Ascensi¨®n y ca¨ªda de Rachida Dati
Un d¨ªa de 2004, en uno de esos barrios miserables y violentos cosidos a las afueras de Par¨ªs, el por entonces todopoderoso ministro del Interior Nicolas Sarkozy, de visita por la zona, se puso a discutir con un joven gigant¨®n que le recriminaba su comportamiento de pol¨ªtico. Una mujer de la comitiva, guapa, delgada, morena, se acerc¨® y de una colleja le quit¨® la gorra al chaval.
Oye t¨², para hablar con el ministro, uno se descubre antes, ?vale?
El adolescente enmudeci¨® y el ministro con m¨¢s futuro de Francia se fij¨® por primera vez en esa mujer determinada que trabajaba para ¨¦l como consejera t¨¦cnica y que, cuando quer¨ªa, era capaz de hablar el mismo idioma que los macarras de las periferias pobres de Francia.
Recientemente se le oy¨® decir a una amiga que 'no pod¨ªa m¨¢s' de aburrimiento y frustraci¨®n en su esca?o europeo. Parece vencida. S¨®lo parece
Esa mujer, Rachida Dati, fue, en efecto, ni?a pobre de familia musulmana, y, con los a?os, la pol¨ªtica m¨¢s famosa y m¨¢s popular de la era Sarkozy, ministra de Justicia y colaboradora favorita del presidente de la Rep¨²blica durante unos meses cruciales en los que acumul¨® un poder casi ilimitado. Lleg¨® ah¨ª guiada s¨®lo por su ambici¨®n, su inteligencia pr¨¢ctica, su capacidad para acercarse a los que cuentan, su instinto de supervivencia y las ganas de salir de su infancia y su barrio, y habitar el territorio reservado de los elegidos. Se convirti¨® en s¨ªmbolo y se aprovech¨® de ello. Supo llegar, pero no mantenerse, tal vez porque forz¨® demasiado o porque lo quiso todo o tal vez porque no la admitieron nunca, y acab¨® cayendo en desgracia, criticada, destituida del ministerio, recluida en un puesto de segunda en el Parlamento Europeo y presa (o instigadora, seg¨²n algunos) de chismes pol¨ªtico-sexuales del El¨ªseo que acaban en asuntos de Estado, como el ocurrido hace semanas sobre la separaci¨®n de Sarkozy y Carla Bruni. Nadie recuerda una medida suya en el Ministerio de Justicia. Pero su vida (sus varias vidas), su ascenso rutilante y su desplome han merecido -y merecer¨¢n- libros, documentales y cientos de portadas en revistas que jam¨¢s se cansan de reclamarla.
Rachida Dati naci¨® en 1965 en Chalon-sur-Sa?ne (Borgo?a), una ciudad de 50.000 habitantes. Y vivi¨® en un barrio apartado, lejos del centro, compuesto de altos edificios de pisos sociales habitados por inmigrantes. Su padre, de origen argelino, autoritario y tradicional, era alba?il o parado; su madre, marroqu¨ª, callada, sumisa, casi analfabeta, se ocupaba de la casa. Rachida fue la segunda de 12 hermanos de una familia que necesit¨® la ayuda de los servicios asistenciales para salir adelante. Estudi¨® en un colegio estricto y cat¨®lico llamado El Deber despu¨¦s de que su padre descubriera, tras trabajar all¨ª como pe¨®n, que dentro su hija disfrutar¨ªa m¨¢s oportunidades. Fue la ¨²nica musulmana de ese colegio, en el que sac¨® buenas notas. A los 18 a?os, mientras estudiaba Medicina, se aficion¨® a leer revistas de actualidad, memorizaba el Who is who franc¨¦s y coleccionaba recortes sobre personalidades de la c¨²spide de la sociedad a la que estaba decidida a atornillarse.
