Una epopeya del rock
En 1971, los Rolling Stones hu¨ªan de Londres. Les mord¨ªan el culo los recaudadores de impuestos. Y un m¨¢nager que, tras quedarse con todas sus canciones de los sesenta, quer¨ªa zamparse los derechos de temas todav¨ªa in¨¦ditos. Se refugiaron en la Costa Azul, donde realizaron lo esencial de Exile on Main Street, la grabaci¨®n m¨¢s mitificada del rock. Un disco hecho a pesar de la gendarmer¨ªa francesa, los mafiosos marselleses y, sobre todo, sus propios vicios.
Ma?ana, Universal reedita Exile on Main Street en versi¨®n adecentada, con la opci¨®n de conseguir una decena de cortes in¨¦ditos y material audiovisual. Es la venganza de Mick Jagger, cuya sensibilidad profesional le indispuso contra el Exile original, de sonido pantanoso y elaboraci¨®n tortuosa. En 1972, el doble elep¨¦ alcanz¨® el n¨²mero uno pero Jagger no ocult¨® sus reservas: "Es muy disperso... Conviene escucharlo en peque?as dosis. No se puede tocar en directo".
Un grupo pierde su eficiencia si depende del biorritmo de un yonqui
En la otra esquina se sit¨²a Keith Richards, que considera Exile un triunfo personal: "Hasta arriba de caballo, y fui capaz de sacar adelante un doble disco". Habla en primera persona: aunque llevaban canciones registradas en Inglaterra (y el disco se rematar¨ªa en Los ?ngeles), el tono general se defini¨® en Nellc?te, la mansi¨®n que Keith alquil¨®. Dado que el resto del grupo viv¨ªa desperdigado, aquello se convirti¨® en un inmenso piso franco para todos, obligados a esperar a que el se?or de la casa saliera de su para¨ªso narc¨®tico y se dignara bajar al s¨®tano que serv¨ªa de estudio de grabaci¨®n.
El s¨®tano era infernal: solo Charlie Watts, detr¨¢s de su bater¨ªa, ten¨ªa derecho a ventilador. El palacio no estaba preparado: vampirizaban la energ¨ªa el¨¦ctrica de los cercanos ferrocarriles franceses. A¨²n as¨ª, el presupuesto de Nellc?te se acercaba a los 7.000 d¨®lares semanales, con cantidades industriales de drogas y alimentos para docenas de personas.
En su papel de jefe de la caravana de gitanos, Richards abri¨® las puertas a amigos y desconocidos. Temeroso de los delincuentes locales, Richards decidi¨® contratarlos. Los ¨ªntimos y los par¨¢sitos asistieron en primera fila a dramas conyugales: Anita Pallenberg se paseaba semidesnuda, quej¨¢ndose del desinter¨¦s sexual de Keith.
Tampoco andaba muy fino Keith. Quer¨ªa comprar el yate de Errol Flynn y se acercaba a los barcos anclados, militares o civiles, para preguntar a los marineros si ten¨ªan hach¨ªs u opio. Sus salidas en coche sol¨ªan terminar en grescas que se arreglaban soltando dinero. La polic¨ªa local, acostumbrada a excentricidades de millonarios, fue altamente tolerante. S¨®lo se present¨® cuando, tras un intento de chantaje, Keith y Anita fueron denunciados. Nellc?te supon¨ªa un irresistible im¨¢n para traficantes y ladrones. Sufrieron varios robos, incluyendo la dolorosa desaparici¨®n de una docena de guitarras.
Y a¨²n as¨ª, brot¨® la m¨²sica. Eran canciones sucias, espesas, intensas: Happy, Rocks off, Rip this joint, Casino boogie, Ventilator blues... Hasta que la llegada de los uniformados provoc¨® la desbandada. Todos pusieron cara de inocentes: la responsabilidad de los esc¨¢ndalos recay¨® en Anita y Keith, que terminaron procesados en Francia. Jagger volvi¨® a coger el tim¨®n y traslad¨® el circo a California, donde intent¨® iluminar las cintas del s¨®tano y se grabaron temas m¨¢s mel¨®dicos.
A¨²n as¨ª, Jagger lleva Exile on Main Street clavado en la memoria. Tiene motivos. Fue cuando los Stones perdieron la eficiencia como grupo de estudio. Mandaban los biorritmos de un Keith dependiente de las drogas, esclavo de su perturbadora leyenda (hasta entonces, estaba eclipsado por Mick y Brian Jones). La baja productividad de unos Stones endiosados hubiera escandalizado a Muddy Waters y dem¨¢s maestros de la banda. Eso explica su eterna reticencia a publicar descartes, tomas alternativas, experimentos: prefieren que sus m¨¦todos de trabajo queden en la sombra. Verg¨¹enza torera, quiz¨¢s.
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