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Reportaje:ESCLAVAS

Las cloacas del comercio sexual

Cuando ten¨ªa siete a?os, mi madre nos advert¨ªa a mi hermana Sonia y a m¨ª de que siempre que sali¨¦ramos a la calle evit¨¢ramos a la robachicos, una vieja conocida en el vecindario porque secuestraba ni?as; las atra¨ªa regal¨¢ndoles caramelos y luego las vend¨ªa a extra?os. La palabra equivalente en ingl¨¦s, kidnapper (robani?os), es utilizada hoy para referirse al secuestro de personas de cualquier edad. Cuarenta a?os despu¨¦s de aquellas lecciones infantiles, descubr¨ª que lo que en mi infancia parec¨ªa una an¨¦cdota propia de Dickens, con los a?os se convertir¨ªa en uno de los problemas m¨¢s serios del siglo XXI. La sociedad tiende a considerar la trata de ni?as y mujeres como una reminiscencia de otro tiempo. Cre¨ªamos que la modernizaci¨®n y las fuerzas del mercado global habr¨ªan de erradicarla y que el abuso infantil en los oscuros rincones del mundo subdesarrollado habr¨ªa de disiparse al simple contacto de las leyes occidentales y la econom¨ªa de mercado. Mi investigaci¨®n demuestra justamente lo contrario. El mundo experimenta una explosi¨®n de las redes que roban, compran y esclavizan a ni?as y mujeres; las mismas fuerzas que en teor¨ªa habr¨ªan de erradicar la esclavitud la han potenciado a una escala sin precedentes. Estamos presenciando el desarrollo de una cultura de normalizaci¨®n del robo, compraventa y corrupci¨®n de ni?as y adolescentes en todo el planeta, que tiene como finalidad convertirlas en objetos sexuales de renta y venta.

En Myanmar (Birmania), miembros del Ej¨¦rcito han creado campos de esclavas sexuales secuestrando a cientos de ni?as y adolescentes
"Me despert¨¦ y aparecieron ante m¨ª varios yakuzas desnudos, con una toalla a la cintura, completamente tatuados", relata la joven Rodha
"Hemos encontrado mujeres de 16 a?os en burdeles, con papeles falsos, y el Gobierno mir¨® para otro lado", confiesa un polic¨ªa turco

Cada a?o 1,39 millones de personas en todo el mundo, en su gran mayor¨ªa mujeres y ni?as, son sometidas a la esclavitud sexual. Durante cinco a?os, mi tarea fue rastrear las operaciones de las peque?as y grandes mafias internacionales a trav¨¦s de los testimonios de supervivientes de la explotaci¨®n sexual comercial. Mi investigaci¨®n sigue la pista concreta de un fen¨®meno criminal que naci¨® en el siglo XX: la trata sexual de mujeres y ni?as. La sofisticaci¨®n de la industria sexual ha creado un mercado que muy pronto superar¨¢ al n¨²mero de esclavos vendidos en la ¨¦poca de la esclavitud africana que se extendi¨® desde el siglo XVI hasta el XIX. La confrontaci¨®n emocional con el hecho de ser una mujer periodista hizo m¨¢s compleja esta investigaci¨®n. El reto fue may¨²sculo. En Camboya, Tailandia, Myanmar y Asia Central me vi obligada a emplear distintas estrategias para evitar el peligro. Enfrent¨¦ enormes frustraciones, como cuando tuve que salir corriendo de un casino camboyano operado por una tr¨ªada china en el que se efectuaba la compraventa de ni?as menores de diez a?os.

Para alcanzar mi objetivo puse en pr¨¢ctica las ense?anzas de G¨¹nter Wallraff, maestro alem¨¢n de periodismo y autor de Cabeza de turco. Siguiendo sus m¨¦todos de trabajo, en mi viaje desde M¨¦xico hasta Asia Central me disfrac¨¦ y asum¨ª personalidades falsas. Gracias a ello pude sentarme a beber caf¨¦ con una tratante filipina en Camboya; entr¨¦ en un prost¨ªbulo en Tokio donde todos parec¨ªan personajes salidos de un manga; y camin¨¦ vestida de novicia por La Merced, uno de los barrios m¨¢s peligrosos de M¨¦xico, controlado por poderosos tratantes.

