Mujeres invisibles, v¨ªctimas de la guerra
En el d¨ªa de hoy, cautivo y desarmado el ej¨¦rcito rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus ¨²ltimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El General¨ªsimo Franco".
Frases de este tipo las hemos le¨ªdo en numerosas ocasiones, quiz¨¢s en casi todos los conflictos b¨¦licos. Detr¨¢s quedan numerosos muertos, heridos, todo tipo de agresiones a los derechos humanos, miseria, pero tambi¨¦n quedan muchas mujeres rotas por las humillaciones sexuales llevadas a cabo por todas las partes en el conflicto.
El uso deliberado e impune de la violencia sexual como arma de guerra, se ha convertido en un crimen habitual en nuestra era, un arma m¨¢s de lucha, de sometimiento al contrario. Gracias a estas pr¨¢cticas se ha conseguido intimidar, crear terror pol¨ªtico, sacar informaci¨®n y humillar a much¨ªsimas mujeres y ni?as. En otras ocasiones se ha utilizado como recompensa a los soldados.
El uso de la violaci¨®n como arma de guerra se ha convertido en atrozmente habitual
Han tenido que pasar siglos para que un tribunal, concretamente el Tribunal Penal Internacional, dictaminase la violencia de g¨¦nero como delito contra la humanidad en los conflictos de Ruanda y de la antigua Yugoslavia en los a?os 90.
El hecho fue algo hist¨®rico, un gran avance para la dignidad de las mujeres violadas, aunque hasta el momento s¨®lo se han dictado menos de dos docenas de sentencias. Realmente, si no fuese por lo humillante del tema, parecer¨ªa una broma.
Todav¨ªa podemos recordar las "Estaciones de Confort" organizadas a lo largo y ancho de Asia por el Ej¨¦rcito Imperial japon¨¦s durante la Segunda Guerra Mundial en donde m¨¢s de 200.000 mujeres y ni?as, secuestradas previamente de sus casas, fueron sistem¨¢ticamente violadas por los soldados japoneses. Durante dicho conflicto las dos partes se acusaron mutuamente de violaciones en masa, sin embargo, ninguno de los tribunales establecidos en los pa¨ªses victoriosos para enjuiciar los cr¨ªmenes de guerra, reconoci¨® el delito de violencia sexual.
Al final de la guerra se calculaba que un mill¨®n de mujeres hab¨ªan sido violadas por el Ej¨¦rcito ruso, tras la derrota de los nazis. Fue su celebraci¨®n. Muchas de ellas parieron a los denominados Russenkinder.
En la Guerra Civil espa?ola tambi¨¦n se utiliz¨® este tipo de arma. S¨®lo tenemos que recordar las arengas del general Queipo de Llano manifest¨¢ndose muy orgulloso de la conducta sexual de sus hombres, o de las violaciones masivas llevadas a cabo por las tropas del norte de ?frica que apoyaban al bando golpista. Una vez "proclamada" la paz, esas mujeres tuvieron que convivir en silencio con sus agresores, ya fuesen vecinos, militares o polic¨ªas.
Este mismo estigma persigui¨® a las mujeres latinoamericanas. Recordemos que en Guatemala, durante 36 a?os de guerra civil, la violaci¨®n de mujeres, la mayor¨ªa ind¨ªgenas, constituy¨® una pr¨¢ctica generalizada, por parte de las fuerzas del Estado. Y aunque la guerra termin¨® en 1996, Guatemala sigue teniendo uno de los ¨ªndices de violencia sexual m¨¢s altos del mundo, persistiendo la impunidad de estos actos. Y por qu¨¦ no recordar a las colombianas que han sufrido agresiones por parte del Ej¨¦rcito, la guerrilla y los paramilitares.
Tambi¨¦n pudimos ver c¨®mo se destru¨ªa el cuerpo de unas 400.000 mujeres en la guerra de los Grandes Lagos, sufriendo posteriormente graves secuelas f¨ªsicas y mentales. Muchas acabaron muriendo de sida, otras embarazadas y repudiadas por sus propias familias, y un n¨²mero considerable tuvo que abandonar sus pueblos. Las que por diferentes razones fueron a parar a campos de refugiados se convirtieron en seres extremadamente vulnerables. De ellas abusaron tanto las fuerzas rebeldes como las tropas internacionales. No hay que olvidar que el 80% de los refugiados y desplazados son mujeres y ni?os.
Y en los Balcanes ocurri¨® m¨¢s de lo mismo. Naciones Unidas habla de m¨¢s de 50.000 violaciones, pero s¨®lo se enjuici¨® a 18 hombres y se conden¨® a 12.
En la primera d¨¦cada del siglo XXI la paz llegaba a Sierra Leona dejando unas cifras terror¨ªficas. M¨¢s del 75% de las mujeres y ni?as del pa¨ªs fueron v¨ªctimas de abusos sexuales, seg¨²n datos de la Agencia de Naciones Unidas para la mujer (UNIFEM). Sin olvidarnos de las ni?as secuestradas para formar parte de los ej¨¦rcitos de ni?os soldado y servir de esclavas sexuales de sus mandos.
Por fin el Tribunal Penal Internacional y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a trav¨¦s de la Resoluci¨®n 1820, que en el 2010 cumple dos a?os, tomaron cartas en el asunto, pero los conflictos contin¨²an y las mujeres siguen siendo un objetivo m¨¢s.
Ahora nos queda seguir trabajando para que ¨¦stas pierdan el miedo a denunciar, a explicar qu¨¦ y c¨®mo les pas¨® y a identificar a sus agresores. Pero para que esto ocurra la comunidad internacional, sus gobiernos, los movimientos sociales y los ¨®rganos jurisdiccionales les deben dar protecci¨®n, ayuda, asesoramiento e incluso cobijo. Y los pa¨ªses participantes en el Estatuto de Roma (1998) deben enjuiciar a todos aquellos criminales que sus pa¨ªses no est¨¢n dispuestos a hacerlo. Eso es posible.
Mientras no las apoyemos incondicionalmente, ellas seguir¨¢n en silencio y destruidas. Los historiadores hablar¨¢n de muertos, heridos y da?os econ¨®micos, y ellas seguir¨¢n siendo invisibles, como hasta ahora.
Merc¨¨ Rivas Torres es periodista y escritora.
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