Una pol¨ªtica de la humanidad
Los conflictos, las crisis y las cat¨¢strofes tienen muchos inconvenientes, pero al menos algo positivo: una funci¨®n integradora, porque ponen de manifiesto que no cabe sino encontrar soluciones mundiales, algo que no es posible sin perspectivas, instituciones y normas globales.
Los desastres desaf¨ªan la autosuficiencia de los sistemas, los l¨ªmites y las agendas nacionales, distorsionan las prioridades y obligan a que los enemigos establezcan alianzas. A los espacios comunes amenazados les corresponde un espacio de acci¨®n, coordinaci¨®n y responsabilidad comunes. Es as¨ª como suele realizarse el descubrimiento de que la estrategia unilateral resulta excesivamente costosa, mientras que la cooperaci¨®n plantea soluciones m¨¢s eficaces y duraderas.
La crisis financiera pone en evidencia las limitaciones de los Estados individuales en la era global
Los procesos de interdependencia no conducen a una extinci¨®n de la pol¨ªtica
A este respecto nos hace falta desarrollar toda una nueva gram¨¢tica cosmopolita de los bienes comunes, agudizar la sensibilidad hacia los efectos de la interdependencia y pensar en t¨¦rminos de un bien p¨²blico que no puede gestionarse por cuenta propia, sino que requiere una acci¨®n multilateral coordinada. La verdadera urgencia de nuestro tiempo consiste en civilizar o cosmopolitizar la globalizaci¨®n, en llevar a cabo una verdadera "pol¨ªtica de la humanidad".
Esta exigencia est¨¢ vinculada con el hecho de que se est¨¢ modificando radicalmente la realidad a la que se enfrentan los Estados. La concepci¨®n tradicional que entend¨ªa a los Estados como actores unitarios, interesados y que coexisten en un entorno an¨¢rquico, se corresponde con la teor¨ªa "realista" de las relaciones internacionales, seg¨²n la cual los intereses de los Estados est¨¢n predeterminados.
Desde esta concepci¨®n, los Estados ¨²nicamente son capaces de concebir su inserci¨®n en la globalizaci¨®n bajo la forma de un juego de suma cero, conflictivo por definici¨®n, y ¨²nicamente aceptable en un cuadro estrictamente interestatal. Pero ambos aspectos -la autarqu¨ªa y la predeterminaci¨®n de sus intereses- est¨¢n ¨ªntimamente ligados y han sido igualmente cuestionados desde el momento en que se ha hecho m¨¢s evidente la interdependencia de los problemas que tienen que resolver.
Desde la invasi¨®n de Irak y la crisis financiera (por poner ¨²nicamente dos elocuentes ejemplos), se ha puesto de manifiesto que el Estado solo (incluso el m¨¢s poderoso) no tiene la dimensi¨®n cr¨ªtica en la era de la globalizaci¨®n. La l¨®gica actual de competitividad internacional entre los Estados es incompatible con el tratamiento de los problemas globales y por eso mismo debemos avanzar hacia un modelo de cooperaci¨®n.
Es un cambio de paradigma profundo, ya que estamos habituados a pensar en un mundo multipolar, es decir, un mundo
de relaciones de fuerza no cooperativas. Tal vez la idea de interdependencia, como valor sustitutivo o corrector de la soberan¨ªa, conduzca a descubrir la humanidad entera detr¨¢s de los pueblos y a convencer de que ciertas pr¨¢cticas facilitan m¨¢s que otras el desarrollo de los bienes comunes. Hoy somos m¨¢s conscientes de que el precio de la convergencia disminuye y el de la conducta solitaria tiende a encarecerse. Al mismo tiempo, cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil que la persecuci¨®n del propio inter¨¦s no implique beneficios tambi¨¦n para otros.
Estas circunstancias est¨¢n exigiendo algo m¨¢s que la mera yuxtaposici¨®n de los intereses de los Estados, lo que apunta en la l¨ªnea de una gobernanza global o, si se quiere, de una pol¨ªtica de la humanidad. La f¨®rmula "comunidad internacional" cubre de manera ambigua una realidad parcialmente realizada con demasiadas asimetr¨ªas, lo que es bien patente en la configuraci¨®n y los procedimientos de decisi¨®n de la mayor¨ªa de los organismos internacionales.