S¨®lo necesitaba una rendija y la encontr¨® en forma de una fiesta en la Embajada de Argelia en Par¨ªs para la que consigui¨® una invitaci¨®n. No era nadie, pero conoc¨ªa las caras de los que mandaban de estudiarlas en las revistas. Avist¨® al por entonces ministro de Justicia, Albin Chalandon, se hizo un hueco entre la muchedumbre y se present¨®.
-Era alguien a quien uno necesariamente ten¨ªa que ayudar, alguien que te convenc¨ªa de que la ten¨ªas que ayudar -confes¨® Chalandon, su primer mentor, el que le ayud¨® a conseguir su primer empleo, en un documental titulado Dati, la ambiciosa, emitido en 2009 por la cadena franco-alemana Arte.
As¨ª fue siempre. Se acercaba a un poderoso que le serv¨ªa de trampol¨ªn y se propulsaba. Zigzague¨® por lo mejor de la sociedad ampar¨¢ndose en su pasado de chica de barrio pobre y en un contexto favorable, el de los a?os ochenta, en el que la sociedad francesa descubr¨ªa, con cierto complejo de culpa, a los hijos de inmigrantes nacidos en Francia y arrinconados en las afueras.
Pero a los 27 a?os, cuando ya sab¨ªa lo que significaba ser una mujer emancipada, viaj¨® a Chalon-sur-Sa?ne a casarse a la fuerza con un argelino casi desconocido por mandato de su padre. Poco despu¨¦s anul¨® el matrimonio y regres¨® a Par¨ªs, m¨¢s libre que nunca. Hac¨ªa a?os que se hab¨ªa liberado de la c¨¢rcel de pobreza sin horizonte de su barrio; ahora lo hac¨ªa de otra a¨²n m¨¢s estrecha: la de la autoridad de un padre hacia una hija d¨ªscola.
Jam¨¢s se apunt¨® a ninguna asociaci¨®n, ni de izquierdas ni de derechas; trep¨® por libre. Se aficion¨® a escribir cartas a los poderosos, independientemente de su ideolog¨ªa, present¨¢ndose, postul¨¢ndose. Se hizo juez sin un buen expediente acad¨¦mico gracias a la ayuda de otra ex ministra, la recientemente elegida acad¨¦mica Simone Veil. Conoci¨® a Sarkozy en los tiempos en los que ¨¦ste ocupaba el Ministerio del Interior y le atosig¨® a cartas hasta que consigui¨® una entrevista personal en la que, seg¨²n ella misma ha confesado, no dej¨® hablar al otro hasta que lo tuvo convencido. Comenz¨® a trabajar como consejera t¨¦cnica en asuntos de delincuencia. Se hizo notar el d¨ªa de la colleja al chaval de la gorra: la segunda rendija importante de su vida por la que supo colarse.
Sin embargo, para llegar al selecto primer c¨ªrculo de poder necesitaba algo m¨¢s. Mientras asist¨ªa a reuniones a las que no estaba invitada, aprend¨ªa los entresijos de un ministerio complejo y se empapaba de sabidur¨ªa pol¨ªtica aplicada, aguard¨® una nueva oportunidad. Y la encontr¨® en la crisis matrimonial en la que naufragaba Sarkozy y su esposa de entonces, Cecilia. Donde otros se habr¨ªan apartado para no quemarse, ella se arrim¨®. Se convirti¨® en confidente de la pareja reci¨¦n separada: le¨ªa a Nicolas los mensajes que Cecilia mandaba a Rachida al m¨®vil. Cuando lleg¨® la reconciliaci¨®n, poco antes de que Sarkozy decidiera lanzarse hacia el El¨ªseo, se hab¨ªa instalado h¨¢bilmente al lado de la pareja triunfante, gozando de la amistad inquebrantable de ambos.
Fue nombrada portavoz de la candidatura. Apabull¨® con su desparpajo ante las c¨¢maras. Comenz¨® a forjarse el mito. Y unos d¨ªas despu¨¦s de que Sarkozy fuera proclamado presidente de la Rep¨²blica, le comunic¨® que la iba a nombrar ministra de Justicia.
