Inconstitucionalidad preventiva
Quienes, ante el refer¨¦ndum de junio de 2006, defendimos que, incluso tras sufrir el "cepillado" del que se vanaglori¨® Alfonso Guerra, el nuevo Estatuto representaba un paso adelante en el autogobierno y en el reconocimiento simb¨®lico de Catalu?a, sustent¨¢bamos esa creencia sobre cinco o seis pilares: la presencia en el pre¨¢mbulo del concepto naci¨®n (aunque ya sab¨ªamos que los pre¨¢mbulos no tienen valor normativo); la equiparaci¨®n jur¨ªdica entre catal¨¢n y castellano en cuanto al deber de conocer ambas lenguas; la introducci¨®n de un cierto principio de bilateralidad en las relaciones entre la Generalitat y el Estado; el freno al expansionismo de la legislaci¨®n b¨¢sica estatal, que hab¨ªa ido laminando las competencias del Estatuto de 1979; el compromiso de equidad entre el esfuerzo fiscal catal¨¢n y el de las dem¨¢s comunidades aut¨®nomas, y, en fin, el nacimiento de un esbozo de poder judicial catal¨¢n.
Tras jugar siete a?os a los almog¨¢vares, ya no podemos, bajo el peso de la derrota, transmutarnos otra vez en fenicios
Pues bien, la sentencia conocida el pasado lunes dinamita met¨®dicamente todos y cada uno de esos pilares. Siendo as¨ª, resulta un insulto a la inteligencia que, desde el sector soi-disant progresista del Tribunal Constitucional, desde el Gobierno central o desde el PSOE, se diga que el Estatuto ha quedado "inc¨®lume", que ha sido "avalado en su pr¨¢ctica totalidad" y que aqu¨ª el ¨²nico derrotado es el Partido Popular. Otro tanto cabe decir de esas lecturas cuantitativistas seg¨²n las cuales se ha validado la constitucionalidad "del 95% del texto", como si el recorte estatutario fuese el de una pieza de tela, que se mide por cent¨ªmetros lineales.
S¨ª, por supuesto que, con esos "progresistas", y esos "conservadores", y el se?or Eugeni Gay en posici¨®n de cuerpo a tierra, el fallo hubiese podido ser peor. De todos modos, la sentencia supone un triunfo palmario de lo que deber¨ªa llamarse la doctrina de la "inconstitucionalidad preventiva" o la "inconstitucionalidad por si acaso". Solo as¨ª puede entenderse que contenidos tambi¨¦n presentes en otros Estatutos -la existencia de s¨ªmbolos y atributos "nacionales" o de Consejos de Justicia auton¨®micos- no hayan sido ah¨ª ni siquiera recurridos, mientras que en el texto catal¨¢n son anulados u objeto de interpretaci¨®n restrictiva.
El mero hecho de que los magistrados hayan sentido la necesidad de invocar hasta ocho veces "la indisoluble unidad de la naci¨®n espa?ola" traiciona su miedo ante una "naci¨®n catalana", su recelo hacia la Generalitat, su desconfianza frente a las instituciones pol¨ªticas catalanas, sospechosas de incubar arteros designios separatistas y proyectos de monoling¨¹ismo excluyente a los que era preciso poner coto preventivo. Haci¨¦ndolo as¨ª, los guardianes de la Constituci¨®n se han limitado a responder al ambiente medi¨¢tico, cultural, social y pol¨ªtico madrile?o que es su l¨ªquido amni¨®tico, su biotopo natural. No es que nos tengan man¨ªa, solo piensan que su misi¨®n hist¨®rica -aquello a lo que les instaban amigos, colegas, opinadores y convecinos- era la de cortar en seco veleidades soberanistas o confederales y presuntas persecuciones al castellano en Catalu?a. Y eso creen haber hecho, aunque a medio plazo tal vez el tiro les salga por la culata.
En todo caso, el problema de fondo que subyace a la sentencia -la grav¨ªsima crisis de confianza rec¨ªproca, el alejamiento afectivo, el desapego, el sentimiento de humillaci¨®n que albergan cientos de miles de catalanes-, todo esto no se arregla con una cumbre entre los presidentes Rodr¨ªguez Zapatero y Montilla para -seg¨²n anunci¨® el segundo- "rehacer el pacto estatutario y reforzar el pacto constitucional". Tampoco se resuelve echando mano del art¨ªculo 150.2 de la Constituci¨®n para ara?arle al Estado alguna que otra delegaci¨®n competencial. La pol¨ªtica del peix al cove estuvo bien mientras parec¨ªa la alternativa timorata a las ambiciones ¨¦picas de un nuevo Estatuto. Pero, tras siete a?os de jugar a los almog¨¢vares, ahora no podemos, bajo el peso de la derrota, transmutarnos otra vez en fenicios.
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