Electra, electricidad
Tan viva como la misma electricidad, dice uno de los personajes, misteriosa, repentina, de sumo cuidado. Destruye, trastorna, ilumina". Hablo de una obra de Benito P¨¦rez Gald¨®s que ya tiene m¨¢s de 100 a?os y que fue reestrenada la semana pasada en Las Palmas de Gran Canaria. El nombre de la obra, en los a?os de su creaci¨®n, Electra, era griego y moderno: representaba un pasado m¨ªtico y un presente positivista, fascinado por el progreso cient¨ªfico, por ideales de una sociedad nueva, por el rechazo de la oscuridad, la intolerancia, el fanatismo de ¨¦pocas anteriores.
P¨¦rez Gald¨®s escribi¨® un texto desordenado, algo excesivo, pero de un di¨¢logo brillante y punzante, demoledor en muchos de sus pasajes. Es la historia de una muchacha de 18 a?os, Electra, hija natural de una madre que se tom¨® libertades no permitidas en su tiempo, Eleuteria, nombre que viene, precisamente, del t¨¦rmino griego para libertad. Son alusiones transparentes y que en los a?os de Gald¨®s provocaron resistencias furibundas. Electra, que no sabe qui¨¦n es su padre, se ha educado en un colegio religioso franc¨¦s y despu¨¦s ha sido recogida por parientes de Eleuteria, burgueses enriquecidos y que la mantienen en un palacete de gran lujo, atestado de galer¨ªas, de salas profundas, de perspectivas, de balconajes que dan sobre un parque frondoso.
Vuelve a la escena la obra en la que Gald¨®s llama a la libertad, a la lucha contra los prejuicios
Tras la funci¨®n sonaba el 'Himno de Riego', el de los liberales espa?oles
El drama galdosiano ha sido adaptado por un dramaturgo de hoy, Francisco Nieva, pero tengo la impresi¨®n de que todav¨ªa sobran p¨¢ginas. La escenograf¨ªa, que juega con la amplitud de los salones y galer¨ªas, con las grandes escalinatas, con los cuadros, con los experimentos de M¨¢ximo, el hombre de ciencias, el domador de fuerzas secretas, es de lo mejor del estreno. No transmite en ning¨²n momento la sensaci¨®n de escasez, de pobreza de medios, de relativa sordidez, de casi todo el teatro chileno de hoy. Y escribo "de hoy" en forma deliberada, porque el teatro experimental y el de ensayo de las universidades chilenas de los a?os cincuenta ten¨ªa una amplitud mental y material, una visi¨®n en grande, que ahora se echa casi siempre de menos. Me gustan, me sorprenden, me provocan una sonrisa, los vuelos imaginativos, a¨¦reos, espaciales, de esta curiosa Electra. Son un llamado vibrante a la libertad, a la lucha contra los prejuicios, las nociones y costumbres pacatas, el clasismo ciego.
Se podr¨ªa escribir otra obra de teatro o una novela acerca de lo que sucedi¨® con el drama de P¨¦rez Gald¨®s en el Madrid de 1901. Hab¨ªa ocurrido un hecho real el a?o anterior. Una muchacha de 15 a?os de edad, Adelaida Ubao e Icaza, heredera de una gran fortuna, hab¨ªa asistido a unos ejercicios espirituales dirigidos por un sacerdote jesuita y hab¨ªa terminado por ingresar, sin autorizaci¨®n de su madre viuda, al conventode las Esclavas del Coraz¨®n de Jes¨²s. La madre entabl¨® un proceso, que perdi¨® en primera instancia frente a diversas argucias y tinterilladas de la parte contraria, y el tema lleg¨® a dividir a la sociedad espa?ola de entonces.
En el drama de Gald¨®s, la joven y desamparada Electra, manipulada por don Salvador Pantoja, hombre rico y fan¨¢tico, cat¨®lico integrista de aquellos a?os, queda tambi¨¦n encerrada en un convento madrile?o. Pero el argumento tiene una sutileza interesante: Pantoja insin¨²a que es el padre de la ni?a, fruto de una desviaci¨®n pecaminosa de su juventud, y que tiene la obligaci¨®n de encerrarla para que no se convierta en una libertina, en una arrastrada, como su madre Eleuteria.
