La sobreactuaci¨®n de Juan sin miedo
La aparici¨®n de Francisco Camps, nada m¨¢s el Supremo le devolviera su condici¨®n de imputado (y ciertamente de una aparici¨®n se trataba tras sus abundantes ausencias), revel¨® en su discurso evidente sobreactuaci¨®n. Tal vez tenga estudiada ¨¦l la eficacia del ¨¦nfasis y no le importe que resulte o no antigua su ret¨®rica. Pero es evidente que la sobreactuaci¨®n aleja la apariencia de autenticidad y envuelve en hojarasca hasta la confesi¨®n m¨¢s clara. En todo caso, m¨¢s cerca del serm¨®n que del mitin estaban los pasajes apocal¨ªpticos del molt honorable, pr¨®ximos a veces al discurso de mantenedor de juegos florales. Pero tal vez por su apariencia beat¨ªfica, subrayada por la exaltaci¨®n de su virtud, la l¨ªrica floral pudo acercarlo m¨¢s al Antiguo Testamento que al nuevo; lo acerc¨® especialmente al viejo la amenaza b¨ªblica para los pecadores que lo han llevado a la tribulaci¨®n y el aviso a un "seguido" innominado para meter el miedo en el cuerpo de los infieles.
Lo peor es creer que las lecciones de honradez est¨¢n de m¨¢s, pero eso obedece a la chuler¨ªa
La antigua oratoria religiosa, y la de aquel discurso lo era tambi¨¦n en la proclamaci¨®n del martirologio y la persecuci¨®n del virtuoso Camps, m¨¢s dispuesto a la glorificaci¨®n que a la penitencia, a buscar el castigo en los otros que a reconocer sus propios pecados, sol¨ªa nutrirse de un lenguaje m¨¢s sofisticado, en ning¨²n caso de expresiones que puedan recordar a los fieles la manera de hablar de los mafiosos que evoc¨® este discurso. Y, visto el honorable unos d¨ªas antes, arrodillado ante la Mare de D¨¦u con devota unci¨®n, bien ornamentado, haciendo p¨²blica y leg¨ªtima ostentaci¨®n de su fe, no parece que en la proclamaci¨®n de la venganza persiguiera precisamente dar testimonio de su formaci¨®n evang¨¦lica. Pero si su compromiso cristiano quedaba de este modo por los suelos, peor quedaba su compromiso democr¨¢tico, tan exigible a su cargo, al poner en duda la vitalidad del Estado de derecho. Claro que si el proceso que contra ¨¦l se sigue le da risa no es extra?o que tenga al Estado de derecho por finiquitado y que en pura l¨®gica, y para seguir con la sobreactuaci¨®n que con frecuencia es resultado del nerviosismo, se sienta tan feliz como confiesa. De la sobreactuaci¨®n tambi¨¦n la risa forma parte y acaso por eso la extrema tanto el honorable que solo Rita Barber¨¢ lo supera con una risa tan continuada que cualquiera dir¨ªa que persigue disimular un duelo. Pero la risa, a veces rid¨ªcula, es contagiosa y, ver a la alcaldesa pidiendo la dimisi¨®n de Zapatero al rato de que el Supremo tomara la decisi¨®n de que el honorable volviera a la condici¨®n de imputado, originaba las mismas carcajadas que le dan a ella, por cierto no muy finas, lo que le pasa al honorable.
El estilo de Camps podr¨ªa estar m¨¢s cerca de los antiguos y untuosos oradores sagrados que de los predicadores de hoy, de haber sido fiel esta vez a la fama de l¨ªrico que se ha ganado entre sus correligionarios, que lo llaman el poeta, no s¨®lo por sus met¨¢foras sino por sus referencias culturalistas, pero con la espada de pl¨¢stico se entreg¨® a una comparaci¨®n prosaica entre ¨¦sta y la metralleta o la espada flam¨ªgera. Bien es verdad que no hay mayor enemigo de la l¨ªrica que la cursiler¨ªa, aunque tambi¨¦n es cierto que, a juzgar por la literatura barata del sumario que le concierne, el honorable se entrega a la cursiler¨ªa m¨¢s en la intimidad con sus amiguitos del alma, tan chocarreros, que en el discurso p¨²blico. Esto no quiere decir que el discurso p¨²blico no se alimente como en esta ocasi¨®n del mismo estilo del lenguaje que se usa entre esas malas amistades que le han tocado en suerte al honorable, tratamiento por cierto enormemente comprometedor. Y ese estilo se instal¨® en su discurso, justo al celebrar la ca¨ªda de dos, Garz¨®n y Bermejo, no en la cacer¨ªa de marras que uni¨® a ambos, sino en otra m¨¢s espec¨ªfica en la que debe andar metido Camps, seg¨²n se deduce de su discurso.
En fin, bien est¨¢ que sea el honorable lo m¨¢s honorable que se reconozca desde Finisterre a Cabo de Gata, como ha dicho, aunque no le conste que ocurra lo mismo en Canarias y, sobre todo, en Baleares. En Baleares es probable que alguien intente dar lecciones de honradez al PP para favorecerlo, pero dice Camps que "nadie en el planeta Tierra puede dar lecciones al PP sobre honradez". Y se equivoca: son muchos los que pueden darnos lecciones de honradez a todos, nunca sobran. Quien no ha parecido necesitarlas es Carlos Fabra, que apoya, c¨®mo no, al honorable, de inocente a inocente. Pero Fabra fue declarado por Rajoy con toda rotundidad "pol¨ªtico ejemplar", con lo que queda claro que le sobran las lecciones de honradez tanto a Rajoy como a Camps. Lo peor, sin embargo, es creer que las lecciones de honradez est¨¢n de m¨¢s y no tomarlas. Pero eso obedece a la chuler¨ªa, que fue otro de los atributos del discurso de Juan Sin Miedo, todav¨ªa y a pesar de todo, honorable president de la Generalitat.
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