Otro tipo de 'n¨²mero uno'
Mickelson se gana el amor eterno de Augusta por su imagen de hombre-modelo en oposici¨®n a Woods
La broma se convirti¨® en negocio. El domingo por la noche, en Augusta, horas despu¨¦s de la tercera victoria de Phil Mickelson en el Masters, en un restaurante se vend¨ªan las bolas de golf con las caras de las supuestas amantes de Tiger Woods. Eran casi las ¨²ltimas a la venta porque una de las protagonistas hab¨ªa denunciado el uso de su imagen y ah¨ª acababa el negocio. Tambi¨¦n, parte de las bromas. El Tigre se march¨® de Augusta con una nueva fachada, m¨¢s cercano a la gente, m¨¢s humano, aunque fuera parte de su teatro para ganarse el cari?o y el perd¨®n del aficionado. Despu¨¦s de cinco meses escondido, ha vuelto el golfista de siempre -cuarto en el Masters, todas las rondas bajo par- y una persona con prop¨®sito de enmienda. Pero ya puede Woods hacer relaciones p¨²blicas que Mickelson le golea en aplausos y en el calor de la gente. Y mucho m¨¢s despu¨¦s de su cuento de hadas de este fin de semana.
"Siempre que he necesitado la energ¨ªa de la gente la he tenido", dice el ganador
La relaci¨®n con Tiger, cuyo 'caddie' le llam¨® idiota hace a?o y medio, no es la mejor
Mickelson se visti¨® a los 39 a?os con su tercera chaqueta verde, a una de Arnold Palmer y Woods (seis tiene Jack Nicklaus), su cuarto grande, con un master del mejor golf y varios golpazos, sobre todo el segundo en el hoyo 13 en la ¨²ltima jornada, cuando sac¨® una bola pegada a un ¨¢rbol como si hubiera recibido la inspiraci¨®n de Seve Ballesteros. Westwood, Kim, Woods y Choi acabaron con la lengua fuera: imposible seguir el ritmo de birdies y ning¨²n desliz de Mickelson. Pero, sobre todo, el de San Diego se dio un ba?o de multitudes que le encumbr¨® como el gran h¨¦roe estadounidense del golf ahora que Woods ha echado por tierra su imagen de hombre modelo.
Si el presidente del Augusta National Club, Billy Payne, atiz¨® a Tiger por desatender las responsabilidades de un n¨²mero uno, Augusta, un sitio tan tradicional, celebr¨® el domingo la victoria de Mickelson como la de las cosas bien hechas, a gusto del conservador seguidor norteamericano. Todo en Mickelson representaba los valores que Woods hab¨ªa mancillado. El lazo rosa en su gorra, s¨ªmbolo de la lucha contra el c¨¢ncer, la enfermedad que han sufrido su madre y su esposa, Amy, que le esperaba en el hoyo 18 con sus tres hijos; el abrazo con su caddie, Jim Bones, "el mejor que se puede tener, pero tambi¨¦n el mejor amigo posible", que estuvo con la familia durante las operaciones de Amy; su s¨®lida imagen de hombre familiar, la v¨ªspera de la ¨²ltima jornada acudiendo al m¨¦dico por la noche porque una de sus hijas se hizo da?o patinando, viendo la tele juntos hasta la una... Todo parec¨ªa un gui¨®n de pel¨ªcula en el que el bueno acaba besando a la chica despu¨¦s de ganar a los malos. "Estoy orgulloso por la lucha de mi mujer. No estaba seguro de que pudiera estar en el 18. Salir del green y compartir ese momento con ella fue muy emocionante. Lo recordaremos toda la vida. Ha sido una semana muy especial", se emocion¨® Mickelson.
Woods cerr¨® el hoyo 18 y le rodearon su agente, un publicista y un guardia de seguridad. Y dijo que no sabe cu¨¢l ser¨¢ su pr¨®ximo torneo. Mickelson llor¨® junto a su caddie y su esposa. Los dos universos de los dos gigantes norteamericanos no pueden estar ahora m¨¢s separados. Su relaci¨®n tampoco es la mejor. Hace unos a?os casi ni se hablaban. Ahora, poco m¨¢s. El caddie de Woods, Steve Williams, llam¨® idiota a Mickelson y se burl¨® de su peso (91 kilos, 1,91 metros) hace a?o y medio. As¨ª que no hay precisamente muy buen rollo entre ellos.
Mickelson nunca ha sido el n¨²mero uno del mundo. Casi un milagro con Woods de por medio. Pero para la sociedad estadounidense se ha convertido en otro tipo de n¨²mero uno. "Siempre que he necesitado la energ¨ªa de la gente la he tenido", resalt¨® Mickelson. A Augusta le encantan las historias con final feliz.
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