Americanos inquietos
Con motivo del fallecimiento de Dennis Hopper -que a fin de cuentas no ha muerto de cirrosis o sobredosis, sino de c¨¢ncer de pr¨®stata como usted o como yo- es buen momento para recordar al easy rider original de la narraci¨®n americana, Jack Kerouac. El original de En la carretera, ahora rescatado en buena traducci¨®n as usual de Jes¨²s Zulaika por Anagrama, fue mecanografiado como un p¨¢rrafo ¨²nico de una extensi¨®n equivalente a 400 p¨¢ginas en un largu¨ªsimo rollo continuo de papel ajustado al carro de la m¨¢quina (muchos a?os despu¨¦s Juan Benet hizo algo parecido en Una meditaci¨®n). Esta versi¨®n no disfraza los verdaderos nombres de los protagonistas -Neal Cassady, Allen Ginsberg, William Borroughs, etc¨¦tera...- ni alivia con puntos y aparte el v¨¦rtigo r¨ªtmico del relato, como en el texto oficial que se edit¨®. Lo le¨ª -lo le¨ªmos- hace m¨¢s de 30 a?os y ahora volvemos a encontrarlo todo, pero mejor: la agobiante celeridad del vagabundeo, la fascinaci¨®n por el pr¨ªncipe que m¨¢s destroza y menos retiene, las largas veladas inc¨®modas y borrachas, la inquietud del deseo que casi nunca se remansa en goce, las chicas que se desvanecen con los dem¨¢s, los chicos que se descuelgan, la vida como pasmo y perdici¨®n.
A m¨ª me parece haber estado tambi¨¦n hace a?os en la carretera, al modo de Jack Kerouac
Tambi¨¦n Anagrama publica como complemento Kerouac en la carretera, una gavilla de ensayos de Howard Cunnell y otros que procuran ilustrar aspectos de ese libro cl¨¢sico del pasado siglo -quiz¨¢ a¨²n m¨¢s en lo vital que en lo meramente literario- as¨ª como aspectos hist¨®ricos y biogr¨¢ficos de la generaci¨®n beat en que se encuadra. Sin dudar de su inter¨¦s para los m¨¢s fan¨¢ticos del autor y sus amigos, a m¨ª me resulta m¨¢s significativo como complemento otro libro autobiogr¨¢fico de un coet¨¢neo: Quemar los d¨ªas (Salamandra), de James Salter, que naci¨® tres a?os despu¨¦s de Kerouac y public¨® estas especial¨ªsimas memorias en 1997, cuando el beat llevaba ya casi 30 muerto.
En Quemar los d¨ªas Salter recuerda fugazmente a Kerouac como un ex alumno que ven¨ªa ocasionalmente para reforzar en los partidos importantes el equipo de f¨²tbol americano de su colegio en Riverdale, "fornido y veloz, paticorto, parec¨ªa una especie de mat¨®n. Para recibir una pelota se echaba atr¨¢s y una vez la ten¨ªa sal¨ªa disparado como una flecha". La sorpresa fue que el aguerrido jugador tambi¨¦n mandaba de vez en cuando relatos literarios a la revista colegial... Salter no habl¨® nunca con ¨¦l, le admiraba de lejos. La trayectoria biogr¨¢fica que cuenta en Quemar los d¨ªas es mucho menos localista que la de Kerouac y evidentemente menos autodestructiva: termina asegurando "su gran deseo de seguir viviendo" y por el momento lo consigue, ya con 85 a?os. Su relato es c¨¢ndido y l¨ªrico, aventurero, rico en batallas a¨¦reas sobre los cielos de Corea y de fascinaci¨®n por Europa: Francia, Inglaterra, Italia... Se cruza con muchos hombres m¨¢s o menos conocidos (tambi¨¦n Dennis Hopper aparece un instante, aunque para mal) y con a¨²n m¨¢s mujeres, a las que visita y rememora con envidiable entusiasmo carnal. Otro tipo de inquietud, menos obsesiva que la de los beat y literariamente m¨¢s lograda, aunque quiz¨¢ menos intensa y emocionante.
A pesar de la enorme distancia en el tiempo y el espacio, a m¨ª me parece haber estado tambi¨¦n hace muchos a?os en la carretera, al modo de Jack Kerouac. Siento mucha m¨¢s desaz¨®n que nostalgia al rememorarlo. Fue casi una pesadilla, pero necesaria: la vacuna contra cualquier solemnidad de lo respetable. No el alocamiento previo a convertirse en persona de provecho, sino el entrenamiento para no llegar a serlo jam¨¢s. Nadie nunca me quitar¨¢ de la cabeza ese concepto anticuado y probablemente est¨¦ril de que en ello, y en lograr sobrevivir a ello, consiste el encanto aciago de la juventud.
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