Para comprender el fen¨®meno result¨® imprescindible hacer un an¨¢lisis de la postura de varios pa¨ªses respecto a la trata de personas y a la prostituci¨®n, examinar las ganancias que la legalizaci¨®n o regulaci¨®n representa para los Gobiernos, y el valor cultural que sus hombres y mujeres dan al comercio sexual de personas. Me encontr¨¦ con naciones profundamente religiosas, como Turqu¨ªa, en donde est¨¢ legalizada la prostituci¨®n. Y otras, como Suecia, que han penalizado el consumo de sexo comercial y protegido legalmente a las mujeres que son v¨ªctimas de la esclavitud sexual comercial.

Turqu¨ªa. Al aterrizar en Estambul es de noche y pierdo el aliento ante la belleza del cielo estrellado con pinceladas violetas. En un taxi rumbo al hotel, bajo la ventanilla y los olores de la ciudad se revelan ante m¨ª: el diesel, las especias, el h¨¢lito salado del mar. Cada ciudad tiene un aroma que la distingue.

El taxista, orgulloso de su patria, elige darme un paseo. Me explica que nos encontramos en la separaci¨®n entre Anatolia y Tracia, formada por el mar de M¨¢rmara, el B¨®sforo y los Dardanelos: los estrechos de Turqu¨ªa que definen la frontera entre Asia y Europa. "Estamos a punto de ser reconocidos como parte de la Uni¨®n Europea. Aqu¨ª todo es bueno", me asegura, "convivimos musulmanes, jud¨ªos, cristianos, agn¨®sticos, protestantes. Aqu¨ª todo el mundo es respetado y bienvenido". Sonr¨ªo y pienso en los informes de PEN International ?una organizaci¨®n defensora de la libertad de expresi¨®n? sobre la persecuci¨®n y encarcelamiento de escritores y periodistas turcos.

Pero guardo silencio, s¨¦ que el mundo no es blanco y negro y que todos los pa¨ªses, como las personas que los habitan, son diversos, complejos y magn¨ªficos a la vez. La hermosura de los ojos del joven maletero que me recibe en el hotel y la dulce voz de una recepcionista que habla un perfecto ingl¨¦s hacen que me sienta bienvenida. Me recuerdan que la oscuridad no se ve sin conocer la luz, que la bondad est¨¢ tambi¨¦n en todas partes. Imagino que algunas de las 200.000 mujeres y ni?as que han sido traficadas en los ¨²ltimos cinco a?os a este pa¨ªs puente han encontrado a su paso la bondad de alguien que las ha visto como humanas.

Espero frente a la barra de un bar a mi contacto. Al poco tiempo, un hombre alto, atractivo, de tez morena clara, cabello al rape, cejas pobladas y chamarra de cuero se detiene a mi lado. Sin mirarme y a¨²n con la nariz enrojecida por el aire helado, dice mi nombre y pide un trago.

En un franc¨¦s titubeante masculla que all¨ª no podemos hablar: "En hotel cinco estrellas, nos vemos ma?ana en hotel cinco estrellas". Saco de mi bolso una tarjeta de mi hotel y se la entrego. La revisa. "?se es el barrio Taya Hat¨²n", dice. "S¨ª, es un hotel peque?o, s¨®lo turistas", insisto. "Nueve de la ma?ana, s¨®lo usted, madame". Paga el trago sin haberlo probado, sale del bar y se sube al tranv¨ªa mirando a los lados.

Mahmut es polic¨ªa, y uno de los buenos, seg¨²n me dijo un colega corresponsal extranjero. Fue entrenado por el equipo de la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones (OIM) para el grupo especial contra la trata de personas en Turqu¨ªa. El Departamento de Estado estadounidense ha invertido aqu¨ª siete millones de d¨®lares para luchar contra la trata, y la cooperaci¨®n noruega otro tanto. Mahmut es un turco laico, un tipo culto. ?l cree que la lucha contra la explotaci¨®n sexual de mujeres en Turqu¨ªa y en la Ruta de la Seda es una gran farsa. Por ello, despu¨¦s de meses de negociaciones con contactos, decidi¨® hablar conmigo. Espero en el peque?o hotel boutique bebiendo un perfumado caf¨¦ turco.

