Pudimos ser h¨¦roes
Carlos ejerce de periodista musical en Barcelona: presenta un programa nocturno de radio y firma cr¨ªticas para La Vanguardia. Le basta, ya que sus necesidades son m¨ªnimas: "Casi todo el dinero se le iba en whisky, cerveza, hach¨ªs y coca¨ªna. Com¨ªa poco y daba la impresi¨®n de que le bastaba con hacerlo una vez al d¨ªa, a no ser que otro pagara la cena".
Carlos aparece en El millonario comunista, la nueva novela de Ram¨®n de Espa?a, perteneciente a ese subg¨¦nero que podr¨ªamos llamar Le?a Al Progre. Como cr¨ªtico, Carlos es de los que no permiten que la materia sonora le fastidie una buena frase. Por ejemplo, su rese?a de un show de Marilyn Manson: "Un Alice Cooper de segunda divisi¨®n, ?y el pobre Alice Cooper ya era de tercera regional!". Carlos es un monstruo ego¨ªsta: cronometra las citas con su novia de siempre, para que la felaci¨®n coincida con los Motels interpretando Total control y as¨ª fantasear con la cantante californiana. En su momento, demuestra ma?a para la traici¨®n y la manipulaci¨®n, pero eso encaja en El millonario comunista, donde todos los personajes masculinos son pat¨¦ticos y / o rencorosos. Carlos saca las u?as tras un bofet¨®n de la realidad. Una noche, el cuerpo dice basta y el m¨¦dico advierte que debe bajar el ritmo. Es un cincuent¨®n y su madre ya no puede atenderle; urge encontrar cama, mesa y cobijo adecuados. Lo puedo entender. Muy duro llegar a la cincuentena siendo miembro de una profesi¨®n poco valorada y, dicen, en v¨ªas de extinci¨®n. Pocas salidas a esas alturas. Queda la opci¨®n de escribir algo largo: una novela o, si tu vida ha resultado m¨ªnimamente interesante, una autobiograf¨ªa.
El ¨¦xito prematuro suele traducirse en congelaci¨®n del estilo, adicci¨®n a la fama y hundimiento final
Dejemos la ficci¨®n: eso ha hecho Nick Kent, con Apathy for the devil. Permitan que recuerde de qui¨¦n hablamos. Kent (Londres, 1951) quiz¨¢s fue el ¨²ltimo representante de ese prototipo de los setenta: el cr¨ªtico como estrella del rock. Daba el tipo: tipo de espantap¨¢jaros hirsuto o, si est¨¢n en el ajo, tipo de dandy yonqui. Se mimetizaba con algunos de los artistas que entrevistaba: Iggy Pop le salv¨® la vida, tras una sobredosis; aguant¨® 40 horas de marcha con Keith Richards, que le ense?¨® en que consist¨ªa "el verdadero desayuno de campeones". Aparte de esas habilidades sociales, demostr¨® buen gusto con sus eleg¨ªas a artistas olvidados o menospreciados, como Syd Barrett y Nick Drake. Brillaba en el New Musical Express, semanario que le toleraba mucho: presentaba sus textos a mano y tarde. Y ten¨ªa bula: sobre Brian Wilson, entonces desahuciado creativamente, escribi¨® un texto de 40.000 palabras.
Nick Kent lo ech¨® todo a perder. Predic¨® el evangelio del rock elemental, a lo Stooges o New York Dolls. Incluso, toc¨® guitarra con formaciones primigenias de Sex Pistols y Damned. Hasta se emparej¨® con Chrissie Hynde, la chica de Ohio reci¨¦n llegada al Londres de sus sue?os. Pero los punks terminaron aborreci¨¦ndole, por tratarse del ni?o mimado de la prensa o, sencillamente, por usar unas drogas que ellos todav¨ªa desconoc¨ªan. Le agredieron Sid Vicious y Jah Wobble, le insult¨® Adam Ant en una canci¨®n, le despidieron del NME.
Como tantas rock stars, Kent tuvo demasiado ¨¦xito y demasiado pronto. Eso se traduce en una congelaci¨®n del estilo triunfal, una adicci¨®n a los beneficios de la fama y, finalmente, un desmoronamiento. Excepto que Nick se las arregl¨® para sobrevivir con suficiente lucidez para atender a los encargos ocasionales y mantener su h¨¢bito, primero de hero¨ªna y luego de metadona. Hacia 1988, se limpi¨®, tuvo una epifan¨ªa religiosa y enderez¨® su vida.
Unido a una periodista francesa, Nick Kent se instal¨® en Par¨ªs, donde vive feliz y venerado. S¨ª, la mitoman¨ªa gala se extiende a los cronistas de rock: colabora en Lib¨¦ration, hace tele. Y enmienda su leyenda. Primero, public¨® un grandes-¨¦xitos-de-su-carrera, The dark stuf, bien pulidos. Ahora lanza su autobiograf¨ªa, Apathy for the devil.
No s¨¦ si esa posibilidad est¨¢ al alcance de Carlos, el miserable cr¨ªtico musical imaginado por Ram¨®n de Espa?a. Dif¨ªcil encontrar algo heroico en su existencia. Bueno, s¨ª: adora a David Bowie y suele pinchar H¨¦roes en la intimidad, con su novia: "Daba gusto verla corear el estribillo, gritar lo de todos podemos ser h¨¦roes aunque s¨®lo sea por un d¨ªa". Qu¨¦ espejismo.
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