Las armas secretas que no existieron
El cine acostumbraba a tomarse un tiempo para ofrecer su reflexi¨®n o su ficci¨®n sobre las guerras. Se hicieron bastantes pel¨ªculas acerca del desastre de Vietnam, pero casi todas cuando la guerra hab¨ªa terminado, a excepci¨®n de la impresentable loa de John Wayne Boinas verdes. Por desgracia para los que se inventaron pretextos y mentiras que legitimaban la invasi¨®n de Irak, el cine estadounidense no ha esperado a que regrese a casa el ¨²ltimo marine para denunciar esa barbarie reciente que nadie sabe cu¨¢ndo acabar¨¢, que se perpet¨²a con las ya rutinarias cifras de gente cotidianamente destrozada por las bombas.
Est¨¢ muy crudo que los embusteros que embarcaron a su pa¨ªs en esa interminable masacre sean juzgados alg¨²n d¨ªa por un tribunal, pero que las pel¨ªculas retraten su villan¨ªa y las mort¨ªferas consecuencias de ella nos ofrece un ligero consuelo. En cualquier caso, ese cine no deber¨ªa oler a panfleto o ser exclusivamente bienintencionado, sino que tiene la obligaci¨®n de poseer arte y profundidad, capacidad para remover al espectador.
El sabroso material de 'Fair game' solo est¨¢ desarrollado con correcci¨®n
Fair game es un thriller pol¨ªtico con intenciones honradas y que en manos del desaparecido y a?orado Sydney Pollack probablemente habr¨ªa logrado un resultado notable. Cuenta una historia real de la que nos enteramos hace poco tiempo. La de un diplom¨¢tico estadounidense llamado Joe Wilson al que le encargaron la misi¨®n de descubrir si Irak se estaba aprovisionando de uranio en N¨ªger para fabricar la bomba at¨®mica y armas de destrucci¨®n masiva. Resulta que los informes de este hombre desment¨ªan lo que trataba de imponer el Gobierno de Bush para justificar el ataque a Irak. Resulta que el muy osado y lenguaraz se lo cont¨® a The New York Times, resulta que su esposa Valerie Plame trabajaba para la CIA en misiones de alto riesgo especializadas en la problem¨¢tica de Oriente. El castigo para el disidente de las verdades oficiales es la revelaci¨®n p¨²blica del clandestino oficio de su mujer, la expulsi¨®n de esta en la CIA y el consecuente desamparo de la red de contactos que ella hab¨ªa montado en Irak, la marginaci¨®n y el acoso hacia dos personas cuyo ¨²nico delito fue hacer mod¨¦licamente su trabajo. Este sabroso material, intercalado con las explicaciones que daban Bush, Cheney, Rice y dem¨¢s apologistas de la necesidad de la invasi¨®n, solo est¨¢ desarrollado con correcci¨®n por el director Doug Liman, que dispone de la impagable ayuda de los excelentes Naomi Watts y Sean Penn transmitiendo credibilidad a sus angustiados personajes. Es un entretenimiento digno, pero no hace palpitar.
Tampoco provoca entusiasmo aunque s¨ª respeto la descripci¨®n neorrealista de lo ardua que est¨¢ la supervivencia para los explotados inmigrantes que hace el director italiano Daniele Luchetti en La nostra vita. La protagoniza un capataz de la construcci¨®n al que se le tuerce la pl¨¢cida existencia familiar y laboral cuando su esposa muere al parir el tercer hijo. Este hombre desolado, que ha descubierto accidentalmente que un trabajador rumano ha muerto y que el temeroso y rapaz due?o de la constructora ha ocultado el accidente, se propondr¨¢ medrar en el negocio utilizando el chantaje al jefe y pidiendo pr¨¦stamos a un proxeneta y traficante de drogas. No hay pretensiones moralistas por parte del director. S¨ª un tono cercano al documentalismo para describir la inseguridad, el miedo y la desesperada resignaci¨®n de los que tienen que buscarse la vida d¨ªa a d¨ªa en circunstancias lamentables. Todo intenta desprender sensaci¨®n de realidad, pero esa premisa no garantiza hacer un cine memorable.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.