Me siento en el bar. Es un lugar elegante con aire palaciego. El polic¨ªa entra y el joven de la recepci¨®n apenas lo mira.

Lo invito a sentarse, mira a su alrededor y en voz muy baja me dice: "Si se enteran de que fui yo quien le dio la informaci¨®n, me pudrir¨¦ en la c¨¢rcel si no es que me matan antes por haber violado el art¨ªculo 301 y por traici¨®n a la patria y al c¨®digo policiaco".

Pedimos una jarra grande de un exquisito t¨¦ perfumado con cardamomo. De pronto, ¨¦l se?ala, en silencio, las c¨¢maras en el techo del bar. Le digo que podemos subir a mi cuarto y acepta. Es cauteloso. La habitaci¨®n es peque?a, pero tiene un sill¨®n y una silla; le ofrezco el primero. Poco a poco se va soltando, me pregunta qu¨¦ s¨¦ de la corrupci¨®n turca, de la trata de mujeres. ?l pone atenci¨®n a cada palabra. De pronto pide permiso para quitarse la chamarra, asiento con la cabeza y mi vista se congela ante la presencia de un arma colocada en la sobaquera de polic¨ªa. Pierdo el hilo de mis ideas durante algunos segundos. Con el bol¨ªgrafo en la mano y la libreta sobre mis piernas, pienso que estoy en Turqu¨ªa, en una habitaci¨®n de hotel, con un hombre armado, y s¨®lo ¨¦l y yo lo sabemos. Intuye mi ansiedad y comienza a hablar de su esposa y de las mujeres admirables que ha conocido en la OIM. Hacemos un silente acuerdo de confianza, ese pacto sin el cual las y los reporteros no podr¨ªamos subsistir.

Los especialistas revelan que en la medida en que se dan a conocer m¨¢s casos de trata de mujeres en el mundo, sorprende el notorio descenso de incidentes registrados por la polic¨ªa turca sobre mujeres traficadas hasta Turqu¨ªa desde Rusia, Moldavia, Georgia y Kirguizist¨¢n. ?C¨®mo es posible que en un par de a?os la polic¨ªa turca asegure que ha abatido en m¨¢s del 50% los ¨ªndices de la trata de mujeres? Mahmut advierte: "Ellos [los jefes de la polic¨ªa y el ej¨¦rcito] ven la prostituci¨®n como un negocio, y ellos mismos son clientes. Consideran que son los norteamericanos y algunos europeos n¨®rdicos quienes la llaman 'esclavitud sexual', pero eso es problema de otros, no nuestro. Todo es cuesti¨®n de enfoques, madame. Por ejemplo, una gran cantidad de noruegos y suecos vienen a Turqu¨ªa por el turismo sexual. En su pa¨ªs no lo hacen, y aqu¨ª s¨ª porque es legal y nadie los reconoce".

Esta observaci¨®n da en el clavo del debate mundial que plantean los abolicionistas. En la medida en que la prostituci¨®n est¨¦ avalada o regulada por los Gobiernos, toda pol¨ªtica p¨²blica para establecer una divisi¨®n entre v¨ªctimas y profesionales resultar¨¢ infructuosa. "Hoy, m¨¢s que nunca", asegura Mahmut, "las mafias albanesas y rusas cooperan con las mafias locales para el transporte de mujeres que terminan en el negocio de la prostituci¨®n. Siempre ha sucedido; la diferencia es que ahora que los pa¨ªses que se dicen civilizados han decidido combatir este crimen, se ha convertido en un negocio mejor para todos: los tratantes, los que hacen porno y los que simplemente venden un sue?o falso a las mujeres. La llegada de los mercaderes de la guerra a Irak y Afganist¨¢n ha mejorado el negocio. Nadie habla de eso. En unos a?os los medios se sorprender¨¢n ante la cantidad de dinero que han ganado los terroristas y los mercenarios norteamericanos con la venta de mujeres de la regi¨®n".

