Editar a Tolst¨®i
Una de las mayores satisfacciones de mi vida no me la han procurado los libros que he escrito, sino los libros que he editado. En cierta medida, no me siento capaz de discriminar del todo mi faceta de creador de mi faceta de editor. O, dicho de otro modo, comprendo que el acto de editar se parece mucho m¨¢s de lo que com¨²nmente consideramos al acto de escribir. Tambi¨¦n aqu¨ª hay que seducir, asumir riesgos y atreverse a so?ar. En un mundo editorial cada vez m¨¢s dominado por los grandes grupos y la concentraci¨®n de esfuerzos, la pervivencia de las peque?as editoriales se me antoja doblemente necesaria. Por un lado, pensando exclusivamente en t¨¦rminos de mercado nacional, estas editoriales funcionan a menudo como canteras de las que los sellos de referencia se nutren. El sistema editorial est¨¢ organizado de tal forma que, en realidad, lo que las grandes editoriales hacen no es tanto hallar nuevos territorios como colonizarlos. Por utilizar un s¨ªmil hist¨®rico, las grandes editoriales no siempre descubren el Nuevo Mundo, sino que a menudo s¨®lo lo conquistan. Muchos escritores que hoy merecen la atenci¨®n de cr¨ªtica y p¨²blico sobreviv¨ªan en casas humildes esperando a que su voz fuera democratizada, amplificada y desencriptada, deseosos de que su escritura se convirtiera de impermeable en permeable, de s¨®lida en gaseosa, de inamovible en ubicua. Yo mismo comenc¨¦ publicando en peque?as editoriales de Asturias, y no s¨®lo me siento orgulloso de aquellos a?os de relativo silencio y oscuridad a veces desalentadora, sino que soy consciente de que sirvieron para prevenirme ante cualquier tentaci¨®n de encontrarme en posesi¨®n del fuego sagrado de la literatura. Pero adem¨¢s, por otro lado, las peque?as editoriales, que no viven cautivas de las grandes ventas por las que las editoriales de primera l¨ªnea suspiran, sino que pueden cubrir gastos facturando 1.000 o 2.000 ejemplares de sus t¨ªtulos, se encuentran en condiciones de editar atendiendo, ¨²nica y exclusivamente, al valor de los textos y al cuidado, a menudo exquisito, del libro como objeto hermoso. En una palabra: a mimar contenido y continente a partes iguales. Con el magisterio de Benito Garc¨ªa Noriega, en KRK Ediciones he tenido la fortuna de editar a narradores tan formidables como Carlos de Oliveira, Euclides da Cunha, Samuel Johnson o Laurence Sterne, por no hablar de pensadores como Hans Kelsen, George Santayana o Aleksandr Luria y de dramaturgos como Juan Mayorga o Armand Gatti, pero ning¨²n autor me ha regalado tantas satisfacciones y de ninguno he aprendido tanto como de Lev Tolst¨®i. Ahora, cuando el mundo conmemora el centenario de la muerte en Astapovo del genio ruso, echo la vista atr¨¢s y comprendo qu¨¦ lujo ha sido poder levantar de la nada, con ayuda de traductores entusiastas, un sabio consejo editorial y un equipo de producci¨®n magn¨ªfico, dos obras como El evangelio abreviado y Mi confesi¨®n, en las que el creador del conde Andr¨¦i Bolkonski y de Natasha Rostova despleg¨® en primer¨ªsima persona todo su caudal de humanidad y preocupaciones ¨¦ticas. Dec¨ªa Borges que hubiera necesitado dos vidas para sentirse satisfecho: una para leer y otra para escribir. Quiz¨¢ se le olvid¨® mencionar ese tercer camino, el de la edici¨®n, que integra lo mejor de ambos mundos y ense?a, como una imperecedera lecci¨®n de humildad, qu¨¦ hermoso, necesario y noble sigue siendo este viejo arte de dotar de sentido al mundo mediante la palabra. -
Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n (Gij¨®n, 1971) es autor, entre otros libros, de El corrector, Derrumbe y La ofensa (Seix Barral).
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