Esparciendo falsos rumores
Newton ped¨ªa una palanca para mover el mundo. A los gur¨²s financieros, carentes de los m¨¢s elementales conocimientos de la f¨ªsica, expertos en picard¨ªas, trampas y falsedades, les basta con un rumor para desestabilizar el mundo.
Los ¨²ltimos acontecimientos que hemos vivido creo que han convencido a los m¨¢s esc¨¦pticos de que la vida del sistema financiero est¨¢ en manos de los m¨¢s desvergonzados p¨ªcaros, que se mueven con facilidad e impunidad por un mundo en el que las reglas de conducta permiten convertir, por arte de magia, las falsedades en artificios contables, las especulaciones en turbulencias propias del sistema de navegaci¨®n y las estafas en habilidosas operaciones de ingenier¨ªa financiera.
Cometen delito los que difundiendo noticias falsas consiguen alterar el precio de las cosas
La mayor¨ªa de los grandes grupos financieros parecen encantados de haber impuesto sus condiciones. Minimizan las trampas y las consideran episodios, tan naturalmente incrustados en el sistema como la gripe y las alergias en el invierno y la primavera.
Lo sucedido el d¨ªa 4 de mayo con Espa?a supera los l¨ªmites de lo permisible y exige respuestas contundentes que ya est¨¢n en las leyes y que s¨®lo esperan ser activadas. De forma paralela, tres grandes rotativos, el Financial Times, The New York Times y Wall Street Journal, suger¨ªan al un¨ªsono que Espa?a pod¨ªa ser la pr¨®xima ficha del domin¨® europeo en caer. Al mismo tiempo, comenz¨® a correr el rumor de que Espa?a hab¨ªa pedido ayuda al Fondo Monetario Internacional. La "fiabilidad" de la noticia se pon¨ªa de relieve comparando las cifras que se daban como montante de la supuesta ayuda demandada. Por un lado, se hablaba de 200.000 millones de euros y, por otro, otros 280.000 millones. La diferencia es notable.
El rumor es como una serpiente venenosa que se escapa de la boca del que lo transmite y emponzo?a toda la vida de un pa¨ªs y, en este caso, de la Uni¨®n Europea que se acoge bajo el patr¨®n euro. ?Se puede impunemente soltar tal insidia, sin que nadie se mueva para detectar su origen y exigir responsabilidades? ?El omnipotente mercado sin rostro, pero capaz de usar la voz, puede permitir que tales impactos agiten sus aguas consider¨¢ndolos como travesuras integradas en las propias reglas del juego? Creo que si no se reacciona con los mecanismos propios de una sociedad democr¨¢tica y no se exigen responsabilidades, las fichas del domin¨® ir¨¢n cayendo a¨²n m¨¢s sobre las espaldas de los menos favorecidos, como ya ha sucedido en Grecia y como se acaba de anunciar en Espa?a. O ponemos orden con el peso de la ley o el caos y los disturbios surgir¨¢n como productos naturales de la indiferencia o la impotencia de los pol¨ªticos.
Desde hace muchos a?os nuestros c¨®digos penales mantienen un tipo de delito que encaja perfectamente para estas conductas, si bien no estaba pensado para tales magnitudes. Siempre ha sido un delito atentar contra el mercado y los consumidores, y se dice con claridad meridiana, para todo el que sepa leer. Cometen delito los que difundiendo noticias falsas y usando de cualquier otro artificio semejante consiguieren alterar los precios de las cosas. El C¨®digo no distingue entre el mercado tradicional de los entradores de carnes y pescados y los mercados financieros, por muchas diferencias que sea posible establecer entre dichos productos. Al final, es el mercado el bien jur¨ªdico al que hay que proteger.
Estos actos pueden ser equiparados por su gravedad y efectos a los que el C¨®digo Penal castiga como delitos que comprometen la paz o la independencia del Estado en tiempos de guerra. Castiga a los que hicieren circular noticias o rumores falsos encaminados a perjudicar el cr¨¦dito del Estado o los intereses de la Naci¨®n (art? 594 C¨®digo Penal). Si la conducta se conecta con situaciones de guerra, podemos establecer, sin exageraciones ni desvar¨ªos, que los rumores pueden ser armas de destrucci¨®n masiva.
La resignaci¨®n ante los desaf¨ªos de los delincuentes ser¨ªa suicida. Es urgente y necesario poner a los servicios de inteligencia, a la polic¨ªa, a los organismos reguladores de Eurostad y a los servicios financieros a investigar de d¨®nde sali¨® el rumor y qu¨¦ base exist¨ªa para su difusi¨®n. No se puede permanecer imp¨¢vido ante los devaneos de unos juguetones financieros que se forran a costa de reducir el magro sueldo de los funcionarios griegos y espa?oles y congelar las pensiones de nuestros jubilados. Tal actitud es suicida.
Hay que buscarles en sus madrigueras, sacarles a la luz y aplicarles simplemente la ley. La inactividad me parece insoportable. El rumor y la especulaci¨®n no pueden erigirse en reglas asumibles por el mundo de los mercados sin desgastes y riesgos de tama?o incalculable. O corregimos el rumbo o nos entregamos en manos de los especuladores a los que los gobiernos parecen temer m¨¢s que a sus ciudadanos. O aplicamos la ley o les preguntamos a los mercaderes si les parece justo, razonable y exigible lo que est¨¢n haciendo. Y si consiguen convencer a la mayor¨ªa, la ¨²nica medicina es la resignaci¨®n. Pero me temo que esta virtud se est¨¢ agotando, es cada vez m¨¢s escasa. O se ajusta el sistema o s¨®lo habr¨¢ lugar para la rabia.
No parece sensato encargar a los antidisturbios la regulaci¨®n del mercado financiero. Las cuentas de los tramposos no cuadran, los muertos son ciertos e irreversibles.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn, magistrado, es comisionado de la Comisi¨®n Internacional de Juristas.
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