sab¨ªa a qu¨¦ atenerse. Es as¨ª como funciona el poder muchas veces, de una manera mec¨¢nica y absurda.
A m¨ª, la reina de corazones me recordaba a mi abuela. Y es que ten¨ªa muy mal genio, casi tanto como la reina. El croquet, por su parte, me hac¨ªa pensar en otro juego, en el f¨²tbol. Mis abuelos siempre se enfadaban cuando jugaba el Athletic de Bilbao. Los dos eran muy aficionados. Sin embargo, cuando el partido era televisado, mi abuela se pon¨ªa muy nerviosa, por lo que apagaba el televisor y empezaba a hacer punto en su sof¨¢. Mi abuelo hac¨ªa de tripas coraz¨®n y, como no pod¨ªa ver el partido, se iba a la cocina y pon¨ªa la radio a muy poco volumen para escucharlo. Muy bajito, para no molestar a la abuela. Cuando hab¨ªa novedades, el abuelo iba a la sala donde estaba su mujer haciendo punto y se las contaba. Si el abuelo cruzaba el largo pasillo con el paso lento, la abuela sab¨ªa que el gol lo hab¨ªa metido el equipo contrario. "Ya puedes volver a la cocina", le gritaba desde la sala, "ya s¨¦ lo que ha pasado". Y el abuelo retornaba a la cocina. Pero si el paso del abuelo era cerrado, r¨¢pido, la abuela adivinaba que era el Athletic el que hab¨ªa anotado. Ella sonre¨ªa, incluso le dejaba al abuelo darle un beso en la mejilla, mientras segu¨ªa haciendo punto.
Y el abuelo volv¨ªa a la cocina muy contento. M¨¢s contento que con el gol. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.