El inocente y el chulo
Cuando mi amigo A., reci¨¦n divorciado, se ha dispuesto a sacar los billetes para veranear con sus tres hijos este agosto que viene, se ha encontrado con que sus ni?os tienen un carnet de familia numerosa con interesantes descuentos y ¨¦l no. ?l, por ley, se ha convertido en una especie de Tito solter¨®n y generoso que invita a los sobrinitos a las vacaciones. El Tito tampoco puede aspirar a una vivienda de protecci¨®n oficial porque su sueldo es el de un alto ejecutivo; a nadie parece importarle que ese sueldo se convierta en el de un obrero una vez que el Tito le ha restado la pensi¨®n de los ni?os, el pago de la hipoteca de una casa que es supuestamente suya aunque no la disfrute en su vida, el alquiler de su apartamento y, por supuesto, muchos de los gastos inesperados y caprichosos de sus hijos, que piden, piden y piden, sin reparar en que el nuevo pap¨¢ est¨¢ a dos velas. Mi amigo, que es lo que toda la vida de Dios se ha llamado un padrazo, vive como un triunfo el que, a pesar de ser la madre quien tiene la custodia, sus criaturas se saltan el r¨¦gimen de visitas y cada dos por tres invaden el exiguo apartamento: para ver el Mundial, para jugar al tenis o porque, simplemente, le echan de menos. Mi amigo A. se siente estafado. No estafado por la vida, que es una frase tan literaria como carente de significado, sino estafado por la justicia y castigado. Es como si volviera a la escuela y el maestro le hiciera pagar por la gamberrada de unos cuantos chulos. La consecuencia es triste, porque siendo mi amigo un hombre de car¨¢cter afable y amante de las mujeres, deja traslucir en los ¨²ltimos tiempos, en sus comentarios sobre las relaciones sentimentales, un poso de resentimiento del que antes carec¨ªa. Se siente, me ha confesado, el inocente que ha cargado con las culpas del machismo hist¨®rico, del actual, de la injusta discriminaci¨®n de las mujeres en los puestos directivos, de los sueldos escandalosamente m¨¢s bajos de las trabajadoras, del rid¨ªculo porcentaje de mujeres en la Real Academia Espa?ola, del hombre que se fue a por tabaco y ya nunca m¨¢s se supo, del que no declara lo que realmente gana y de la mujer que pierde la oportunidad de promocionarse en su profesi¨®n por tener que entregarse en cuerpo y alma a los hijos. "Pero ?qu¨¦ culpa tengo yo de la desigualdad de siglos?", se pregunta. "?Si yo era el que quer¨ªa la custodia compartida! Y siempre he sido el ch¨®fer, el que hace las tortillas de patata y el que lleva a los ni?os, bien de ma?ana, a esos partidos de los s¨¢bados, que est¨¢n acabando con aquella entra?able imagen del padre que andaba medio en pijama las ma?anas de fiesta por casa". Cada vez que aparece en la prensa un art¨ªculo o informaci¨®n sobre la custodia compartida me acuerdo de ¨¦l. El otro d¨ªa, sin ir m¨¢s lejos, Mar¨ªa Sanahuja, magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona, explicaba de manera impecable en este mismo peri¨®dico las ventajas de compartir la responsabilidad. Sanahuja, miembro de "otras voces feministas", reflexionaba sobre la enga?ifa que para las mujeres supone, a largo plazo, otorgarles por sistema la custodia. Los hijos, a los que entregaron su vida, se acabar¨¢n marchando, su vida profesional se habr¨¢ visto menoscabada por su condici¨®n de guardiana de la crianza y la casa, al cabo de los a?os, tendr¨¢ que venderse y repartirse. La magistrada pon¨ªa el acento en c¨®mo la tendencia de los jueces a conceder la custodia a la madre perpetuaba la situaci¨®n de postergaci¨®n de las mujeres. Completamente de acuerdo. Tal vez lo que mi amigo echa de menos en esos art¨ªculos que defienden la verdadera igualdad es un poco de atenci¨®n a lo que es la vida de algunos hombres en esos momentos. No solo es la mujer la que pierde. Si a la mujer se le escapan oportunidades laborales, ?en qu¨¦ se convierte el hombre, que se ve ajeno y fuera de todo lo que antes pose¨ªa? Cuando hay dinero para construir una nueva vida, todo es m¨¢s llevadero, pero lo habitual es que la justicia deje a uno de los miembros de la pareja lampando. Por desgracia, la ley tiene que corregir la mezquindad de la gente. Lo deseable ser¨ªa que cuando dos personas dejan de quererse tuvieran todav¨ªa capacidad para ser generosas. No hay ning¨²n psic¨®logo, ni juez, ni asistente social que pueda convencerme de que lo mejor para los hijos es que mantengan su piscina mientras su padre est¨¢ a dos velas. De la misma forma que a las mujeres nos gusta que los hombres practiquen con su actitud cotidiana la igualdad, que no nos hagan de menos ni nos ninguneen, que no nos llamen zorra ni puta ni puerca por mucho que detesten nuestras opiniones, que no nos tomen por menores de edad, que no ejerzan un irritante paternalismo, que no nos consideren incapaces por sistema y que no piensen que nuestra presencia en la vida p¨²blica les est¨¢ robando algo, hay ciertos hombres, los que se han visto maltratados por la justicia por el hecho de ser eso, hombres, a los que les gustar¨ªa que en esa aspiraci¨®n de igualdad social no se les dejara caer en el olvido. No se trata solo de que los jueces de familia ejerzan, de verdad, la justicia, sino de que desde cualquier otra columna escrita por una mujer no se les arrebate su presunci¨®n de inocencia y no tengan que pagar por la culpa del chulo de la clase.
Mi amigo A. se siente estafado. No por la vida, que es una frase carente de significado, sino por la justicia
Lo habitual es que un miembro de la pareja se quede lampando. La ley tiene que corregir la mezquindad de la gente
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