Nos encontramos actualmente en una situaci¨®n de cierto vac¨ªo pol¨ªtico en la que el Estado, como lugar tradicional de orden y gobierno, no est¨¢ en condiciones de abordar algunos de los problemas fundamentales a los que se enfrenta, mientras que es d¨¦bil el marco global de gobernanza. Al mismo tiempo, el valor de los bienes p¨²blicos no puede ser establecido con eficiencia por los mercados y requieren determinadas decisiones colectivas, as¨ª como ciertos marcos de regulaci¨®n. Debido a la creciente interdependencia de los problemas, hay cada vez una mayor exigencia de elaborar formas transnacionales de regulaci¨®n. Se est¨¢ produciendo una transici¨®n desde las formas cl¨¢sicas de cooperaci¨®n intergubernamental a las instituciones internacionales, que son m¨¢s intrusivas en los espacios nacionales y que por eso mismo requieren nuevas formas de legitimaci¨®n.
Ahora bien, la gobernanza global no consiste en una estructura jer¨¢rquica de direcci¨®n. El proceso de gobernanza global no es la imposici¨®n de un nivel sobre otro, sino la articulaci¨®n, fr¨¢gil y conflictiva en no pocas ocasiones, de diversos niveles de gobernanza. No estamos a las puertas de crear un sistema inclusivo en el que se adopten las decisiones globales ni, a la vista de la complejidad de los problemas, parece deseable. En lugar de una worldocracy que coordinara las distintas tareas propias de un proceso de integraci¨®n, habr¨¢ m¨²ltiples instituciones regionales que act¨²en aut¨®nomamente para resolver problemas comunes y producir diferentes bienes p¨²blicos.
No tendremos un gobierno mundial, sino un sistema de gobernanza formado por acuerdos regulatorios institucionalizados y procedimientos que exijan determinadas conductas sin la presencia de constituciones escritas o de poder material. En este sentido es en el que puede definirse la gobernanza como la capacidad de que se hagan determinadas cosas sin la capacidad de ordenarlo, es decir, una forma de autoridad m¨¢s que de jurisdicci¨®n. El resultado de todo ello es m¨¢s un campo desestructurado de batalla que una negociaci¨®n formal, donde se abren posibilidades de intervenci¨®n participativas, pero tambi¨¦n formas de presi¨®n o hegemon¨ªa.
Algunos han dirigido una mirada esc¨¦ptica en relaci¨®n con las posibilidades de globalizar el derecho, la solidaridad o la pol¨ªtica, llamando la atenci¨®n sobre las dificultades pol¨ªticas de dichos objetivos. Avishai Margalit, por ejemplo, se pregunta qu¨¦ electorado puede sacar adelante tales objetivos, ya que "el cosmos no tiene pol¨ªtica", carece de cuerpo pol¨ªtico, no vota ni decide. Contra esta observaci¨®n puede asegurarse, de entrada, que tampoco son menores las dificultades de la pol¨ªtica en los ¨¢mbitos dom¨¦sticos, en donde tenemos no pocos problemas de gobernabilidad.
Pero hay, adem¨¢s, una objeci¨®n de principio contra la idea de que no pueda hacerse pol¨ªtica en un nivel diferente e in¨¦dito de los espacios ya constituidos. Seguramente, la mayor parte de los problemas pol¨ªticos no han tenido ni sujeto ni procedimiento para resolverlos en el momento de su surgimiento. La pol¨ªtica tiene siempre una dimensi¨®n "constituyente"; el sujeto de decisi¨®n se constituye cuando surge el problema, y no al rev¨¦s. E incluso cabe la posibilidad de una democracia sin demos, como es el caso del actual experimento europeo.
No es cierto que los procesos de interdependencia conduzcan a una extinci¨®n de la pol¨ªtica (entendida tambi¨¦n como fin de las ideolog¨ªas o incluso de la historia), como se celebra desde la ¨®ptica neoliberal o se lamenta desde el soberanismo cl¨¢sico. M¨¢s bien todo lo contrario. Si la pol¨ªtica es la articulaci¨®n de formas de vivir juntos, en el plano global tenemos una tarea de reinvenci¨®n pol¨ªtica similar a la invenci¨®n de comunidades pol¨ªticas a lo largo de la historia. De lo que se trata ahora es de c¨®mo debemos convivir, de qu¨¦ forma nos organizamos y cu¨¢les son nuestras obligaciones rec¨ªprocas en el contexto de profundas interdependencias generado por la globalizaci¨®n.
La globalizaci¨®n plantea muchas constricciones para la pol¨ªtica, pero no significa su final, sino tal vez el comienzo de una nueva era para la pol¨ªtica. Como dice Beck, no es que la pol¨ªtica haya muerto, sino que ha emigrado desde los cl¨¢sicos espacios nacionales delimitados hasta los escenarios mundiales interdependientes.
Aunque el r¨¦gimen de gobernanza global no est¨¦ dirigido por el modo de la pol¨ªtica propio de los Estados nacionales, a la pol¨ªtica le corresponde una tarea genuina tanto para la elaboraci¨®n estructural de ese r¨¦gimen como para la configuraci¨®n de los correspondientes procesos de decisi¨®n.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica y Social e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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