Los plagios de Dylan
Qu¨¦ pasmosa la capacidad de Internet para generar "esc¨¢ndalos". Una grabaci¨®n de tel¨¦fono m¨®vil, una foto indiscreta, una frase sacada de contexto... y cualquier bola se transforma en un alud asfixiante. Antes exist¨ªa la posibilidad de ir a la ra¨ªz y explicarlo o disculparse: hoy, la supuesta noticia rebota como si estuviera en un pinball global, hasta que cae una nueva avalancha.
Puede dar testimonio la cantautora canadiense Joni Mitchell. A finales de abril, Matt Diehl public¨® en Los Angeles Times una conversaci¨®n con la Mitchell y el actor John Kelly, que se disfraza de Joni para interpretar su repertorio. El periodista sugiere que, incluso en los r¨²sticos folk clubs, cualquiera pod¨ªa inventarse un personaje: si Roberta Joan Anderson se reinvent¨® como Joni Mitchell, Robert Zimmerman se transform¨® en Bob Dylan. Joni salta directa a la yugular:
En discos y en entrevistas, el m¨²sico es un maestro de la evasi¨®n
-Bob no es aut¨¦ntico en absoluto. ?l es un plagiario; su nombre, como su voz, son falsos. Todo lo que hay en Bob es un enga?o. Somos como el d¨ªa y la noche, ¨¦l y yo.
?Es la guerra! En la blogosfera, partidarios y detractores disparan sus ca?ones (y sospecho que Joni tiene m¨¢s barcos tocados o hundidos que Bob). Pero, finalmente, se trata de otra pol¨¦mica m¨¢s de Internet, que algunos reducen a un enfrentamiento de g¨¦neros o -m¨¢s sal gruesa- atribuyen al tradicional sarcasmo que muchos estadounidenses aplican a sus vecinos del norte. Adem¨¢s es un pique antiguo de cuando compart¨ªan discogr¨¢fica. En 1974, coincidieron en casa de David Geffen: para invitados selectos, se mont¨® una escucha de sus nuevos discos. Mientras sonaba Court and spark, Dylan mostr¨® indiferencia y termin¨® adormil¨¢ndose. Aparentemente, estaba fingiendo. Joni no pill¨® la broma y su santa ira dura hasta hoy.
En palabras de David Crosby, "Joni es tan humilde como Mussolini". Y pelea duro. Siempre se queja de padecer el machismo del establishment musical. Lamenta que se la retratara como una picaflor, inagotable seductora de famosos, aunque cae en id¨¦ntica trampa en la misma entrevista, cuando se defiende recordando que Janis Joplin y Grace Slick se acostaban con sus propios m¨²sicos. Como si existieran grados de promiscuidad, seg¨²n el objeto amoroso sea un cantante-compositor o un vulgar instrumentista.
Cierto que ella y Bob llevan vidas opuestas: ¨¦l gira constantemente mientras Joni huye del directo (ahora sabemos que sufre una extra?a dolencia dermatol¨®gica). Regularmente, Mitchell amaga con retirarse, echando bilis sobre las discogr¨¢ficas, los medios y su antiguo p¨²blico, que no ha sido capaz de seguirla en su deriva est¨¦tica. Para ella, s¨®lo los gays y los m¨²sicos negros han demostrado sensibilidad suficiente para entenderla; exhibe como pruebas la admiraci¨®n de Prince o el homenaje de Herbie Hancock, River: the Joni letters.
En verdad, lo extraordinario de las declaraciones de Joni es la menci¨®n del plagio. Palabra tab¨², no utilizada ni contra el peor enemigo: ning¨²n compositor se siente seguro de estar exento de posibles acusaciones. Analizando la obra de Dylan, se evidencia que participa del proceso can¨ªbal del folk y el blues, donde se reciclan constantemente melod¨ªas y letras. En ese sentido, no resulta m¨¢s plagiario que Robert Johnson o Woody Guthrie. Distinto asunto es el uso de autores contempor¨¢neos en sus versos. Dado que se trata del cantautor m¨¢s escrutado del mundo, cualquier "pr¨¦stamo" -aunque sea ex¨®tico- termina detect¨¢ndose. En Love and theft (2003) se cuelan fragmentos de Confesiones de un yakuza, del escritor japon¨¦s Junichi Saga. Sin olvidar las frases cinematogr¨¢ficas -extra¨ªdas de pel¨ªculas de Bogart y otros- que tachonan Empire burlesque (1985).
M¨¢s que la legalidad de tales apropiaciones, lo interesante ser¨ªa establecer qu¨¦ metodolog¨ªa utiliza para conservar -?recurre a la memoria, acumula sus hallazgos en una moleskine, sit¨²a un post-it en la p¨¢gina pertinente?- e insertar esas citas. Pero los escasos periodistas que tienen acceso a Dylan no plantean semejantes cuestiones. Puedo entenderlo: nadie quiere frustrar una entrevista vendible. Adem¨¢s, se trata de un maestro de la evasi¨®n, experto en bloquear preguntas antip¨¢ticas.
As¨ª que lo ¨²nico noticioso de todo el asunto es la audacia de Joni: ninguno de sus colegas pone la m¨ªnima objeci¨®n a Bob; parece que nunca haya grabado discos flojos o protagonizado conciertos penosos. Dylan es perfecto, Dylan no se equivoca; por lo tanto, Dylan es Dios. Se agradece que Joni sea descre¨ªda en este punto.
Babelia
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