El oficio de escribir
Este 23 de abril, la escritora est¨¢ preocupada. No por su futuro, sino por el de su oficio, los constantes malentendidos que alimentan una marea de ignorancia, de incomprensi¨®n en muchos casos espont¨¢nea, incluso bienintencionada. Eso es lo peor, porque no se siente agredida por personas con las que de costumbre est¨¢ de acuerdo, sino m¨¢s bien en esa tesitura evang¨¦lica en la que Cristo le pidi¨® a su Padre que perdonara a sus verdugos porque no sab¨ªan lo que hac¨ªan.
De hecho, nadie que no est¨¦ en su lugar tiene por qu¨¦ saberlo. Cada uno conoce su oficio, y el suyo consiste en pasar horas y horas delante de un cuaderno o de una pantalla, escogiendo, pensando, puliendo palabras, durante una jornada laboral semejante a la de los trabajadores de cualquier otro sector, aunque a veces, al final de una novela, puede llegar hasta diez, once horas diarias. Y esto, siete d¨ªas a la semana, todas las semanas de todos los meses que caben en tres, o en cuatro, o en cinco a?os. No pretende proponerse como hero¨ªna, todo lo contrario. Es consciente de ser una privilegiada, porque no concibe una vida mejor que ¨¦sta. Pero el precio de su privilegio no es otra cosa que su trabajo.
"La creaci¨®n literaria no morir¨¢, pero llegar¨¢ malherida a la ¨²ltima etapa del proceso"
El resultado es un objeto que cuesta menos que un cart¨®n del tabaco que fuma. Un libro que ocupa espacio, pero que no se apaga, no se aver¨ªa, no se funde, no se rompe cuando cae al suelo ni hay que recargar. Un libro que se puede llevar en el bolso, doblar, subrayar, marcar, prestar y releer infinitas veces. Ella lo sabe porque ahora mismo tiene la mesa llena de libros, sus p¨¢ginas erizadas de etiquetas de colores, p¨¢rrafos subrayados, m¨¢rgenes anotados, anotaciones tambi¨¦n en las guardas. Cuando necesita alguno, lo identifica de un vistazo, un fragmento inapreciable del tiempo que tarda en escribir "dentista 5 tarde" en la agenda de su m¨®vil. Los libros tienen lomos, colores, portadas. Y algo m¨¢s.
Un libro no es s¨®lo el fruto del trabajo de su autor. M¨¢s all¨¢ del texto, trabajan un editor, un dise?ador, un corrector de pruebas, un impresor, un distribuidor, un agente, un equipo de promoci¨®n, otro de marketing, las secciones de Libros de los medios de comunicaci¨®n, y al final, un librero. Si desaparecen los libros, y permanecen s¨®lo los archivos de texto que los originan, desaparecer¨¢n todos estos sectores. Y no se trata s¨®lo del n¨²mero de trabajadores que habr¨¢n perdido su oficio, ni siquiera de que un mundo sin editores en quienes confiar ni librer¨ªas que colonizar sea m¨¢s feo, m¨¢s inh¨®spito que el nuestro. Lo peor es que alguien, sin duda, saldr¨¢ ganando.
Siempre que lucha la KGB contra la CIA, gana al final la polic¨ªa, cantaba Joaqu¨ªn Sabina hace algunos a?os. Y ser¨¢ la polic¨ªa quien se lleve el dinero que dejen de ganar quienes trabajan por amor a los libros. Ser¨¢ una polic¨ªa privada, desde luego, e inform¨¢tica. Porque los piratas siempre est¨¢n donde m¨¢s dinero se gana, y en el momento en que los autores se vean obligados a enviar su texto directamente a los lectores que quieran pagar por ¨¦l, florecer¨¢n los sistemas de blindaje, los cortafuegos, las obras maestras del software antipirater¨ªa. As¨ª, unos y otros se har¨¢n el juego mutuamente, y ni siquiera eso ser¨¢ lo peor.
Cuando desaparecen las condiciones imprescindibles para que se desempe?e un oficio, ese oficio desaparece. La creaci¨®n literaria no morir¨¢, pero llegar¨¢ malherida a la ¨²ltima etapa del proceso. La tranquilidad imprescindible para pensar palabras mientras el tiempo pasa no es compatible con la angustia de un reh¨¦n de su equipo inform¨¢tico, expuesto a piratas tan voraces como los mafiosos a quienes paga por su protecci¨®n, obligado a crear a la intemperie, sin ning¨²n c¨®mplice ni el abrigo de un editor al que llamar en los malos momentos, y abocado, con suerte, a convertirse en un profesional de la conferencia, de los talleres de escritura que absorber¨¢n la mayor parte de su tiempo, porque los profesionales no pueden improvisar, ni repetirse. Y esto, si acaso, respecto a la novela. Los g¨¦neros menos comerciales, como la poes¨ªa o el ensayo, no dar¨¢n ni para polic¨ªas. Y nadie estar¨¢ interesado en digitalizarlos.
La literatura se ir¨¢ volviendo m¨¢s peque?a, m¨¢s estrecha. Cada vez habr¨¢ menos libros distintos donde escoger, y todo el mundo leer¨¢ lo que lee todo el mundo. La escritura lenta, ambiciosa, exigente, se convertir¨¢ en una haza?a de ociosidad que, como en la Edad Media, s¨®lo estar¨¢ al alcance de los ricos, que no necesitan trabajar para vivir. Ese ser¨¢ el progreso social que habremos conquistado. Y todo por un objeto que cuesta menos que un cart¨®n de Ducados.
Los libros no son, desde luego, imprescindibles para la vida. Pero quiz¨¢ los que claman indiscriminadamente contra la industria editorial en general, y los derechos de autor en particular, deber¨ªan dedicar unos minutos a pensar en todo esto y comprobar si de verdad saben lo que est¨¢n haciendo.?
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