Cerebros ... y cerebras
En un peri¨®dico sensacionalista, la historia de David Reimer podr¨ªa resumirse como la del chico que perdi¨® el pene, vivi¨® un tiempo educado como una ni?a y puso fin a su vida peg¨¢ndose un tiro en la cabeza, en el parking de un supermercado de Winnipeg (Canad¨¢), en 2004. Reimer ten¨ªa un hermano gemelo id¨¦ntico, Brian, que se hab¨ªa quitado la vida dos a?os antes. Los gemelos hab¨ªan sido objeto de un experimento psicol¨®gico y sexual en el que David se llev¨® la peor parte. En 1966, sus padres acudieron al hospital para el alumbramiento de sus dos gemelos, Bruce (el nombre original de David con el que sus padres le bautizaron) y Brian. Por entonces era com¨²n la circuncisi¨®n, pero en el caso de David una negligencia o un error en la cirug¨ªa cauteriz¨® su pene, dej¨¢ndolo irrecuperable. Meses despu¨¦s, los padres vieron en televisi¨®n un programa en el que el sex¨®logo John Money mostraba su convencimiento de que los beb¨¦s nac¨ªan sexualmente neutros, tanto que un ni?o podr¨ªa ser educado para comportarse como una ni?a. As¨ª que s¨®lo un a?o despu¨¦s, en 1967, y bajo la supervisi¨®n de Money, Bruce se convirti¨® finalmente en Brenda, tras una castraci¨®n y una cirug¨ªa para simular un pliegue vaginal. La naturaleza hab¨ªa puesto en las manos de Money la oportunidad perfecta para comprobar sus teor¨ªas, puesto que si Brenda se educaba exitosamente como una ni?a, mu?ecas, vestidos y tratamientos hormonales incluidos, y su hermano gemelo se criaba como el muchacho que era, la personalidad sexual podr¨ªa moldearse con ¨¦xito mediante una educaci¨®n dirigida. El resultado no pudo ser m¨¢s desastroso. "Cuando a los 14 a?os los padres le explicaron lo que le hab¨ªa pasado, ¨¦l les respondi¨® que nunca hab¨ªa dejado de sentirse ni?o", explica el profesor Francisco J. Rubia, neurocient¨ªfico del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid, cuya ¨²ltima obra sobre neurolog¨ªa es El fantasma de la libertad (Ariel). Tras una reconstrucci¨®n de pene, Brenda se cambi¨® el nombre por el de David, se cas¨® y adopt¨® a los hijos de su mujer, puesto que ¨¦l ya no pod¨ªa engendrar.
En un encuentro, el cerebro de ella antepone el compromiso. Para ¨¦l, lo primero es el sexo
De media, ellos destacan en orientaci¨®n espacial. Ellas, en lenguaje y contacto social
Ellas pueden leer mejor las emociones en un rostro. Y, por tanto, detectar las mentiras
Influye la presi¨®n social, que proyecta los estereotipos de c¨®mo deben comportarse unas y otros
Ellas expresan mejor sus emociones y adoran la protecci¨®n. Ellos son mucho m¨¢s agresivos
El experimento -que puede parecer diab¨®lico si no se mira con la perspectiva de los a?os sesenta, la d¨¦cada de la proclamada igualdad de sexos- vino a poner de manifiesto ante el gran p¨²blico que el sexo radica en el cerebro. ?En qu¨¦ difieren el del hombre y el de la mujer? "Tienen m¨¢s semejanzas que diferencias", dice Louann Brizendine, profesora de cl¨ªnica psiqui¨¢trica de la Universidad de California en San Francisco, en un correo electr¨®nico a El Pa¨ªs Semanal. Si colocamos un cerebro masculino y otro femenino frente a frente, a simple vista los vemos iguales. Las diferencias anat¨®micas son mucho menos obvias que distinguir "entre los genitales masculinos y femeninos".