El ¨²ltimo informe del Protection Project, adscrito a la Universidad Johns Hopkins, revela que en Turqu¨ªa existen, plenamente identificadas, 200 bandas de tratantes de mujeres y ni?as. Seg¨²n datos de la OIM, desde 1999 hasta la fecha, 250.000 personas han sido traficadas para diversos fines a trav¨¦s de Turqu¨ªa. La mayor¨ªa son mujeres originarias de Azerbaiy¨¢n, Georgia, Armenia, Rusia, Ucrania, Montenegro, Uzbekist¨¢n y Moldavia. En comparaci¨®n, las autoridades turcas reconocen oficialmente que, entre 2003 y 2008, se identificaron como v¨ªctimas de la trata s¨®lo a 994 personas.

"El negocio de la prostituci¨®n aporta mucho, mucho dinero, madame", me explica Mahmut. "Miles de turistas vienen a la costa y a Estambul a buscar placer, claro que tambi¨¦n hacen los tours de las bellezas hist¨®ricas de nuestro pa¨ªs, que son muchas. Por desgracia, hay quienes explotan ni?as. Hemos encontrado mujeres de 16 a?os que trajeron a los 14; estaban en burdeles con papeles falsos y el Gobierno mir¨® para otro lado. Cuando los tratantes se cansan de las muchachas, simplemente llaman a la polic¨ªa y las entregan. Cuando se hacen redadas, es curioso que no aparezcan los explotadores para ser arrestados. Muchas j¨®venes tienen papeles aut¨¦nticos pero ilegales.

El polic¨ªa se refiere a lo que he descubierto en todo el mundo: servidores p¨²blicos de los Ministerios de Asuntos Exteriores, as¨ª como c¨®nsules e incluso embajadores, se prestan a emitir pasaportes aut¨¦nticos a partir de documentaci¨®n falsa. Mi entrevistado evoca las complejidades de detectar a una esclava sexual cuando los papeles son legales: si los agentes de migraci¨®n se basaran en apariencias o simples sospechas, las fronteras se volver¨ªan un caos y las crisis diplom¨¢ticas entre pa¨ªses ser¨ªan irremediables. "Por ello, ante la posibilidad de equivocarse, muchos pasan por alto las sospechas". Seg¨²n la organizaci¨®n Eliminemos la Prostituci¨®n Infantil, la Pornograf¨ªa Infantil y la Trata de Ni?os y Ni?as con Fines Sexuales (ECPAT), el 16% de las v¨ªctimas de la trata rescatadas en Turqu¨ªa son menores de edad y vendidas para la explotaci¨®n sexual comercial. El polic¨ªa asiente a las cifras que le ofrezco. Reitera que la del sexo es percibida como una industria y no como una actividad delictiva. Asimismo coincide con los informes de Save the Children, que aseguran que all¨ª donde est¨¢ legalizada la prostituci¨®n con adultas, muchos ped¨®filos buscan asilo y se convierten en clientela fiel que fomenta el mercado de la explotaci¨®n sexual infantil.

Las propias cifras del Ministerio de Asuntos Exteriores de Turqu¨ªa son elocuentes: mientras en 2006 se reportaron 422 arrestos, en 2007 fueron 308 y a fines de 2008 s¨®lo arrestaron a 255 hombres, en su mayor¨ªa clientes y en algunos casos v¨ªctimas consideradas por la autoridad como c¨®mplices de la trata.

La OIM logr¨® convencer al Gobierno turco de implementar una l¨ªnea telef¨®nica para denuncias. Desde que se inaugur¨®, el 23 de mayo de 2005, hasta principios de 2009, fueron rescatadas 114 v¨ªctimas. El operativo de salvamento y atenci¨®n est¨¢ a cargo de un par de organizaciones civiles sin fines de lucro y de la propia OIM. Sin embargo, las cifras no son tan optimistas cuando logro hablar con algunas j¨®venes de Moldavia y Croacia, quienes me aseguran que la repatriaci¨®n es una farsa, que se trata de una vulgar deportaci¨®n de mujeres que ya han estado demasiado tiempo en el negocio. Las m¨¢s nuevas son las que pueden ser controladas, las que no hablan? todav¨ªa.

