Templos de una pieza
Petra, Jerasa y Wadi Rum, tres maravillas en las planicies de Jordania
Estuve en Petra el d¨ªa en que la visitaba el vicepresidente de Estados Unidos Joseph Biden, y la econom¨ªa se impuso a la diplomacia. Ser¨ªamos, en torno al mediod¨ªa, no menos de 3.000 los visitantes del conjunto monumental cuando, de improviso, pas¨® sobre nuestras cabezas una flotilla de helic¨®pteros que puso firmes a los polic¨ªas del lugar. Alarma terrorista no parec¨ªa, por el gesto henchido del oficial al mando de las fuerzas de tierra, que, todo hay que decirlo, se portaron atentamente con los turistas; ning¨²n recinto ni tumba se cerraron para dejar paso franco al estadista norteamericano, y solo hubo -en mi caso concreto- una molestia a la hora en que, despu¨¦s de pasar all¨ª toda la jornada, me dispon¨ªa a salir: estaba interrumpido el tr¨¢fico de camellos y carricoches tirados por caballos que te conducen por la parte llana del gran valle, que tiene, no conviene olvidarlo, una extensi¨®n de 100 kil¨®metros cuadrados. Un simp¨¢tico gu¨ªa beduino me dijo al o¨ªdo, vi¨¦ndome caminar cansinamente hacia la salida: "Jordania no se puede permitir cerrar un solo d¨ªa Petra en la high season. Aqu¨ª se calcula un gasto medio de 100 euros por persona y d¨ªa. Hoy, gracias a Mister Biden, ser¨¢ de 85".
La visita a Petra es, en efecto, muy cara, por el propio y alt¨ªsimo precio de la entrada (69 euros) y los gastos casi inevitables que conlleva la restauraci¨®n de energ¨ªas y el transporte interno. Pero nadie saldr¨¢, me atrevo a aventurar, sinti¨¦ndose estafado. El arte del reino nabateo, creado por ese enigm¨¢tico y no muy duradero pueblo de n¨®madas emigrados al actual suroeste de Jordania desde el norte de Arabia, es un conglomerado manierista que mezcla la geometr¨ªa funeraria de los egipcios, la voluta corintia de los romanos de la decadencia y el formalismo helenista. Ahora bien, la grandeza de esta arquitectura no nos deslumbrar¨ªa tanto sin algo que los nabateos no pusieron de s¨ª, sino que se encontraron ready made: la naturaleza de unos barrancos y desiertos de arenisca con la que entablaron una orgullosa relaci¨®n de t¨² a t¨² incomparable, yo creo, en la historia de la civilizaci¨®n.
Por llena que est¨¦ de grupos ansiosos de inmortalizar con sus m¨®viles el paso por aquellos parajes, Petra permite una cierta aventura e incluso sentirse solo al explorador andariego. Una vez hecho el obligatorio y bell¨ªsimo recorrido desde la entrada hasta el llamado Tesoro, la famosa tumba excavada en la roca a mitad del siglo I antes de Cristo, seguramente para el rey Aretas III, los siguientes pasos llevan, a trav¨¦s de una garganta esculpida a ambos lados, a otras dos de las maravillas inolvidables, la calle de las Fachadas y las Tumbas Reales; aqu¨ª la piedra, como arrebatada de celos ante la ocurrencia constructiva de los nabateos, ha ido a?adiendo a la obra del hombre un trabajo mineral de colores y formas que muchas veces nos obliga a pasar la mano sobre las vetas de amatista y p¨²rpura, dudosos de que aquello, m¨¢s que destilaci¨®n natural, sea pintura de artista. Por muy cansado que se est¨¦ hay que ascender a las monta?as, y si no se tiene tiempo de subir a los dos hitos de Petra, resulta imperdonable, casi delictivo, no franquear (a pie o a lomos de un asno bien ense?ado, aunque no siempre d¨®cil) los 800 escalones hasta el llamado El Deir (el Monasterio). La vista de la comarca desde lo alto es muy variada e impresionante, pero la tumba regia o templo que ocupa la parte central de la ladera es para m¨ª la maravilla n¨²mero uno de Petra: una versi¨®n grandiosa y desnuda, casi Bauhaus en su linealidad, de las tumbas de abajo.
Vienen de Tierra Santa
El turista suele llegar a Petra uncido por la gracia santificante de los santos lugares, ya que una mayor¨ªa de los que compran el paquete del mayorista han estado en Jerusal¨¦n y en Bel¨¦n antes de pasar a Jordania, ¨²nico pa¨ªs de la zona que permite la entrada a quien tenga en su pasaporte el sello israel¨ª. Despu¨¦s de pisar la Tierra Santa, ese viajero piadoso se ha ba?ado en las aguas salinas del Mar Muerto (una etapa francamente eludible), se ha mareado un poco en los siete c¨ªrculos o rotondas de Amm¨¢n, donde no hay que pasar por alto su diminuto pero extraordinario Museo de la Ciudadela, ha palpado el fuste resistente a los terremotos de las hermosas columnas de la ciudad romana de Jerasa, un desv¨ªo cercano a la capital que s¨ª merece la pena, y emprende al fin el camino hacia el sur, un camino que tiene dos v¨ªas. La llamada Autov¨ªa del Desierto es la m¨¢s r¨¢pida y, como en la vida misma, la m¨¢s aburrida. La recomendable y memorable es la del Rey, que, dejando a su paso nombres de gran resonancia b¨ªblica (Sodoma y Gomorra, por ejemplo, hoy sin asomo aparente de vicio), atraviesa uno de los paisajes de monta?a m¨¢s hermosos que puedan contemplarse.
El destino final, si uno no necesita zambullirse en la vida playera de Aqaba, ser¨¢ Wadi Rum, el parque natural del desierto de ese nombre, de una desolada grandeza que emociona, pero tambi¨¦n intriga al viajero que antes ha estado en Petra. Porque en los yermos y montes de Wadi Rum la naturaleza y el tiempo han labrado, sin el cartab¨®n de los arquitectos, un monumento al ingenio. Sus dunas de arena rojiza, la costra horadada y como dibujada de sus moles rocosas, su silencio, inspiraron a Lawrence de Arabia, se?or de estos parajes en los que se mantiene su huella. Wadi Rum sigue hoy en manos de los beduinos, hospitalarios, elegantes y, como es l¨®gico en pueblo de tan antigua cultura n¨®mada, buenos comerciantes de lo que tienen: camellos resignados, tiendas espaciosas donde se pernocta y el mejor paisaje del Oriente.
Vicente Molina Foix es autor del libro de cuentos Con tal de no morir (Anagrama).
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