Populismo, participaci¨®n, democracia
Ante la baja popularidad de los partidos en muchas democracias europeas, algunos pol¨ªticos proponen una intervenci¨®n directa de los ciudadanos en la toma de decisiones. Pero hay que separar el trigo de la paja
?ltimamente, la palabra "participaci¨®n" se repite a menudo en los corrillos de las ¨¦lites pol¨ªticas de toda Europa. Ante los baj¨ªsimos niveles de popularidad que padecen los partidos en la mayor¨ªa de las democracias europeas, los pol¨ªticos prometen en todas partes m¨¢s participaci¨®n, mayor intervenci¨®n directa de los ciudadanos en la toma de decisiones. Al mismo tiempo, se ofrece la idea de "subsidiariedad" a nivel europeo como panacea para la permanente falta de democracia que caracteriza a la propia Uni¨®n Europea.
Sin embargo, deber¨ªamos mirar con extremo cuidado, e incluso con escepticismo, esta sobreabundancia de ret¨®rica de la participaci¨®n, tan notable en la Uni¨®n como en los Estados miembros. Por debajo de la superficie bonachona y burbujeante de esta tendencia pululan ideas y proyectos muy diversos. Algunos suponen graves amenazas contra la democracia representativa; otros apenas son esfuerzos de autoconservaci¨®n (de los propios pol¨ªticos, claro), y finalmente algunos tratan seriamente de contribuir a la consolidaci¨®n de la democracia participativa mediante la resurrecci¨®n de la democracia parlamentaria, su antigua prima hermana. Vale la pena inspirar a fondo, despejar nuestras mentes con un buen espresso, y tratar de distinguir entre estas tres diferentes tendencias, cada una de las cuales tiene consecuencias muy diversas para el futuro de la democracia.
En Italia el populista que critica a los partidos y habla de mayor libertad es tambi¨¦n el plut¨®crata
Porto Alegre, en cambio, es un ejemplo positivo de real participaci¨®n directa de los vecinos
Sin grave riesgo de equivocarnos, podemos calificar a la primera opci¨®n de populista. Ante las fragilidades de la democracia actual, ante sus complejidades e intricados equilibrios de poder, el populista habla a las masas, a las que promete cortar el nudo gordiano de la democracia. El gobierno en manos de una sola figura carism¨¢tica y din¨¢mica, un "hombre del pueblo", sustituir¨¢ los serpenteos err¨¢ticos de la democracia, la ¨²nica forma pol¨ªtica que combina los movimientos del cangrejo con los del caracol. Al mismo tiempo sin embargo (y aqu¨ª es donde vuelve a superficie el tema que nos ocupa) el l¨ªder populista promete m¨¢s participaci¨®n "directa". El pueblo decidir¨¢, por medio de referendos y mecanismos similares.
Se trata de un modelo muy conocido y que posee una larga tradici¨®n, sobre todo en Am¨¦rica Latina. Existe una versi¨®n actual y sorprendente de este sistema en Europa, en la cual el l¨ªder populista es propietario de la mayor¨ªa de las cadenas comerciales de televisi¨®n y del principal grupo editor de un pa¨ªs, adem¨¢s de ser su ciudadano m¨¢s rico. La vieja idea anglosajona de la competencia democr¨¢tica como algo que debe jugarse en un campo que sea igual para todos los participantes, se ve reemplazada por un desequilibrio enorme entre el l¨ªder populista y sus competidores. El populismo se suma a la plutocracia, y los resultados son devastadores. La Uni¨®n Europea observa boquiabierta la situaci¨®n, sin dejar de parlotear acerca de la "subsidiariedad", mientras en Italia su veterana democracia (esa palabra tan mediterr¨¢nea) se va hundiendo lentamente en su templado mar.
Esta es la primera tendencia, que dista mucho de ser tranquilizadora. La segunda, que pretende conservar la democracia representativa en su insatisfactoria forma actual, como un viejo tomate seco, es f¨¢cil de explicar. Los pol¨ªticos, cuyo mundo es solo el de los pol¨ªticos, y a los que la pol¨ªtica les interesa sobre todo como profesi¨®n, ponen cara de circunstancias, sonr¨ªen, y hablan de "consultar" al pueblo. "El nuestro es el partido que escucha a la gente" es uno de los esl¨®ganes m¨¢s comunes en toda Europa cuando se aproximan las elecciones. Su significado es pr¨¢cticamente nulo, porque esos pol¨ªticos, tras escuchar (m¨¢s bien menos que m¨¢s), siguen su camino de siempre. Las consecuencias de esta falsa "participaci¨®n" son tambi¨¦n devastadoras. Un informe independiente acerca del estado de la democracia brit¨¢nica, Power to the People, publicado en marzo de 2006, era bien expl¨ªcito al referirse a este asunto: "Las pruebas obtenidas (...) confirman que el escepticismo con el que la gente mira las consultas p¨²blicas es muy notable. Los ciudadanos consideran que estos procesos carecen de todo sentido en la medida en que no queda nada claro de qu¨¦ modo las consultas podr¨ªan llegar a influir en las decisiones adoptadas finalmente por los funcionarios o diputados".
