Ante la duda, la dama de hierro
Elizabeth Hawley lleva casi medio siglo certificando las ascensiones al Himalaya
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Si con la carrera de los 14 ochomiles el alpinismo no se hubiese traicionado para abrazar las leyes de los deportes regulados o de dorsal, la figura de Elizabeth Hawley no existir¨ªa. Pero las contradicciones conducen a sinsentidos a¨²n mayores, as¨ª que ¨¦ste es el panorama: alpinistas hechos y derechos muertos de miedo antes de someterse al interrogatorio de una estadounidense casi nonagenaria que jam¨¢s ha pisado cima alguna.
Hawley, nacida en Chicago en 1923, lleva casi medio siglo documentando primero y certificando despu¨¦s las ascensiones a los 14 colosos del Himalaya. Por supuesto, todo es oficioso porque jam¨¢s ha sido testigo de otra cosa que de los sudores fr¨ªos de los que, voluntariamente, se someten a su feroz escrutinio. Si uno tiene la desgracia de pisar la cumbre de un ochomil bajo la niebla, se le atasca la c¨¢mara o se le olvida en la tienda puede que Hawley no d¨¦ por buena su ascensi¨®n.
Claro est¨¢, s¨®lo aquellos que desean figurar en listas y anales aceptan la visita de la dama de hierro afincada en Katmand¨² desde los a?os 60 del siglo pasado, cuando la capital de Nepal era el centro del universo hippy y ella escrib¨ªa cr¨®nicas pol¨ªticas para Time. Fue en esos a?os cuando Hawley teji¨® su red de contactos influyentes y se gan¨® el respeto de alpinistas de la talla de Edmund Hillary, primer vencedor del Everest, pero tambi¨¦n de pol¨ªticos, reyes y empresarios. En 1962 empez¨® a trabajar para la agencia de noticias Reuters especializ¨¢ndose en cr¨®nicas himal¨¢yicas. Jam¨¢s se cas¨® ni regres¨® a su tierra natal.
Hawley no es del agrado de todos. Muchos alpinistas escalan ochomiles, tienen pruebas m¨¢s que suficientes de su presencia en la cima y se las guardan para compartir su ¨¦xito en familia: no necesitan que nadie venga a certificar lo que ya saben y son conscientes de que no hay mayor mentira que enga?arse a uno mismo. Pero en la carrera de los 14 ochomiles, fuese masculina o, ahora, femenina, el ¨²nico juez de silla, ¨¢rbitro, comisario o como quiera denominarse a la autoridad pertinente es Hawley.
La anciana somete al interrogado a una serie de preguntas de sencilla respuesta: las vistas desde la cima, su morfolog¨ªa, los elementos abandonados en ella... Pero la principal fuente de conocimiento de Hawley es el testimonio de los sherpas que estuvieron en la monta?a en cuesti¨®n y que siempre o casi siempre saben qui¨¦n hizo o no cima. En el caso de Oh Eun-sun, Hawley consider¨® su ascensi¨®n al Kanchenjunga como "dudosa", aunque la dio por buena bajo el asterisco de la debilidad de la documentaci¨®n aportada.
Los dos primeros surcoreanos que figuran en la lista de los 14 ochomilistas tuvieron que repetir, como en el colegio, sancionados por la severidad de Hawley. Otros, en cambio, mandaron a paseo a la se?ora. Entre los c¨®digos de los alpinistas no est¨¢ denunciar al compa?ero que no ha hecho lo que dice haber hecho y se supone que no existen mentirosos ni acusicas. Pero ahora, con tanto prestigio y dinero en juego, todo vale con tal de ganar.
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