Sin vacaciones
A estas alturas del curso, cuando los calores aprietan, so?amos con las vacaciones o con las fiestas populares que alivien la rutina laboral. Cada d¨ªa, por ejemplo, el Not¨ªcies 9 de la televisi¨®n valenciana nos informa de esos ocios colectivos, de esos regocijos p¨²blicos: sin ir m¨¢s lejos, el Corpus retransmitido por Canal 9 anuncia la llegada del verano. A mediod¨ªa, alegr¨ªa.
Dice Joan Corominas en su Diccionario etimol¨®gico de la lengua castellana que negocio viene del lat¨ªn negotium, palabra que significa ocupaci¨®n, quehacer. En origen, el ocio equival¨ªa al reposo. ?Paramos, reposamos? En el Ochocientos, los obreros no dispon¨ªan m¨¢s que de un breve tiempo para el respiro, los campesinos se deslomaban de sol a sol e incluso los varones burgueses continuaban al frente de su negocio: solo la familia distinguida abandonaba la ciudad para refrescarse en mas¨ªas de post¨ªn. El veraneo era algo reservado a unos pocos.
El reconocimiento de los derechos sociales en el siglo XX impuso, sin embargo, la vacaci¨®n pagada. El acceso universal a la educaci¨®n, a la sanidad y a la pensi¨®n hoy nos parece obvio, pero solo es una conquista reciente. En Europa, ese prodigio fue obra de los pactos de posguerra, cuando socialdem¨®cratas y democristianos acordaron las bases del Estado social. Los obreros han de tener reconocidos unos derechos materiales que les permitan mantenerse con dignidad. Aunque tambi¨¦n holganzas reglamentarias: por ejemplo, las vacaciones.
Pero los derechos sociales no son absolutos, sino gravosos y limitados. Son materiales: dependen del presupuesto. Indudablemente, son beneficios que hacen soportable la vida, pero tienen un coste que alguien debe pagar. No podemos confundirlos con los derechos civiles y pol¨ªticos, que son formales, absolutos e incondicionales. En cambio, los sociales dependen de la disponibilidad, del erario: el del Estado asistencial. De ah¨ª el cuidado que los ciudadanos hemos de poner en nuestras exigencias, pues no hay nada dado de antemano. Ahora bien, no podemos renunciar a tales derechos sociales, a su proclamaci¨®n y a su disfrute, ya que son el marco de una vida decente.
Pero a cambio debemos exigir que se elimine el gasto dispendioso en los entes p¨²blicos. Como en Canal 9, que tanto derrocha, seg¨²n dicen. Aunque ahora que lo pienso, all¨ª se trabaja much¨ªsimo. Por ejemplo, quienes se afanan en su noticiario no reposan. Yo creo que no tienen vacaci¨®n. Son adictos al trabajo y, como buenos valencianos, son unos artistas que adornan lo que toca y lo que tocan: en este caso, un negocio pol¨ªtico, el de Francisco Camps. ?Un negocio? No, por Dios: es una fiesta patronal, un regocijo p¨²blico, los de una Comunidad fervorosa. No s¨¦ ustedes, pero yo echo en falta el reposo, aquella carta de ajuste. Fin.
http://justoserna.wordpress.com
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