En busca del sexo. Recurramos a la tecnolog¨ªa. La revoluci¨®n de los esc¨¢neres cerebrales, capaces de mostrar las respuestas emocionales de ellos y ellas a nivel cerebral, vienen contando una historia en cada caso. Parece bastante evidente que si los cerebros funcionan de manera diferente en ambos sexos (aunque muchas veces no resulte f¨¢cil resaltar el grado de diferencia), eso se traduzca en comportamientos y actitudes distintas. Si usted fuera un antrop¨®logo social venido del futuro, armado con un esc¨¢ner port¨¢til capaz de iluminar las ¨¢reas del cerebro humano de cualquier persona a su alrededor, podr¨ªa toparse con alguna sorpresa. Su trabajo de campo le ha llevado a elegir una mesa discreta de un bar de copas, al que la gente acude despu¨¦s de trabajar para divertirse. Una mujer, Nicole, muy atractiva, est¨¢ llamando la atenci¨®n de un joven, Ryan, que est¨¢ comentando a sus amigos los resultados de un partido de f¨²tbol. ?l no puede dejar de mirarla, y decide acercarse a ella. La pantalla del esc¨¢ner mostrar¨ªa un fogonazo en la zona cerebral de Ryan que regula el apetito sexual, situada en el hipot¨¢lamo (un conjunto de n¨²cleos cerebrales hundidos en las profundidades del cerebro que tambi¨¦n controla la vida vegetativa, el hambre, la sed y el sue?o). El c¨®rtex visual del hombre -la zona donde se procesan las im¨¢genes a partir de la informaci¨®n enviada por los ojos- tambi¨¦n est¨¢ zumbando con la imagen de la mujer, como si evaluase su silueta de "reloj de arena". Entablan conversaci¨®n, y la voz aguda de ella aumenta el atractivo para ¨¦l. Lo que viene a continuaci¨®n es una vieja historia de aproximaci¨®n para el apareamiento. Ryan intenta citarse con ella para acostarse a la menor oportunidad, pero el tiempo de espera de Nicole para el sexo es tres veces superior. ?l entonces la agasaja con regalos. Quiz¨¢ obedece a un instinto animal que se ha observado en los chimpanc¨¦s, en el que los machos obsequian a las hembras con carne y ellas les recompensan con sexo. O a otro que sugiere que en las diferentes culturas los hombres seleccionan a las mujeres sanas por su aspecto. Finalmente, Ryan lo consigue. El cerebro de ella antepone al sexo la esperanza del amor y el compromiso. En cambio, para ¨¦l lo primero es el sexo. Tanto Nicole como Ryan son pacientes de Brizendine, seg¨²n describe esta experta en su nuevo libro, El cerebro masculino (reci¨¦n publicado por RBA), tras la pol¨¦mica que levant¨® hace dos a?os con El cerebro femenino (RBA).
El mensaje parece di¨¢fano. Las diferencias sexuales de comportamiento est¨¢n condicionadas por la estructura de sus cerebros: el de Ryan no piensa ni act¨²a como el de Nicole. Hay un cerebro para el apareamiento, en el que los pensamientos sexuales "son m¨¢s frecuentes y los circuitos del impulso sexual ocupan m¨¢s espacio"; un cerebro de padre que surge tras tener un hijo, un cerebro de la agresi¨®n listo para entrar en acci¨®n. Y en cuanto a ellas... Pues piensan en el sexo mucho menos que ellos, quiz¨¢ una vez al d¨ªa; son mucho m¨¢s h¨¢biles con el lenguaje, a la hora de expresar sus emociones. Huyen de la agresi¨®n y adoran la protecci¨®n a largo plazo. Se orientan peor en un mapa, no logran averiguar c¨®mo ha girado una figura en el espacio tan r¨¢pidamente como ellos en los test de laboratorio. Siempre por t¨¦rmino medio. Es imposible detallar en un solo art¨ªculo las decenas de observaciones que se han realizado en los laboratorios, en los que grupos de voluntarios de ambos sexos observan una escena mientras sus cerebros est¨¢n siendo escaneados, pero este podr¨ªa ser un t¨ªpico ejemplo: un hombre conversando con una mujer. En ellos, las zonas del cerebro relacionadas con los impulsos sexuales se encienden, mientras que ellas ven una simple conversaci¨®n.
Las pantallas dan algunas pistas, pero no la causa: de media, los hombres destacan m¨¢s en matem¨¢ticas, la ingenier¨ªa y la orientaci¨®n espacial. Las mujeres son mejores a la hora de manejar el lenguaje, el contacto social y el habla. De los experimentos de laboratorio a la vida real media un mundo. Pero la impresi¨®n es que muchos de los clich¨¦s parecen respaldados por la ciencia. Ellas lloran mucho m¨¢s. O quiz¨¢ es posible que la interpretaci¨®n de los resultados se ajusten a los estereotipos que todo el mundo espera.