Tokio. Eran las nueve de la noche. Caminaba por el barrio de Ginza. Sab¨ªa lo que buscaba. Paseaba con mi peque?a c¨¢mara fotogr¨¢fica y mi videoc¨¢mara. De pronto vi salir a tres j¨®venes geishas de un callej¨®n; me acerqu¨¦. Tras ellas salieron dos hombres con traje negro por una puerta sin se?alizar que era vigilada por un guardaespaldas. Decid¨ª filmar la escena, y de inmediato el vigilante se dirigi¨® a m¨ª con un tono iracundo. Le dije que era una turista que estaba filmando mi viaje. Le pregunt¨¦ en ingl¨¦s poniendo cara de ingenua: "?Por qu¨¦ le molesta?". ?l me tom¨® del brazo, me llev¨® hacia la avenida y me dijo que me largara de all¨ª. Camin¨¦ dos manzanas y entr¨¦ en un peque?o restaurante para revisar mi material, comer algo y recuperar el aliento. M¨¢s tarde, cuando le pregunt¨¦ a un polic¨ªa si aqu¨¦l era un bar yakuza, me dijo que muy probablemente, pero que ellos no pod¨ªan demostrarlo porque los mafiosos "no quebrantan la ley".

El club nocturno al que Rodha lleg¨® a trabajar era de lo m¨¢s elegante. Sentada al lado de un rico empresario japon¨¦s, mientras beb¨ªa un whisky con Coca-cola, ella intentaba responder a la pregunta que le hac¨ªa asegur¨¢ndole que, efectivamente, todo el pelo de su cuerpo era del color rojo brillante de su melena. La llamaban a otra mesa y segu¨ªa departiendo con los distinguidos clientes. Hab¨ªan pasado varios d¨ªas y no le permit¨ªan cantar, le dec¨ªan que deb¨ªa esperar. A la semana comenzaron a llegar los yakuzas.

As¨ª lo cuenta Rodha: "Me sent¨ª invadida por un azoro total. '?Vaya, mafiosos de verdad!', me dije en silencio. '?Como en las pel¨ªculas!'. M¨¢s tarde, demasiado tarde, me enter¨¦ de que esa noche estaba siendo ofrecida a los compradores. Era un club de venta de esclavas finas.

La joven hab¨ªa firmado un contrato para cantar y eventualmente grabar un disco. Estaba encantada: los tragos se serv¨ªan gratis y el ambiente era sofisticado. A los dieciocho a?os crey¨® que estaba experimentando una entrada en la vida adulta. Con el paso de las semanas comenz¨® a sentirse enojada e inquieta, y exigi¨® que la llevaran al club en el cual deb¨ªa cantar. Reclam¨® que no estaban cumpliendo con su contrato de trabajo, el mismo que su padre hab¨ªa revisado. Poco a poco se revel¨® el principio de la pesadilla. Su abogado se hab¨ªa quedado con el visado y el billete de regreso, argumentando que los necesitaban para obtener un permiso de trabajo. Adem¨¢s, en lugar de entregarle el apartamento que se?alaba el contrato, la ten¨ªan hospedada en un hotelucho cuya habitaci¨®n era casi del tama?o de un armario.

"Miko y yo est¨¢bamos sentadas", recuerda Rodha, "rodeadas por esos mafiosos, y me sent¨ªa impresionada de que hombres como ellos, como en las pel¨ªculas, quisieran estar de parranda conmigo. ?Qu¨¦ aventura! Me pidieron que cantara una canci¨®n en el karaoke y cant¨¦ la ¨²nica que conozco en japon¨¦s; luego me sent¨¦ a beber el trago que hab¨ªan ordenado para m¨ª. Quince minutos despu¨¦s de tomar el trago, me sent¨ª muy pesada. Nunca hab¨ªa experimentado esa sensaci¨®n al beber alcohol. Algo estaba mal. De pronto me sent¨ª como si hubiesen inyectado cemento en mis venas. Un par de yakuzas me levantaron de los brazos y me llevaron hacia el elevador. No pod¨ªa comprender lo que estaba sucediendo, les hablaba en ingl¨¦s y no respond¨ªan. ?D¨®nde estaba Miko? ?Por qu¨¦ estaba dando vueltas el edificio? Una vez dentro del elevador, las rodillas se me doblaron y uno de los yakuzas me carg¨® como si fuera una ni?a".

