Inteligencia francesa
Una de las razones por las cuales hoy casi nadie se autodenomina "fil¨®sofo" es la exigente definici¨®n que de tal cosa se propone en la Cr¨ªtica de la raz¨®n pura, en donde Kant observa la necesidad de reservar el t¨¦rmino a quien practica la filosof¨ªa no en sentido acad¨¦mico, sino en sentido mundano (en lo que concierne a los intereses de los hombres m¨¢s que a los de las escuelas); y esta pr¨¢ctica consistir¨ªa en ser capaz de vincular todos los conocimientos en cada momento disponibles con los fines esenciales de la raz¨®n humana: un ideal que ning¨²n humano podr¨ªa reclamar para s¨ª sin pecar de arrogancia. Quiz¨¢ por este motivo hizo m¨¢s fortuna -para referirse al fil¨®sofo "mundano"- el vocablo "intelectual" a la hora de designar a aquellos pensadores que intervienen en la escena p¨²blica con intenci¨®n de provocar debates y extender sus ideas. Sin embargo, y a pesar de la modestia necesaria, est¨¢ sin duda que la genealog¨ªa del "intelectual" hunde sus ra¨ªces en los philosophes enciclopedistas franceses de la ¨¦poca de la Revoluci¨®n, cuyo nivel de influencia social exaltaba en cierta ocasi¨®n Carlyle recordando que publicaron una obra en 35 vol¨²menes que solo conten¨ªa ideas, pero cuya segunda edici¨®n se encuadern¨® con la piel de quienes se hab¨ªan burlado de la primera. Por eso, quien teniendo todo esto en consideraci¨®n lea adem¨¢s El siglo de los intelectuales, de Michel Winock, puede caer en la tentaci¨®n de creer que la intelectualidad es una instituci¨®n exclusivamente francesa y hasta casi de Estado (?no fue el Estado franc¨¦s quien invent¨® el Ministerio de Cultura?): Voltaire dibuja el tipo, Zola descubre la alianza con la prensa como articulaci¨®n fundamental y suscita la denominaci¨®n con ocasi¨®n del caso Dreyfus, Andr¨¦ Gide le da el toque demoniaco y Sartre fija la mezcla de izquierdismo y universalismo que llevar¨¢ la f¨®rmula hasta la c¨²spide de la provocaci¨®n y que ir¨¢ en lenta decadencia despu¨¦s de 1968, cuando el testigo pase de las manos del autor de El ser y la nada a las de Michel Foucault, a quien algunos consideran enterrador oficial de la figura.
El siglo de los intelectuales
Michel Winock
Traducci¨®n de Ana Herrera
Edhasa. Barcelona, 2010
1.046 p¨¢ginas. 55 euros
?Hay que advertir de que no es as¨ª, de que m¨¢s all¨¢ de Francia y en esa misma ¨¦poca "gloriosa" que el autor rememora vivieron tambi¨¦n intelectuales tan notables como Bertrand Russell, Ortega y Gasset o Thomas Mann, que tuvieron una enorme importancia en sus pa¨ªses respectivos y en Europa y Am¨¦rica en general, pero de cuya historia Winock no nos dice nada? Es cierto que si el libro de Winock se hubiese llamado "el siglo de los intelectuales franceses", lo que habr¨ªa resultado mucho m¨¢s conforme al contenido, tambi¨¦n habr¨ªa sido mucho m¨¢s ostensiva la ambici¨®n -seguramente excesiva- de declarar que el siglo XX fue el de los intelectuales, cosa cuando menos seriamente discutible. Esto no le resta inter¨¦s al libro, desde luego, porque la ¨¦poca que atraviesa es suficientemente atractiva como para mantener la intriga: desde el nacimiento de la Nouvelle Revue Fran?aise, templo del prestigio de las letras francesas a lo largo de todo el siglo, hasta la interminable disputa con el comunismo (ya sea en torno a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en torno al partido comunista o en torno al marxismo como teor¨ªa e ideolog¨ªa) sin la cual ning¨²n intelectual obtuvo su correspondiente legitimaci¨®n, pasando por el surrealismo, por Mauriac y por las mil y una declaraciones y manifiestos firmados por interminables listas de nombres resonantes. Winock avisa de la contradicci¨®n esencial que organiza su relato: "La paradoja del intelectual es que el poder del que puede disponer le viene dado por su renombre: ejercerlo en provecho de una gran causa humana redobla su reputaci¨®n". Pero la historia de c¨®mo los diferentes nombres que circulan por estas p¨¢ginas han invertido sus respectivas reputaciones se atiene en lo fundamental al g¨¦nero de la biograf¨ªa de las "grandes personalidades" (por ejemplo, no se nos ahorra el vistoso cap¨ªtulo de las "rivalidades": Gide-Malraux, Sartre-Camus, Sartre-Aron, etc¨¦tera), con la coletilla de psiquismos hinchados o irritados que todo ello trae consigo.
Quiz¨¢ por ello convenga recordar que este asunto de los "intelectuales" no tiene ¨²nicamente que ver con los esp¨ªritus nacionales ni con las personalidades desbordantes. Aunque el caso Dreyfus sea el detonante, la condici¨®n de posibilidad del intelectual reside en la existencia de territorios art¨ªsticos, est¨¦ticos, cient¨ªficos y literarios espec¨ªficos e independientes con respecto a los poderes "f¨¢cticos" en cada caso vigentes (econ¨®micos, pol¨ªticos, religiosos y hasta morales), lo que requiere un complejo dispositivo social que involucra desde universidades hasta editoriales pasando por la prensa libre. El hecho de que alguien sea valorado en cualquiera de esos ¨¢mbitos aut¨®nomos al margen de su cuota de mercado o de su influencia pol¨ªtica, solo por los criterios de calidad fijados por sus pares, adem¨¢s de configurar la ¨¦tica del hombre de letras o de ciencias, es lo que legitima al as¨ª valorado para ejercer p¨²blicamente la cr¨ªtica en asuntos de inter¨¦s com¨²n sin sospecha alguna de buscar beneficios pol¨ªticos o comerciales, y lo que -por as¨ª decirlo- confiere alguna resonancia a los pu?etazos que pueda dar sobre la mesa (aunque sea la mesa de redacci¨®n de un diario). Y claro est¨¢ que el intelectual decae como instituci¨®n cuando desaparece esa autonom¨ªa y son, al contrario, el ¨¦xito comercial o la influencia pol¨ªtica lo que se quiere convertir en prestigio literario o cient¨ªfico. Pero esa, claro est¨¢, es otra historia.
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