'Burka', no; oportunismo, tampoco
Las reglas b¨¢sicas que una sociedad se ha dado democr¨¢ticamente obligan a todos. No hay coartada religiosa o cultural que pueda justificar lo que las instituciones consideran un crimen o un atentado contra derechos b¨¢sicos. Para m¨ª, por tanto, no ofrece ninguna duda que el burka no tiene sitio entre nosotros en los espacios p¨²blicos, compartidos. La ocultaci¨®n del rostro quiebra los protocolos elementales de comunicaci¨®n que se fundan precisamente en mirarse cara a cara, punto de partida del reconocimiento mutuo. Y adem¨¢s, sin entrar en especulaciones sobre la conciencia subjetiva de los que lo usan, es ampliamente reconocido, incluso en el propio mundo isl¨¢mico, como un s¨ªmbolo de la humillaci¨®n de la mujer. He tenido oportunidad de percibir, en alg¨²n pa¨ªs musulm¨¢n, el odio con que los guardianes de las esencias religiosas persiguen a las mujeres que no cumplen con los ritos de vestimenta de algunas familias del islam y el alivio con el que algunas de ellas se sacan los atuendos obligatorios en cuanto cruzan el umbral de lo privado. Ambas actitudes dejan pocas dudas sobre el car¨¢cter de instrumentos de dominaci¨®n masculina que tienen estas indumentarias de estricta observancia impuestos en nombre de la religi¨®n.
Lo primero que salta a la vista en el debate del 'burka' es el mezquino oportunismo que lo ha desencadenado
Pero una cosa es el hecho en s¨ª y otra los procedimientos y las maneras. Porque lo primero que salta a la vista en el debate del burka es el mezquino oportunismo que lo ha desencadenado. Estamos todos -los que estamos desde siempre aqu¨ª y los que han venido de fuera- haciendo un ejercicio de cuyo ¨¦xito depende, en buena parte, la convivencia futura: aprender a vivir juntos diferente. Y de pronto, sin que apenas nadie haya visto un burka en la calle, desde la pol¨ªtica se lanza el debate con el dudoso argumento de la prevenci¨®n. Que un alcalde en apuros se apunte a la prohibici¨®n del burka, buscando el aplauso f¨¢cil, despu¨¦s de haber encadenado una serie de tropiezos y desencuentros con la ciudadan¨ªa, puede entenderse como gesto desesperado, pero no es precisamente edificante. Que dirigentes pol¨ªticos de partidos importantes, habituales de las responsabilidades de gobierno, se apunten a hacer ruido con el burka con el pat¨¦tico argumento de quitarles voto a los xen¨®fobos, me parece irresponsable. Porque, insisto, no se trata de especular con los miedos de la gente para arrancar alg¨²n que otro voto suelto, sino de sentar las bases de la convivencia entre diferentes.
"El burka", escribe la fil¨®sofa liberal americana Marta Nussbaum, "no plantea ning¨²n problema que las prendas normales para el invierno en Chicago o las mascarillas no planteen", de modo que, al prohibirlo, "la ley claramente impone una carga a las personas religiosas mientras que las no religiosas no soportan carga alguna, lo cual bastar¨ªa para hacerla objetable". Y aqu¨ª est¨¢ el error: centrar la prohibici¨®n en el burka. Si nuestras reglas del juego no admiten que la gente oculte su rostro en p¨²blico -por razones de respeto e incluso de seguridad-, proh¨ªbase tambi¨¦n el pasamonta?as -que ha servido para cometer no pocos cr¨ªmenes- y otras prendas que sirvan para esconder el rostro. La propia Marta Nussbaum, desde su perspectiva americana, nos acusa a los europeos "de buscar la homogeneidad ¨¦tnica en el espacio p¨²blico" y de ver "toda divergencia de la cualidad dominante como una amenaza. Todo grupo que no parezca dispuesto a encajar parece subversivo".
El modo en que se est¨¢ planteando el debate estos d¨ªas dar¨ªa la raz¨®n a la fil¨®sofa americana. Y sin embargo, creo que no la tiene. El respeto a la diversidad no debe confundirse con la aceptaci¨®n de imposiciones que atenten contra los principios democr¨¢ticos de convivencia. Dicho de otro modo, el Estado no debe sobrepasar sus l¨ªmites en relaci¨®n con la religi¨®n, pero la religi¨®n tampoco. Y los l¨ªmites del Estado est¨¢n perfectamente definidos, mientras que las religiones siempre intentan imponer el monopolio de la verdad que se autootorgan. Sin duda, tienen raz¨®n los liberales que sostienen que lo que se puede conseguir por la persuasi¨®n no ha de conseguirse por la imposici¨®n. Por eso hemos de aprender de los americanos y de su pragmatismo. Prohibiciones, las m¨ªnimas. Pero la humillaci¨®n de la mujer no puede quedar como un problema privado, competencia interna de un sector religioso. Sin duda, el ideal que perseguir es que pronto las mujeres dejen de llevar el burka libremente, sin m¨¢s. Pero el oportunismo de este debate con clave electoralista, destinado a explotar los miedos de los ciudadanos, precipita los hechos de un modo que puede hacer perder incluso la complicidad de muchos musulmanes que tampoco quieren el burka.
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