Una tercera y ¨²ltima tendencia, con diferencia la m¨¢s interesante y esperanzadora, trata m¨¢s bien de sumar las democracias participativa y representativa. Una combinaci¨®n de fuerzas que a¨²n no ha sido teorizada ni, sobre todo, aceptada por una clase pol¨ªtica recalcitrante. Hay, sin embargo, novedosos experimentos democr¨¢ticos en los que deber¨ªamos concentrar nuestra atenci¨®n y nuestras esperanzas. Examinar¨¦ solo un par de ejemplos. El primero tiene origen norteamericano y el segundo es brasile?o. El primero tiene que ver con la forma; el segundo, con el poder.
Los Consejos Municipales Electr¨®nicos (Electronic Town Meetings), como se ha dado en llamarlos, organizan la discusi¨®n y deliberaci¨®n ciudadanos. El m¨¢s conocido fue el que celebr¨® en Nueva York en julio de 2002. Su objetivo era discutir en torno a qu¨¦ hab¨ªa que hacer con la Zona Cero, el lugar anteriormente ocupado por el World Trade Center, despu¨¦s del 11 de septiembre. Las reuniones, en las que participaron 5.000 ciudadanos de Nueva York, acapararon la atenci¨®n de m¨¢s de 200 periodistas. La f¨®rmula habitual es que los participantes, que pueden ser varios centenares, se sienten en torno a mesas formando grupos de 10 personas, y con la ayuda de un coordinador discutan y decidan sobre los asuntos espec¨ªficos que se tratan en el Consejo Municipal del d¨ªa. Tras largas discusiones, cada mesa vota electr¨®nicamente y los organizadores del Consejo redactan una s¨ªntesis final. La experiencia resulta tonificante e instructiva en varios sentidos: los ciudadanos discuten directamente con personas desconocidas, y que proceden de sectores sociales a menudo distintos del suyo. Se produce una notable conciencia de toma colectiva de decisiones. Y a menudo los participantes manifiestan al salir: "As¨ª tendr¨ªa que ser la pol¨ªtica".
Por s¨ª solo, sin embargo, el llamado Consejo Municipal Electr¨®nico tiene una utilidad limitada. Carece de mecanismos estructurales que garanticen que sus deliberaciones ser¨¢n tenidas en cuenta cuando los grupos m¨¢s reducidos de pol¨ªticos tomen las decisiones. Podr¨ªan estimarlas o desestimarlas. Adem¨¢s, falta la continuidad. Los ciudadanos participan sobre la base de un sistema aleatorio costoso y que no se repite. Y queda sin responder la principal pregunta: ?qui¨¦n decide?
Es aqu¨ª donde nos proporciona una gran ayuda el ejemplo de Porto Alegre en Brasil. El Presupuesto Participativo (Or?amento Participativo) es un proceso anual y recurrente que implica la participaci¨®n en diferentes niveles por parte de miles de ciudadanos que eligen a sus propios delegados para el Consejo del Presupuesto Participativo. Ayudados por expertos, establecen las prioridades que se presentar¨¢n al municipio. Este ampl¨ªsimo proceso de debate (que incluye no solo la discusi¨®n sino tambi¨¦n la elecci¨®n de delegados) s¨ª ejerce una influencia real sobre los pol¨ªticos. Aunque el proceso participativo no ha sido dotado de poderes formales, jam¨¢s hasta la fecha el municipio se ha atrevido a rechazar las prioridades establecidas por ese proceso participativo.
Pese a que ha comenzado ya su decadencia, el experimento de Porto Alegre ha sido un ejemplo que han seguido otras 170 ciudades brasile?as. La combinaci¨®n de la forma de los Consejos Municipales con la sustancia y el peso real del proceso de los Presupuestos Participativos, constituye una buena base sobre la que construir una democracia que sea capaz de combinar ambos aspectos.
Este procedimiento ni niega ni reduce el poder ni la responsabilidad de los representantes pol¨ªticos. Poder y responsabilidad quedan, m¨¢s bien, modificados, enriquecidos e institucionalmente constre?idos por las actividades deliberativas y participativas que los circundan. Y la cuesti¨®n te¨®rica crucial relativa a la relaci¨®n entre la democracia representativa y la participativa se resuelve del siguiente modo: la actividad de la segunda garantiza la calidad de la primera.
Paul Ginsborg es catedr¨¢tico de Historia Europea en la Universidad de Florencia. Acaba de publicar en Espa?a As¨ª no podemos seguir.
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