A la pregunta de si cabe hablar de un cerebro femenino y otro masculino en sentido estricto, la prestigiosa neurobi¨®loga Doreen Kimura, del departamento de psicolog¨ªa de la Universidad de Simon Fraser en Burnaby (Canad¨¢), responde afirmativamente, pero con reservas. "Cualquier comportamiento distinto entre hombre y mujer est¨¢ mediado por el cerebro", explica en un correo electr¨®nico. Y aunque hay rasgos que estad¨ªsticamente difieren entre hombres y mujeres, tambi¨¦n se superponen en un cierto grado, dependiendo del rasgo del que estemos hablando. "Los estereotipos extremos aplicados a los individuos son inexactos, tanto para las variables intelectuales como los rasgos personales".
Ignacio Morgado, del Instituto de Neurociencia de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona y autor de Emociones e inteligencia social (Ariel), advierte contra el error de hablar del cerebro humano en tercera persona. Es una dualidad enga?osa. El "cerebro de Nicole" es Nicole. "Nosotros somos b¨¢sicamente nuestro cerebro, all¨ª radica nuestra mente, la consciencia, la personalidad; no hay otra cosa al margen. No se puede hablar del cerebro como algo diferente a uno mismo". La guerra entre "cerebros masculinos y femeninos" no es otra cosa que una guerra de sexos. Morgado a?ade que, en un caso hipot¨¦tico de trasplante de cerebros (algo propio de la ciencia ficci¨®n), el cerebro "es el ¨²nico ¨®rgano por el que nos gustar¨ªa ser el donante y no el receptor. Ah¨ª va la persona". No se debe atribuir ciegamente los comportamientos femeninos y masculinos a las peculiaridades anat¨®micas. "Lo que no podemos explicar es hasta qu¨¦ punto estas diferencias observadas influyen en las diferencias en conductas", advierte Morgado. Podr¨ªamos pensar que una estructura m¨¢s grande en ¨¦l o en ella presupone m¨¢s capacidad, cuando podr¨ªa ser justo lo contrario. El cerebro es misterioso y guarda celosamente sus secretos. Las am¨ªgdalas cerebrales son dos estructuras en forma de almendra situadas bajo el l¨®bulo temporal. Se cree que procesan las emociones, entre otros aspectos del comportamiento, y, sin embargo, "en el hombre son mayores que en la mujer, cuando ellas son mucho m¨¢s emocionales". En asuntos de cerebro hay que huir de las simplificaciones. Lo dice Doreen Kimura. "Sabemos m¨¢s de c¨®mo ambos sexos difieren que la manera detallada de c¨®mo estas diferencias est¨¢n reflejadas en el cerebro".
Cuesti¨®n de tama?o. Colocamos el cerebro de ¨¦l y el de ella en una balanza. "El cerebro masculino es, por t¨¦rmino medio, cien gramos m¨¢s pesado que el femenino", avisa Morgado. Ya desde el parto se observa que los ni?os reci¨¦n nacidos tienen un cerebro que es un 8% mayor que el de las ni?as. Y al alcanzar los treinta, esta diferencia de tama?o aumenta hasta un 10%. Pero un simple observador sin experiencia ser¨ªa incapaz de ir m¨¢s all¨¢. Dado que pesar un cerebro es algo relativamente f¨¢cil, result¨® muy tentador para la mayor¨ªa de los cient¨ªficos del siglo XIX justificar que las mujeres eran una suerte de hombres limitados neurol¨®gicamente. El anatomista alem¨¢n Frederick Tiedmann rubric¨® en 1836 que exist¨ªa "una conexi¨®n sin ning¨²n g¨¦nero de dudas entre el tama?o del cerebro y la energ¨ªa mental expresada por el hombre como individuo". Pero lo cierto es que el tama?o se debe probablemente a la proporci¨®n existente entre un cuerpo mayor (masculino) y la cabeza. El n¨²mero de neuronas no cambia seg¨²n el sexo. "El tama?o no es importante", recalca Rubia. No se han conseguido relaciones estad¨ªsticas que demuestren que a un cerebro m¨¢s grande le corresponda un mayor coeficiente de inteligencia. "Colocar el tama?o del cerebro frente a la inteligencia hizo pensar que la mujer era intelectualmente inferior al hombre". Las mujeres simplemente contienen una densidad neuronal mayor en un volumen m¨¢s reducido.
