Avigdor Arikha, el pintor que cazaba instantes
Desert¨® del arte abstracto para capturar la vida cotidiana
Avigdor Arikha, pintor francoisrael¨ª fallecido el 29 de abril en Par¨ªs, un d¨ªa despu¨¦s de cumplir los 81 a?os, era un maestro a la hora de inmortalizar escenas cotidianas de enigm¨¢tica belleza. Los cr¨ªticos de arte han resaltado que, pese a la luminosidad vital que domina sus cuadros, consigui¨® dotarles tambi¨¦n de una p¨¢tina turbia e inquietante, un sentimiento de extra?eza resultado de observar lo habitual desde un punto de vista ins¨®lito. Uno de sus ejercicios favoritos era pintarse a s¨ª mismo en poses fugaces: un reflejo en un espejo; un grito; un rostro que parece estar gir¨¢ndose, march¨¢ndose para no volver.
No siempre fue un pintor figurativo. En sus inicios se decant¨® por lo abstracto, al no encontrar respuesta a esta pregunta, que se formul¨® en numerosas ocasiones: "?Qui¨¦n puede pintar una manzana despu¨¦s de C¨¦zanne?". Pero termin¨® asqueado de repetir "el mismo juego de formas, una y otra vez", y cay¨® en una profunda sequ¨ªa creativa tras la cual decidi¨® pintar la vida tal y como era. O al menos tal y como ¨¦l la ve¨ªa. "Lo esencial es no saber lo que estoy haciendo. Si lo supiese, no podr¨ªa pintar lo que veo", dijo a The New York Times en 1986.
Tal vez la rutina que Arikha gustaba de retratar era turbia porque sus primeros dibujos fueron del d¨ªa a d¨ªa en un campo de concentraci¨®n. De familia jud¨ªa y criado en Ucrania, ten¨ªa 12 a?os cuando llegaron los nazis, que mataron a su padre de una paliza. Conoci¨® los trabajos forzados y dibuj¨® los cad¨¢veres apilados en un vag¨®n de tren, las colas para conseguir un plato de sopa, el horror. En 1944, unos delegados de la Cruz Roja visitaron el campo y se fijaron en los grabados, interviniendo para que fuese liberado junto a su madre y su hermana.
Se estableci¨® en un kibutz pr¨®ximo a Jerusal¨¦n y particip¨® en la guerra ¨¢rabe-israel¨ª de 1948, resultando gravemente herido en una emboscada. Terminados los combates, se fue a estudiar a Par¨ªs, donde pint¨® la rutina de guerra que a¨²n llenaba su mente: soldados exhaustos, pueblos destruidos, m¨¢s cad¨¢veres. Se sumergi¨® en la agitada vida intelectual de las orillas del Sena y, en 1956, tras una funci¨®n de Esperando a Godot, conoci¨® a Samuel Beckett, con quien trab¨® una gran amistad y a quien retrat¨® en numerosas ocasiones. Dibujar a Beckett tomando un vaso de vino fue el primer paso para despegarse de lo abstracto y fijarse en el mundo que le rodeaba.
En 1965 lleg¨® su crisis, espoleada por la contemplaci¨®n en el Louvre de La resurrecci¨®n de L¨¢zaro, de Caravaggio. Al d¨ªa siguiente, seg¨²n cont¨® en una entrevista, se despert¨® "con un hambre violenta en los ojos" y empez¨® a dibujar a su mujer, la poetisa Anne Atik, una y otra vez. Dej¨® de pintar cuadros y durante siete a?os solo hizo dibujos, casi todos en blanco y negro. Solo volvi¨® a los cuadros tras afinar un estilo basado en preservar la simplicidad gracias a una serie de reglas: no usar m¨¢s de cuatro o cinco colores; trabajar sin bocetos; empezar y terminar una obra en el mismo d¨ªa; retratar solo lo que ten¨ªa delante y pod¨ªa ver, tocar y oler.
Con el tiempo, su nombre adquiri¨® prestigio y sus cuadros terminaron en las paredes del Louvre, del Metropolitan de Nueva York y de la Tate Gallery londinense. En 2008 present¨® una amplia retrospectiva en el Museo Thyssen de Madrid, donde se vio obligado a romper sus reglas. Prefer¨ªa exponer ¨²nicamente con luz natural, pero el d¨ªa de la inauguraci¨®n estaba nublado y pudo v¨¦rsele lament¨¢ndose por los pasillos. Fr¨¦d¨¦ric Mitterrand, ministro de Cultura franc¨¦s, ha dicho en el homenaje tras su muerte que "ten¨ªa un don para captar lo profundo de las personas y expresar su misterio". Pero a Avigdor Arikha lo que realmente le obsesionaba era que no se le escapase el momento. En una entrevista de 1987, trataba de explicar por qu¨¦ no pod¨ªa saltarse sus propias reglas: "El instante no se repite. Si lo retocas, lo desorganizas. Yo no puedo permitirme dar marcha atr¨¢s".
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