-No llores. Ya sabes que a ¨¦l no le gustan las mujeres que lloran-, le sopl¨® Cecilia cuando a Rachida le empezaron a temblar los ojos.
No entr¨® con buen pie en el ministerio. Su car¨¢cter col¨¦rico, autoritario y desp¨®tico la distanci¨® pronto de muchos colaboradores. Encargaba un discurso, llamaba a medianoche para rehacerlo, volv¨ªa a llamar a la ma?ana siguiente temprano para rehacerlo de nuevo y al final no lo usaba. Adem¨¢s, muchos magistrados, funcionarios de alto nivel y personal jur¨ªdico de un ministerio algo elitista no soportaron nunca que una hija de musulmanes advenediza sin una verdadera carrera judicial, salida de los barrios m¨¢s bajos, viniera a decirles lo que ten¨ªan que hacer. En el libro Belle amie, los periodistas Yves Derai y Micha?l Darmon describen una escena reveladora: un grupo de fiscales la esperaba para una reuni¨®n oficial. Uno de ellos solt¨®, entre las risas de los otros: "?Y ella qu¨¦ va a traer, el t¨¦?".
Para colmo, con los funcionarios molestos por la falta de medios, con una oleada de suicidios en las c¨¢rceles, con una serie de reformas contestadas, en diciembre de 2007 apareci¨® en la portada de Paris Match posando con un vestido rosa de Christian Dior que, por cierto, se neg¨® a devolver tras la sesi¨®n de fotos. Jam¨¢s una ministra de Justicia se hab¨ªa atrevido a tanto. Jam¨¢s una chica de barrio hab¨ªa llegado tan lejos, incluso m¨¢s all¨¢ de su prefijado destino de s¨ªmbolo de una sociedad multicultural. Dati lo quer¨ªa todo: el poder, el dinero y el glamour de ¨¦lite. Esa portada esplendorosa marc¨® su cima. Y el principio de la ca¨ªda.
Las cr¨ªticas arreciaron. El favor del presidente comenz¨® a escasear. Y ella cada vez ve¨ªa menos formas de recuperarlo, ni siquiera recurriendo a su arma secreta: a esas alturas, separado definitivamente de Cecilia, Sarkozy viv¨ªa con Carla Bruni, no muy amiga de Dati.
En septiembre de 2008, Francia supo que su ministra m¨¢s vilipendiada (pero m¨¢s popular), la campeona de las revistas (esas que ella recortaba cuando ten¨ªa 18 a?os), se encontraba embarazada. Se desataron rumores de todo tipo sobre el padre, sobre todo los que apuntaban al fiscal general de Qatar, el multimillonario Ali al Marri. Ella se limit¨® a decir: "Mi vida sentimental es muy complicada".
Sentenciada pol¨ªticamente, poco despu¨¦s de dar a luz abandon¨® el Gobierno. En junio de 2009 ocup¨® su anodino esca?o como eurodiputada en Bruselas, lejos de Par¨ªs. Dos meses despu¨¦s se grab¨® una conversaci¨®n en la que confesaba a una amiga que "no pod¨ªa m¨¢s" de aburrimiento y frustraci¨®n. Privada de coche oficial, no es raro verla en el tren Par¨ªs-Bruselas, camino de su despacho. Parece vencida. Parece.
Hace unas semanas, cuando desde el entorno de Sarkozy la acusaron de filtrar el rumor de que ¨¦ste y Bruni se separaban, compareci¨® en una radio para dejar las cosas claras: "No tengo miedo a nada, pero todo esto tiene que acabar de una vez".
Ya no es s¨ªmbolo de nada, ya no encarna a la chica pobre que triunfa. Tal vez ella nunca quiso hacerlo, limit¨¢ndose a dejar el barrio lo m¨¢s atr¨¢s posible. Pero que nadie la d¨¦ por acabada. Rachida Dati ha demostrado ser capaz de habitar muchas vidas diferentes y de no quedarse mucho tiempo donde no quiere.?
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