Claro que hoy d¨ªa no faltan estudios que traten de encontrar esta relaci¨®n de "cuanto mayor, mejor". Basta acudir a cualquiera de los m¨¢s de treinta bancos de cerebros que existen en Europa o Estados Unidos, pedir unos cuantos ejemplares, colocarlos bajo el calibre de medici¨®n y ver si sus propietarios tuvieron la suerte de haber realizado un test est¨¢ndar de inteligencia antes de morir. Luego, es cuesti¨®n de esperar a ver si la estad¨ªstica escupe alguna relaci¨®n. En la Universidad de McMaster, en Canad¨¢, Sandra Witelson y su equipo midieron cuidadosamente un centenar de cerebros procedentes de pacientes terminales que no ten¨ªan da?os neurol¨®gicos y que hab¨ªan realizado previamente un test de inteligencia. Encontraron que las mujeres que ten¨ªan mejor inteligencia espacial y verbal tambi¨¦n ten¨ªan los cerebros m¨¢s grandes. Curiosamente, el laboratorio de Witelson fue el mismo que escrutin¨® en 1999 los pedazos del cerebro de Albert Einstein, que hab¨ªan descansado dentro de varios frascos durante casi 40 a?os. En comparaci¨®n con otros que murieron a los 60 a?os de media (Einstein falleci¨® a los 76 a?os), la gran sorpresa del estudio fue... que precisamente el cerebro de Einstein no ten¨ªa casi nada de especial: ven¨ªa a pesar lo mismo, e incluso sus l¨®bulos temporales -relacionados con la memoria- eran algo m¨¢s peque?os que la media. Los l¨®bulos parietales (relacionados con el procesamiento de la informaci¨®n espacial y la manipulaci¨®n de objetos) eran un 15% mayores. Y curiosamente, el cerebro de Einstein carec¨ªa de un surco que es una de las caracter¨ªsticas m¨¢s importantes del cerebro, una zanja -"la fisura de Silvia"- que separa el l¨®bulo frontal del temporal. Nadie en su sano juicio se atrever¨ªa a afirmar que gracias a eso Einstein dedujo sus leyes de la relatividad, que cambiaron la percepci¨®n del universo. La conclusi¨®n de Witelson es que su cerebro no ten¨ªa una anatom¨ªa singularmente notable.
Las matem¨¢ticas y las mujeres. A pesar de Einstein, persiste cierta tendencia a juzgar equivocadamente las habilidades mentales de las mujeres, especialmente en ¨¢reas como la ciencia y las matem¨¢ticas. A¨²n resuena el discurso del presidente de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers, quien afirm¨® en 2005 que la escasez de mujeres destacadas en matem¨¢ticas o ingenier¨ªa se deb¨ªa, estad¨ªsticamente, a que exist¨ªan menos mujeres dotadas para estos campos. Sus palabras indignaron al feminismo. ?Por qu¨¦ hay menos mujeres matem¨¢ticas, o dedicadas a la ingenier¨ªa, que matem¨¢ticos o ingenieros? Un vistazo a las distribuciones de las estudiantes en una curva matem¨¢tica ofrece una explicaci¨®n simplista. Seg¨²n Brizendine, los estudios sugieren que los chicos y las chicas, cuando llegan a la adolescencia, tienen similares aptitudes para las matem¨¢ticas y las ciencias. Luego, los cambios hormonales propios de la adolescencia alejar¨¢n a ellas del atractivo que ofrecen los problemas anal¨ªticos, empuj¨¢ndolas hacia profesiones donde el contacto social y la habilidad con el lenguaje sean importantes. En ellos, el ba?o de la testosterona -y mayor dedicaci¨®n neuronal a los problemas espaciales- les animar¨¢ a resolver los problemas anal¨ªticos. "Siempre hay que hablar por t¨¦rmino medio", advierte Rubia. "Las chicas, por ejemplo, son mejores en aritm¨¦tica, pero no en matem¨¢ticas, aunque las ha habido muy destacadas, como el caso de Hipatia de Alejandr¨ªa. Y tenistas muy buenas, como S¨¢nchez Vicario, ya que en el tenis la visi¨®n espacial es important¨ªsima". Sin embargo, el ajedrez, que es un juego donde se precisa una capacidad espacial m¨¢xima, no ha proporcionado ajedrecistas femeninas tan brillantes, indica este experto. ?Conducen peor ellas que ellos? "Mi mujer es una excelente conductora", asegura este neur¨®logo (el autor de este art¨ªculo puede decir lo mismo de la suya). "Hay muchas mujeres que no saben distinguir lo que es la derecha de la izquierda, una cosa tan simple. Te dicen, s¨ª, s¨ª, a la derecha, y te indican hacia la izquierda".
