?rase una vez
?rase una vez un reino extra?o en el que cualquier cosa anunciada por la ministra de Igualdad aparec¨ªa tergiversada. De este modo los tod¨®logos de las tertulias dispon¨ªan de munici¨®n para sus debates y, como si fueran reinas de corazones, pod¨ªan gritar: "?que le corten la cabeza!".
En nuestro pa¨ªs ocurre algo parecido. Por ejemplo, si dicho ministerio, ali¨¢ndose con la FETE-UGT y el Instituto de la Mujer, promueve una lectura cr¨ªtica de los relatos populares, los medios de comunicaci¨®n publican que pretende erradicarlos de los colegios, y la ciudadan¨ªa sale a defender con los dientes el derecho de las criaturas a leer la ficci¨®n de Barba Azul y a conocerla tal como fue concebida.
Calificamos de infantiles narraciones que ten¨ªan una clara voluntad inici¨¢tica para j¨®venes
Antes de sufrir un ataque de histeria colectivo, conviene tomar conciencia de ciertos aspectos b¨¢sicos de lo que damos en llamar cuentos infantiles y de lo que imaginamos su forma inmutable.
Primero, esas historias que consideramos infantiles no lo son. Se originaron en tiempos remotos para ser contadas por y para personas adultas al calor del fuego, al que, obviamente, tambi¨¦n acud¨ªan ni?os y ni?as. Y puesto que nac¨ªan en el seno de las clases menos favorecidas, en ellas los personajes humildes gozaban de mejores y m¨¢s nobles cualidades que los poderosos. Por esa raz¨®n, las clases dominantes despreciaban tales relatos, que, pese a ello, acababan, por boca de las ni?eras, en los o¨ªdos de la prole de los ricos.
As¨ª, calificamos de infantiles narraciones que ten¨ªan una clara voluntad inici¨¢tica para j¨®venes. Narraciones que, como Cenicienta, previenen contra el incesto o que, como Blancanieves, cuentan el suicidio de esa joven embarazada y abandonada por el pr¨ªncipe.
Segundo, aunque tengamos la convicci¨®n de que la f¨¢bula ha sido siempre como la conocemos, no es as¨ª. Uno de los primeros en recopilar esas narraciones fue Perrault, un acad¨¦mico franc¨¦s que eligi¨® entre las versiones existentes (hab¨ªa dos de cada cuento: una para mujeres y otra para hombres) las que mejor encajaban con los valores dominantes de su ¨¦poca y de su clase social: las que presentaban un modelo de sumisi¨®n femenina. Veamos un ejemplo a partir de su famosa Caperucita, que, seg¨²n Bettelheim, autor de Psicoan¨¢lisis de los cuentos de hadas, tiene su origen en una leyenda fechada en 1203 y que Perrault conoc¨ªa.
En la historia primigenia, Caperucita llega a casa de su abuela, se desnuda a instancias del lobo y se mete en la cama con la bestia. Ya bajo las mantas, la ni?a se sorprende del cuerpo del otro: ?qu¨¦ brazos tan grandes tienes! / Son para abrazarte mejor; ?Qu¨¦ boca tan grande tienes! / Es para comerte mejor. Entonces, la chiquilla anuncia una necesidad imperiosa, por lo que ¨¦l le ata una cuerda a una pierna y la deja salir. Ya fuera, se desata y huye.
En la de Perrault, Caperucita se desviste y se encama con el lobo. Luego, se sorprende de las dimensiones del compa?ero (?Qu¨¦ ojos...! ?Qu¨¦ orejas...! ?Qu¨¦ boca...!) y ¨¦ste se la zampa.
As¨ª, en la primera interpretaci¨®n, Caperucita se iniciaba sexualmente y, luego, escapaba del control del lobo. En la de Perrault, en cambio, pleg¨¢ndose a la moral de orden cristiano y de dominaci¨®n masculina, la muchacha practica sexo, pero es castigada por hacerlo.
En el siglo XVIII, a partir de las ideas de Rousseau y Locke, se desarrolla una literatura infantil pensada para dar pautas de comportamiento r¨ªgidas y los hermanos Grimm, como recopiladores, cumplen con esas normas. As¨ª, Caperucita se transforma de nuevo. La ni?a llega a casa de la abuelita y, junto a la cama del lobo, se asombra de las dimensiones de su cuerpo. ?ste la devora. Finalmente, un le?ador la saca de la barriga del animal.
Ahora, nuestra protagonista ya es casta y, sin embargo, su curiosidad es sancionada; por fin, un hombre le concede el perd¨®n y la libera.
As¨ª que, ya ven, cada ¨¦poca reinterpreta esas historias tradicionales. ?Por qu¨¦ no habr¨ªamos de hacerlo nosotros a la luz de la igualdad de sexos? Detengamos, pues, a la reina de corazones: ?que no le corten la cabeza a la ministra!
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.