A prop¨®sito de Harpag¨®n y de la crisis
Soy capaz de mirar m¨¢s lejos porque cabalgo a lomos de gigantes, mis antepasados". Sirva esta cita de Kant para recordar que, a menudo, la explicaci¨®n est¨¢ en el pasado, que todo, o casi todo, est¨¢ en los cl¨¢sicos.
Quiz¨¢s para comprender lo que nos est¨¢ pasando sea ¨²til acudir a una representaci¨®n de teatro que Moli¨¨re llam¨® El Avaro y estren¨® all¨¢ por 1668. Resucita, ahora, gracias a Juan Luis Galiardo, en el Mar¨ªa Guerrero de Madrid.
No es Harpag¨®n un taca?ete m¨¢s o menos gracioso. Es un miserable, un d¨¦spota, un maltratador capaz de traficar con sus propios hijos y cuya ¨²nica referencia de vida es el dinero, el fetiche del dinero. Dinero que llega a adquirir forma humana. "?Mi pobre dinero, mi pobre dinero, mi querido amigo! Me han privado de ti; y como me has sido arrebatado he perdido mi sost¨¦n, mi consuelo, mi alegr¨ªa, todo ha terminado para m¨ª, ya no tengo nada que hacer en el mundo...!".
Los activos financieros son el 340% de la econom¨ªa real de bienes y servicios: econom¨ªa de casino
La codicia, la avaricia, la centralidad de la econom¨ªa financiera. El olvido de una obviedad aristot¨¦lica: "La f¨®rmula dineraria de la mercanc¨ªa no es m¨¢s que una figura, carece de sustancia".
Y todo esto a modo de introito de la llamada "crisis financiera internacional", que da la sensaci¨®n de que profesa cierta vocaci¨®n de permanencia. Curioso esto de la "crisis financiera", cuando la crisis se ceba en el mercado de trabajo.
Todos acostumbramos a decir que hemos llegado a la "crisis de la econom¨ªa real", como si la otra fuera "irreal", imaginaria; o sea, como si no existiera. Y no deja de ser singular porque en verdad es la ¨²nica que ocupa el rango de ocupaci¨®n intelectual seria. Y esta brecha, esta contradicci¨®n sist¨¦mica entre "dinero y trabajo", est¨¢ en el origen, est¨¢ en el presente y temo que pueda estar en el futuro de la crisis.
El infarto financiero que hemos sufrido -y sufrimos- no ha ca¨ªdo del cielo. Es un resultado natural e inevitable de los malos h¨¢bitos de vida, y la exuberancia financiera. El simple dato de que los activos financieros representen en nuestro mundo el 340% de la cantidad de bienes y servicios expresa la realidad de una econom¨ªa de casino que ni es inocente ni neutra.
La centralidad financiera viene necesariamente acompa?ada de la depreciaci¨®n del valor trabajo. Del valor central por antonomasia. Del valor que ha cohesionado y estructurado nuestras sociedades. Solamente a trav¨¦s del trabajo el hombre forma parte de la sociedad y de su proyecto. De ah¨ª que el derecho al trabajo sea el derecho de ciudadan¨ªa por excelencia, el primer derecho. Por ello, quien pierde el trabajo ve mermado su derecho y quien sobrevive con un trabajo precario arrastra un precario derecho de ciudadan¨ªa.
No sabemos idear una sociedad distinta de la basada en el trabajo, articulada en torno a los valores inherentes al trabajo: esfuerzo, disciplina, responsabilidad, m¨¦rito, compa?erismo... Y este desplazamiento de la centralidad del trabajo -incrustado en el origen de la crisis- agrieta la cohesi¨®n, confunde la percepci¨®n y altera la jerarqu¨ªa cl¨¢sica de valores.
Podr¨ªa incluso pensarse que esta escasa importancia intelectual que la palabra trabajo comporta desliza un cierto simplismo en la proposici¨®n de reformas. Algo as¨ª como "dadme un nuevo contrato y mover¨¦ el mundo". Algo, en verdad, absolutamente impensable en cualquier otro orden de cuestiones. Y se trata de un asalto que asedia, no s¨®lo a las personas, sino tambi¨¦n a todas las instituciones que las representan, y, en primer lugar, a partidos y sindicatos. Instituciones que, los m¨¢s ben¨¦volos, en el mejor de los casos, califican de retardatarias, de obst¨¢culos del pasado que entorpecen el r¨¢pido disfrute del placer inmediato, primario, ¨²nico: el lucro.
El poseer el fetiche. Invernadero ¨¦ste, ideal para que la corrupci¨®n florezca.
No viene mal por ello, y especialmente ahora, representar El Avaro. Es un espejo excepcional que nos permite que veamos nuestro rostro y alma. Y hay que agradec¨¦rselo, por supuesto, a Moli¨¨re, y, tambi¨¦n, a Juan Luis Galiardo.
Porque no deja de ser sorprendente que hoy, cuando la crisis financiera coquetea con la depresi¨®n y va de la mano del des¨¢nimo, a un empresario teatral se le ocurra poner en pie este tipo de obra. Para cualquier persona, algo ajena a estos asuntos, estrenar una obra se limita a subir el tel¨®n y comenzar la funci¨®n. Lo cierto es que se trata de una empresa de envergadura que exige tanto vocaci¨®n art¨ªstica como vocaci¨®n empresarial.
S¨®lo para levantar el tel¨®n se necesitan m¨¢s de 600.000 euros, haberlo decidido hace casi 24 meses -cuando ¨¦ramos tan felices-, contar con 45 personas -direcci¨®n, realizaci¨®n, creativos, t¨¦cnicos, etc¨¦tera-. Y, sobre todo, hace falta creer en lo que se hace, querer hacerlo y arriesgarse.
Puede que alg¨²n d¨ªa llegue aquello que Peter Sloterdijk llamaba "la domesticaci¨®n de la econom¨ªa monetaria". Quiz¨¢s no lo veamos, pero mientras tanto, valga el consuelo de la maldici¨®n de La Flecha, el avispado criado de Cleantes: "?Mala peste se lleve a la avaricia y a los avariciosos!". Pues eso.
Marcos Pe?a es presidente del Consejo Econ¨®mico y Social de Espa?a.
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