Reparto de emociones. Si dispusi¨¦ramos de una nave microsc¨®pica para viajar por el intrincado laberinto anat¨®mico de un cerebro masculino y otro femenino, ?qu¨¦ diferencias encontrar¨ªamos? Aparte del peso y volumen, es preciso aprender un poco de anatom¨ªa y tener buen ojo. Los dos hemisferios cerebrales est¨¢n unidos por una serie de conexiones nerviosas (el cuerpo calloso), y estos enlaces "son m¨¢s abundantes en la mujer que en el hombre", asegura Ignacio Morgado. "En sentido metaf¨®rico, las mujeres tienen los hemisferios comunicados por autopistas, y nosotros, por carreteras". Tampoco el tama?o de estos hemisferios es el mismo. Seg¨²n Rubia, ambos son similares en las mujeres, pero en el hombre el izquierdo es mayor que el derecho. Dado que aqu¨ª se localizan los centros del lenguaje y del habla, algunas enfermedades, como la apoplej¨ªa o los derrames cerebrales, afectan m¨¢s profundamente al habla en los hombres que en las mujeres, debido a esta mayor especializaci¨®n observada en el cerebro masculino.
Ellas pueden leer mejor las emociones en un rostro, de acuerdo con Brizendine. ?l llega tarde a la cena, aparentemente despreocupado, con la excusa del trabajo. Ella ve algo raro en su cara. La cena transcurre sin incidentes, pero la esposa escanea el rostro de su marido en busca de pistas, y le imita, en un acto reflejo, hasta en el ritmo de la respiraci¨®n, el tono de voz, lo tensas que est¨¢n las mand¨ªbulas... Replica todos estos actos que observa y se encienden en su c¨®rtex un tipo de neuronas motoras y visuales llamadas "de espejo", que replican lo que ven. Ella busca incongruencias en los bancos de datos de su memoria emocional. El cerebro femenino "se ha mostrado muy capaz de contagiarse emocionalmente, captando literalmente los sentimientos de la otra persona, de forma mucho m¨¢s efectiva que ¨¦l". En otras palabras, este fen¨®meno de espejeo activa circuitos neuronales que le permiten a ella detectar una mentira. Con una mirada, sabe que ¨¦l la est¨¢ enga?ando.
Comprender mediante la imitaci¨®n la acci¨®n de los semejantes no es exclusivo del ser humano. Los circuitos existen en los primates. Los cient¨ªficos Giacomo Rizzolatti y Laila Craighero, de la Universidad de Parma (Italia), publicaron un trabajo en la revista Annals or Review Neuroscience en el que se manifestaban "convencidos de que el mecanismo de espejeo neuronal es de una gran importancia evolutiva, ya que ha permitido a los primates comprender las acciones llevadas a cabo por sus semejantes". No se trata de comprender a los dem¨¢s mediante una deducci¨®n, sino sintiendo lo que ellos sienten.
Ellos, por el contrario, se muestran mucho m¨¢s agresivos. "Los psic¨®logos saben desde hace bastante tiempo que los hombres son veinte veces m¨¢s agresivos que las mujeres", dice Brizendine. La testosterona aparece como la hormona que marca la diferencia. En el hombre, el cerebro recibe dosis de esta hormona que son entre diez y quince veces mayores que en las mujeres. "Su prop¨®sito es hacer m¨¢s frecuente un comportamiento, como el de la b¨²squeda sexual y la agresividad".
El reparto del trabajo. ?Cu¨¢l es la raz¨®n de esta agresividad en ellos y esa habilidad para manejar emociones y el lenguaje que exhiben ellas? "La estrategia para resolver problemas es distinta en la mujer que en el hombre", asegura Rubia. "Y estas diferencias en procesar la informaci¨®n tambi¨¦n se encuentran en ratas". Abrimos un par¨¦ntesis especulativo; viajamos unos 300.000 a?os hacia el pasado, a lo que hoy es la localidad soriana de Ambrona. Aqu¨ª se han encontrado restos de elefante antiguo y utensilios de caza. Un espacio boscoso con grande claros. Un grupo de cazadores, quiz¨¢ hasta treinta, aguarda al acecho. Est¨¢n entrenados f¨ªsicamente para recorrer distancias largas, y sus cerebros no son otra cosa que detectores del movimiento, que analizan cualquier v¨ªa de escape por parte de su presa, construyendo una imagen mental en su cabeza, calculando distancias, percibiendo espacialmente los objetos a su alrededor. Los cazadores humanos emprenden la caza de un animal grande -quiz¨¢ un elefante de varias toneladas- y lo empujan hacia una zona pantanosa para tratar de inmovilizarlo. Cuando todo se pone en marcha, sus centros de agresividad se disparan. Siguiendo esta l¨ªnea de razonamiento, la mayor capacidad f¨ªsica del hombre le permiti¨® ir a cazar, mientras que la mujer se queda al cuidado de la prole. Ellos usaron su capacidad espacial y visual. Ellas, sus mayores habilidades verbales para tener cohesionada a su descendencia en los asentamientos humanos t¨ªpicos de los cazadores recolectores.