La joven estaba consciente, pero su cuerpo permanec¨ªa paralizado. Al salir pudo ver una larga fila de Mercedes Benz y luego perdi¨® el conocimiento. Se dej¨® ir, aterrorizada; en su mente sab¨ªa que algo estaba muy, pero muy mal. M¨¢s tarde descubrir¨ªa que la hab¨ªan drogado para que formara parte de una ceremonia sexual. "Me despert¨¦ en medio de una bruma mental, estaba completamente vestida, sentada en un sof¨¢. Mir¨¦ a mi alrededor. Era una suite impresionante, lo m¨¢s lujoso que jam¨¢s hubiera visto. Hab¨ªa una enorme cama redonda en el centro, sof¨¢s, una sauna y lo que parec¨ªa un cuarto de vapor. A mi mente vino un poco de tranquilidad: tal vez me hab¨ªa mareado el alcohol y estos hombres me ayudaron a subir a su suite para que descansara un poco. Posteriormente aparecieron ante m¨ª varios yakuzas desnudos, solamente estaban cubiertos por una toalla en la cintura. Absolutamente todo su cuerpo estaba tatuado. Sentada en el sof¨¢, el miedo se apoder¨® de m¨ª, sent¨ª que me consum¨ªa el terror. Finalmente, vinieron a mi mente las palabras de mi t¨ªo Jim. ?l no quer¨ªa que mis padres me dejaran viajar a Jap¨®n, insist¨ªa en que all¨ª se llevaban a las jovencitas para hacerlas esclavas sexuales. '?Trata de blancas!', lo hab¨ªa llamado mi t¨ªo. De pronto, me levant¨¦ y corr¨ª hacia la puerta; antes de que me diera cuenta, tres yakuzas estaban deteni¨¦ndome, uno de ellos golpe¨® mi cabeza contra la pared? escuch¨¦ el crack de mi cr¨¢neo. Me desmay¨¦".

Cuando Rodha despert¨® estaba desnuda en la cama. Ten¨ªa los ojos vendados, obviamente los hombres que la violaron no quer¨ªan ser reconocidos. Dos agentes del FBI a quienes entrevist¨¦ sobre este caso me aseguraron que la consistencia de la historia de Rodha y la coincidencia detallada con otros testimonios de las pocas estadounidenses rescatadas de los yakuzas les han dado elementos para entender el grado de crueldad de esos mafiosos.

"Estoy segura de que el primero que me viol¨® era el jefe de la secta Yamaguchi-gumi, llamado 0293845 0934, ¨¦l era el jefe de unos 38.000 miembros de la secta de yakuzas en aquellos tiempos. Durante la noche la venda se cay¨® de mis ojos. Eso no deb¨ªa estarme sucediendo. Yo era de verdad una buena chica, en la secundaria hab¨ªa ganado los concursos de la m¨¢s sensible y los concursos de talento art¨ªstico. Recuerdo llorar casi en silencio mientras se turnaban. '?Dios m¨ªo, ay¨²dame!', gritaba. Supongo que el nombre de Dios hizo que uno de ellos se enojara mucho, pues me abofete¨® con fuerza. Mis gritos eran m¨¢s como susurros, por el miedo, el cansancio y la droga".

Rodha ha contado su historia un centenar de veces. Es una de las pocas supervivientes de los yakuzas que ha sido capaz de hablar p¨²blicamente, de ayudar a las autoridades con datos exactos, nombres y descripciones de lugares y personas. Sin embargo, los efectos del estr¨¦s postraum¨¢tico en ella son evidentes. Una v¨ªctima no puede revivir una y otra vez todos los detalles de su historia creyendo que no le afecta. La joven es consciente de ello, y nutre su fuerza de fe religiosa. Est¨¢ convencida de que Dios le permiti¨® salir viva de Jap¨®n para dedicarse a salvar a otras j¨®venes.