Pantoja, siempre vestido de oscuro, triste, de una cortes¨ªa constante y extra?a, es la encarnaci¨®n teatral del despotismo, del autoritarismo, de la hipocres¨ªa en la m¨¢s maligna de sus facetas. Los j¨®venes autores de la generaci¨®n del 98, que admiraban a Gald¨®s pero que tambi¨¦n sol¨ªan criticarlo en forma despiadada, acudieron en masa al estreno, dispuestos, al fin, a rendirle homenaje al viejo maestro. P¨ªo Baroja escribi¨® en sus Memorias que el esc¨¢ndalo provocado por Electra s¨®lo se pod¨ªa comparar con el de Hernani, de Victor Hugo, en la Francia del romanticismo. Hubo pataletas, imprecaciones, ovaciones y silbatinas. Cuentan que Ramiro de Maeztu, anarquista y provocador en sus a?os juveniles, grit¨® desde la galer¨ªa: "?Mueran los jesuitas!".
Al t¨¦rmino de la funci¨®n, P¨¦rez Gald¨®s fue paseado en andas por los j¨®venes en las calles del centro de Madrid. Los gritos de "?Viva Gald¨®s!" se alternaban con los de "?Muera el clero!". Al cabo de algunas funciones, se hizo habitual interpretar el Himno de Riego, el de los liberales espa?oles en lucha contra Fernando VII, despu¨¦s de la bajada del tel¨®n. En una de las funciones, los clericales, que se confund¨ªan con las clases m¨¢s ricas, compraron la mitad del teatro y dejaron los asientos vac¨ªos en se?al de protesta. La edici¨®n del drama en forma de libro tuvo un ¨¦xito notable: m¨¢s de 27.000 ejemplares vendidos en las primeras semanas.
De alguna manera, guardando todas las distancias del caso, mis lecturas de estos d¨ªas sobre el esc¨¢ndalo de Electra en su estreno me han hecho recordar el caso de la publicaci¨®n de El in¨²til de Joaqu¨ªn Edwards Bello en el Santiago de 1910. El personaje principal de la novela, Eduardo Briset Lacerda, se proclamaba socialista y ateo y participaba en una huelga obrera, todo lo cual, para la burgues¨ªa chilena de comienzos del siglo XX, no era poco. En a?os posteriores, Edwards Bello, gran cultivador de la contradicci¨®n, desde?oso de la coherencia racional, afirmaba que era ateo con respecto a Dios Padre y creyente piadoso de la Virgen Mar¨ªa. Cuando publiqu¨¦ mi novela sobre el tema, El in¨²til de la familia, recib¨ª cartas y testimonios que me sorprendieron, que parec¨ªan salir de lo m¨¢s profundo del pasado. Un viejo pariente me escribi¨® desde Valpara¨ªso para contarme que Joaqu¨ªn, a pesar de sus dichos, era creyente, pero iba a misa a las seis o siete de la ma?ana porque no le gustaba que lo vieran en las iglesias. Le rezaba a la Virgen antes de salir de su casa, ya que sent¨ªa que si no lo hac¨ªa le pod¨ªa ocurrir alguna desgracia, pero tambi¨¦n respetaba al Dios del Antiguo Testamento. Quiz¨¢, pienso, lo respetaba y le ten¨ªa miedo, como a su propio padre, cuyas botas escuchaba en la madrugada, entre sue?os, cuando ¨¦l part¨ªa a su trabajo.
El odio galdosiano a Pantoja, en cambio, no tiene contradicci¨®n ni redenci¨®n alguna. ?Producto de una sociedad m¨¢s estricta, m¨¢s tradicional, que no conoce la licencia y la fiesta sudamericana? En todo caso, me parece interesante que se pueda comparar la actitud del novelista y cronista chileno con la del autor de Fortunata y Jacinta. En alguna medida, Edwards Bello fue uno de los sudamericanos m¨¢s hispanistas de su generaci¨®n. Fue gran amigo de Ram¨®n G¨®mez de la Serna, del "pintor Zuloaga", como le gustaba llamarlo, de muchos otros. Cita con frecuencia a Gald¨®s, a Baroja, incluso a do?a Emilia Pardo Baz¨¢n. En su calidad de jugador empedernido, conoci¨® a fondo los garitos de los alrededores de la Puerta del Sol y probablemente le rez¨® a la Virgen Mar¨ªa despu¨¦s de colocar algunas fichas. El chileno en Madrid, arbitrario, ingenuo, pero bien observado, lleno de vida, un poco el¨¦ctrico a la manera de Electra, se puede leer perfectamente ahora. Y revela coincidencias, parentescos, vasos comunicantes que todav¨ªa nos sorprenden.
A veces pienso que nadie se interesa ahora en estas cosas. Pero El chileno en Madrid se podr¨ªa traducir a una pel¨ªcula de hoy, de Almod¨®var o del chileno Ra¨²l Ruiz, y podr¨ªa ser muy divertida, adem¨¢s de original y provocativa. Habr¨ªa que usar, creo, los grises y los sepias de las viejas fotograf¨ªas. Pero yo, por mi lado, no pretendo entrar en esta aventura.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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