La muerte de un soldado aviva la crisis pol¨ªtica en Tailandia
Los enfrentamientos entre los 'camisas rojas' y el Gobierno se recrudecen
La grave crisis que vive Tailandia se encon¨® ayer a¨²n m¨¢s. Un soldado result¨® muerto de un disparo, al parecer por fuego amigo, y 19 personas resultaron heridas, cuando cientos de militares y polic¨ªas se enfrentaron a unos 2.000 camisas rojas, procedentes del campamento, en las afueras de Bangkok. Los soldados dispararon balas de goma y fuego real. En previsi¨®n de lo que pudiera seguir, j¨®venes con cascos, armados con palos con clavos atravesados, tirachinas, barras met¨¢licas y ca?as de bamb¨² afiladas, se desplegaron al anochecer tras las barricadas al sur de la fortaleza roja.
En ella, un joven vestido con pantal¨®n y camisa negra, pa?uelo rojo al cuello y un brazalete con la inscripci¨®n "Disoluci¨®n del Parlamento", hace un gesto con la mano y autoriza el acceso al campamento de los camisas rojas. A ambos lados se eleva una barricada de tres metros de alto y unos 200 de largo, formada por neum¨¢ticos de camiones y palos de bamb¨² afilados, coronados por banderas rojas. En el interior, decenas de hombres montan guardia, mientras otros duermen, cocinan o descansan bajo los toldos de pl¨¢stico.
La 'fortaleza roja' tiene seguridad propia, servicios y puestos de comida
"Hay 1.000 monjes en el campamento por la democracia", dice uno de ellos
A intervalos, hay montones de adoquines rotos, dispuestos para ser utilizados. Tras la segunda l¨ªnea de barricada, levantada con alambre de espino, un joven alto, fornido, con el cuerpo cubierto de tatuajes, da instrucciones a los voluntarios, que se preparan ante la eventualidad de un asalto de los miles de soldados y polic¨ªas desplegados fuera del recinto.
Aqu¨ª, en la confluencia de la calle Ratchadamri con Silom, se encuentra el extremo sur de la fortaleza de los camisas rojas, una sucesi¨®n de carpas y casetas, que ocupa una superficie de tres kil¨®metros cuadrados, mezcla de campo de refugiados, feria de pueblo y ciudad sitiada, en la que est¨¢n instalados miles de manifestantes que piden la dimisi¨®n del primer ministro, Abhisit Vejjajiva, y la convocatoria de elecciones.
Dicen que no se ir¨¢n hasta que lo logren, especialmente despu¨¦s de los violentos enfrentamientos registrados las tres ¨²ltimas semanas, en los que han muerto 27 personas -de ellas, varios soldados- y m¨¢s de 900 han resultado heridas. Las movilizaciones comenzaron a mediados de marzo.
Perfectamente organizados, han creado una peque?a ciudad dentro de esta urbe de 10 millones de habitantes que es Bangkok. Tienen un motivado servicio de seguridad; grandes pantallas en las que siguen las intervenciones de sus l¨ªderes; servicios p¨²blicos port¨¢tiles, generadores el¨¦ctricos, dep¨®sitos de agua y puestos de comida para aquellos a quienes no baste la que se reparte gratis.
"Estoy aqu¨ª porque no me gusta este Gobierno, que mata a gente y ataca a mujeres y ni?os. Abhisit no es un buen hombre. Thaksin Shinawatra
[ex primer ministro, depuesto en un golpe militar en 2006 y exiliado en el extranjero] se ocupaba de la gente m¨¢s pobre. Me quedar¨¦ aqu¨ª hasta que Abhisit se vaya", afirma Bancha, un hombre de 37 a?os, que ha venido desde la provincia norte?a de Chiang Rai.
"Thaksin impuls¨® la concesi¨®n de cr¨¦ditos a los pobres. Abhisit no hace nada", dice una mujer de la provincia de Chup¨®n, 400 kil¨®metros al sur de la capital, que se dedica a la venta de pescado, y est¨¢ acompa?ada de su nieto de tres a?os.
Los camisas rojas est¨¢n integrados principalmente por habitantes de las zonas rurales. Pero incluyen tambi¨¦n activistas prodemocr¨¢ticos -entre ellos, estudiantes e intelectuales- y un n¨²mero creciente de miembros de la clase obrera urbana. Denuncian que Abhisit lleg¨® al cargo en 2008 de forma ileg¨ªtima al frente de una coalici¨®n tejida por los militares.
Sentado en una cama de campa?a, Viroj Yabaion, un monje budista, muestra su simpat¨ªa por los rojos. "Abhisit no respeta a Buda. Ha puesto a algunos monjes de alto rango en la lista negra. Hay unos 1.000 monjes en el campamento. Vengo a ayudar a los pobres a conseguir derechos humanos y democracia. No me ir¨¦ hasta que el Parlamento sea disuelto y accedan a nuestras demandas", afirma este hombre de 46 a?os. "Si los soldados intentan reprimir el movimiento y vienen a disparar, me pondr¨¦ en primera fila para pararlos".
Bancha no puede olvidar a las v¨ªctimas de los choques del 10 de abril, cuando el Ej¨¦rcito intent¨® expulsarlos de la zona del barrio hist¨®rico que ocupaban entonces. "Yo llev¨¦ dos de los cad¨¢veres
[25 personas murieron esos d¨ªas] del hospital al lugar donde les rendimos homenaje", afirma. Unos choques que los acampados ven en las televisiones de los puestos de venta de DVD con las grabaciones de lo ocurrido, y en los carteles con las fotos de las v¨ªctimas, incluida la de un camisa roja con la cabeza reventada por un proyectil y los sesos por el suelo.
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