Myanmar (Birmania). Quedarse en Myanmar como periodista no es una buena idea; tom¨¦ la decisi¨®n de hacer las entrevistas con gran sigilo, puesto que la dictadura militar arresta y tortura a quienes pretenden difundir las violaciones de los derechos humanos. Estaba en Tailandia cuando preparaba mi viaje hacia Myanmar: la manera m¨¢s sencilla de entrar ser¨ªa subiendo hasta Sawngthaew, en la regi¨®n tailandesa de Mae Sot, y luego cruzar Mae Nam Moei. Para entrevistar a mis contactos en Myanmar necesitaba quedarme al menos dos d¨ªas, lo que representaba un serio problema, porque cruzar el puente desde Mae Sot implicaba entrar con un visado especial cuyo costo es de 11 d¨®lares y condiciona el regreso a Tailandia ese mismo d¨ªa por la tarde. Los soldados que fungen como agentes de migraci¨®n del peque?o puesto de Myanmar retienen tu pasaporte a cambio de un recibo. Ten¨ªa que buscar la manera de quedarme m¨¢s d¨ªas sin ser detectada por las autoridades. Para ello deb¨ªa lograr dos cosas: primero, que las autoridades tailandesas del puente no sellaran mi pasaporte de salida, y despu¨¦s, que las de Myanmar tampoco lo sellaran de entrada. La idea era volver a Tailandia unos d¨ªas despu¨¦s con mi pasaporte en la mano y la evidencia de la corrupci¨®n de los agentes de migraci¨®n. Naturalmente, por motivos de seguridad, en Asia viajaba con visado de turista. Entregu¨¦ mi itinerario a mis contactos locales y a mis amigos de la OIM, por si acaso.

?Qu¨¦ tan dif¨ªcil ser¨ªa cruzar la frontera de un pa¨ªs cuya severa dictadura militar est¨¢ vinculada con el crimen organizado y la trata de mujeres? Necesitaba hacerme acompa?ar por alguien capaz de llevarme a Mae Sot para desde all¨ª cruzar el llamado puente de la Amistad. Afortunadamente, logr¨¦ contactar con un hombre que unos colegas me hab¨ªan recomendado. Por la maniobra tendr¨ªa que pagar 250 d¨®lares estadounidenses: 50 para ¨¦l, 100 para los soldados del puesto migratorio tailand¨¦s y 100 para los myanmas que me permitir¨ªan entrar sin visa y sin quitarme o sellarme el pasaporte. La misma suma me costar¨ªa regresar sana y salva a Tailandia con un primo de mi contacto, que me conducir¨ªa de vuelta a Mae Sot. La orden fue sencilla: yo no hablar¨ªa y entrar¨ªa con un grupo de siete turistas regionales acompa?ados por Tomy, el gu¨ªa, al que entregu¨¦ los 250 d¨®lares.

La oficina migratoria del lado tailand¨¦s es bastante m¨¢s moderna. All¨ª Tomy hizo el tr¨¢mite en menos de diez minutos y pasamos como si tal cosa. Cruzamos los 420 metros del arco del puente de la Amistad. Tuve que gastar otros 200 d¨®lares: el Gobierno de Myanmar exige a todos los turistas que cambien esa cantidad por dinero oficial, no es opcional. En febrero el clima es caluroso, pero soportable. Esa ma?ana est¨¢bamos a 36 grados. Tomy hizo sus tr¨¢mites y entramos finalmente, mis manos sudaban copiosamente. Parecido a los mercados mexicanos, Mae Sot es ruidoso, y circulan mujeres y hombres con vestidos tradicionales. Los turistas se mezclan entre los defensores de los derechos humanos que viven en la frontera y tienen mayor acceso a la realidad myanma sin correr tanto peligro. No obstante, de vez en cuando hay enfrentamientos de soldados de la junta para arrestar a quienes pretenden obtener informaci¨®n del pa¨ªs. ?ste es el centro del mercado negro entre myanmas, chinos, tailandeses y karens, una etnia myanma. All¨ª se intercambian tanto productos legales como il¨ªcitos. Entre pintorescos restaurantes y puestos de artesan¨ªas t¨ªpicas, los vendedores ofrecen desde pasaportes falsos hasta mujeres, ni?as o ni?os en adopci¨®n; tambi¨¦n hay contenedores de productos chinos que circulan entre los distritos de Mae Ramat, Tha Song Yang, Phop Phra y Um Phang. El puente de la Amistad une Mae Sot con Yawadi, y hacia el oeste la carretera nos lleva hasta las ciudades myanmas de Mawlamyine y Rang¨²n. Desde antes de cruzar el puente hice un poco el papel de turista, compr¨¦ un peque?o Buda y camin¨¦ entre el mercado, abrumada por los vendedores.

