Cuento de la poderosa con bombas
Cuando ustedes lean esto estar¨¢ a punto de terminar la Feria del Libro, pero cuando yo lo escribo todav¨ªa no ha comenzado, y lo ¨²nico que deseo, para las sesiones de firmas, es que se parezcan m¨¢s a las de la primera vez que acud¨ª, hace nada menos que treinta y nueve a?os, cuando a¨²n no hab¨ªa cumplido los veinte, que a las de las ¨²ltimas temporadas. En un aspecto, ha de entenderse: hace casi cuatro d¨¦cadas firm¨¦ muy pocos ejemplares, a parientes y amistades que tuvieron la compasi¨®n de pasarse por la caseta, y la verdad es que resulta embarazoso y triste estar ah¨ª metido, mano sobre mano, sin saber c¨®mo poner cara airosa ante la escasez de compradores. El aspecto al que me refiero tiene m¨¢s que ver con los modales y actitudes de algunos solicitantes de firmas, aunque no se me escapa que cuantos m¨¢s haya de ¨¦stos, m¨¢s probabilidades hay de encontrarse con alguno exigente, arbitrario o grosero. As¨ª que, seguramente, en ning¨²n caso deba quejarme, vaya lo uno por lo otro.
"El aspecto al que me refiero tiene m¨¢s que ver con los modales y actitudes de algunos solicitantes de firmas"
Pero no deja de ser cierto que, lo mismo que en otros ¨¢mbitos de nuestra vida p¨²blica, se percibe una crispaci¨®n m¨¢s frecuente, una agresividad en ocasiones. Lectores caprichosos los ha habido siempre, y en anteriores columnas he contado c¨®mo se me ha pedido que, en lugar de dedicar un libro m¨ªo (para lo ¨²nico que en principio estoy facultado y a lo ¨²nico que estoy dispuesto), estampara mi firma en un volumen de alg¨²n cl¨¢sico por m¨ª admirado -Stevenson o Conrad, Dumas o Shakespeare- o de un escritor amigo. Sin ir m¨¢s lejos, en el reciente Sant Jordi no me atrev¨ª a negarme a dedicar ejemplares de las memorias de mi padre, de Pomponio Flato de Mendoza y de El asedio de P¨¦rez-Reverte. Tampoco tuve inconveniente en emborronar, con rotulador indeleble, un soporte de e-book que su propietaria maldecir¨¢ en el futuro, al ver ah¨ª siempre el mismo nombre, independientemente de lo que est¨¦ leyendo en el cacharro, hasta que lo sustituya por otro m¨¢s perfeccionado, dentro de seis o doce meses, supongo. Este tipo de antojos resulta m¨¢s o menos aceptable, otros ya no lo son tanto, sobre todo cuando van acompa?ados de mala idea y malos modos.
Ya relat¨¦ aqu¨ª hace tiempo c¨®mo, en otro Sant Jordi, una mujer me hizo llegar una rosa con un papel enrollado a su tallo, el cual conten¨ªa una sarta de insultos que la dadivosa se qued¨® a ver c¨®mo yo le¨ªa, con gran satisfacci¨®n, imagino. El a?o pasado, en Madrid, se acerc¨® otra mujer, de aspecto "poderoso": bien vestida (en cuanto al precio de las prendas, no en el sentido en que ella cre¨ªa), relativamente joven, no mal parecida (aunque tampoco tan bien como ella cre¨ªa). Me dio a firmarle una novela m¨ªa, y as¨ª lo hice. A continuaci¨®n sac¨® del bolso otro tomo muy gordo y me dijo: "Quiero que tambi¨¦n me firmes este". Mir¨¦ el lomo y vi que era una edici¨®n de la Biblia. Me excus¨¦: "Lo siento, pero s¨®lo dedico las obras con las que he tenido que ver, sea como autor, traductor o incluso editor, aunque esto ¨²ltimo no me gusta". "Ah, ?y est¨¢s seguro de que no tienes que ver con esta? Yo creo que s¨ª", insisti¨®. "Completamente. Ya me habr¨ªa complacido escribir algunos fragmentos, o haber presenciado ciertos episodios que aqu¨ª se refieren. Pero cr¨¦ame que no he tenido arte ni parte". "?Ni siquiera para atentar contra ella?" Empec¨¦ a olerme por d¨®nde iban los tiros. "No me parece que est¨¦ en mano de nadie atentar contra libro tan perdurable", respond¨ª. Apart¨® su tocho y sac¨® de su bolso una cajita poco m¨¢s grande que una de f¨®sforos, ven¨ªa con premeditaci¨®n, preparada y pertrechada. "Entonces quiero que me firmes esto". Me la acerqu¨¦ a la vista y le¨ª en su tapa: "Bombas f¨¦tidas". Hay que mantener la calma, en la Feria uno es casi un dependiente. "Pues lo lamento, pero tampoco he tenido que ver con la manufactura de esto. Ya le he dicho que s¨®lo firmo aquello de lo que soy responsable". "Pues t¨² tiras una bomba f¨¦tida cada semana". Deduje que se refer¨ªa a esta columna, y hay que aceptar todas las cr¨ªticas. "Puede, seg¨²n el olfato. Pero ya le digo que no he tenido parte en la confecci¨®n de esta cajita". Entonces plant¨® sobre la pila de mis libros la cerveza que llevaba en la mano, se acod¨®, impidiendo el acceso a las personas que aguardaban, y declar¨®: "Pues yo no me muevo de aqu¨ª hasta que me hayas firmado la caja y la Biblia". "H¨¢gase a la idea de dormir aqu¨ª", le contest¨¦ con irritaci¨®n ya mal disimulada, "porque no voy a hacer lo que a usted se le antoje".
Al cabo de un rato, entre el paciente librero, Javier, de Aviraneta, y unos seguratas que aparecieron al percatarse del esc¨¢ndalo que la poderosa montaba, apartaron a ¨¦sta con suavidad de la primera fila. Ya a cierta distancia, mientras atend¨ªa a otros lectores, vi c¨®mo interven¨ªan tambi¨¦n unos municipales que le pidieron el carnet, y me alcanz¨® alg¨²n que otro exabrupto de ella: "?A m¨ª, a m¨ª me piden el carnet, y no a ese se?or", y me se?alaba, "que es un incendiario!" Cuando me fui, hora y pico m¨¢s tarde, la poderosa segu¨ªa todav¨ªa all¨ª, dando voces. Por lo menos no arroj¨® sus bombas f¨¦tidas en el Retiro. Confiemos en que no haya aparecido este a?o, a¨²n mejor pertrechada. Tal y como andan los ¨¢nimos, en este pa¨ªs cada exposici¨®n p¨²blica se puede convertir ya en leve riesgo. Hasta para los escritores. Mientras s¨®lo sea olfativo ...?
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