En el Caf¨¦ de Chinitas
La corrupci¨®n, la memoria hist¨®rica, la sentencia del Estatut, el asesinato de Sese?a, el velo de una ni?a en un colegio: si algo tienen en com¨²n estos asuntos es que han acaparado, uno tras otro, el grueso de la atenci¨®n p¨²blica durante semanas. Con un a?adido inevitable: que otros asuntos han desaparecido casi por completo de la escena. El problema no es, como podr¨ªa pensarse, que aquello de lo que no se habla sea m¨¢s o menos importante que lo que nos absorbe. Se trata, por el contrario, de la actitud que una agenda, por as¨ª decir, tan ¨ªntima, tan particular, incluso tan castiza, va consolidando en el debate p¨²blico.
Los espa?oles de hoy no necesitamos, como en tiempo de Felipe II, que se nos someta a un cord¨®n sanitario para que no quedemos expuestos al contagio de las ideas venidas de fuera; ahora, ese cord¨®n nos lo imponemos nosotros mismos, cerrando los ojos y los o¨ªdos a todo asunto que no se produzca de Pirineos para abajo. Con el corolario de que, desde fuera, Espa?a vuelve a percibirse como una pintoresca singularidad, un pa¨ªs capaz de seguir a la bola de sus cosas mientras el resto del mundo trata de hacer frente a una incierta situaci¨®n econ¨®mica y a un sistema pol¨ªtico que, como la democracia de otras ¨¦pocas, vuelve a estar rodeado de amenazas.
Hay algo de cortedad provinciana en consumir las energ¨ªas en asuntos que s¨®lo nos afectan a nosotros
Cuando se ensalzan los logros que han colocado a Espa?a entre las potencias m¨¢s pr¨®speras, se hace a la manera en que, en el Caf¨¦ de Chinitas, dijo Paquiro a su hermano, yo soy m¨¢s valiente que t¨², m¨¢s torero y m¨¢s gitano. En ning¨²n momento se asume que por el simple hecho de encontrase entre las potencias m¨¢s pr¨®speras, Espa?a tiene la obligaci¨®n de estar atenta a cuanto suceda fuera de sus fronteras, intentando rentabilizar al m¨¢ximo su capacidad de influir. No por hacer del mundo un nuevo y m¨¢s amplio Caf¨¦ de Chinitas en el que dar curso al orgullo de Paquiro, sino porque todo debate internacional que se resuelva sin un punto de vista espa?ol, toda decisi¨®n que se adopte sin que Espa?a se implique en las deliberaciones y no s¨®lo en los resultados, compromete nuestro progreso y bienestar futuros.
Hay algo de cortedad provinciana en el hecho de consumir la mayor parte de nuestras energ¨ªas en asuntos que s¨®lo nos afectan a nosotros, no porque seamos v¨ªctimas de una maldici¨®n divina que ha escogido nuestro pa¨ªs como escenario de extra?as plagas, sino porque hemos perdido de vista que cuando se ocupan las posiciones m¨¢s elevadas se est¨¢ m¨¢s expuesto a la mirada de los dem¨¢s. De seguir por el camino que vamos, nadie volver¨¢ los ojos hacia nosotros para contrastar experiencias de igual a igual sobre los problemas que preocupan al mundo, sino para solazarse en un parque tem¨¢tico en el que, de puro exotismo, no se distingue el pasado del presente, los sucesos de las noticias, las excepciones de las reglas. Un carnaval perpetuo, en fin, que, como el que precede a la Cuaresma, pone a disposici¨®n del visitante la posibilidad de revivir las pasiones negadas y reprimidas en la vida diaria.
Ante una situaci¨®n como la que empieza a dibujarse, tanto da que se opte por buscar un chivo expiatorio que por abandonarse a las jeremiadas de la responsabilidad colectiva. Uno y otro camino devuelven de manera inexorable al Caf¨¦ de Chinitas, s¨®lo que el Paquiro de turno no presumir¨¢ ante sus rivales de valor y torer¨ªa, sino de displicencia y falta de compromiso ciudadano. Hace a?os que la voluntad de solucionar los problemas de la gente se han convertido en el eslogan por excelencia de la pol¨ªtica y de cualquier otra actividad p¨²blica. Si hoy vivimos lo que vivimos, no es porque no se hayan encontrado las soluciones, sino porque se han confundido los problemas. Las invocaciones a la gente, a lo que la gente desea como norte de la actividad p¨²blica, han abierto las puertas a la demagogia como legitimaci¨®n ¨²ltima de cualquier iniciativa.
Si un partido adopta un programa, sea desde la oposici¨®n o desde el Gobierno, es s¨®lo porque lo espera de ¨¦l la mayor¨ªa de sus votantes. Lo mismo que si un medio de comunicaci¨®n pone el ¨¦nfasis en una u otra noticia. O si un escritor o un artista se inclina por un tema o por otro, que debe desarrollar de manera lo suficientemente convencional como para que nadie se tropiece con las dificultades de lo original o lo imprevisto.
Hasta el punto de que una noci¨®n como la de lo pol¨ªticamente incorrecto no es hoy sin¨®nimo de nadar contra corriente, sino de ponerse con grandes gestos a su favor.
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