Myanmar es uno de los pa¨ªses en los que se puede distinguir con certeza que la trata y la explotaci¨®n sexual de mujeres es un negocio del Estado, y espec¨ªficamente del Ej¨¦rcito. Con una cautela extraordinaria, mi contacto y yo nos encontramos en un monasterio con las activistas que han consignado los casos de cientos de v¨ªctimas. La limpieza ¨¦tnica exacerbada por los ataques de la dictadura militar ha producido masacres, particularmente de mujeres de las etnias karen, mon, shan y rohingya (grupo ¨¦tnico musulm¨¢n). Miembros del Ej¨¦rcito han creado campos de esclavas sexuales secuestrando a cientos de ni?as y adolescentes de origen shan y mon.

En 2006, el comandante Myo Win orden¨® a 15 pueblos del distrito de Ye la entrega de dos j¨®venes por aldea. Deb¨ªan ser solteras, medir m¨¢s de un metro sesenta y tener entre 17 y 25 a?os. Un destacamento de soldados se encarg¨® de recoger a las candidatas hasta completar la participaci¨®n en lo que los generales describieron como el "pase de modelos" del D¨ªa de la Independencia. Las elegidas, todas ellas campesinas del Estado myanma de Mon, fueron conducidas al cuartel y obligadas a desfilar para los militares durante los tres d¨ªas en que fueron violadas. Cuando volvieron a sus comunidades, nadie se atrevi¨® a preguntar nada.

Seg¨²n las organizaciones de mujeres, solamente en Rang¨²n hay entre 5.000 y 10.000 mujeres obligadas a ejercer la prostituci¨®n como medio de subsistencia. Mientras los refugiados de Myanmar buscan protecci¨®n fuera de su pa¨ªs a causa de la represi¨®n y la guerra ¨¦tnica, se ha generado una gran tensi¨®n pol¨ªtica con Tailandia, cuyo Gobierno sigue firmando acuerdos comerciales con la dictadura a pesar de que ambos pa¨ªses no han podido resolver una antigua pugna territorial.

En Tailandia hay 74.000 mujeres myanmas viviendo en campos de refugiados, y se calcula que entre 800.000 y 1,5 millones de personas huyen de Myanmar hacia otros pa¨ªses en los que son explotadas y tratadas como esclavas. La Coalici¨®n contra la Trata de Mujeres (CATW, por sus siglas en ingl¨¦s) informa de que 200.000 mujeres y ni?as de Myanmar han sido traficadas a Karachi (Pakist¨¢n) para ser vendidas como esclavas sexuales y para la mendicidad. El Banco Asi¨¢tico de Desarrollo ha informado de que el 25% de las adolescentes forzadas a la prostituci¨®n en Myanmar son portadoras del VIH y muchas ya han desarrollado el sida. Sin servicios de salud, seguramente morir¨¢n pronto.

Darle la vuelta al mundo recorriendo fronteras por aire, tierra y mar me hizo comprender las verdaderas implicaciones de la corrupci¨®n y las facilidades que provee para el crimen organizado y el tr¨¢fico de personas. Para decirlo en pocas palabras: Myanmar es un campo de exterminio de mujeres. Si el pa¨ªs logra liberarse de la junta militar y transitar a la democracia, una vez que los medios muestren la realidad, el mundo se horrorizar¨¢ ante esto. Myanmar se ha convertido en un para¨ªso del crimen organizado especializado en drogas y esclavitud humana.

En Myanmar se han creado negocios de entretenimiento dedicados a los desfiles de modas; sin embargo, estos constituyen m¨¢scaras como las que utilizan en otros pa¨ªses asi¨¢ticos con los clubes de karaoke, que no son m¨¢s que sitios que ocultan la trata de mujeres para fines de prostituci¨®n forzada. Despu¨¦s de dos d¨ªas regreso a Tailandia con el primo de mi gu¨ªa. Mis libretas, la grabadora y mi peque?a c¨¢mara nunca tendr¨¢n el poder para revelar la verdadera profundidad del dolor humano que se descubre en la mirada apasionada de quienes creen en la libertad propia y ajena y est¨¢n dispuestos a dar la vida por ella.

El libro ?Esclavas del poder?, de Lydia Cacho, est¨¢ editado por Debate.

Lydia Cacho durante la preparaci¨®n de su libro.
Lydia Cacho durante la preparaci¨®n de su libro.RICARDO TRABULSI

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