El cerebro pl¨¢stico y la discriminaci¨®n. La experiencia y la educaci¨®n moldean los circuitos cerebrales. El gran plan maestro del cerebro puede estar establecido de antemano, pero todos los expertos se asombran de la enorme plasticidad de este incre¨ªble ¨®rgano. "De forma inevitable, cualquier efecto de la socializaci¨®n debe ser mediado por el cerebro, pero lo cierto es que sabemos a¨²n muy poco", admite Doreen Kimura. "Aunque no creo que podamos lograr que un ni?o se sienta como una ni?a". ?Qu¨¦ ocurre respecto a las habilidades y los diversos tipos de inteligencia? La discriminaci¨®n que las mujeres han sufrido a la hora de acceder a los trabajos cient¨ªficos es un hecho hist¨®rico e innegable. ?Justifica por s¨ª solo la escasez de matem¨¢ticas o ingenieras? "Creo que la discriminaci¨®n en la ciencia ya es una cosa del pasado. Las mujeres ya est¨¢n alcanzando a los hombres en las ciencias biol¨®gicas y m¨¦dicas, pero su presencia en las ciencias f¨ªsicas e ingenier¨ªa ha cambiado muy poco en las ¨²ltimas d¨¦cadas". Para Kimura, estas diferencias podr¨ªan explicarse por una combinaci¨®n de habilidades y los propios intereses de las mujeres -que se decantan m¨¢s por las ciencias sociales en su mayor¨ªa- m¨¢s que por un rechazo de las propias universidades.
Para Louann Brizendine, esa discriminaci¨®n a¨²n se deja notar. "Hay muy pocas mujeres en puestos de liderazgo en muchas partes de la sociedad. Pero incluso despu¨¦s de a?os de estudio, los expertos a¨²n no saben por qu¨¦ hay tan pocas mujeres en matem¨¢ticas o ingenier¨ªa, aunque esta realidad est¨¢ cambiando de forma gradual". Una posible respuesta es la presi¨®n de la propia sociedad, que proyecta los estereotipos de c¨®mo deben comportarse los hombres y las mujeres para que sean aceptables. "Los estereotipos sexuales pueden funcionar de forma equivocada para proseguir con la discriminaci¨®n contra las mujeres en los puestos de trabajo, y contra los hombres en casa. Deber¨ªamos condenarlos si se usan para impedir que alguien no pueda ser el mejor en una cosa o desviarse de su camino. Las ni?as que piensan que las ni?as no son tan buenas en matem¨¢ticas siempre realizan peores ex¨¢menes".
Ellas son mejores en la inteligencia de las emociones. Ellos, en la inteligencia espacial. "No hay ninguna prueba cient¨ªfica de que la mujer posea una inteligencia general inferior a la del hombre", dice Morgado, que admite que la discriminaci¨®n en las mujeres puede haber creado un sesgo en determinadas profesiones. En el mundo del arte no hay equivalentes femeninos a Dal¨ª o Picasso, pero eso puede estar relacionado "con el hecho de que el hombre nace con mayor capacidad espacial".
El feminismo militante persigue la aceptaci¨®n t¨¢cita de que no hay diferencias entre los sexos, y por tanto entre los cerebros. "Ha existido discriminaci¨®n contra las mujeres y sigue existiendo", dice Francisco Rubia. "Pero no se preocupan de que entre el 27% y?el 40% de los salarios son menores en la mujer que en el hombre. Y eso es mucho m¨¢s importante. Si se quiere combatir la opresi¨®n de la mujer, lo primero que hay que hacer es igualar los salarios por el mismo trabajo. Luchar contra las diferencias biol¨®gicas contra las que no se puede luchar es in¨²til".?
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