La tenacidad del pensamiento m¨¢gico
Como el sinsentido de la vida es algo muy dif¨ªcil de tragar, los humanos estamos m¨¢s que predispuestos a creer en cualquier explicaci¨®n que dote de cierto orden al Universo. Las religiones son justamente eso, desesperados intentos de traducir el mundo a algo comprensible y armonioso, y el pensamiento m¨¢gico cotidiano aspira a hacer lo mismo, s¨®lo que se mantiene unos escalones m¨¢s abajo de la complejidad de las religiones organizadas. Y cuando hablo de pensamiento m¨¢gico me estoy refiriendo a esos juegos mentales tan pueriles que de cuando en cuando nos permitimos. Como, por ejemplo, no creer absolutamente nada en los hor¨®scopos, es m¨¢s, incluso saber que muchos de ellos est¨¢n hechos al tunt¨²n por alguien que ni siquiera conf¨ªa en la astrolog¨ªa (he trabajado en revistas en las que, cuando se retrasaba la colaboraci¨®n zodiacal, simplemente volv¨ªan a publicar cualquier pron¨®stico del a?o anterior), pero, aun as¨ª, experimentar cierta ¨ªnfima alegr¨ªa si por casualidad lees un augurio estupendo para tu signo. Somos como ni?os.
"Que lance la primera piedra aquella persona que jam¨¢s haya jugueteado con una coincidencia"
Y dentro de esa necesidad infantil de orden y consuelo ocupan un lugar especial las coincidencias. Que lance la primera piedra aquella persona que jam¨¢s haya jugueteado con una coincidencia y con el estupendo alivio que produce. Ahora estoy de racha, nos decimos al jugar a las cartas, e intentamos apurar nuestra suerte. Voy a ser feliz en este piso porque el edificio tiene el mismo n¨²mero que el portal de la casa de mi infancia, pensamos, sin atrevernos a enunciarlo en voz alta, cuando llevamos meses buscando un apartamento al que mudarnos. Tambi¨¦n puede tratarse de una coincidencia negativa, como, por ejemplo, tener un mal presentimiento antes de un viaje porque en la ¨²ltima semana se han ca¨ªdo tres aviones en el mundo. Despu¨¦s resulta que la racha de suerte se acaba y perdemos la partida de cartas, que alquilamos el piso y es un desastre, que nos vamos de viaje y, por fortuna, no pasa nada malo. Todo lo cual no nos sorprende, porque, por supuesto, no creemos en esas zarandajas. Pero, ah, qu¨¦ tenaz es el pensamiento m¨¢gico que se agazapa detr¨¢s de nuestra raz¨®n. Qu¨¦ grande nuestra necesidad de buscarle explicaciones al caos de la vida. De encontrar un mapa en las tinieblas.
Alguien me cont¨® hace tiempo la historia de un ni?o de siete a?os que hab¨ªa perdido en un accidente de coche a toda su familia: su padre, su madre, sus dos hermanos. A ra¨ªz de la tragedia dej¨® de hablar y empez¨® a manifestar una extra?a man¨ªa: llevaba siempre un cordelito y se dedicaba a atar las cosas unas con otras. La pata de la silla con la oreja de su conejo de trapo, el conejo con la manga de un jersey, el jersey con el fuste de una l¨¢mpara. Anudaba los objetos, claro, para que no se perdieran. Para que no desaparecieran tambi¨¦n ellos en la negrura. Pues bien, nuestro amor por las coincidencias ser¨ªa algo semejante? El hilito que va uniendo la realidad para que la vida no se desbarate en la vor¨¢gine. Un camino hecho de migas en mitad de un mundo proceloso.
Y lo m¨¢s gracioso es que donde m¨¢s se manifiesta esa debilidad por las coincidencias es, me parece, en el amor. Tal vez porque el amor pasi¨®n ya forma parte por s¨ª mismo del pensamiento m¨¢gico. Y as¨ª, cuando conocemos a un hombre o a una mujer que nos interesa, nos suele emocionar much¨ªsimo cualquier peque?o detalle compartido, cualquier casualidad que aparentemente nos relacione. ?Es alucinante! ?Te quieres creer que de ni?os viv¨ªamos en el mismo barrio, sin conocernos? O bien: ?Es alucinante! ?Sabes que tenemos exactamente el mismo modelo de coche? O quiz¨¢: ?Es alucinante! ?Te he dicho que me telefone¨® justo cuando estaba pensando en volver a llamarle? Todo, hasta la coincidencia m¨¢s nimia (si se rebusca bien, siempre se encuentra alguna), nos parece alucinante, y prodigioso, y espectacular, una prueba inequ¨ªvoca de que estamos hechos el uno para el otro, de que los hados han cruzado nuestros caminos, de que el destino existe aunque no hubi¨¦ramos cre¨ªdo en ¨¦l hasta ese momento. Luego, claro, infinidad de veces esa supuesta predestinaci¨®n se va al garete, la pareja no funciona y la historia se acaba. Y a nosotros se nos olvidan inmediatamente las coincidencias compartidas, se nos olvida que nos cre¨ªmos marcados por la magia. Y volvemos a ser racionales por un tiempo, hasta que se nos encienda otra vez el coraz¨®n y nos pongamos a anudar la realidad con cordelitos.
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