Una voz de Nottingham
Era un tipo de Nottingham, conservaba el acento norte?o, el mismo que tuvo, entre las minas, D. H. Lawrence, pero el suyo era el compromiso de prolongar el acento. La suya era la imagen de un escritor que hab¨ªa formado ese acento en contacto con la piedra negra y, aunque ya era un caballero del norte de Londres, nunca dej¨® de ser una voz del norte de Inglaterra. Esa es la voz que limita con la desesperanza, con los a?os m¨¢s airados de la vida brit¨¢nica, con la pobreza de la posguerra y con la niebla tupida de esos bosques que parec¨ªan la prolongaci¨®n triste de las minas. La pel¨ªcula que naci¨® de su novela La soledad del corredor de fondo tiene ese latido sustancial: casi todo es gris, casi nada tiene salida, de ah¨ª la ira.
Ya no era, cuando le conoc¨ª en su casa de butacones mullidos, en Londres, el chico airado que romp¨ªa su pluma contra las convenciones; fumaba en pipa, como un escritor del siglo XIX, pero yo ve¨ªa, en ese instante, que las convicciones que le llenaron de ira volv¨ªan a su esp¨ªritu y al cuerpo ingl¨¦s. En aquel entonces Inglaterra viv¨ªa otra vez el invierno de su descontento, y aunque le vimos por estas fechas, en primavera, en 1976, lo que ¨¦l adivinaba era lo que vino luego, con la Thatcher, cuando el deseo universal de ganancia, de r¨¦ditos, de ultraliberalismo sin medida, empobreci¨® a los que ya eran pobres e introdujo en el pavoroso mundo de los multimillonarios a los que ya eran millonarios. Sillitoe jam¨¢s dej¨® esa estancia suya en la izquierda, que no era nebulosa, que estaba al lado de los hombres simples, a los que hab¨ªa visto sufrir en el Nottingham de la adolescencia. Dijo: "Los problemas de los hombres simples son los problemas de los dioses". Escribi¨® para identificar ese latido, sin perder jam¨¢s el acento de Nottingham.
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